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Sonsoles Ónega: "El día que las mujeres consigamos domesticar la culpa, seremos mucho más libres"

La escritora y periodista publica su sexta novela Mil besos prohibidos (Planeta), una historia de pasiones prohibidas y segundas oportunidades.

Constanza, una mujer definida "por las pérdidas", y Mauro, un cura con una penitencia autoimpuesta, se reencuentran veinte años después de haber vivido un intenso amor de juventud. Se reavivan unas cenizas que ni mucho menos estaban apagadas y surge una necesidad de rebobinar en el tiempo. "Sin duda, el encuentro le había provocado una sacudida. Un navajazo a su cordura". Esta historia de pasiones prohibidas, pecados y segundas oportunidades, contextualizada en los momentos que han sacudido la actualidad en España en las últimas décadas, es el argumento de Mil besos prohibidos (Planeta), la sexta novela de la escritora y periodista Sonsoles Ónega (Madrid, 1977).

"Ese olvido no se domestica, ni se ensaya. Tampoco se aprende a olvidar. Es un verbo que no debería tener conjugación".

PREGUNTA. Has decidido contar una historia de pasiones prohibidas, recurrente en literatura (El pájaro espino, Del amor y otros demonios, Lolita, La letra escarlata...) ¿Por qué?

RESPUESTA. Tenía ganas de bucear en una historia de amor interrumpido, con tintes de imposible, en un marco contemporáneo y actual. Es una novela en la que vuelco todas mis preocupaciones emocionales y las que tengo como ciudadana de este tiempo.

P. En la ambientación hay mucha actualidad.

R. Es una historia de amor en un paisaje en el que hemos visto el cuestionamiento de todo lo establecido, hemos asistido a la gran crisis económica y a la gran crisis institucional. Está en la novela casi de manera paralela a la vida de los personajes. Son personajes destruidos por las circunstancias de sus vidas en un entorno destruido por las circunstancias de otros. No tiene nada de realidad y a la vez lo tiene todo.

P. ¿Es consecuencia de tu profesión de periodista?

R. Esa necesidad de hacer una literatura realista es algo que siempre me ha gustado por compromiso periodístico. Me sale la vena periodística que no puedo ni quiero taponar. En esta novela lo vuelco todo.

P. Los besos prohibidos, por ese carácter de ilícito, ¿saben mejor?

R. Sí, el ser humano siente atracción hacia lo prohibido. Nos resulta más sugerente, más atractivo. El condicionante del padre Mauro —su sacerdocio, la imposibilidad de traicionar sus convicciones— hacen que Constanza tenga más empeño en conseguirlo, pero a la vez más pudor. Ellos se reivindican por encima de todo, piensan que ellos estuvieron antes de todo. Fue un amor interrumpido. Es un canto a la segunda oportunidad.

P. Colocas a tu protagonista, a Mauro, en un complicado dilema en el que entran en contradicción su fe y sus deseos. ¿Cómo ha sido ponerse en la cabeza de un cura?

R. Ha sido apasionante. No quería construir un personaje a partir de lo que yo pienso sobre los sacerdotes o con lo que yo creo sobre cómo reaccionarían ante la pasión. Quería saber exactamente cómo se comporta, cómo siente, cómo reacciona un cura cuando se descubre frágil por enfrentarse a una historia como la del padre Mauro. He aprendido muchísimo trabajando mano a mano con un sacerdote que me ha ayudado. Tenía muy claro que quería que el personaje fuera de verdad, que sus reacciones estuvieran bien documentadas. He aprendido del sacrificio del hombre que se compromete hasta el punto de renunciar a su propio cuerpo. Respeto profundamente a la Iglesia, pero ahora la entiendo mejor.

P. El personaje de Constanza está muy magullado. Ha sufrido varias tragedias y guarda un secreto que pesa demasiado. ¿Resume las duras pruebas que nos pone la vida?

