Juan Antonio Ortega Díaz-Ambrona vivió la Transición intensamente. Fue uno de los políticos que la llevaron a cabo, ostentando cargos de importancia en los primeros gobiernos de UCD —entre otras cosas, fue ministro de Educación—. En estos tiempos en los que desde algunos partidos se ha querido poner en entredicho aquel periodo, publica una crónica exhaustiva a base de recuerdos en Las transiciones de UCD (Galaxia Gutenberg), continuación obligada de su obra anterior: Memorial de Transiciones. Hablamos con él.
Pregunta: Dicen que vivimos tiempos de transición. ¿Hacia dónde? ¿Qué pide realmente la población española a sus políticos?
Respuesta: Todos los tiempos marcan transiciones, más rápidas o más lentas. Es imposible saber de antemano a dónde van, pero se puede intuir. La población española, según datos fiables, no tiene buena opinión de sus políticos. Los ve poco fiables, incumplidores de la palabra y, algunos, corruptos. Con mucha labia y poca efectividad. Creo que la población desea soluciones para estos tres problemas: la pandemia, la recesión económica y el independentismo en Cataluña.
P: A los que hablan de que vivimos bajo el 'Régimen del 78', ¿qué les diría?
R: Les diría que construir el sistema constitucional de 1978 costó mucho y ha durado casi 42 años. Se hizo con consenso y por consenso puede ser reformado. Pero es insensato y suicida tratar de echarlo abajo sin más.
P: ¿En aquel momento, cómo fue posible toda la tarea de "desbrozamiento", a medida que se eliminaban tinglados o se desarrollaban leyes e instituciones nuevas que sentasen las bases de una futura democracia? Sorprende que, aparentemente, los más fieles al franquismo —o el ejército y la Iglesia— contemplasen todo ese proceso sin una oposición demasiado violenta.
R: Desde 1973 a la muerte de Franco se forjaron por aproximación líneas de consenso que permitieron la aprobación de la nueva Constitución. Las Fuerzas Armadas comprendieron que muerto Franco habían de estar con el Rey y su gobierno. En lo eclesiástico favoreció la recepción del Concilio Vaticano II, impulsada por varios prelados, encabezados por el cardenal Tarancón.
P: Hablando de eso, en el libro dice en repetidas ocasiones que UCD era más reformista que rupturista. ¿Hasta qué punto era necesario romper con el pasado y hasta qué punto bastaba sólo con reformarlo? ¿Es precisamente eso lo que ha permitido que ahora salga gente a hablar de "franquismo encubierto"?
R: Sí, correcto. Yo hablaba entonces de una "reforma sustantiva" para llegar a una nueva Constitución. Los iniciales partidarios de la ruptura aceptaron un acuerdo que desembocó en una ruptura pactada.

P: Desde entonces, ¿se ha reformado lo suficiente la Constitución, o ha existido un bloqueo de partidos que ha impedido que se fuese adaptando paulatinamente a los tiempos cambiantes?
R: Ha habido reformas menores en la constitución, alguna de ellas, para mí, discutibles. Soy partidario de consensuar reformas concretas en la Constitución. Pero las fuerzas políticas han de hablarlas y buscar puntos de encuentro. No se debe modificar la Constitución con un "trágala" que lleva al fracaso, al enfrentamiento y al movimiento pendular que tan mal nos ha ido.
P: Es que, a toro pasado, parece que la Transición fue una cosa fluida. ¿Nos olvidamos de la tensión y de la sensación de que todo podía venirse abajo al menor paso en falso? ¿Cómo recuerda aquellos años?
R: Tengo un recuerdo muy vivo de esos años (1978-1983). Por eso he escrito sobre mis experiencias. Narro los episodios de violencia terrorista, de atentados del GRAPO y de ETA; de secuestros de políticos, de asesinatos de militares, de jueces y fiscales, de empresarios; de siniestras bombas a ciegas y de tiros en la nuca. Un horror. Pero yo siempre confiaba en que España llegaría a ser una democracia pluralista al estilo europeo.
