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Agapito Maestre

A vueltas con España: España como problema

Acercarse los escritores y ensayistas que van del franquismo a la democracia es tanto como tratar de comprender por qué España, hoy, es un Estado “desnacionalizado”.

Acercarse los escritores y ensayistas que van del franquismo a la democracia es tanto como tratar de comprender por qué España, hoy, es un Estado “desnacionalizado”.
Pedro Laín Entralgo (1908-2001) | Real Academia de Historia

Trato de ceñirme en esta sección A vueltas con España a pensar los problemas intelectuales, especialmente la llamada cuestión nacional, que plantearon algunos escritores después del año 39 del siglo pasado, aunque soy consciente de la relevancia que tuvieron algunos agentes intelectuales antes y después de la Guerra Civil, valga citar dos ellos que son decisivos en la historia de la cultura española de ese período, Ortega y Gasset y D´Ors. En cualquier caso, grandes humanistas como Menéndez Pelayo, Unamuno e incluso el propio Ortega, por poner sólo tres ejemplos, prefiero leerlos antes a la luz que sobre ellos proyectan los autores de la postguerra que directamente, entre otras razones, porque eso nos permite estudiar con más precisión la evolución no sólo del régimen político de Franco sino también la llegada de la democracia. Acercarse a esos escritores y ensayistas, que van del franquismo a la democracia, es tanto como tratar de comprender por qué España, hoy, es un Estado "desnacionalizado". Parece que no existe una noción clara y distinta sobre qué es la Nación española.

Sí, la Guerra Civil destrozó España, la Nación; y, por desgracia, ni el Estado franquista ni el régimen del 78 han conseguido comprender la gran enseñanza de Ortega: sin una idea nacional es imposible un Estado democrático. Porque la nación es el supuesto básico de una sociedad de ciudadanos libres e iguales ante la ley, mi primera intención en estas páginas es dialogar con aquellos autores que, después de la Guerra Civil del 36 al 39, piensan y filosofan sobre España. Lejos de mí, por lo tanto, engolfarme con las grandes figuras que pensaron nuestra nación antes de esas fechas trágicas. Lo hago así por varios motivos, aunque el primero de todos -¡por qué no decirlo!- sea una manera de disciplinar mi trabajo.

Esa estrategia ensayística no implica desconsideración alguna sobre los grandes filósofos de la historia de España anteriores a esa época. Inevitablemente seguirán siendo citados aquí de uno u otro modo, pero yo procuro tratarlos de modo indirecto, o sea, a través de la lectura que de ellos hicieron los grandes protagonistas intelectuales de nuestra cultura de postguerra tanto la del exilio como la del interior. Me interesan tanto los que estaban fueran de España como los que vivían en el régimen franquista. Ejemplos de exiliados que piensan España son, según recordará el lector que siga esta sección, Bosch Gimpera, Carretero, Castro, Sánchez Albornoz y otros que seguirán apareciendo en entregas sucesivas. Un ejemplo sobresaliente de ensayista sobre España, ganador de la guerra civil y gran actor intelectual del franquismo cultural de la primera época, es Pedro Laín Entralgo.

Varias veces ha sido mencionado en estas páginas este prócer intelectual del franquismo y de la época socialista, pero hoy desearía dedicarle especial atención. Dos son los motivos clave para recordar a este historiador de la medicina, filósofo y humanista: primero, por la calidad intelectual y literaria de su propia obra, digna de estudio para las nuevas generaciones, y, en segundo lugar, por pertenecer a la Generación del 36, cuyo pasado, a todas luces franquista y autoritario y, en una primerísima época de su vida intelectual, nazi y totalitario, no fue obstáculo importante para dar cobertura ideológica a la izquierda española de la Transición a la democracia.

