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Andrés Amorós

La música en la Generación del 27

Por primera vez, la música se une al resto de la cultura española, con una dimensión universal. Los dos nombres que encarnan esto, simbólicamente, son Manuel de Falla y Federico García Lorca. La guerra civil interrumpió esta hermosa melodía.

Por primera vez, la música se une al resto de la cultura española, con una dimensión universal. Los dos nombres que encarnan esto, simbólicamente, son Manuel de Falla y Federico García Lorca. La guerra civil interrumpió esta hermosa melodía.
Manuel de Falla (segundo por la izquierda) con Federico Garcia Lorca, Jose Segura, Antonio Luna y R. Aguado en la Alpujarra | Cordon Press

Como es bien sabido – y he comentado aquí mismo – la música es una de las mayores carencias de la generación del Noventayocho. Lo afirma tajantemente Federico Sopeña, mi maestro:

Un resumen apresurado sobre la música en la generación del 98 podría hacerse con una sola palabra: nada.

La actitud ante la música comienza a cambiar en la promoción del 14. Debido a la Gran Guerra, vuelven a Madrid Falla y Turina. Ortega, "filósofo mundano", publica, en 1916, su ensayo "Musicalia", en el que demuestra su amplia curiosidad pero no se libra de errores: critica la estética romántica y el retraso español pero desconoce la renovación que en ese mismo momento está teniendo lugar.

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En el mundo intelectual, es muy importante la influencia de un gran crítico, Adolfo Salazar, que escribe, en "El Sol" y en la "Revista de Occidente", lo mismo sobre Proust y Shakespeare que sobre Stravinsky y Erik Satie.

En el terreno de los creadores, hay que recordar que el joven Ramón Pérez de Ayala tocaba el violín, acompañando a su amigo Masavéu, y la aguda sensibilidad de Juan Ramón Jiménez, devoto desde la adolescencia de Chopin. Basta con citar la aguda definición que da, en un poema de Piedra y cielo:

¡La música!...

Se clava en

medio del corazón, la rosa abierta

de las voces todas que no hablan.

Todo esto cambia radicalmente con la llegada de la generación del 27. Por primera vez, la música se une al resto de la cultura española, con una dimensión universal. Los dos nombres que encarnan esto, simbólicamente, son Manuel de Falla y Federico García Lorca. Y los dos colaboran, por ejemplo, en el Concurso de Cante Jondo de Granada (1922).

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Manuel de Falla en París en 1930

A pesar de sus diferencias personales, el paralelismo de las dos estéticas me parece evidente. El amor brujo rima bien con el Romancero gitano; el Concierto para clave, con Poeta en Nueva York. La generación del 27 se da a conocer en un acto de homenaje, en Sevilla, a don Luis de Góngora, y Falla pone música a su Soneto a Córdoba. (En el autógrafo, la dedicatoria reza así: "Homenaje a la poesía española").

La música en la generación del 27 fue el tema de una gran exposición, organizada por el INAEM, en Madrid, en 1986. (El estupendo catálogo recoge muchos documentos y estudios, entre otros, de Emilio Casares, Enrique Franco, Federico Sopeña y Jorge de Persia).

Junto a Falla, surge un grupo de músicos, en Madrid: Ernesto y Rodolfo Halffter, Bacarisse, Pittaluga, Rosita García Ascot. Y en Barcelona: Eduardo Toldrá, Federico Mompou…

Si atendemos a los poetas del grupo, el neopopularismo de Rafael Alberti se simboliza en una anécdota: con el dinero que le dan por el Premio Nacional de Poesía, quiere comprarse el Cancionero de Barbieri.

A García Lorca lo define Moreno Villa como "un alma musical de nacimiento". Federico tocaba el piano (sus compañeros le llamaban "el músico"), grabó canciones populares con La Argentinita, se identificaba con el cante jondo, seleccionaba las músicas para las representaciones de La Barraca, se llamaba a sí mismo "el loquito de las canciones"…

En otra tonalidad, más intelectual, Luis Cernuda dedica un poema a Mozart:

Si alguno alguna vez te preguntase:

‘La música, ¿qué es?’, ‘Mozart’, dirías,

‘Es la música misma’. Sí, el cuerpo entero

De la armonía impalpable e invisible…

También escribe un largo poema culturalista sobre cómo Luis de Baviera escucha Lohengrin, que concluye así:

…La melodía le ayuda a conocerse,

A enamorarse de lo que él mismo es. Y para siempre

En la música vive.

Pero también es capaz de sentir la emoción popular del "rasguear quejoso de una guitarra", que le despierta, de madrugada. Y el encanto de unos "músicos rústicos", que aparecen en el patio de una hacienda mexicana.

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El ejemplo más claro de unión de las dos artes es, sin duda, Gerardo Diego, tan músico como poeta. En su biografía, son bien conocidas sus colaboraciones con el guitarrista Regino Sáinz de la Maza. En su obra, canta a Haydn, Mozart, Fauré… Y escribe un libro entero como "Ofrenda a Chopin". Baste con recordar un fragmento de su poema "Nocturno XV":

Chopin deja vagar sobre el teclado

sus manos sin materia,

sus manos finas, pálidas, agudas,

blancas como azucenas.

En la penumbra que la noche inicia

acusa su silueta

el peso corvo de un dolor secreto,

de una incurable pena.

Chopin divaga dulce, tristemente,

sobre las blancas teclas

y no las hiere, no, las acaricia,

las seduce y las besa,

como si las tocase con sus labios,

con sus labios violeta.

Luego, Federico Mompou alcanzará una cumbre absoluta en su lectura de la Música callada de San Juan de la Cruz.

La guerra civil interrumpió esta hermosa melodía.

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