P: Sobre la violencia legítima del Estado, sin embargo, algunos hablan de lo contrario. Hace nada fue noticia el juicio argentino a Martín Villa. Y cada poco tiempo algunos medios vuelven a sacar a la palestra a Billy el Niño, entre otros, y hablan de la impunidad de los torturadores del franquismo. ¿Qué opina usted?
R: También hubo violencia ilegítima por parte del Estado o del Gobierno al reprimir manifestaciones, por ejemplo, incluso con resultado de muerte. Pero los gobiernos sucesivos han procurado aclarar e indemnizar los casos probados. Que una juez argentina venga ahora a juzgar a un exministro español (a cualquier español de a pie) por sucesos acaecidos hace 44 años me parece de aurora boreal, por decirlo suave. Eso no quiere decir que en España, de acuerdo con nuestro ordenamiento, no podamos enjuiciar torturas, comportamientos sádicos o sus consecuencias, pero sin echar a la basura la Ley de amnistía.
P: ¿Qué ocurrió el 23-F? ¿Tiene alguna teoría que le convenza más?
R: Yo cuento con detalle en mi libro lo que viví el 23F, porque estuve allí dentro secuestrado. Y sé que el Rey acabó con aquello. Qué pasara antes lo ignoro. Dejo abierta la interpretación de hechos posteriores indudables como el indulto del general Armada, acordado en 1988 por enfermedad grave e incurable (arritmia cardiaca con fibrilación auricular) cuando tenía 69 (y llegó a los 93). Formulo mi deseo apremiante de que los historiadores puedan examinar todos los documentos y las grabaciones de las conversaciones telefónicas. Pero no tengo datos convincentes para avalar una "teoría" frente a otra. Mis intuiciones están en el libro.
P: Otra cosa. El Poder Judicial acapara muchas portadas últimamente. ¿Cree que está consiguiendo mantener su independencia?
R: Sí. Yo estoy convencido de que los jueces españoles ejercen su función, en general, de manera independiente, de acuerdo con su personalidad individual e interpretando la ley en conciencia. Claro que algunos políticos parecen preferir que no fuesen tan independientes al juzgar ciertas conductas suyas...
P: En el libro se muestra receloso con el Consejo General del Poder Judicial. ¿Puede explicarse mejor?
R: Claro. Creo que el Consejo General del Poder Judicial es una institución fallida, en buena medida. Se siguió un modelo y ciertas prácticas poco recomendables, como la llamada lottizzazione, un invento italiano para cocinar candidatos, no solo en el caso de magistrados, que se ha extendido tanto como la pasta asciutta, en su cocina ordinaria. Y con esto vamos mal, como explico en el libro. El sistema de cuotas es funesto.
P: A día de hoy, sin embargo, muchos magistrados se muestran decepcionados con el creciente corporativismo de las asociaciones judiciales. Dicen preferir el sistema actual, de pacto entre los grandes partidos para la elección del gobierno de los jueces.
R: Es posible que sea así, pero los datos no avalan que esa preferencia sea mayoritaria, ni mucho menos. Yo no tengo esa idea. Más bien me inclino a creer que los partidos tienden a decidir los nombres de los vocales como una especie de intercambio de cromos letal. Y luego se arropan en la soberanía, como cuando en las cruzadas se atacaba al grito de "¡Dios lo quiere!". Es una pena.
P: Por otro lado, también tenemos una Fiscal General del Estado que llegó al cargo directamente desde la cima del Ministerio de Justicia y habiendo sido diputada del partido gobernante. ¿Cómo permite eso la Constitución?
R: Que eso lo permita la Constitución, o no, depende de lo que diga el Tribunal Constitucional. No sé qué hará. Sí sé que si los de UCD hubiéramos propuesto como Fiscal General al ministro de Justicia inmediatamente anterior de nuestro partido nos hubiera despellejado todo el mundo.

P: Hablemos del sistema autonómico. Usted se muestra crítico con el "café para todos" y con cómo se tuvo que desarrollar el asunto finalmente. ¿Puede explicarse un poco mejor?
