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Una noche con Jordan Peterson

Hay un psicólogo que llena teatros con un aforo de varios miles de personas. ¿Por qué?

Hay un psicólogo que llena teatros con un aforo de varios miles de personas. ¿Por qué?
El psicólogo y escritor Jordan Peterson | YouTube

Tomamos unas pintas en el Café Royal de Edimburgo, un pub precioso del siglo XIX que además tiene encima de la puerta de entrada una langosta, lo que lo hace especialmente adecuado para llenar los minutos antes de asistir a la conferencia de Jordan Peterson en el cercano Playhouse. Es un antiguo cine reconvertido a teatro con un aforo de 3.000 plazas, y el psicólogo ha colgado el cartel de "todo vendido". A la entrada hay media docena de personas protestando contra el evento con un par de carteles hechos a mano que lo califican de tránsfobo. La gente les ignora mientras accede al recinto o espera fuera a sus acompañantes. Dentro les espera hora y media de charla, más otra media hora de respuestas a preguntas del público. ¿Cómo es posible que un espectáculo a priori tan poco apetecible atraiga a tanta gente?

Aunque ya era popular dentro de un nicho razonablemente grande en internet, Jordan Peterson se hizo realmente famoso, dentro de lo que un intelectual puede considerarse famoso, cuando una de las primeras entrevistas que concedió por el lanzamiento de su libro 12 reglas para vivir se convirtió en un vídeo viral. Fue un ejemplo de primera mano de lo que Peterson llama "posesión ideológica", el fenómeno con el que describe a quienes más que tener ideas son una encarnación de dichas ideas, que son las que poseen a dichas personas y no al revés. Desde entonces ha vendido más de dos millones de ejemplares de su libro y cientos de miles de personas han acudido a sus conferencias

Jordan Peterson habla sin guión. Tras una breve introducción en la que alabó la ciudad, a la que considera la más bonita de Europa junto a Brujas, y su alegría al ver que se estaban demoliendo algunos edificios de los años 70 –¿qué les pasó a los arquitectos durante esa década?, se preguntó–, escogió una de las doce reglas y habló sobre ella durante hora y media. En Edimburgo nos tocó la número 8: "Di la verdad, o por lo menos no mientas". Como sucede con el propio libro, el enunciado es casi lo de menos. Si, al final regresa a él para unir todo lo que ha estado diciendo, y quienes tomaran notas o tuvieran una memoria excelente podrían reconstruir el hilo de la argumentación, pero la mayor parte del tiempo sus explicaciones no parecen guardar ninguna relación con el asunto del que habla ni tampoco con el capítulo en cuestión, aunque sí toma cosas de otras partes del libro. Pero da lo mismo, porque resulta fascinante. Peterson toma como base la psicología, tanto la teórica como su propia experiencia clínica, pero la salpica con filosofía e historia, así como mitos literarios y religiosos de todo tipo, desde la Biblia a los cómics.

Durante hora y media no se escuchó un alfiler. Peterson habla con fluidez, con un inglés excelente y perfectamente comprensible –lo que tras un par de días entre escoceses no deja de ser de agradecer–. Aunque es inevitable desconectar en un momento u otro por más interés que se le ponga a una charla tan larga, no recuerdo ningún momento que resultara aburrido o poco interesante. Y aunque seguro que muchos de los asistentes habremos visto nuestra ración correspondiente de los vídeos que tiene en internet, no creo que nadie saliera pensando que ya había escuchado todo esto antes.

Al salir, escuchaba a la gente hablar sobre lo que había escuchado. La izquierda en Norteamérica ha logrado sabotear buena parte de las conferencias de Peterson en universidades, pero nunca han conseguido hacerlo cuando debían pagar para poder montar su show. El resultado es que para escuchar un discurso razonado y que invita a pensar sobre religión, filosofía, literatura, psicología y, a veces, una pizca de política tienes que pagar una entrada bastante cara en un teatro, porque en la universidad es imposible. Los bárbaros la han tomado, mientras la gente de orden acudimos al Playhouse.

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