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Pedro de Tena

García Morente, vida privada y totalitarismo

El estado tiene sentido si garantiza y hace crecer desde la igualdad de oportunidades las vidas privadas de las personas en la máxima libertad posible

El estado tiene sentido si garantiza y hace crecer desde la igualdad de oportunidades las vidas privadas de las personas en la máxima libertad posible
Manuel García Morente | Archivo

En el discurso leído en el acto de recepción en la Real Academia Española el 25 de mayo de 1975, Miguel Delibes recordaba la importancia de la vida privada para que la vida sea realmente libre. Ante la recomendación de la Unesco de formular un código internacional para la protección de la vida privada, se preguntaba si no eran los Estados los primeros interesados en terminar con ella y mencionaba expresamente a George Orwell y a Aldous Huxley como los precoces denunciadores del totalitarismo.  

Ortega, el gran maestro, escribió que “para un Estado idealmente socializado lo privado no existe, todo es público, popular, laico. La moral misma se hace íntegramente moral pública, moral política: la moral privada no sirve para fundar, sostener, engrandecer y perpetuar ciudades; es una moral estéril y escrupulosa, maniática y subjetiva. La vida privada misma no tiene buen sentido: el hombre es todo él social, no se pertenece; la vida privada, como distinta de la pública, suele ser un pretexto para conservar un rincón al fiero egoísmo…”

Y premonitoriamente, anticipó el pensamiento de la ministra socialista Isabel Celaá, que sentenció que ni siquiera los hijos eran de los padres. Para este tipo de personas autoritarias “no compete, pues, a la familia ese presunto derecho de educar a los hijos: la sociedad es la única educadora, como es la sociedad único fin de la educación”. Ni siquiera en un “Estado magnífico”, se rebelaba Ortega,  debe supeditarse por completo la vida privada a la vida pública. Eso es una “perversión y un error” si lo que se quiere es vivir en libertad.

Más aún. Ortega clamaba contra la “nostalgia del rebaño” que reclama pastores y mastines.  Y añadía con clarividencia: “El odio al liberalismo no procede de otra fuente. Porque el liberalismo, antes que una cuestión de más o menos en política, es una idea radical sobre la vida: es creer que cada ser humano debe quedar franco para henchir su individual e intransferible destino.” Es decir, cada persona tiene derecho a una vida privada libre que es mucho más que el derecho a la propiedad legítimamente forjada o heredada.  

Sólo hay que releer lo que el reputado escritor americano Philip Roth escribió en El País en 2013 sobre la vida en el sistema totalitario de la Checoslovaquia soviética antes de 1989 para sentir el horror: “Así es la vida en un sistema totalitario. Cada día trae una nueva angustia, un nuevo estremecimiento, un nuevo sentimiento de impotencia y una nueva reducción de las libertades y la libertad de pensamiento en una sociedad censurada, atada y amordazada".

Y añadía: “Con los ritos de degradación habituales: el ataque contra la identidad personal que la arrastra a la deriva, la supresión de la autoridad personal, la eliminación de la seguridad personal, el deseo de solidez y de ecuanimidad ante una incertidumbre constante. La imprevisibilidad como norma y la inquietud permanente como perniciosa consecuencia".

El filósofo Agapito Maestre ha destacado la importancia de lo privado para la democracia liberal, la única auténtica. El totalitarismo trata de convertir todo asunto en asunto político. Ortega lo llamaba “politicismo integral”. En su aportación a la Asociación Estudios de Axiología bajo la forma de un manifiesto liberal esgrimió nuestro pensador que la distinción entre lo privado y lo público es determinante para los defensores contemporáneos de la democracia. “No hay teoría de envergadura filosófica sobre la democracia que no mantenga esa distinción básica para defender todas las facetas de la individualidad humana".

Según ha confesado el propio Pedro Sánchez, el vicepresidente del gobierno de España, Pablo Iglesias, está obsesionado con la penetración política en las vidas privadas de los ciudadanos. Sobre todo, está fascinado por mandar en el sistema de información militar y el servicio de espionaje, por dominar la televisión pública y las redes sociales y, naturalmente, por controlar el poder judicial que, en una democracia, debe ser lo más independiente posible del gobierno. A saber quién trata de ser el pastor y quién se empeña en ser el mastín.

En un libro ya clásico de Carl J. Friedrich y Zbigniew Brzezinski sobre el totalitarismo, se resume como característica primera de su dictadura la presencia de una ideología elaborada que cubre todos los aspectos vitales de la existencia del hombre y a la que todos los ciudadanos deben adherirse. Esto es, la vida privada no forma parte de la sociedad perfecta cuya sustancia final es el terror de lo público. Si estamos al principio, en la mitad o inmersos ya en un proceso de ese tipo, es algo que los españoles tenemos que dilucidar para reaccionar adecuadamente.

Si hay un pensador español que ha tratado de profundizar en la vida privada en su relación con la libertad y la cultura ha sido Manuel García Morente. Y también con lo “hispano”. Recuerda el profesor Rogelio Rovira en su introducción al Ensayo sobre la vida privada que para Morente “el sentido hispano de la vida” se basa, “en el predominio de la realidad sobre la abstracción, del ser individual sobre la definición racional, de la persona sobre la especie, de lo privado sobre lo público”.

Su breve Ensayo, de menos de treinta páginas,  estructura el contenido de unas conferencias dictadas en Buenos Aires en 1934. Sin embargo, parece que estuviese escrito hoy. “En nuestros días, la vida suena y truena como nunca. Inunda las calles, los palacios, las salas públicas, las reuniones, los desfiles. Ha abandonado el recato de la alcoba y la soledad de la biblioteca. Nuestro vivir de hoy es un vivir extravertido, lanzado fuera de sí mismo, al aire libre de la publicidad”, dice al comienzo. Si no se refirió a la TV, las redes sociales y a Internet en general es porque, como es obvio, no existían.

