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Agapito Maestre

Diario de la pandemia. Se buscan culpables y literatura

El gobierno de Sánchez es maestro en culpabilizar a otros. Cualquier cosa harán antes que responsabilizarse por sus errores.

El gobierno de Sánchez es maestro en culpabilizar a otros. Cualquier cosa harán antes que responsabilizarse por sus errores.
Escena de 'Manuela' de García Pelayo

Madrid, viernes, 24 de julio de 2020.

Se buscan culpables.

En una cosa, me comenta un amigo, igualan a los procuradores de Franco: en la magnitud de su aplausímetro. Mismas testudes humilladas. Es tan cierta esa igualación como su búsqueda desesperada de culpables. Ahora han puesto el ojo en los jóvenes y en los bares de madrugada. Mañana se fijarán en otros grupos y pasado en los que no salen a la calle. Y, al final, terminarán echándonos las culpas a todos los que critiquemos la ineptitud de los políticos. El gobierno de Sánchez es maestro en culpabilizar a otros. Cualquier cosa harán antes que responsabilizarse por sus errores.

Estamos peor que la semana pasada. Los rebrotes de la enfermedad crecen por todas partes. Estos hijuelos terribles del maldito virus seguirá haciendo estragos. El Gobierno es inepto para coordinar un plan nacional que amortigüe los daños y solo parece preocupado por eludir responsabilidades. ¿Serán estos rebrotes del virus aprovechados por Sánchez como en el pasado utilizó Zapatero los brotes verdes? Seguro que lo intentarán. Pero, si vamos al fondo del asunto, da más o menos igual que el Gobierno manipule la epidemia para mantenerse en el poder. Quizá si tuviera enfrente una Oposición contundente, la cosa sería distinta. Pero la vacuidad, inoperancia y corrección política de Casado y los suyos empiezan a aburrir; y, además, esa camarilla de relamidos no deja pasar un día sin cortarles las alas a las personas de ese partido que más saben de la cosa.

El daño del Gobierno y la Oposición está hecho, incluso han conseguido entre todos inutilizar la capacidad de maniobras que tenían las CCAA para limitar contagios, combatir la enfermedad y gestionar los hospitales. La epidemia vuelve, pues, a traer más contagiados, enfermos y muertos, mientras que el Gobierno, sospecho que con el consentimiento y las tragaderas del PP, sigue ocultándonos las cifras reales de la calamidad. Mienten todos como bellacos. Esto parece que no tiene solución.

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Los españoles seguirán cayendo como moscas, pero el Gobierno seguirá sin darle a la epidemia el dramatismo que tiene. Tampoco pedirá perdón por los errores cometidos. Persistirá con arrogancia en decir que la manifestación del 8-M no tuvo importancia. No hará campaña pedagógica alguna para lo que vendrá en Otoño. Y, por supuesto, ya nadie habla de hacer test masivos a la población… Todo es desolador. Esto parece un callejón sin salida. Ni de viaje podemos salir como no sea por motivos laborales. Vayas dónde vayas el coronavirus está presente. Y enfrente nadie que nos dé pautas mínimas para combatirlo.

Me llama un amigo desde Bilbao. Viaja con frecuencia a esta ciudad por motivos laborables. Se instaló en el hotel de siempre, pero apenas había alojadas cinco personas. El restaurante estaba cerrado. El bar permanecía entreabierto con una sola luz encendida. No había ruidos ni nada. Solo vacío y oscuridad. Por un momento no supo dónde ir ni dónde mirar. La desolación le pudo. Pronto llegaron sus fieles compañeras: tristeza y soledad. Tan parecidas al viento que se diría que no tienen forma. Se instala en cualquier sitio del alma y solo los más intrépidos son capaces de permanecer junto a ellas. El resto de los mortales, los menos atrevidos y osados, bastante hacemos con tratar de eludirlas con lecturas, músicas y películas.