R. Constanza es una contadora de pérdidas. Es una mujer consciente de que las grandes enseñanzas de la vida surgen de las pérdidas y no de lo que vamos ganando. Está salpicada por la culpa y atesora el secreto de la familia que le hace, de alguna manera, vivir una vida impostada. Es una mujer que cree que la vida le tendrá que devolver algo de todo lo que ha penado y ese algo es Mauro, que aparece como su gran ilusión y su fuerza renovadora.

P. A través de ella, lanzas al lector varias reflexiones.

R. Es un personaje que me permite reflexionar sobre lo que somos en una sociedad de aparente transparencia. Constanza viene a demostrar que no somos lo que parecemos, que todos tenemos un secreto grande o pequeño que no queremos desvelar. Demuestra también que nuestros orígenes no nos definen, aunque no podamos despegarnos de ellos. Es una mujer rebelde, que levanta contra lo que considera injusticias en su vida profesional.

P. Describes muchos tipos de amor: imposible, incondicional, romántico, a una madre, a un hijo… ¿Cuál es el más potente?

R. Como el amor a un hijo no existe nada. Las percepciones del amor son tan variadas como los ciudadanos que lo sienten. El amor nos mueve y a la vez nos paraliza, nos puede llegar a condenar o, en el caso de estos personajes, nos rescata del infierno. Cuando fui madre, descubrí que el amor hacia un hijo es único, distinto a todo lo que has sentido a lo largo de la vida. Es incondicional, implica un perdón constante y garantiza dosis de generosidad que a veces faltan en el amor de pareja.

P. En esta historia, hay una necesidad de "amar de verdad". Socialmente, ¿nos hemos acostumbrado a un amor cómodo, seguro, a pesar de que no sea real?

R. Hay un momento en la novela en el que se dice "mientras dure". Creo que las relaciones se han instalado en ese "mientras dure". No estamos muy dispuestos a sacrificarnos por la pareja, en parte, porque no nos creemos nuestras promesas y hemos dejado de ser profesionales de nuestros afectos. Hoy se ama en las redes sociales, no sé si eso es muy real o genera relaciones ficticias.

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Sonsoles Ónega | Carlos Rui B.K.

P. Los protagonistas, de jóvenes, se dicen: "Nos esperaremos toda la vida". ¿Cuánto valen esas promesas?

R. No valen nada. Seguro que hay historias maravillosas de amores eternos, pero las estadísticas de divorcios están ahí. Probablemente sea producto del tiempo que nos ha tocado vivir. Creo que la pareja es un estado perfecto para sobrevivir. Lo que hace falta es que funcionen. Esta es una novela que defiende el amor en un tiempo en el que parece una imposición caducada porque se piensa que las mujeres solas son más modernas y que la pareja reivindica el patriarcado. Esta novela reivindica todo lo contrario, el amor como fuerza trasformadora. Si todo funciona, claro, evidentemente.

P. En estas páginas hay desazón, tristeza, resentimiento, dolor en todas sus vertientes. ¿Cómo has hecho esta introspección?

R. Esta novela ha coincidido en el tiempo con un momento personal muy complicado que también me ha servido a mí para inventar una historia con final feliz a la que todos aspiramos, por muy simple que parezca esa aspiración. Todo brota de mí.

P. La culpa también serpentea toda la novela.

R. Es un sentimiento que literariamente me ha atraído mucho. En mis últimas tres novelas está presente. La culpa es un sentimiento muy femenino, aunque en esta novela el padre Mauro también la padezca. Las mujeres arrastramos una mochila de culpa. El día que consigamos quitárnosla nos pareceremos muchísimo a los hombres en la ligereza con la que el hombre avanza en la vida. Tenemos sentimientos de culpa por no ir a una extraescolar, por no estar en la puerta del colegio a la hora, por robar tiempo para hacer realidad nuestras carreras profesionales. Todo eso es muy femenino y tenemos que corregirlo nosotras mismas. No hay ley en el mundo que pueda regular las dosis de culpa que recaen sobre la mujer. Es, y lo creo desde hace muchos años, la gran asignatura pendiente de las mujeres. El día que consigamos domesticar la culpa, seremos mucho más libres y tendremos muchos menos prejuicios a la hora de conciliar.

