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Agapito Maestre

Diario de la pandemia. Choque emocional y crisis nacional

Es imposible ser español sin un pensamiento sobre España, sobre el Mundo, que nos haga cargo del fracaso liberal.

Es imposible ser español sin un pensamiento sobre España, sobre el Mundo, que nos haga cargo del fracaso liberal.
Benito Pérez Galdós de joven

Viernes, 26 de junio de 2020.

De la democradura a la angustia existencial.

No quisiera hoy escribir de la actualidad política, pero la realidad se impone. La "democradura" impuesta por Sánchez-Iglesias no entrará en crisis por los chanchullos entre la Fiscalía General del Estado y Podemos. Al contrario, reforzará los mecanismos autoritarios utilizados por el Gobierno para simular que vivimos en un régimen democrático. Si todo lo que se cuenta sobre la relación de Iglesias y los fiscales es verdad, no entiendo por qué la Oposición no convierte este asunto en tema prioritario para limpiar la democracia. Quizá porque necesita legitimarse ante una deriva autoritaria de la que también el PP es responsable.

Pero, fuera de este monumental escándalo, ningún analista político serio deja de considerar que en España estamos en un cruce dramático de varias crisis: la sanitaria, la económica, la política y, sin duda alguna la que vendrá pronto, la social. El sistema democrático entero está en peligro. Acaso por eso el gobierno Sánchez-Iglesias transfiere todas las responsabilidades sobre la gestión de la Covid-19 a los mesogobiernos regionales. Otra prueba sobre la carencia de legitimidad democrática de un gobierno populista. En estas circunstancias el fin del estado de alarma ha creado en la población tanta angustia como liberación. La ingenuidad filosófica para entender qué está pasando ha desaparecido por completo. Mientras los más torpes se refugian en la "ingenuidad" infantil y cándida, la mayoría de los ciudadanos han perdido su capacidad de sorprenderse y aprender algo de lo más superficial de esta crisis. El desanimo, pues, es total. Nadie es capaz de percibir algo en las cosas que pudiera alumbrarnos en el futuro. Los mecanismos colectivos en los que estamos metidos, casi encerrados, han castrado la necesaria actitud de ingenuidad para pensar y reflexionar sobre esta tragedia mundial de la Covid-19.

Casi a nadie le importa la perversa confusión del Gobierno y la Oposición entre la nueva normalidad y la invención tramposa de "otra realidad". ¡Qué más da! En todo caso, a fuer de ser sincero, tengo que reconocer que la mayoría de los dirigentes de los partidos políticos vive, como el resto de los ciudadanos, en un permanente estado de inquietud o choque emocional. Toda Europa, el mundo, vive un vértigo angustioso. Nadie sabe cómo y cuándo puede terminar esto. La crisis de la Covid-19 nos tiene a todos en un estado de de angustia psicológica. El mañana no existe y todo el mundo quiere irse de vacaciones. Es como si todos fuéramos a la vez víctimas y culpables. La gente vive angustiada pero con ganas de vivir. ¡Contradicción! No. Parece que todas las emociones son compatibles. En fin, la enfermedad no se va y las cosas pintan mal.

Sábado, 28 de junio de 2020.

Un filósofo escribe sobre Entretelas de España.

El maestro de maestros, el filósofo Carlos Díaz, me manda una reseña de mi último libro Entretelas de España. Meditaciones sobre una nación moribunda, que me ha hecho pensar. Y algo de ella aquí tendré qué decir, pero antes de nada lean lo escrito por el filósofo español:

"Me lo he leído de un tirón. Acaba de aparecer la semana pasada el libro homónimo de Agapito Maestre, uno de los raros pensadores españoles que en la actualidad aún se preocupa por lo español, y que recoge el guante de todas las polémicas básicas que se han librado a favor y en contra de la identidad patria.

La posición de Maestre se sitúa en el estro de Ortega, de Menéndez Pelayo y de los mejores intelectuales apologetas de España. Entra y sale nuestro autor como Pedro por su casa de las casas de Sánchez-Albornoz, Américo Castro y otros grandes clásicos hispanistas, llegando también a Calvo Serer, Laín Entralgo, y muchos más ya contemporáneos, con los que yo mismo he polemizado. Personalmente no conozco a nadie que sepa más de todo esto a lo que denominamos España. Agapito Maestre es un españolista felizmente desacomplejado, y su presencia ubicua en los medios le señala como un polemista de corazón en la antípoda de un folclórico. Su pluma, su corazón y su mente son liberales, de un liberalismo bien tajado. Ante la imposibilidad de resumir un libro tan lleno de contenido (y a la vez tan legible y pedagógico, profundo y dinámico) me veo forzado a invitar a lo que para mí ha constituido una gratísima lectura.

