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Pedro Fernández Barbadillo

Antes de Houellebecq, ya teníamos a Wolfe

Quien quiera saber cómo es la sociedad multicultural y diversa con la que sueñan los progres y los oenegeros de todos los países, pero no quiera visitar los suburbios de Estocolmo, que lea La hoguera de las vanidades.

Quien quiera saber cómo es la sociedad multicultural y diversa con la que sueñan los progres y los oenegeros de todos los países, pero no quiera visitar los suburbios de Estocolmo, que lea La hoguera de las vanidades.
Cordon Press

La Divinidad nos habla sin palabras. El elegante Tom Wolfe, siempre embutido en un traje blanco y tocado con una corbata como los viejos progres de los 80 llevaban la bufanda roja, ha partido para el Gran Viaje cuando se cumplen cincuenta años del peor mayo de la historia reciente de Europa. Entonces, en el París de 1968 una generación de hijos de papá atiborrada de lecturas marxistas y deseosa de copular comenzó un movimiento social y, sobre todo, intelectual de envilecimiento de las costumbres y embate a la civilización.

Wolfe no limitaba su oposición a la ‘new left’ con su vestimenta, sino también, y mucho más arriesgado, con sus ideas. En un tiempo en que las elites académicas han renegado de todo, salvo de sus privilegios, él era un patriota orgulloso de Estados Unidos, un defensor de la gente humilde (los votantes de Reagan, Bush II y Trump) y un optimista.

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Cuando aún no nos había llegado Michel Houellebecq con su apología del patriarcado y el matrimonio concertado, sus diatribas contra el feminismo y sus sátiras de la universidad. Wolfe decía lo que el pueblo sometido al "Imperio Progre" pensaba de sus amos. Era como un Clint Eastwood del periodismo y de la literatura, igual de genial y hasta de divertido. Me imagino a los críticos teniendo que tragarse los libros de Wolfe y las películas de Eastwood, y luego retorciendo las frases para decir que sí, que eran magníficos, pero no tanto, y aumenta mi disfrute.

Antes de publicar su primera novela en 1987, con 56 años, Wolfe describió a los burgueses y ricos que se sienten de izquierdas y financian a quienes les cortarían el cuello, y hasta les inventó el nombre: la ‘izquierda exquisita’ (La izquierda exquisita & Mau-Mauando al parachoques). También, Dios se lo pague, arremetió contra una de las sectas más destructivas que ha engendrado el siglo XX, la de esos arquitectos que han transformado las ciudades en guaridas para orcos tecnificados (¿Quién teme al Bauhaus feroz?).

En 2000 nos avisó de la marmita de veneno que se estaba cociendo en las universidades de EEUU y que ha saltado a las nuestras: la deconstrucción de la verdad. Cuando varias docenas de profesores españoles firman un manifiesto en el que se comprometen a no participar en debates en los que no haya mujeres, hay que leer las páginas de El periodismo canalla y otros artículos para recobrar el sentido común o al menos reírse.

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Una selección de sus ideas. Las víctimas del capitalismo o de los EEUU son "las mujeres, los pobres, las personas de color, los homosexuales y los árboles de maderas nobles". Una lista de palabras desaparecidas a finales del siglo XX la forman: proletariado, pornografía, cohabitación, adulterio…. El triunfo del feminismo "ha facilitado la vida sexual del hombre, a veces hasta el punto de volverlo indiferente" y con sus nuevas reglas le ha liberado "de cualquier responsabilidad y, mejor aun, de la obligación de ser galantes". Y "En más de una universidad respetable, los Jóvenes Turcos deambulaban con sus atuendos de la Generación X, bolígrafo rojo en ristre, a la caza de desviacionistas, sexistas, racistas, clasistas, homófobos, etnófobos…".

Una síntesis perfecta de su estilo y de su sagacidad se encuentra en el artículo en el que explicaba la derrota de los demócratas ante George Bush II, al que dijo haber votado (Los demócratas pierden porque no conocen su país). Después de explicar que para sus compañeros periodistas y los tipos cultos de Nueva York se sentirían mucho más gusto en Bagdad que en Cincinnati, donde el presidente había ganado la reelección, concluyó con la broma de que se marchaba al aeropuerto de Nueva York a despedir a todos los periodistas y escritores que le habían dicho que se marcharían de EEUU si Bush volvía a ganar.

Tom Wolfe es el inventor del ‘nuevo periodismo’. Para mí, es, además, el autor de la que me parece una de las mejores novelas del siglo XX, La hoguera de las vanidades, muy por encima de los petardos ensalzados por los académicos (cuyo trabajo depende de convertirse en guías del laberinto que construyen) de James Joyce y William Faulkner.

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En ella describe una Nueva York dividida por conflictos sociales, raciales y políticos. Las diferentes camarillas (fiscales judíos que quieren ser reelegidos, activistas negros que buscan subvenciones, policías irlandeses que ansían un ascenso, editores pendientes de las tiradas, abogados de minutas escandalosas, artistas a los que su homosexualidad convierte en celebridades…) operan al margen de las leyes y pactan chanchullos en despachos y restaurantes. Estas hienas encuentran un cachorrillo de león al que devorar, un WASP de Wall Street llamado Sherman McCoy. Y este Amo del Universo cae desde su piso de la Quinta Avenida al barro. Envidia, racismo, avaricia y odio multiplicados por los factores de raza y ‘género’.

Quien quiera saber cómo es la sociedad multicultural y diversa con la que sueñan los progres y los oenegeros de todos los países, pero no quiera visitar los suburbios de Estocolmo, que lea La hoguera de las vanidades.

(La película no merece la pena, ya que Brian de Palma prescindió de los mejores momentos del libro, como la descripción por el reverendo Bacon de su sistema de ‘control del vapor’ –un medio de chantaje- y del funcionamiento del Banco de Favores en los tribunales por parte del abogado de McCoy.)

El último libro de Wolfe, The Kingdom of Speech (2016), todavía es inédito en español, seguramente porque en sus páginas arremete contra el evolucionismo y uno de los mandarines de la ‘izquierda exquisita’ norteamericana, Noam Chomsky. En una entrevista, Wolfe calificó la teoría de la evolución como "un mito similar al de Thor y Wotan", "un cuento bien intencionado".

¿Se animará ahora algún editor?

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