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Jorge Vilches

H. G. Wells y el desplome de la civilización

La editorial Los libros del zorro rojo han unido la mejor traducción, la de Maeztu, con la ilustración clave del brasileño Henrique Alvim Corrêa.

La editorial Los libros del zorro rojo han unido la mejor traducción, la de Maeztu, con la ilustración clave del brasileño Henrique Alvim Corrêa.
Detalle de la portada 'La guerra de los mundos' | Los libros del zorro rojo

Desde mediados del siglo XIX, los periódicos españoles, siguiendo a los franceses, publicaron novelas por entregas. Los escritores más afamados de la época, desde Víctor Hugo a Walter Scott o Edgar Allan Poe, pasaban un día tras otro en un coleccionable que luego se podía encuadernar. A pesar de los complejos que hoy arrastramos, es obligado señalar que aquí se publicaba y leía mucho. Las editoriales proliferaron entonces, el mercado se abrió, y con él la competencia. Era preciso conseguir buenos traductores. Uno de ellos fue Ramiro de Maeztu; sí, ese mismo intelectual de la generación del 98 asesinado en 1936 por los chequistas.

Maeztu tradujo La guerra de los mundos de H. G. Wells, un socialista fabiano, para el periódico liberal El Imparcial, que lo dio a sus lectores por entregas entre marzo y abril de 1902. La obra de Wells se reimprimió en España en numerosas ocasiones, salvo en la época republicana, quizá por la crítica del británico al estalinismo. Durante el franquismo, la novela del socialista se siguió publicando, con la traducción de Maeztu, hasta la edición del Club Joven, de Bruguera, en 1981.

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No tuvieron la misma suerte los dibujos del brasileño Henrique Alvim Corrêa, realizados para una edición belga de la novela en 1906 de la que solo se tiraron 500 ejemplares. Se trató de la primera ilustración completa de la obra. Alvim Correa trabajó en Londres, realizó los bosquejos y buscó a Wells. El encuentro marcó la iconografía de La guerra de los mundos. El británico quedó encantado, hasta el punto de que declaró que Alvim había hecho más por la obra con su pincel, que él con su pluma. Y es que la imagen de los marcianos, esos trípodes con tentáculos y rostro inexpresivo, que daban enormes zancadas entre edificios y gente, son del brasileño. Este es el éxito de la edición de Los libros del zorro rojo: haber unido la mejor traducción, la de Maeztu, con la ilustración clave de la obra. Atentos a esta editorial y a sus cuidadísimos trabajos, como los de Lovecraft o Poe.

De la obra de Wells, publicada en 1897, se dice siempre lo mismo: que es una denuncia del imperialismo, pero en realidad hay mucho más. Veinte años antes, el militar británico retirado George T. Chesney había publicado por entregas La Batalla de Dorking en la Blackwood Magazine. El éxito en toda Europa fue tremendo, y puso de moda la literatura especulativa sobre guerras futuras. Chesney planteaba qué pasaría en Gran Bretaña si fuera invadida por un enemigo casi invencible, y cómo reaccionaría la gente. Una cuestión tan atractiva y lucrativa enganchó a muchos escritores. En esta tesitura, Frank Wells planteó a su hermano, nuestro Herbert Georges, qué ocurriría si la comarca de Surrey, al sureste de Inglaterra, fuera tomada por extraterrestres.

La clave era mostrar a una persona común de vida normal como protagonista, y usarlo como ejemplo de la tensión bélica, del vacío social en tiempo de caos, y de las debilidades humanas. La historia es conocida, aunque sea por la película de Spielberg y Cruise (2005): el planeta sufre una invasión marciana, la civilización se hunde, todo se cuestiona, el autor moraliza, y llega el final feliz por la muerte del enemigo. No hay comparaciones escondidas, como hizo el francés Pierre Boulé en El planeta de los simios (1963), quien fue prisionero de las tropas niponas, y que escribió una parábola en la que los monos (los japoneses) se hacen pasar por occidentales convirtiéndose en amos del planeta.