Sí, como demostrara con inteligencia el maestro César Alonso de los Ríos, los miembros de la Generación del 36, en general, y Laín en particular, fueron protagonistas esenciales de la izquierda política y cultural de la Transición. "Evolucionaron" desde posiciones totalitarias a actitudes "democráticas", es decir, pasaron por diferente etapas intelectuales y políticas. Algunos fueron firmes partidarios de planteamientos nacional-socialistas y nacional-sindicalistas, otros de la ideología del Imperio hacia Dios; más tarde, se empeñaron en legitimar la "democracia orgánica" y corporativa, y, al final, aceptaron y dieron cobertura a la llegada de la democracia parlamentaria. He ahí la prueba de que el franquismo no fue un bloque monolítico. Evolucionó a lo largo de 40 años. Pasó por diferentes etapas. Pues bien, entre los que ganaron la guerra civil y, luego, desempeñaron un papel importante en la Transición, destaca Pedro Laín Entralgo. Fue el gran intelectual del franquismo, fundó todo tipo de revistas culturales, publicó en todos los medios del régimen. Perteneció a todas la Academias y presidió muchos años la de la Lengua. Animó todos los grandes proyectos culturales e ideológicos de ese régimen político y, finalmente, se convirtió en un actor clave del proceso de transición de la cultura franquista a la democracia, incluso llegó a oficiar como un gran gurú de las letras en la época socialista de Felipe González.

Pedro Laín Entralgo ha sido el autor que mejor ha sintetizado, seguramente, la polémica intelectual española más importante del siglo XIX, a saber, el debate sobre la ciencia en España, que tuvo en la figura de don Marcelino Menéndez Pelayo a su principal protagonista. También estudió la discusión entre Castro y Sánchez Albornoz, según he constatado varias veces en esta sección, y algunos de sus trabajos tuvieron repercusión sobre Sánchez Albornoz. Tomó partido, por decirlo con brevedad, por Américo Castro. Laín fue, pues, un gran conocedor de los dos grandes debates intelectuales de la España contemporánea. Con ese telón de fondo y, naturalmente, atendiendo a esa especial circunstancia personal e histórica, política y cultural, que recorre la vida de Laín Entralgo, cabría hacernos algunas preguntas para intentar desentrañar eso que llamó Sánchez Albornoz el enigma de España: ¿cuáles son los vínculos, por ejemplo, entre las lecturas que de España, o mejor, sobre el retraso de España en el siglo XIX, que han hecho Laín Entralgo y Sánchez Albornoz?, ¿hay diferencias sustanciales entre la opinión de un exiliado, Sánchez Albornoz, y un hombre clave del régimen de Franco, Laín Entralgo?, ¿cuáles son las diferencias en las propuestas de un republicano y un intelectual de la época de Franco?, ¿son esas dos Españas, las representadas respectivamente por Laín y Sánchez Albornoz, irreconciliables?

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Esas preguntas están al margen, o mejor, pretenden poner en cuestión uno de los grandes engaños ideológicos más repetidos desde el año 48 hasta hoy, a saber, mientras que en el exilio se dio una gran polémica sobre la "esencia" de España entre Castro y Sánchez Albornoz, en la España franquista se dio una "caricatura" de esa controversia entre Laín Entralgo y Calvo Serer. Mentira sobre mentira. La polémica de Castro y Sánchez Albornoz no era exactamente sobre la "esencia" de España, y tampoco Laín Entralgo y Calvo Serer discutieron abierta y directamente sobre España, entre otros motivos, porque el primero siempre consideró que carecía de importancia el lema de "España sin problema" del segundo: "Nunca he entrado yo en debate con el señor Calvo Serer. Su consigna "España sin problema" me pareció y sigue pareciéndome una memez, y jamás he respondido a ella". Esta declaración de 1992, formulada en una carta al director de El País, es una repetición de lo mantenido en su Descargo de conciencia (1930-1960): "Algunos han hablado luego de una polémica entre Calvo Serer y yo, en torno a la cuestión que ambos títulos plantean" - se refiere a su España como problema y al libro de Calvo Serer: España, sin problema-. "Nada más lejos de la verdad. Siempre consideré una necedad el lema y el contenido del opúsculo de Calvo, opinión que por estas calendas tal vez comparta su propio autor, y jamás me he pronunciado en público acerca de él". Tampoco fue muy preciso Calvo Serer sobre la existencia o no de una polémica directa con Laín. Hay, pues, opiniones para todos los gustos en la bibliografía sobre el asunto: desde los que afirma que hubo polémica -en contra de las afirmaciones de los mismos Laín y Calvo-, hasta la negación de que nunca llegara a producirse nada parecido.