P. ¿Es una culpa autoimpuesta?

R. Arrastramos una educación judeocristiana, nuestras raíces están ahí. Las mujeres han sido programadas para tener hijos, crear el nido. Eso históricamente ha sido así. Gracias a Dios, y a las generaciones anteriores, como por ejemplo las mujeres que estuvieron presentes en la construcción de este país durante la transición, nos demostraron que se puede hacer todo. Tenemos que pelear nosotras mismas para combatir la culpa, si no, no progresaremos. Lo tengo muy claro. No depende de un gobierno, ni de izquierdas ni de derechas, depende de nosotras. Hay que detectar la culpa, requiere una labor de diagnóstico personal importante.

P. También hay muchos "y si": "si hubiera hecho esto", "si hubiera dicho aquello". ¿Somos propensos a ese estilo de tortura?

R. En parte sí. Es muy fácil juzgar el pasado. Hay una circunstancia fundamental en esta novela sobre esa condicionalidad: y si el padre Mauro en lugar de ir por esa acera de la Gran Vía hubiera ido por la otra... Nos viene a demostrar que el destino se impone de manera inapelable en la vida de los hombres y las mujeres. Es un tema que me obsesiona. Contra el destino podemos hacer lo justo, es un camino transparente que está ahí.

P. En estos personajes, parece ser cierto aquello de cualquier pasado fue mejor. ¿Tendemos a dulcificar los recuerdos?

R. Totalmente. Yo creo que el ser humano necesita pasar página para superar circunstancias personales y también históricas –desde guerras a la muerte de un hijo– pero la memoria nos tiende algunas trampas. La memoria es caprichosa y a veces queremos volver a instantes en los que fuimos felices creyendo que eso que vivimos era abundante cuando en realidad era escaso. Esta novela reflexiona sobre el paso del tiempo, sobre esos archivos que tenemos en la cabeza a los que queremos volver como salvavidas del presente.

P. ¿El tiempo lo sana todo o maquilla el dolor?

R. Lo sana todo, pero a veces no suficiente. Cuando tienes una asignatura pendiente, te persigue de forma obsesiva. Es lo que le pasa a estos personajes. Cuando las historias se interrumpen dejando una conversación pendiente, el paso del tiempo no es suficiente.

P. ¿Tú tienes una conversación pendiente?

R. Todos las tenemos. No tiene que ser con un amor, puede ser con un amigo o con un familiar que se fue. Esta novela coge de la solapa al lector y le grita "vivan ustedes, vivan sin temer al tiempo y a sus circunstancias, vivan sin que les paralicen las consecuencias". Eso me parece una lección de vida, que yo me aplico, porque de repente viene una pandemia y nos deja sin vivir todo eso que se queda a medias.

P. Y hablando de pandemias, ¿cómo la estás viviendo?

R. He llevado muy mal el drama de las residencias y de nuestros mayores. No sabíamos que se nos morirían tantos y que se nos morirían solos. Me sobrecoge y no sé cómo vamos a cerrar esa herida como sociedad. Por otra parte, me ha indignado y me sigue indignando que nuestros gobernantes sean incapaces de darnos soluciones. Espero que pasemos a limpio todas las enseñanzas, que sepamos hacerlo mejor.

P. Además de publicar esta novela, estrenas programa en Telecinco, La casa fuerte, un formato totalmente distinto a lo que venías haciendo. ¿Te da vértigo?

R. Me da miedo lo desconocido. Espero compensarlo con las ganas que tengo de explorar este formato, con personajes distintos a los que suelo tratar en la parcela informativa. Espero estar a la altura de la audiencia, que es muy exigente y que sabe mucho, más que yo.

Sonsoles Ónega. Mil besos prohibidos. Planeta, 2020. 352 páginas. PVP: 20.90 euros

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