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Johann G. Faust, el hombre condenado por el mito al que Goethe "salvó" de las tinieblas

Goethe nació hace 270 años. En su obra más destacada reinterpretó el mito de Fausto, inspirado siglos antes en la vida de un alquimista alemán.

Goethe nació hace 270 años. En su obra más destacada reinterpretó el mito de Fausto, inspirado siglos antes en la vida de un alquimista alemán.
Johann Georg Faust, el hombre que inspiró el mito de Fausto | Wikipedia

Nadie escapa a la condena de la muerte, se ha dicho. Algunos tampoco escapan a la condena del recuerdo. Johann Georg Faust, humanista, estudioso, "mago", astrólogo y alquimista alemán del siglo XVI es el claro ejemplo de ello: El fin le alcanzó como a todos pero su legado, ambiguo, transfigurado y enorme, alargó su agonía hasta nuestros días y convirtió su nombre en la imagen universal de la autodestrucción humana. Él fue quien inspiró La trágica historia del Doctor Fausto, aquel erudito ambicioso y soberbio que terminó vendiendo su alma al diablo a cambio de la revelación de los secretos de la creación. Pero más allá de los relatos y los mitos, la verdad de su vida ha quedado para siempre envuelta por el misterio. ¿Quién fue realmente ese hombre que murió en 1540, después de hacer explotar accidentalmente su propia habitación?

Poco se sabe con certeza, más allá de que existió. Lo que ha sido rescatado apunta a que fue una persona docta, un humanista que había extendido sus saberes a diversas áreas y que viajaba por los territorios de la actual Alemania en calidad de médico. También que habría dedicado sus esfuerzos a la astrología y la alquimia. Aunque parece ser que se ganó mejor la vida como quiromántico, leyendo las palmas de la mano de la gente y recitando horóscopos. Lo que es indudable es que a lo largo de su vida cosechó un buen número de enemistades. Y su figura, o al menos lo que ha trascendido de ella a través del testimonio directo de otros eruditos contemporáneos, fue más bien la de un fanfarrón y un estafador antes que la de un filósofo u hombre de conocimiento.

Sea como fuere, lo cierto es que en vida algunos le tuvieron por mago, y otros por experto en las artes oscuras. Su temperamento, altivo y desdeñoso, y sus supuestas prácticas nigrománticas consiguieron labrarle una reputación portentosa entre el vulgo, que le tenía por una especie de sabio maligno y diabólico. Además, sus experimentos alquímicos, de los que alardeaba en las tabernas y posadas, no hicieron otra cosa que confirmarle en esa posición. Así las cosas, para cuando cumplió la cincuentena había consolidado una imagen de ser misterioso entre la gente de a pie que, pese a todo, nunca le ayudó a ganarse el respeto de nadie. Unos le temían o le rechazaban, y otros le consideraban un simple parlanchín. Por eso no es de extrañar que al morir no tardase en pasar al olvido; hasta que una mano anónima le resucitase para forjar con su imagen una leyenda que terminó sobrepasando su propia identidad.

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Mefistófeles y Fausto

Su fallecimiento, tal y como fue relatado, tuvo que ver con un trágico accidente. Uno de sus experimentos salió mal y desencadenó una explosión que destrozó su dormitorio de la Posada del León, en la ciudad de Staufen. La gente que se aproximó para ver lo que había sucedido descubrió su cadáver completamente mutilado entre un reguero de lo que parecían haber sido sus pertenencias. Al instante, las especulaciones comenzaron a tomar forma, llegándose a consolidar la idea de que había sido el mismísimo diablo el que había hecho acto de presencia para llevarse a los infiernos el alma de su siervo. Sin embargo, y pese al revuelo inicial, su historia macabra y trágica fue oscilando poco a poco de lo trascendental a lo anecdótico, y de ahí a lo insustancial, hasta que pocas décadas después de su desaparición prácticamente nadie recordaba quién había sido Johann Georg Faust, si es que alguna vez hubo existido.