Madrid, 25 y 26 de julio de 2020.

Puerto de Santa María.

Llamo a un amigo que vive en San Sebastián de los Reyes, pero me dice que lleva unos días en el Puerto de Santa María por asuntos familiares. Al oír el nombre de esa bonita ciudad no puedo dejar de evocarle un par de anécdotas inolvidables. La primera es de un día muy caluroso del verano de 2008. Fui a ver un mano a mano entre José Tomás y Morante de la Puebla, con toros de Nuñez del Cubillo. La plaza estaba a reventar. El festejo resultó un desastre. Una corrida para el olvido. Dos cornadas sufrió José Tomás, pero el tío siguió en el ruedo hasta el final, y Morante de la Puebla se desmayó del bochorno y pasó por la enfermería. Unos versos grabados en un azulejo, dedicados a la plaza del Puerto, fue el regalo que mi hice de regreso para tierras manchegas. Eran y son de mi amigo Aquilino Duque; aún me acuerdo de los primeros cuatro versos:

Me viera yo en tus carteles

una tarde marinera

haciendo con tu bandera

señales a tus timoneles.

La segunda se refiere a la lectura en la que estoy enfrascado estos días. Ahora mismo, cuando hablo con mi amigo, escritor y poeta, tengo abierto un libro por una página memorable que nombra la ciudad:

"Villalón escribió los primeros versos en el colegio de los jesuitas del Puerto de Santa María. Fue entonces cuando sus ojos, camino de Puerto Real, separaron por primera vez del paisaje al pino de corona; el paladar la sal del viento; y sus ojos apreciaron que la luz de allí, a fuerza de fuerzas, desintegra al color y está a punto de traspasar los edificios como los rayos X."

Salina de los pinares,

donde se peinan los pinos

cuando los despeina el aire.

¡Bajos de Guía! ¡Salmedina!

Espejo de los esteros,

bandejas de agua salada.

donde están los salineros.

Los versos son, obviamente, de Villalón y el texto pertenece a uno de los libros más hermosos de la literatura española contemporánea. Fue el primer libro de Manuel Halcón, Recuerdos de Fernando Villalón. (Apunte para la historia de una familia). Fernando y Manuel eran primos y se llevaba veinte años de diferencia. Los dos eran aristócratas y los dos llevaban tinta en las venas. Y también los dos fueron mecenas de la revista Mediodía, donde los jóvenes sevillanos inauguraron un sitio literario, ni más ni menos que el grupo poético español más importante del siglo XX: la Generación del 27, o mejor, la "poesía del 27" como la bautizara uno de sus principales animadores, Antonio Núñez de Herrera. Fernando, miembro de pleno derecho de ese grupo, gracias a este libro quedo ya para siempre incrustado como un ligero diamante en el anillo de la mejor poesía española del sigo veinte. Sólo por esta obra yo habría puesto a Halcón en los libros de texto de Historia de la literatura española.

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Estos días, sigo contándole a mi amigo Iñaki, leo y releo en un par de libros de Manuel Halcón. Se trata de dos volúmenes de sus obras completas, que fueron genialmente prologadas por la más fina escritora catalana del siglo XX, Paulina Crusat, quien tanto ayudó a Juan Marsé en los comienzos de su carrera literaria. Halcón me sigue pareciendo el inventor de la gran novela cinematográfica. Quiero decir que muy pocos en España entendieron tan bien como él el significado del cine para la novela moderna. Pareciera conocer todos los secretos de la fotografía con movimiento, especialmente la invención del primer plano, que siempre se atribuye a Griffith, y un nuevo método de interpolación, llamado montaje, que tanto partido sacaron los rusos en los primeros tiempos de la Revolución Soviética, huelga citar a Eisenstein. La rapidez, virtud del cine, es traslada con morosidad andaluza a la narrativa contemporánea. Todo es rápido, ágil y fluido en la prosa de Halcón.