R: Sí, mi idea era más bien que el salto al sistema autonómico debía haber estado más pegado a la realidad identitaria de las "nacionalidades y regiones". Y que el País Vasco, Cataluña y Galicia tenían rasgos diferenciales. La Constitución marcaba esa senda. Pero no salió. Esa es la realidad.
P: ¿Pero no ha terminado siendo así, en la práctica, a medida que tanto País Vasco como Cataluña han ido consiguiendo cada vez mayores competencias con el paso de los años?
R: Sí, en eso tienes razón. Tanto País Vasco como Cataluña han sido gobernadas prácticamente durante todo este tiempo por nacionalistas, que practicaban lo que yo llamo la "estrategia de la alcachofa". Han ido vendiendo apoyos a cambio de competencias como si estuviesen deshojando una alcachofa. El problema es que nos hemos quedado sólo con el tallo. Y eso no puede ser.
P: ¿Pero cree que si el sistema autonómico se hubiese desarrollado desde un principio de una forma más acorde a la que usted defendía se hubiese evitado ese problema?
R: Posiblemente no. Pero mi respuesta a tu primera pregunta tiene que ver con las distintas soluciones que barajamos entonces. Yo siempre creí que tenía más lógica diferenciar entre autonomías con lengua propia y autonomías generales. Tampoco comprendí nunca ese experimento de las comunidades uniprovinciales, si te soy sincero.
P: Cambiando de tercio. En el libro habla de la Ley Orgánica sobre modalidades de Referéndum. Es un tema que trae cola. Hace años hubo partidos que ganaron mucho apoyo popular hablando de que hacía falta una "democracia más directa". ¿Qué opina usted sobre el asunto?
R: Estoy a favor de avanzar hacia a una democracia más directa, que empezaría por abrir algo este sistema electoral nuestro de listas "cerradas y bloqueadas". Tan largas todas ellas, además, como la que tenemos que votar en Madrid, Barcelona, Bilbao, Valencia, Málaga o Sevilla. Pero alcanzar una democracia directa a base de referendos al estilo suizo no creo que sea hoy posible, ni recomendable.
P: ¿Por qué no?
R: Pues para empezar porque Suiza tiene una tradición de siglos con respecto al referéndum. Allí, además, sus cantones son bastante pequeños, lo que facilita esa manera de proceder; y todo su sistema es completamente distinto al nuestro. Que quieran hacer pasar las consultas del 1-0, como las llamaban, por referéndums legítimos, no se sostiene. No hubo garantías de ningún tipo. Se trata de una vía inconstitucional que, además, trae más problemas de los que soluciona. Eso no quita que no podamos variar el sistema actual para acercarnos a una democracia más directa. Yo, que voto en Madrid, cuando veo las listas cerradas me irrito. Conozco a la mayoría de los nombres que están ahí puestos, pero si uno me parece idiota no puedo no votarle junto al resto del partido. No tiene sentido.
P: Sobre el derecho de autodeterminación también escribe bastantes páginas. La Constitución lo niega, y se ampara en que la legislación internacional sólo lo reconoce para casos postcoloniales. ¿Es posible llegar a un acuerdo con los separatistas catalanes, o ya hemos llegado a un punto de no retorno?
R: La cuestión independentista no se puede resolver en estos momentos. No cabe resolverla, sino a lo sumo disolverla. El derecho de autodeterminación no existe en la realidad real. Pero hemos ingresado en el mundo onírico, para unos en forma de pesadilla y para otros como ensoñación placentera de su ego. Así no hay manera.
P: ¿Qué opina de las críticas a la cesión de competencias en educación a las autonomías? Muchos profesionales dicen que en ciertas Comunidades no se enseña, se adoctrina.
R: De la educación hablo mucho en el libro, y algunos pueden llevarse ciertas sorpresas, recordando lo que pasó. Creo que la educación se administra mejor de forma descentralizada. No tengo duda de eso. También que hay que educar en los valores constitucionales. Sobre todo dando buen ejemplo y no de boquilla.