No puedo estar más de acuerdo de lo que estoy con que nadie da un duro por España, y menos en unos tiempos en que los nacionalismos separatistas buscan sin cesar su voladura, que probablemente logren, pues todo cambia y también las almas de los pueblos, sus geografías y sus historias, también los vivos mueren. A mí, que soy un nostálgico empedernido, tal cosa me displace, pero todo cambia y nada es. Ciertamente, los españoles apenas saben ya cuáles son los límites de su patria, como el granjero americano, sin que tampoco falten los que ven a "este país" como un chicle cuyas fronteras pueden estirarse a como dé lugar, desde el sur de Francia hasta La Rioja. Y esto no sólo retóricamente, sino poniendo los muertos sobre la mesa para empezar a dialogar sobre España: '¿Cómo es posible que los españoles se hayan matado entre ellos, cuál es la sustancia moral de los españoles que los conduce a estas guerras fratricidas, en fin quiénes somos los españoles?... Desdichado mito acuñado por Larra en su célebre epitafio: 'Aquí yace media España; murió de la otra media'. Pues España sigue siendo dos Españas, no sin haber sido antes lo que la ha llevado a ser la que es hoy, a saber, una sombra, una ilusión, una quimera, cuya definición queda expresada en los garrotazos de Goya. Somos la eterna guerra civil.

Dicho lo cual, tengo un problema con Agapito Maestre, y es que él es liberal español, y yo libertario metapátrida, pero eso ni me roba afecto a su persona, ni me lleva a despreciar su inteligencia. Y, siendo para mí tan grato dialogar con el oponente buscando la luz pero sin dejar cadáveres de por medio, declaro mis hostilidades intelectivas al amigo a partir del capítulo decimosegundo. Al profesor y catedrático Maestre no le molesta el filósofo Santayana cuando decía que 'la lealtad de un hombre hacia su país debe ser condicional, por lo menos si es un filósofo', aunque añade: 'pero, seguramente, erraba cuando apelaba a que la humanidad y la justicia estaban por encima de la patria. Creo que una apelación abstracta a las ideas de humanidad y justicia, lejos de resolver nada, aun enmaraña y complica más el asunto. Tampoco puede hablarse de patrias en abstracto. No todas las patrias son iguales. Por favor, filósofos antipatriotas, un poco de respeto por lo real. Quienes confunden unas patrias con otras, hacen mala filosofía. No se puede filosofar, pensar, contra todas las patrias sin caer en los riesgos que se derivan de una palabrería vacía. Los filósofos antipatriotas son tan torpes como aquellos otros que ocultan los problemas filosóficos, que se derivan de lo real, con soluciones etimológicas. Las etimologías ayudan, pero nunca resuelven. Las palabras no abarcan nunca toda la realidad: decir que todas las patrias son iguales de falsas y envilecedoras es negarse a pensar, distinguir y matizar. Mi patriotismo puede ser muy limitado, pero jamás me llevaría a decir que estoy contra todas las patrias'. Por tanto, y de acuerdo con Ortega, Agapito Maestre añade a la frase orteguiana 'la Nación no es nosotros, sino que nosotros somos Nación', esto otro: 'La Nación es anterior a nosotros'.

Ahí queda todo un manifiesto político, si bien su denotación es tan grande que lo hubiera podido firmar Hitler, sin que esto sea escandaloso para nadie. Lo que me interesaría mucho más es ir al argumento filosófico, que mi querido amigo Agapito Maestre despacha con cierta ingenuidad. Todo lo que se piensa es de suyo un concepto, y por tanto una idea, una esencia, y de esto no se salva patria ni matria alguna. España es, en consecuencia, un concepto devenido a lo largo de la historia, la cual también es un concepto. Inevitablemente, también es un concepto decir que 'realismo es un concepto'. Contraponer incluso 'la realidad' al 'concepto' es ya una contraposición inevitablemente conceptual.

De ahí que defender que no todas las patrias son iguales, o que sí lo son, es estar reconociendo que detrás de su pluralidad hay un eidos o esencia común a todas ellas, pues de lo contrario no podríamos hablar de la patria, ¿no decía eso el Gorgias de Platón?