Pero nunca, dicho en corto, cae el sevillano en la prisa. Quizá fue demasiado moderno para los escritores que aún se demoraban páginas y páginas describiendo cualquier nimiedad, pero vino como anillo al dedo a una sociedad que había evolucionado con el cine. Halcón fue muy leído en su época entre los años cincuenta y setenta. Estilo, sin duda, cinematográfico. Novela de vanguardia. Sobre su escritura dijo:

"Comprendo que mi sintaxis no es regular, sino generalmente figurada; le doy bastante juego a las figuras de construcción. Muchos pueden tener esto por defecto. Lo acepto con la esperanza de que se me reconozca que, dada la rapidez con que el escritor debe montar las ideas en la obra de imaginación, la transparencia es absolutamente necesaria para que resista la turbiedad que acumula el tiempo. Me atengo a que la idea, en la novela moderna, debe estar supeditada a la dinámica de reflejos humanos de la época. Las descripciones minuciosas, cumplidas, no hay quien las aguante ya. El cine y los cursos acelerados modificaron el ritmo de la percepción".

Pues todo eso, querido Iñaki, está ya contenido en ese libro 1941, Recuerdos de Fernando Villalón. Este libro es puro cine. Una obra narrativa, que recoge lo mejores poemas de uno de los grandes del 27, está esperándote en tu casa para que te haga más soportable la pandemia de la Covid-19. ¿Qué digo soportable? Te hará feliz. La exquisita prologuista acertó al reconocer que los Recuerdos no es propiamente una novela. Tampoco son una biografía. Apenas hay fechas, no se intenta un relato coherente de la vida del poeta, se hace un uso muy parco de la información inagotable que el autor de la semblanza lleva en la memoria (…). Pero la técnica empleada es de novelista, y de novelista moderno. Halcón toma ´vistas`de unos cuantos rasgos y lances que le parecen dignos de recuerdo, y la figura se va precisando. Eso se llama escribir de cine. Halcón consigue que, después de leer su libro, Villalón quede como una gran figura de la literatura de ficción. Pero real, tan real como que fue al colegio de los jesuitas de El Puerto de Santa Maria con su amigo Juan Ramón Jiménez.

Creo que he conseguido persuadir con mi perorata a mi amigo el poeta, nacido en Bilbao y residente en San Sebastián de los Reyes. Me confiesa que nunca había oído hablar de Halcón, aunque sí conoce los poemas de Villalón. A lo que contesto que, seguramente, tampoco yo me habría acercado al ilustre sevillano si no hubiera sido por que mi amigo Gonzalo García Pelayo, quien llevó al cine su última novela, Manuela. Así es de cruel la cultura española con sus autores. Un escritor portentoso de la época de Franco, desaparecido como quien dice antes de ayer, en 1989, hoy es casi un desconocido. Ha creado un mundo literario tan completo de la mujer que no tiene parangón en las letras españolas, como demuestra Gonzalo García Pelayo en su extraordinaria película. Era un tipo que concebía la vida para la felicidad. El hombre sabía, al contrario que los existencialistas, que podía alcanzarla. Escribió con elegancia, es decir, con belleza novelas de cine para los inteligentes que saben hacer de la vida un disfrute, aunque él acabo con su vida descerrajándose un tiro en la boca. Cuando Alberti regresó del exilio, lo primero que hizo fue ir a visitar a Manuel Halcón en su piso de La Castellana. Habían sido compañeros de estudios en el colegio de los jesuitas del Puerto de Santa María… Manuel Halcón escribió en septiembre de 1936, en plena Guerra Civil, en el frente de Talavera de la Reina, el mayor canto que yo haya leído en mi vida en loor y memoria del enemigo: El amigo enemigo. Si eso escribió en el 36 sobre su amigo Andrés, con carnet de la FAI y caído en combate, por Dios, cómo no se iba abrazar en los setenta con Alberti.

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