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¿Quién querría asesinar al bufón de Carlos V?

Luis García Jambrina presenta en El manuscrito de fuego la investigación de un crimen real y sin resolver que sacudió a la corte española.

El bufón de Carlos V no era enano ni contrahecho. Ni "feo ni deforme ni bobo ni loco". Si acaso algo "orondo". Era ingenioso, de lengua libre, a veces más filósofo que bufón y, sobre todo, de los pocos que podía hablar con franqueza con el emperador. Se llamaba Francés de Zúñiga (1480-1532) y llevó una vida tan enigmática como lo fue su muerte. ¿Quién querría acabar con su vida? Se podría señalar a la propia Corte, a nobles molestos por sus hirientes chascarrillos, a algún personaje receloso de la íntima relación que fraguó con el emperador o a simples maleantes… El caso es que una noche fue abordado por varios asaltantes que lo acuchillaron fatalmente.

La aparente inocuidad de un bufón ("la risa es propia de simples y amparo de la plebe, a la que, por un instante, distrae del miedo y de las preocupaciones, para que luego puedan seguir con su vida miserable" (pág. 121) desaparece cuando el sujeto presume de lengua viperina y lanza ponzoñosas burlas. Es fácil granjearse enemigos y el Francesillo, al que Valle-Inclán consideraba el padre del esperpento literario, los tenía a montones. Sobre todo tras saberse que circulaba su Crónica, una especie de sátira moral en la que pocos se escapaban de su sagaces dardos, ahora no escupidos por su boca sino por su pluma. Habló de nobles, extranjeros, obispos, criados y sobre todo de Carlos V. Los expertos en literatura consideran este manuscrito como "la obra maestra de la literatura bufonesca en España y uno de los mejores ejemplos europeos".

Luis García Jambrina (Zamora, 1960), como ya hiciera en El manuscrito de piedra (2008) y El manuscrito de nieve (2010), combina la historia con la intriga detectivesca –con matices– en este último libro que cierra la saga, El manuscrito de fuego (Espasa).Sitúa la acción en Béjar en el año 1532, cuando el que fuera hombre de placer del emperador Carlos V fue asesinado, un crimen que sacudió a la corte imperial española. La emperatriz Isabel de Portugal le encarga la investigación a Fernando de Rojas. El autor de La Celestina tiene unos sesenta años y se encuentra ya retirado en Talavera de la Reina. Esta misión no le resulta ajena, pues anteriormente ya había ejercido de pesquisidor –una figura propia de los procesos penales de Castilla–. Rojas se va encarando con distintos personajes y se suceden interrogatorios en una suerte de cluedo del siglo XVI.

Jambrina demuestra su predilección y conocimiento por la historia de Castilla e inserta en la novela otras intrigas interesantes que retratan la época y la vida en la corte, como las discrepancias entre el poder civil y la Iglesia o las tensiones entre la vieja nobleza castellana o los gobernantes recién llegados de Flandes. El autor mezcla personajes reales y de ficción, hechos históricos y escenas inventadas que aportan enjundia a la novela aunque diluyen la parte histórica.

El manuscrito de fuego permite un viaje en el tiempo a escenarios como Medina del Campo, Béjar o Salamanca, donde precisamente el devenir de los hechos llevarán al lector a descifrar una de las obras más enigmáticas del arte renacentista, la fachada de su Universidad.

Luis García Jambrina. El manuscrito de fuego. Espasa, 2018. 424 páginas. 19,90 euros.

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