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Julia Escobar

A propósito de Galdós

Con su poder de observación y su portentoso talento, llevó a cabo una ingente labor de reconstrucción de la novela española a la que rescató de las ruinas de la inteligencia dieciochesca.

Con su poder de observación y su portentoso talento, llevó a cabo una ingente labor de reconstrucción de la novela española a la que rescató de las ruinas de la inteligencia dieciochesca.
Galdós leyendo en una reunión de escritores | Wikipedia

"Pienso con horror en la celebración de mi centenario", decía Proust a un corresponsal. No sé si a Galdós le preocupaban estas cosas pero a nosotros sí porque es el legado del autor lo que se pone en tela de juicio en estas ocasiones, así como la imagen que se pretende que quede de él, si no para la posteridad, al menos para las nuevas generaciones. Una vez admitida su genialidad y olvidadas las burdas descalificaciones de algunos de sus contemporáneos, Galdós se perfila como el escritor más representativo y español de su época. Con su poder de observación y su portentoso talento, llevó a cabo una ingente labor de reconstrucción de la novela española a la que rescató de las ruinas de la inteligencia dieciochesca. En los cuarenta y seis volúmenes de los Episodios nacionales escribe la epopeya fundacional de la nación española. La trama histórica se convierte a su vez en un personaje y va evolucionando a lo largo de la serie, al compás de los acontecimientos, configurando dos planos narrativos paralelos: el de la acción novelesca, propiamente dicha y el de los hechos históricos, que se pretenden narrar fidedignamente aunque siempre protagonizados y rubricados por el "yo estuve ahí" de sus protagonistas.

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No contento con esto, en sus Novelas Contemporáneas organiza un vibrante fresco de la sociedad española de la Restauración, transmitiendo los más nimios detalles de las ciudades y los pueblos y de quienes los habitan, especialmente de Madrid. Nadie como él ha sabido acercarse de forma más compasiva, tolerante, y yo diría que piadosa, a todas las clases sociales: obreros, comerciantes, mujeres de la calle, burguesía y aristocracia, ni transmitir mejor el bullicio de los mercados, los cafés y las corralas. Su obra contiene toda la tragedia y la comedia de la vida, captada muy de cerca, a base de mirar, escuchar, oler. Al igual que Balzac, Victor Hugo, Dickens y Tolstoi, él es sin duda, uno de los grandes. Y al igual que ellos gozó de una gran popularidad. Incluso en su solitaria vejez, abandonado por las musas, ciego y enfermo, los niños le besaban la mano cuando le encontraban por la calle, adonde no había renunciado a salir, acompañado por su fiel criado Paco, para "oler Madrid".

Las últimas interpretaciones sobre su vida y obra insisten, casi de manera exclusiva, en presentárnoslo como un republicano a ultranza y un anticlerical "enragé", que lo era, pero rechazan, cuando no ocultan, la inquietud espiritual de algunas de sus grandes novelas. Me voy a referir aquí a esa serie de obras que se han calificado de místicas y religiosas: Nazarín, Ángel Guerra, Halma y Misericordia, son las más conocidas pero no las únicas. Doña Perfecta -la más anticlerical junto a La familia de León Roch y Gloria-, y en cierto modo Marianela, La Incógnita y Realidad, tampoco son ajenas al problema religioso, siempre en ese tono de crítica reformista que caracteriza a Galdós. En todas ellas el tema es la religión, aunque en su sentido menos teológico y más social: la caridad, la misericordia, la renuncia y el sacrificio, cuya más notable personificación es la Benina de Misericordia o Guillermina Pacheco, "la santa fundadora" de Fortunata y Jacinta.

A Galdós parecen preocuparle más los aspectos sociales de la religión que los problemas metafísicos y espirituales, como la existencia de Dios o la inmortalidad del alma. La religión que a Galdós le gustaría que se practicara está más cerca del protentastismo que del catolicismo y se corresponde antes con la sociedad civil que con el estamento eclesiástico. De ahí su evidente admiración por los misioneros y los filántropos, sobre todo los que, como Benina o Nazarín, dan todo a los demás sin pedir nada a cambio.

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No menos religiosas y bastante más teológicas son las del ciclo de Torquemada, en particular la última, Torquemada y San Pedro. Entre el Padre Gamborena y Torquemada, ya moribundo, se entabla una descomunal batalla por la salvación del alma de este último. Las conversaciones entre ellos no tienen desperdicio. El padre se desespera porque no consigue inculcarle la gratuidad de la salvación.

Torquemada no acepta que no haya posibilidad alguna de trato con las altas potencias celestiales. Pero si el materialismo de Torquemada es recalcitrante, también lo es el furor misionero de Gamborena. Tras un singular combate con el demonio (personificado en la tenaz obstinación del usurero en considerar la batalla como una negociación), Torquemada muere pronunciando la palabra "conversión". Pero al padre le queda la duda de si se trata de la de su alma o la de la Deuda.

También se debate mucho últimamente sobre las razones por las que no se le llegó a dar el premio Nobel y se le presenta como una víctima de la más negra reacción por parte de sus compatriotas. No digo que no hubiera presiones para que no se lo dieran, pero maticemos. Galdós fue propuesto candidato al premio Nobel desde 1912, no sin controversias internas (por cierto ese mismo año desde España se presentaron también las candidaturas de Rafael Altamira y Ángel Guimerá) y estuvo a punto de obtenerlo en 1914 (fecha en que quedó desierto por la I Guerra Mundial) y también en 1915, año en que se le concedió a Romain Rolland, según leo en el libro Los premios Nobel y su fundador de la Fundación Nobel, publicado en Aguilar en 1959 donde se dice que

"En la Comisión las opiniones estaban divididas. El autor español Pérez Galdós estaba apoyado por la mayoría, mientras que Rolland, como candidato rival, demostró al fin que disfrutaba de mayor favor en la propia Academia".

Dicho favor lo tenía gracias a sus opiniones pacifistas y el premio fue una especie de rehabilitación por las persecuciones de las que fue objeto Rolland en Francia. Pérez Galdós, dice la Fundación, no llegó a ser premio Nobel por fallecimiento, como ocurrió con Swinburg y Paul Valéry. Consúltese a este respecto la biografía de Galdós de Ortiz-Armengol y el libro El Premio Nobel de Literatura de Kjell Espmark, Nordika, 2008. Espmark fue presidente del Comité Nobel de 1988 a 2005 y escribió este libro cuando se abrieron los documentos desclasificados.

Hay aquí una historia, la de los premios Nobel de Literatura españoles y los candidatos al mismo, cuya investigación e interpretación está todavía por hacer. Interesante aspecto que puede dar al traste con más de una leyenda negra o dorada.

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