Por otra parte, no sentir apego por tal o cual patria, e incluso sentir desapego por todas, no es un problema disnoético o de debilidad argumental, antes al contrario, son muchos los filósofos y pensadores que se han declarado no patriotas precisamente porque aman lo universal, sí, la unidad de destino en lo universal, aunque también lo universal sea un concepto, y precisamente por ello, y no al modo en que los platónicos desquiciados creen que las ideas son arcángeles desplumados.

A lo menos yo me declaro metapatriota porque me disgusta la estructura real de la patria, gobernada como está por un Estado de banqueros, por una judicatura que come en la mano del poder, inevitablemente partidista, por una policía dependiente, en fin, toda esa concatenación cínica que habla en favor del reparto de justicia real (y a la vez, por supuesto, conceptual), aunque no sea lo mismo el Estado noruego que el Estado de Teodoro Obiang Ngema. Esto me impide creer en la hipóstasis patria, ni en su correspondiente Estado hipostasiado sin mezcla de mal alguno, como infortunadamente lo han vendido socialistas, comunistas, liberales e incluso libertarios extraterrestres.

Nada pues de apelar a algo abstracto como si fuera real, ya leí a Platón en griego (de ahí mi interés por la etimología, que ayuda más que su ignorancia) y en eso no puedo seguirle. Por eso no soy anarquista de pajaritos preñados, ni creo en la candorosa bondad de Rousseau. Pero sí actúo desde fuera del Estado patriótico sin que me moleste el concepto patria, sino la realidad Estado que le es indisoluble. Como apátrida libertario no voto aunque, para saber por qué no voto, estudio lo que puedo; lamentablemente soy mucho más torpe de lo que me gustaría. Así pues, amado amigo Agapito, te propongo que escribamos un libro titulado 'Por y contra la Patria', ya sabes a quien correspondería escribir el por y a quién el contra. Incluso podíamos jugar a abogados del diablo, defendiendo cada uno la parte en la que no cree, quizá me volviera más patriota que tú. Después, mandaría echar al fuego como Quijote escarmentado mi ya viejo libro España no, gracias".

Domingo, 28 de junio de 2020.

Liberal y/o libertario

Sobre la crítica del maestro Carlos Díaz a mi libro solo puedo mostrar mi agradecimiento más sincero. Y también una leve objeción. Todo es espiritual en Carlos Díaz, incluida la carne propia y ajena. Un ingenuo ejemplo de mi visión, de mi personal percepción, del gran maestro del anarquismo y cristianismo españoles, más que le cueste reconocer su origen de marca hispánica (¡qué sería de su filosofía, de su finísimo y personalista pensar cristiano, sin el uso de las etimologías, al fin, de la lengua española!), es la sugerente reseña que ha escrito de mi libro. Ha conseguido elevar la carnalidad de mi pensamiento a un grado tan alto de espiritualidad que ni siquiera yo me reconozco en ella. Si eso me sucede a mí, autor de la obra, imagino que otro tanto le pasará a quien, antes de sumergirse en su lectura, lea el "ensayo" (esta reseña es filosófica pero sin prueba) de Carlos Díaz sobre mi libro.

Por eso, para fomentar otra lectura de mi libro, o estimular a que futuros lectores cuestionen mis argumentos, escribo este comentario fraternal a mi reputado crítico. Aunque no descarto mi afán polémico, mi gusto por la búsqueda de la verdad a través de la discusión, naturalmente apasionada, no es mi primera intención cuestionar la espiritualidad apatrida, universal y cosmopolita de mi querido Carlos Díaz. Solo escribo, querido lector, para que nadie se pierda por esa zona inmaculada, limpia y transparente en que Díaz ha situado mi libro. Por el contrario, creo que mi pensamiento está en un ámbito más bravío del que le gustaría al maestro Díaz. ¡Mira que si, al final, estuviera mi posición más cerca del libertarismo de lo que supone mi crítico! De ahí que no comparta un matiz, de su Laudatio y menos aún puedo aceptar de buen grado el "argumento" clave de su "crítica".