Cuatro instituciones mal paradas

En la obra de Wells, por romper los tópicos, hay cuatro instituciones que quedan mal paradas. La primera es esa tan anglosajona y manida como es la "opinión pública"; sí, aquella que prefería Jefferson antes que el Parlamento. Las noticias sobre las explosiones en Marte (despegaban hacia la Tierra) y la masa de gas que viajaba por el espacio exterior, son tomadas a risa o con indiferencia por la gente. Es una crítica evidente a la sociedad de su tiempo, hedonista, absurda, cegada ya por la trivialidad y el ensimismamiento. Esto es típico de Wells, un socialista dedicado al proselitismo en una comunidad a la que creía ciega y sorda.

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'La guerra de los mundos' | Los libros del zorro rojo

La segunda institución denunciada es el Gobierno, al que el escritor señala como inútil. Las autoridades no saben reaccionar ante las consecuencias de un desastre. Wells da a entender que el poder es débil, e insistirá en un Estado como gran poder corrector, paternalista y arbitral, que dicte la verdad, la justicia y el reparto de la riqueza. Así lo describió en textos posteriores como Una utopía moderna (1900), El mundo liberado (1914) y The shape of things to come (1933). Otro inglés, Orwell, hará con toda esta ingenuidad literaria la distopía más clarividente de la contemporaneidad: 1984 (1949).

La Iglesia anglicana tampoco sale bien parada. Su comportamiento es similar al del Gobierno. El personaje que la representa, un vicario, es retratado por Wells como un perturbado, un tipo aburguesado, pisaverde y repulsivo. Es una nueva crítica: la religión bastardeada por una institución repleta de vividores que a la hora de la verdad no se ocupan de nadie. Era una exageración, claro, a la que hace acompañar de cierta ironía: "¿Para qué sirve la religión sino para las grandes calamidades?".

¿Y el Ejército? Gran Bretaña era la gran potencia antes de 1914, con permiso de Alemania. Un poco más atrás estaban Estados Unidos y Japón. Los británicos tenían entonces un imperio en el que no se ponía el Sol. ¿Cómo respondían los militares? Wells hace en la novela una nueva distinción clasista, o populista: una cosa eran los oficiales, y otra los soldados. Mientras los primeros apenas servían para nada, los reclutas, que formaban parte del "pueblo", son virtuosos, sacrificados, sencillos, patriotas y trabajadores. Wells introdujo a un artillero como personaje para encarnar esa dicotomía.

El conjunto dibuja un mundo que se desploma, que incluso cambia de paisaje, en el que el protagonista se centra solo en la necesidad de sobrevivir. El tipo abandona sus creencias y sentimientos, los convencionalismos y los remilgos, hasta el punto de que se olvida de su esposa (quizá un guiño de Wells a su propia vida amorosa). El escenario es idéntico al que John Wyndham, otro escritor inglés, describió en una novela fundamental: El día de los trífidos (1951). Wyndham, ex combatiente, incidía en lo mismo que Wells –la fragilidad de nuestra civilización, la soledad y la primacía de los instintos básico- pero con una variación: el repudio a la ingeniería social.

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Por lo demás, en esta edición de Los libros del zorro rojo, todo es sobresaliente: el ritmo que Wells imprime, los diálogos, las descripciones, el estilo testimonial, o las pausas; todo está en su sitio y en su justa medida. La lectura engancha, y más con las ilustraciones de Alvim Corrêa (la sobrecubierta tiene un premio oculto). No hay nada que sobre. No es una novela inflada, a lo Ken Follet, ni superficial. Yo ya estoy esperando la edición que hagan de La máquina del tiempo.

H. G. WELLS, La guerra de los mundos. Ilustrado por Alvim Corrêa. Los libros del zorro rojo, Madrid, 2016. 204 págs.

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