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Auge y caída del nazismo: esa pregunta recurrente

Libros del Asteroide edita por primera vez en español Todo en vano, la gran novela sobre la caída del nazismo del escritor alemán Walter Kempowski.

¿Cómo pudieron los alemanes, ese pueblo tan culto y civilizado, perpetrar algunas de las mayores atrocidades de la historia de la humanidad? Hay preguntas que se vuelven recurrentes porque su respuesta nunca puede ser satisfactoria. ¿Cómo consiguió Hitler escalar hasta el poder y aglutinar poco a poco el apoyo aparentemente unánime de la población alemana? ¿Cómo logró triunfar un plan que —ahora parece evidente— no era más que una locura atroz? "Las cosas no son tan sencillas", responderían los personajes de Walter Kempowski, y dejarían su halo de misterio para que el lector sacase su propia ristra de conclusiones incompletas. La historia, como respuesta a algunas preguntas recurrentes, nunca puede ser satisfactoria.

Y es que todavía cabría preguntarse otras muchas cosas. ¿Cómo vivieron los alemanes el desenlace de la guerra?, por ejemplo; ¿cómo fueron viendo el desmoronamiento de su grandeza aria, la derrota en el campo de batalla de las ideas, la caída del gran anclaje espiritual que seguía justificando, pese a todo, cualquier medio que estuviese dirigido hacia el fin supremo y prometido por el nazismo? ¿Cómo experimentaron el agotamiento de su fe? "Las cosas no son tan sencillas".

No lo son porque las preguntas tampoco están bien formuladas. Pero precisamente para eso, para reformularlas, Kempowski llevó a cabo uno de sus últimos trabajos literarios. De esa forma Todo en vano (Libros del Asteroide) —que ha sido editado por primera vez en español y que llegará a las librerías el mes que viene— se manifiesta como una única respuesta, insatisfactoria y recurrente, a una multitud de preguntas que sólo cobraron fuerza a medida que el final de la utopía nacionalsocialista se fue aproximando al corazón de Alemania de la mano del Ejército Rojo.

Walter Kempowski publicó esta novela en el año 2006 y se adentró de en un terreno que, pese al paso del tiempo, todavía no había sido demasiado trabajado en Alemania: no ya el del fanatismo de los nazis más convencidos, sino el de la pasividad de una población que pudo hacerse preguntas y no quiso, por no toparse con la insatisfacción de las respuestas. "Las cosas no son tan sencillas", resuena una y otra vez a lo largo de las páginas; y ese lamento funciona como un último refugio ante el desmoronamiento del andamiaje moral que había permitido a tanta gente vivir sin grandes desgarraduras de conciencia en una época marcada por los extremismos. La voz de Kempowski es eficaz entonces, porque no se eleva ni les juzga. Nadie puede hacerlo realmente. Por sus páginas desfilan multitud de personajes y multitud de circunstancias. Y ese mosaico de vidas humanas funciona como un antídoto contra el maniqueísmo fácil que suele acompañar a este tipo de revisionismo histórico. Los alemanes, en gran medida, fueron simplemente personas que no quisieron recoger el guante que les lanzó la historia.

Pero el libro tampoco es una justificación. Su retrato es convincente precisamente porque se adentra en una sociedad acomodada y apática. El nazismo está perfectamente asentado entre sus habitantes, y a muy pocos parece molestarle. Sin embargo, esa pasividad retraída —signo de un egocentrismo nuclear— termina siendo la imagen que mejor describe su destino. Igual que trajo paz en un tiempo en el que el mundo estaba en guerra; fue recogiendo miseria a medida que el conflicto se fue acercando hacia a sus casas. Entonces, al estilo de las tragedias griegas, en las que al final siempre parece que las desgracias podrían haber sido evitadas fácilmente, la destrucción va llamando a cada puerta sin distinguir entre los buenos y los malos. Y es que nadie es sólo una cosa o la contraria. En medio de esa atmósfera fatídica, todos van echando la vista atrás y planteándose el sentido de su historia colectiva. "¿De dónde?". "¿Adónde?". Repasan la curva vertiginosa de su apogeo y su caída y vuelven otra vez: ¿De dónde venimos? ¿Adónde vamos? Y ante esas preguntas recurrentes sólo consiguen cosechar esa única respuesta insatisfactoria: todo ha sido en vano.

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