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¿Qué es el conservadurismo?

En su nuevo ensayo el filósofo Roger Scruton repasa la trayectoria del movimiento conservador en la historia y define con claridad sus postulados.

Escribe Roger Scruton en Conservadurismo (El buey mudo) que las revoluciones americana y francesa del siglo XVIII marcaron el desarrollo posterior de "todos los movimientos conservadores", entendidos como filosofía política; y señala que ahí reside la explicación por la cual "sobre todo en el mundo angloparlante" la palabra conservador es utilizada sin demasiadas reticencias, mientras que "en el resto del mundo tiene con frecuencia un matiz peyorativo".

Lo cierto es que el devenir de la política actual ha desdibujado hasta cierto punto en qué consiste exactamente la postura conservadora. Para un porcentaje elevado de la población, si acudimos a las actitudes más extremas del sentir político humano, la visión revolucionaria es recibida en muchas ocasiones con admiración, y desde luego con respeto; mientras que la reaccionaria es entendida como un vacío y estéril atentado contra la irremisible marcha hacia el progreso que, pese a todo, continúa alimentando esa intuición con la que todavía entendemos el mundo.

Y sin embargo, comenta Scruton, "las ideas conservadoras son intrínsecamente interesantes". Son "parte necesaria de la comprensión de lo que somos, del lugar que ocupamos y de por qué lo hacemos"; y por ello sería un error no pararse a revisarlas en profundidad, para entenderlas sin prejuicios y alejados de los esquemas parciales y maniqueos que defienden algunas personas, tanto de derechas como de izquierdas.

¿Qué es el conservadurismo?

Sitúa Scruton el inicio del gran debate en el periodo histórico que precedió a las grandes revoluciones y a la caída del absolutismo. Y en ese intercambio de ideas tuvieron una grandísima importancia los pensadores británicos y franceses. Antes de arrancar su revisión histórica del movimiento conservador, sin embargo, se esmera por delimitar los principios fundamentales del conservadurismo, para evitar malentendidos iniciales: "Se debe tener presente una tendencia contrapuesta en el pensamiento conservador", comenta. "Al igual que subraya la necesidad de las tradiciones y las comunidades, la filosofía conservadora aboga por la libertad del individuo, y no concibe la comunidad como una red orgánica a la que nos vinculamos por el hábito y la sumisión, sino como una asociación libre de seres racionales, todos ellos dotados de una identidad propia que cultivar".

No quiere, como ya se ha dicho, malentendidos iniciales, aunque advierte de la característica aparentemente contradictoria —no tanto, en realidad— que reside en el seno del conservadurismo. Ante las diferentes tendencias intelectuales que se van sucediendo con los siglos, Scruton termina definiendo el sentir conservador como un contrapeso, "como una contestación a las elucubraciones desaforadas que buscaban una sociedad más justa" a toda costa. "En su forma original, el conservadurismo es una respuesta al liberalismo clásico", explica, "como una especie de ‘sí, pero…’ que replicaba al ‘sí’ de la soberanía popular, defendía la herencia frente a la innovación radical, e insistía en que la liberación del individuo no podía alcanzarse sin preservar las costumbres e instituciones a las que amenazaba el énfasis unívoco en la libertad y la igualdad". En resumen, Scruton afirma que el conservadurismo se alzó desde los inicios como un llamamiento a la mesura, consciente de que muchas veces la persecución exacerbada de la justicia termina generando las mayores injusticias.

Es por ello que al final del ensayo, y como resumen de la propia obra, ofrezca la mejor definición de la evolución de las posturas conservadoras a lo largo de la historia: "El conservadurismo moderno nació como una defensa de la tradición contra las exigencias de la soberanía popular, y se fue convirtiendo en una llamada a enarbolar la religión y la alta cultura frente a la doctrina materialista del progreso, antes de unir sus fuerzas a las de los liberales clásicos en la lucha contra el socialismo". Los conservadores, en resumen, creen ante todo en la libertad individual, pero son conscientes al mismo tiempo del influjo necesario que tiene la sociedad en la persona, y buscan en todo momento refrenar el ímpetu ideológico que puede empujar a las sociedades, por un lado, a una ruptura completa con el pasado que nos conforma —como pretendieron los liberales radicales en sus inicios—, y por otro, a una negación de la libertad, sacrificada en última instancia por el triunfo de la igualdad.

Evolución de las ideas

El ensayo no es otra cosa que un repaso histórico de la evolución del debate social en el que la postura conservadora se fue consolidando. Y, sobre todo, un recorrido por las diferentes aportaciones que los grandes pensadores occidentales fueron introduciendo acerca de la relación del individuo con su comunidad. De la mano de Scruton van sucediéndose una a una las principales confrontaciones intelectuales que se iniciaron cuando Hobbes sembró la semilla de la que germinaría el cambio de sistema, al introducir la idea del contrato social.

Scruton va rescatando entonces aportaciones como las de Locke y Montesquieu, que hablaron en profundidad acerca de la ley natural y propusieron la separación de poderes, y advierte que de esas nuevas nociones se alimentaron tanto liberales como conservadores. En el fondo, el núcleo del debate se terminó centrando en la propia idea de libertad. Y en ese contexto el conservadurismo, según explica, "surgió como un escudo del individuo frente a sus opresores potenciales", pero también "se opuso a la visión del orden político como algo fundamentado en un contrato". El conservadurismo señala, en el fondo, hacia la falacia que defiende que todos los individuos han elegido libremente su soberanía y, al mismo tiempo, comprende que es imposible que esos mismo individuos puedan "desembarazarse de las cargas de la pertenencia social y política y comenzar desde cero, en una condición de libertad absoluta". "Para un conservador, los seres humanos llegan a este mundo rebosantes de obligaciones", dice entonces, "y están sujetos a instituciones y costumbres que tienen en sí un legado valiosísimo de sabiduría, sin el cual el ejercicio de la libertad podría igualmente destruir los derechos y sus beneficios o acrecentarlos".

