A Santos Juliá hay que leerle para comprender cómo el PSOE pasa en unos pocos años de colaborar con la Dictadura de Primo de Rivera hasta el punto de tener a Largo Caballero como consejero de Estado a lanzarse, desde el consejo de ministros del primer bienio de la República, a la ‘revolución social’ y la ‘dictadura del proletariado’, cosa que hizo azuzado por el crecimiento de la CNT a costa de la UGT.
También hay que leerle para conocer los problemas y dilemas de la vieja generación de socialistas españoles (y europeos) ante la caída del ‘socialismo real’, la desaparición de la clase obrera, el auge de los llamados populismos y la fuga de los votantes tradicionales a otros partidos, como los verdes. Y es que Juliá era un ‘intelectual orgánico’ del PSOE, hasta tal grado que en El País arremetió contra el libro que demostraba el fraude electoral cometido por el Frente Popular y, en concreto, por las hordas socialistas en las elecciones de 1936. Había que mantener el relato ya impuesto desde hace décadas de que el PSOE y la izquierda en la República eran, como mucho, algo exaltados, pero que en ningún caso responsables de la guerra civil; la culpa de ésta recaía exclusivamente en la derecha.
Y un asunto en el que ningún obituario se ha detenido es que a Santos Juliá la ‘memoria histórica’ le disgustaba. Su oposición a este movimiento político y académico se oculta más que su condición de sacerdote secularizado.
La aceptación por Rodríguez Zapatero de la ‘memoria histórica’, en los primeros años del siglo XXI, bajo la mayoría absoluta de José María Aznar, muestra la ruptura, y subrayo la palabra, generacional en el PSOE. Que el partido más beneficiado por la Transición, refundado antes de la muerte del general Franco por los servicios de información del régimen, el SECED, y la CIA, pretenda negar esos años y se adhiera al discurso de la ultra izquierda de la ‘democracia tutelada’ revela, por un lado, el éxito de la manipulación sobre la historia hecha por el socialismo en las aulas y las televisiones, y, por otro lado, que este PSOE tiene muy poca relación con el de Felipe González, Alfonso Guerra, Joaquín Almunia, o Carlos Solchaga.
Juliá despotricaba contra la memoria histórica, no sólo porque se daba cuenta de que su generación en el PSOE y la universidad estaba siendo desplazada a empujones, sino, además, porque implicaba colocarle entre los ‘blanqueadores’ del franquismo. Según los abanderados de este movimiento, varios de los cuales ya ocupan El País, la Transición fue un pacto entre la oligarquía franquista y los traidores de la oposición. De nuevo, el concepto de ‘social-traidores’, puesto en circulación por los leninistas.
En esta reinvención del pasado, a Juliá le corresponde el papel nada glorioso de haber contribuido a semejante pacto y, sobre todo, al silencio respecto a los supuestos crímenes contra la humanidad perpetrados por los franquistas. Habría sido una especie de comisario político del consenso en la universidad. Por tanto, su obra es una impostura.
En consecuencia, rechazaba el concepto de ‘memoria histórica’ cuando el PSOE, su PSOE, lo convirtió en ley. Al respecto dijo:
"No es lo mismo tener memoria que tener historia"
"La saturación de memoria del pasado destruye la verdad histórica"
"Nunca podrá haber una memoria histórica, a no ser que se imponga desde el poder. Y por eso es absurda y contradictoria la idea misma de una ley de memoria histórica."
"Imponer «una» memoria colectiva o histórica es propio de regímenes autoritarios o de utopías totalitarias"
Quien repase las webs de los activistas de la memoria histórica, verá que Juliá recibe insultos y ataques.
En una entrevista en la revista Letras Libres el año pasado, antes de que Pedro Sánchez, otro socialista de la nueva generación llegase al Gobierno, subrayó que la polémica de las fosas no pasaba de ser una argucia política del PSOE contra el fláccido PP.
"me consta que el gobierno de Rodríguez Zapatero se lo planteó (dedicar al Estado a abrir las fosas). Y se desechó y se prefirió el camino de las subvenciones a particulares. (…) La decisión de privatizar la cuestión de las fosas tiene que ver con la política del PSOE de arrinconar al PP. No hay otra explicación. Con una democracia que en 2005 estaba consolidada y una demanda social, legítima, que lo está solicitando, ¿por qué no lo asume el Estado? Pues porque si lo hace, en seis meses, un año, se acabó. En cambio así tienes un continuo elemento de agitación."
Fuese por el deseo de defender la labor de su vida, fuese por honradez (tan escasa entre los socialistas), fuese porque conocía muy bien las catástrofes que provoca el PSOE cuando el sectarismo domina su cúpula, Santos Juliá era uno de los principales adversarios de la ‘memoria histórica’. Vea, querido lector, cuán destructivo es este concepto, que está devorando incluso a los socialistas más venerables.