En cualquier caso, Laín quería dejar claro que su preocupación por España no era una "caricatura" de la polémica entre Américo Castro y Sánchez Albornoz. Sus trabajos sobre España como problema, naturalmente incluido el que terminó por darle título al libro, fueron escritos anteriormente a la polémica de los dos exiliados. La protesta de Laín contra quienes consideran que sus ensayos sobre España son una caricatura del debate de los exiliados está basada en los siguientes hechos: "La serie de estudios a cuya recopilación di el título de España como problema -me limitaré a nombrar Sobre la cultura española, Menéndez Pelayo, y La generación del 98- no pretendía indagar cuál es la "esencia" de España, y menos aceptar la tesis idealista y romántica del "espíritu del pueblo", de la cual siempre he sido adversario, sino mostrar cómo en el último cuarto del siglo pasado, y desde entonces hasta la Segunda República, se había hecho problemática la idea de España -la realidad de su presente, el proyecto de su futuro, la visión de su pasado-, y por consiguiente su vida en la historia. Lo mismo digo de otro libro mío bastante posterior, el titulado A qué llamamos España.

Salvo este último, en el cual es patente la influencia de las tesis de Américo Castro, mis libros sobre el problema de España son anteriores al primero de los que formalmente dieron a conocer la interpretación castriana de la historia de España (Los españoles en la historia, Buenos Aires, 1948); en modo alguno pueden ser una "caricatura" de tales tesis. Por lo demás, tampoco Américo Castro admitió nunca la idea del ´espíritu del pueblo`. Lo que él quiso hacer -con acierto o sin él; díganlo sus lectores imparciales y los especialistas en los temas que toca- es mostrar cómo se produjo el modo de vivir vigente entre los españoles cuando España compareció como tal en la historia de Europa. Empeño al cual, aunque se discrepe de la interpretación que Castro propone, no creo que responsablemente pueda llamársele ´debate lamentable`".

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Es, pues, obvio que España como problema, de Laín, nunca puede considerarse una caricatura de nada ni de nadie. Fue un libro original de alguien que aspiraba a ocupar la jefatura intelectual de Ortega y Gasset, e incluso alguien pensó después de la guerra que podría coger el testigo de José Antonio Primo de Rivera. Su repercusión en los autores de su generación fue decisiva. Algunos vieron en esta obra una de las cumbres del pensamiento español del veinte, incluso muy por encima de España invertebrada. José María Valverde, traductor, crítico literario y catedrático de Estética, una figura muy valorada por la izquierda socialista, llegó a escribir a favor de Laín y contra Ortega lo siguiente: "¡Cuánta mayor dosis de verdad, positiva y teórica; cuánta mayor mesura y cuánta mayor luminosidad cordial en un libro como éste" (se refiere a España como problema), "que en un libro como, por ejemplo, España invertebrada".

Tampoco López Aranguren, el más importante intérprete de Eugenio d´ Ors, que pasaba por ser el pensador "oficial" del Régimen de Franco, y luego pasado las filas socialistas y filonacionalistas vascas y catalanas, se quedó corto en la valoración de un texto concebido en plena Guerra Civil:

"La obra cumplida de este libro (…) ha surgido de una coyuntura muy determinada. Ha nacido de la situación de 1936. Porque la mucha retórica que de entonces acá ha ido depositándose sobre las realidades, hasta casi taparlas, no debe hacernos olvidar que en 1936, adquirió plena vigencia histórica una actitud nueva frente al problema de España (…) los mejores españoles de la zona nacional se propusieron una gran tarea. Ahora bien, la plena realización en el orden intelectual de esa gran tarea, es precisamente el libro que comentamos. José Antonio Primo de Rivera había dicho que era menester poner el modo de ser tradicionalmente español al nivel intelectual de nuestro tiempo. Claro que una cosa es decirlo y otra hacerlo. Pedro Laín lo ha hecho".

Ya ve, querido lector, el "progre" Aranguren de los años ochenta y siguientes, mantenía en los años cincuenta que Laín estaba cumpliendo todo aquello que José Antonio había dicho. Sí, sí, después de una alusión desdeñosa a la generación del 98, Aranguren marcaba distancias con Ortega y recogía algo de lo dicho por Laín: "Tal vez Ortega nunca tuvo conciencia suficiente de la fuerza social y psicológica que … posee en España la tradición católica". ¡Ay, los progres socialistas, cuánto deben a la evolución del franquista y d´orsiano Aranguren!

¿Cuál es el valor primordial del libro de Laín, España como problema , que resaltaban los franquistas de entonces y, después, legitimadores de la España socialista? He ahí la cuestión fundamental, que trataré de responder en la próxima entrega, para que podamos tratar con sosiego que tenían en común Sánchez Albornoz y Laín Entralgo.

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