Sí, hermano Carlos, no es que te quedaras corto en la laudatio, sino que quizá te hayas pasado de frenada en el reproche. El filósofo español Carlos Díaz valora, quizá sobrevalora, mi libro al situarlo en la tradición liberal española. El honor que me otorga no sé, en verdad, si está suficientemente justificado. Pero caso de que yo mereciese esa "gracia" no debería haber olvidado cuál es mi aportación, o mejor dicho, cuáles son mis razones, mi temblorosa razón y pulso intelectual, para reivindicar aquí y ahora el liberalismo español. En corto y por derecho, creo que mi amigo Carlos Díaz olvida, en verdad, el argumento central del libro: el fracaso, el radical fracaso, del liberalismo español. Fracaso, naturalmente, no de la filosofía liberal, no de Galdós, Menéndez Pelayo, Altamira, Ortega, Menéndez Pidal, Castro, Sánchez-Albórnoz, Laín Entralgo y otros grandes autores que trato en mi libro, sino de un pueblo, de una sociedad y, sobre todo, de unas "elites" políticas e intelectuales incapaces de hacerse cargo de esa gran tradición, especialmente, después de la Guerra Civil y durante la actual etapa democrática.

Ejemplo de lo que digo sería la propia reseña de Carlos Díaz, quien parece no darle importancia a lo que para mí es decisivo en todos los capítulos del libro, en cada una de sus páginas y renglones, en fin, en cada gota de mi mejorable prosa intento levantar acta de lo evidente: es imposible ser español sin un pensamiento sobre España, sobre el Mundo, sin hacerse cargo de ese fracaso liberal. Y, más aún, es imposible ser español sin quererlo ser. Huelga abundar ahora sobre la no contradicción entre la sabiduría parmenidea, pensar es igual a ser, y el voluntarismo unamuniano que nos obliga a cada paso a dotar de conocimientos, de razones, esa voluntad de ser.

Sí, es imposible ser sin un pensamiento. No voy a renunciar a estas alturas de la película, titulada el desvarío filosófico de Europa, al mayor creador de la filosofía de todos los tiempos. Renunciar al poema de Parménides sería tanto como renunciar a Pensar. A transitar por la Vía de la Verdad. Y por eso, precisamente, es plausible, viable y posible ser español sin necesidad de comulgar con algún tipo de nacionalismo heideggeriano o nacional-socialista. La grandeza del liberalismo español con respecto a otras tradiciones nacionales ha consistido en hacer loable, meritorio, encomiable y, en fin, creíble la defensa de la nación sin caer en la barbarie nacionalista. He ahí la inteligencia de Ortega, por ejemplo, sobre otros formas de pensar la nación en Europa. Nunca el gran liberalismo español dejó de considerar un anacronismo que la nacionalidad fuera la "forma más perfecta de vida colectiva".

Claro que pensar es ser. Solo faltaba que alguien viniera a darnos una lección de etimología, de falsas etimologías y de "crítica nominalista" para hacernos olvidar lo esencial: el fracaso del ser de España. De los españoles, incluidos los que se consideran "ciudadanos del mundo". Soy del parecer de Unamuno, qué algo sabía de filología y filosofía, al decir que "en la inmensa mayoría de los casos eso de saber la etimología de una palabra no pasa de una curiosidad ociosa y sin ulterior alcance, dado que las palabras han venido cambiando, no ya de forma, sino de significado". Nadie se embarulle, pues, con falsos academicismos conceptuales, impostaciones argumentativas, contradicciones performativas y otras lindezas del viejo Crátilo platónico, o del nuevo análisis del lenguaje, para hacernos olvidar, o peor, diluir los problemas reales, históricos, en problemas del lenguaje. El de España no es solo una cuestión de lenguaje, que también lo es, sino una tragedia real.

En fin, querido Carlos, pienso, lucho conmigo mismo, para no diluir los problemas en palabras. La cosa nunca se agota en un concepto. Es el poderío de la otra tradición filosófica de la que me reclamo, el materialismo. Sin duda también es su límite. Por eso, querido lector, decía en la primera línea de este texto que Carlos Díaz había conseguido algo inédito en mi propio pensar, a saber, hacer espiritual la materia, la carne, de mi propio pensamiento: España, hoy como en tiempos de Ortega, no existe como Nación. En todo caso, muchas gracias, querido Carlos, por tus elogios y críticas a un libro de meditaciones sobre una nación moribunda. Es otra buena razón para aceptar tu invitación a escribir a cuatro manos un libro a favor y contra España. Te sigo queriendo, entre otras muchas razones, porque eres un filósofo genuinamente español, que está más cerca de España que de Dios.

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