Fue la aparición de un pequeño libro de bolsillo de carácter moralizante, pasados cincuenta años de aquello, la que le hizo regresar de entre los muertos. Por entonces poco quedaba ya de él, más allá de su desdibujada y enterrada reputación, que lo equiparaba poco menos que con un hechicero satánico; pero tal vez por eso, precisamente, su figura sirvió de molde perfecto para consolidar un mito que ya había sido tratado en siglos anteriores, pero que ahora había encontrado el cuerpo perfecto en el que inmortalizarse.

El alma y el diablo: de la condena a la redención

El librito anónimo que ficcionalizó por primera vez la vida y obra de Faust tuvo una repercusión considerable. Relataba de una forma bastante explícita los pormenores del pacto satánico que, supuestamente, había sellado el alquimista con su propia sangre, por lo que para la gente de la época fue toda una revelación morbosa. Además, el tema en el que se centraba era poderosamente sugestivo: Un sabio ambicioso y soberbio, deseoso de conocer los secretos últimos del universo, se empeña en contactar con Lucifer a través de las artes oscuras. Su única moneda de cambio es su propia alma. Al final consigue la aparición de un diablo menor, Mefistófeles, que hace de intermediario y que le engaña, ofreciéndole una recompensa que no tiene ninguna intención de pagar. Tras 24 años de una vida lujosa y acomodada, pero sin haberse acercado lo más mínimo a ningún gran conocimiento vedado, el sabio termina pasando su última noche rodeado de conocidos a los que ha revelado su secreto y pidiendo clemencia a Dios, del que espera una salvación in extremis que no llegará. Son esos conocidos los que presencian sus últimos momentos de sufrimiento, y los que se encierran en otra habitación, temerosos, cuando Satán aparece para fulminar de la manera más sádica el cuerpo del condenado, y para arrastrar acto seguido su alma a las tinieblas.

A lo largo de la historia, han sido muchos los literatos que han regresado a esa leyenda para aportar su propia visión. De ellos, el primer nombre destacado fue el del dramaturgo Christopher Marlowe, que rescató el tema sin variar prácticamente nada de la trama, haciendo que su protagonista terminase corriendo la misma suerte que en el original. Sin embargo, de todos ellos, sin lugar a dudas, el que más hizo por revisar y consolidar la figura de Fausto dentro del imaginario occidental fue Johann Wolfgang von Goethe.

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Johann Wolfgang von Goethe

Para cuando Goethe —nacido hace exactamente 270 años— tuvo la ocasión de adentrarse en la historia de Fausto, habían pasado dos siglos y el pensamiento occidental ya no era el mismo. Su mayor aportación, por tanto, al reescribir una historia moralizante siguiendo los preceptos heredados del racionalismo —aunque imbuido al mismo tiempo del Romanticismo que él representaba—, fue cambiar el final. En su obra continúan la mayor parte de los ingredientes iniciales, con la única diferenciación notable en un desenlace que culmina con la salvación del condenado. Las buenas intenciones, parece querer decir el autor, que se esconden detrás del deseo de conocimiento, pueden llegar a redimir en última instancia la corrupción continuada del alma. En el fondo y a la larga, no hay pecado que no tenga perdón.

Es curioso que el mito de Fausto hable del pecado de un hombre que soñó con conocerlo todo; al fin y al cabo, el hecho de que su figura haya acabado tan desfigurada como irrecuperable no hace más que señalar la imposibilidad de ese deseo. Nadie podrá "conocer" jamás al Faust de carne y hueso a través de la figura de Fausto. Su esencia siempre estuvo y estará deformada —como la de todos—, a la manera de los espejos de Valle-Inclán. Y tal vez la única verdad sea que el conocimiento no es más que un reflejo poco convincente de la realidad; y la soberbia de aquel que cree conocerlo todo, sublimando su capacidad de conocer, la condena de la ignorancia que se empeña en ignorarse a sí misma.

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