En definitiva, según resume Scruton, "para los liberales, el orden político surgía de la libertad personal; para los conservadores, la libertad individual era un producto de ese orden".

Y esa es la constante en el debate acerca de cómo deberían conformarse las sociedades, y de qué manera deben perseguir la materialización de los derechos fundamentales de sus individuos. A partir de entonces, el relato de Scruton repasa en profundidad muchas aportaciones distintas, desde Hume hasta Tocqueville, pasando por Adam Smith, Edmund Burke, Kant y Hegel —alternando deliberadamente a los pensadores anglosajones y los continentales—, y comparando a través de sus propias impresiones las diferencias fundamentales entre la revolución americana —que trató de cimentar el nuevo orden reconociendo lo valioso de la tradición— y la francesa —más volcada en derribarlo todo, para construir una nueva sociedad utópica basada en los apriorismos de Rousseau—.

Conservadurismo cultural y la lucha contra el socialismo

Antes de llegar a nuestros días, sin embargo, Scruton repasa también la convulsa etapa del siglo XIX, llamando la atención hacia "el surgimiento de la clase obrera" y el viraje en la relación entre conservadores y progresistas que iba a salir de aquello. "Con el cambio de siglo, el conservadurismo dejó de defenderse del liberalismo y empezó a hacerlo frente al socialismo y, en particular, frente a su concepción del estado", explica. "La angustia por la pérdida de las raíces religiosas, el efecto deshumanizador de la Revolución Industrial y el daño causado al estilo de vida antiguo y asentado, junto con su rechazo a las nuevas formas de opinión progresistas (...), acabaron creando la sensación de que había algo precioso en riesgo".

De esa forma, "nació un movimiento dentro del conservadurismo intelectual que hacía de la cultura tanto el remedio a la soledad y la alienación de la sociedad industrial como elemento más amenazado por los nuevos defensores de las reformas sociales".

Scruton repasa entonces a los principales literatos y artistas conservadores, empezando por Coleridge y llegando hasta el propio Eliot. Del poeta angloamericano, de hecho, es de quien destaca la mayor y más acertada aportación de este conservadurismo cultural, recogida en su conocido ensayo La tradición y el talento individual: "Eliot explicó que la originalidad y la sinceridad exigibles al artista no pueden hallarse de forma aislada, porque cada nueva obra se recubre de su poder expresivo mediante la tradición que le hace sitio, y que en todos los ámbitos esa tradición es un proceso de adaptación continuo, (...). Sin la tradición, la originalidad no es ni significativa ni visible, y esta concepción evolucionista puede aplicarse con claridad a la sociedad civil en su conjunto".

El libro también señala la influencia que ese conservadurismo cultural tuvo en los distintos sitios de Europa, y el papel que jugó en el crecimiento del sentimiento nacional. "Merece la pena señalar que el nacionalismo alemán, a pesar del radicalismo que adoptó en términos políticos, debió su inspiración original al mismo conservadurismo cultural que en Inglaterra había llevado al revivir gótico y a la Fundación Nacional para los Lugares de Interés Histórico".

"El conservadurismo cultural", explica pese a todo Scruton, "es un intento de elevar al conservadurismo desde el campo de batalla político hasta el pacífico escenario de la vida académica y literaria, y mira con aprensión a la cultura popular, a la política democrática y a las nuevas doctrinas progresistas de redención de la humanidad". "Pero ¿qué ocurre cuando la marea socialista barre también las clases? ¿Qué queda del conservadurismo si se le empuja a un rincón, el último reducto?", se pregunta entonces el autor.

Ante el auge durante el siglo XX del socialismo en todos los ámbitos, Scruton encuentra a las principales cabezas conservadoras alejadas de la disciplina política, y parapetadas en las aulas y las universidades. Destaca por encima de todos a Friedrich von Hayek —que siempre se negó conservador— y a su crítica de los intentos por "alcanzar un orden social planificado, en el que bienes y oportunidades se distribuyen según una fórmula predeterminada", ya que eso "acaba por eliminar o dificultar que los individuos tomen decisiones libremente". Y resume de esa manera su defensa de las economías libres.

De una manera sosegada y paulatina va llegando hasta nuestros días, y termina el ensayo definiendo las principales amenazas contra las que cargan los conservadores hoy: La corrección política y el conflicto con otras culturas, como el islam, algunos de cuyos integrantes han declarado la guerra contra occidente de manera abierta. "La coexistencia como forma política es un logro valiosísimo, al que deberían proteger conservadores, liberales y progresistas, y por el que deberían estar dispuestos a pagar su precio", dice entonces Scruton, antes de concluir: "En mi caso, creo que el conservadurismo seguirá siendo un ingrediente necesario de cualquier solución que se ofrezca a los problemas actuales. El hábito de pensar, esbozado en este libro, debería formar parte, por lo tanto, de la educación de todos los políticos".

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