P: ¿Pero se está educando en los valores constitucionales en ciertas regiones dominadas por el nacionalismo?
R: Están ocurriendo cosas lamentables en la educación de ciertas regiones. En Cataluña y el País Vasco tergiversan la historia y la enseñan de una forma acorde a unos intereses políticos concretos. Ahí lo que ha fallado es la Alta Inspección Educativa, en mi opinión. Eso no quita que pueda haber una gran educación con un sistema descentralizado.
P: Otros critican, con relación a los nacionalistas de esas comunidades autónomas, que un error de nuestra democracia ha sido que nunca ha sabido involucrarlos en el Gobierno de toda España. Se necesitaban sus apoyos y se les concedían prebendas, pero ahí quedaba todo.
R: Yo siempre fui partidario de que en los Gobiernos de España hubiese miembros de partidos nacionalistas catalanes o vascos. Nunca salió y esa es una de nuestras más señaladas carencias, unida a nuestra torpeza para construir gobiernos de coalición. Ahora parece que estamos iniciando la EGB de esto.
P: Por ir terminando. Se habla de la Transición como una época de consensos. ¿Qué diferencia a los partidos —y a los políticos de entonces— de los de ahora?
R: Los años 1979 y 1980 fueron de consenso. En esa época no se miraba a los dirigentes de los partidos competidores como enemigos, sino sólo como adversarios. Ahora resulta muy penoso ver cómo cosas nimias provocan broncas e insultos a la mínima. No han entendido bien los valores constitucionales.
P: Lo decía porque usted reconoce que por aquel entonces tenían en varios políticos de la Restauración a sus referentes, pero no parece que ahora nadie pretenda emular realmente a los de la Transición.
R: En la Restauración hubo un cierto "fair play" entre Cánovas y Sagasta; entre conservadores y liberales. Cuando la alternancia se quebró todo se vino abajo, poco a poco, pero de modo ineluctable.
P: ¿Por qué se hundió UCD?
R: El hundimiento tuvo forma de desbandada de líderes que abandonaron el barco cuando creyeron que se iba a pique. Hubo un virtuoso ejercicio del arte de la fuga. A ello favoreció la malformación congénita de UCD y el cierre brusco de financiación que asfixió al partido. Lo cuento en el libro con pelos y señales; con tranquilidad y sin nostalgia.
P: ¿Es posible un partido de centro duradero en España, o tarde o temprano se verá obligado a virar hacia su izquierda o su derecha?
R: Yo me siento centrista y desearía un centro duradero en España. Por definición un centro debe poder apoyar según los casos a la derecha o a la izquierda. Pero eso no lo entiende bien la cultura política dominante en España. Ya veremos qué pasa con Ciudadanos.
P: ¿Es posible que pueda volver a darse un nuevo "quinquenio UCD", que reforme la democracia a base de consensos sin amenazar con destruirla y sin pasar por alto a una mitad de la población?
R: No lo veo posible. Pero también es cierto que el sistema de partidos está cambiando con la irrupción de Podemos y sus confluencias por la izquierda, Ciudadanos en el centro y Vox en la derecha. Son novedades interesantes que veremos a dónde llegan, en cuanto salgamos del horror de la pandemia y la recesión económica. Como dijo un famoso historiador del siglo XX, estamos en tiempos interesantes. En realidad todos lo son...
P: Es que otro mito repetido es el de las dos Españas irreconciliables. Se dice que la Transición consiguió superarlas, pero otros señalan que llevamos cuarenta años de alternancia pacífica entre una y otra y que de ahí a que se desate nuevamente la violencia hay dos pasos. ¿Seguimos condenados a no entendernos?
R: El virus del movimiento político pendular es endémico en España. Y no terminamos de aprender ni de olvidar. Es lamentable.
P: ¿Qué futuro le augura a España?
R: España nos sobrevivirá a todos pero cambiará sin cesar, como ya lo ha hecho en los siglos precedentes. No se necesita descubrir el Mediterráneo en cada generación.