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Rosa Belmonte

El libro de Olivia

La demanda de Olivia de Havilland contra FX por Feud sigue adelante. El caso se ha acelerado por la “edad inusualmente avanzada” de Havilland (101 años).

La demanda de Olivia de Havilland contra FX por Feud sigue adelante. El caso se ha acelerado por la “edad inusualmente avanzada” de Havilland (101 años).
Olivia de Havilland | Cordon Press

La demanda de Olivia de Havilland contra FX por Feud sigue adelante. El caso se ha acelerado por la "edad inusualmente avanzada" de Havilland (101 años). Yo siempre que escribo de la actriz temo que se muera antes de publicar. Por esa edad suya, en noviembre puede haber un juicio de cinco a siete días. Ya saben, porque la representación de Catherine Zeta-Jones en la serie de Ryan Murphy dañó su "reputación profesional de integridad, honestidad, generosidad, autosacrificio y dignidad". En 2006 le preguntaron si echaba de menos actuar. "En absoluto. La vida está llena de acontecimientos importantes. Eso es más enriquecedor que una vida de fantasía. No necesito una vida de fantasía como la que tuve". En la más importante película de esa vida de fantasía pasaba a mejor vida. Melania moría en Lo que el viento se llevó y es casi la única que queda. Es irónico, ¿no? Melania moría y yo no me he muerto. Y no lo pretendo".

Más allá de la demanda, hay otra cosa que la tiene de actualidad, aunque sea volviendo al pasado. Cuando cumplió 100 años, se reeditaron las memorias que publicó en 1962 sobre sus primeros años en París. Eran inencontrables. Todos los franceses tienen uno va sobre su choque cultural cuando fue a vivir a la capital francesa al casarse con el editor de Paris Match. "Escribir es divino. Olvida el resto", dijo. Y desde luego que lo hace divinamente. Todos los franceses tienen uno, que en España ha editado Confluencias, es una sorpresa para quien no supiera que Olivia de Havilland tenía tanta gracia para contar su vida. Y como escritora que es, estoy segura de que exagera las anécdotas, pero es que ahí está el mérito. En hacer literatura de cualquier nimiedad. Poca gente de la que escribe ahora (tanto libros como en los periódicos) tiene el ingenio y el encanto para relatar de Olivia de Havilland.

Estas memorias son un librito de 167 páginas que provoca carcajadas en muchas ocasiones. Aparte del título del libro, que se refiere al propio hígado de los franceses (estaba fascinada por cómo lo cuidaban), están los títulos de los capítulos: "No estoy segura de que usted sepa que aún vivo" es el primero. Otros están dedicados a las vendedoras francesas, al servicio francés, a la conversión de los grados fahrenheit, a las amantes de los franceses o al pecho ("Estoy empezando a aceptar la idea francesa de que el busto de una muchacha se encuentra mejor debajo del vestido que fuera"). En un capítulo dedicado a las invitaciones recibidas, se preocupa cuando ve escrita la palabra ‘smoking’. Pensemos que ella habría entendido la expresión "tuxedo", pero smoking le suena a otra cosa. Por supuesto, cree que tiene que ver con fumar. Llama a su marido para preguntarle qué significa eso. "Oh, se rio, sólo se refiere a lo que se supone que puedes llevar". Su reacción. "Caí pesadamente en el sofá, repensando la frase ‘lo que se supone que puedes llevar’. ¡Por Dios! ¡Cómo será un traje para fumar?". Desmoralizada volvió a llamar al marido: "No tengo nada que ponerme para fumar. Ya sabes que en los Estados Unidos nos ponemos cualquier cosa para echar humo".

También estaba sorprendida y encantada con los supositorios, que, una vez descubiertos, usaba hasta para dormir. También su amiga, la actriz mexicana Margo Albert (Albert porque estaba casada con Eddie Albert), que tuvo una infección de garganta en París. Se la curó un médico con supositorios. Le tuvo que explicar que se los recetaba porque entraban en contacto antes con el flujo sanguíneo que otros medicamentos. Asombrada, le preguntó por qué no los usaban en los Estados Unidos. "Porque es un país protestante", contestó el médico. A mí de pequeña me habría gustado vivir en un país protestante.

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