Frente al personaje de Ayn Rand, en Los que vivimos, que decía: “Las personas como tú y como yo no tienen vida privada sino únicamente deberes de clase (léase consigna de partido)”, García Morente enarbola la idea fertilizante que defiende que “la vida del hombre es radical, esencialmente la de cada hombre, la de cada individuo, la de cada persona. Esta, empero, es la que justamente llamamos vida privada, para distinguirla de la vida pública…”

Toda renovación viviente brota de “los íntimos senos de la persona… La especie se renueva por los individuos. En la soledad insobornable de cada cual es donde tiene su origen todo empuje y aliento, que transforma la faz de las cosas para cumplir el eterno destino del hombre: hacerse y deshacerse en la duración del tiempo, en la historia".

Para determinar qué es la vida privada, Morente distingue tres posibles relaciones entre dos personas. Bien ninguno de los dos 'conoce', esto eso, sabe quién es, al otro; bien los dos «se conocen» uno al otro o bien uno de los dos es conocido del otro, pero no conoce a este otro.

La primera es la relación “pública” o “anónima”, “la relación que mantenemos con los representantes de la autoridad: guardias, jueces, magistrados, funcionarios; es también la relación que mantenemos con los representantes de una profesión: tranviarios, chóferes, empleados, comerciantes, taquilleros, camareros, médicos, farmacéuticos; es, por último, la relación que mantenemos con los representantes de la pura humanidad, en la calle, cuando les dejamos paso o les pedimos cortésmente perdón por haberles tropezado". En esta relación hay mínima individualidad y las conductas están regladas por la ley general que contempla lo común abstracto de las personas, no lo personal que hay en ellas.

La segunda forma de relación es la “privada”, la que rompe el anonimato con la “presentación” que informa sobre quién es cada cual dando vía libre a la individualidad concreta. Es la relación que es establece entre “personas verdaderas”, no abstracciones y podría llegar a la compenetración total de ellas pero, como no es posible porque nadie puede abdicar de su individualidad no transferible, la relación privada admite graduaciones desde lo más contaminado por lo público a la absoluta soledad personal.

La tercera relación, uno conoce a otro, pero este otro no lo conoce a él, es la relación de la “fama”. La persona famosa se sabe invadido por la mirada de los desconocidos y aunque disfruta con ello, sufre asimismo por no poder zafarse de verse convertido en objeto. “La vida del hombre famoso deja en cierto modo de ser su vida y se convierte en una vida; de substantivo propio se transforma en substantivo común, es decir, en cosa. Por estas razones se comprende el doble sentimiento de atracción y de repulsión que la idea de ser famoso ejerce sobre los hombres”, dice.

Pero no es lo mismo conocer a una cosa que a una persona. La cosa tiene naturaleza y la persona es pura libertad.  La cosa es objeto y la persona es sujeto. La cosa es qué y la persona es quién. “Conocer la individualidad personal viviente como se conocen las cosas, esto es, reduciéndola a conceptos genéricos, sería tanto como destruirla, aniquilarla, desindividualizarla. Por eso, el único modo de llegar más o menos a ella es entrar en ella. Y para entrar en ella no hay otra manera que vivir con ella. Así, pues, el modo de esa intuición que pone en relación dos personas es el mutuo trato o comercio, es la compenetración, la convivencia, la simpatía, la compasión".

¿Cuándo comienza la vida privada? Cuando elegimos con libertad con quiénes queremos conocernos y reconocernos. “El momento inicial de la vida privada consiste en señalar entre todos los hombres presentes algunos, con los cuales nos hallamos más dispuestos o gustosos de emprender una relación de convivencia, de mutuo trato, de recíproco 'conocimiento'. Existe, pues, en el umbral de la vida privada, un elemento estimativo, una preferencia”. Esto es, libertad.

En la vida privada, que puede estar más o menos presente en una sociedad según una escala que la anula casi totalmente, comunismo,  o la potencia al máximo posible, liberalismo, aparecen tres formas fundamentales de expresión como son la amistad, el amor y la soledad fecunda donde se fraguan las energías personales y civiles y se decide el destino de cada cual en libertad.

Ni la amistad, ni el amor ni la soledad, como formas radicales de la vida privada, “pueden ser suprimidas por la invasión de lo público. Pero pueden ser, en cambio, falseadas en su íntima estructura". La amistad puede verse falseada sustituyendo la libre colaboración bajo la forma del contrato y bajo su conversión en relación “política” (adulación, exigencia).

El amor puede falsificarse dejando de ser la fusión de dos vidas trocando la confidencia en cinismo y la preferencia en erotismo. La soledad se falsifica mediante su confusión con la obstinación y el aislamiento.

De hecho, lo público invade el ámbito de lo privado. Tres ejemplos muy característicos añadiré de esta conversión de relaciones privadas en públicas. El primero es la relación del patrono con el obrero ya convertida en un mero contrato legal y relegando la riqueza de los oficios y profesiones en la categoría uniforme de “proletariado”.

La segunda es la relación doméstica y familiar cada vez más penetrado por lo “legal” eliminando lo que tenían de vital y personal. La tercera, la relación entre maestros y discípulos, entre profesores y alumnos, está sepultada por la “colectivización” de la enseñanza que reduce el contacto entre unos y otros a la mera transmisión del saber objetivo sin apreciar la compenetración espiritual.

García Morente cree que “la fuente creadora de la cultura humana hállase en el individuo viviente, en la soledad personal, en la vida privada… El predominio de lo público, de lo común, de la masa significa predominio del obstáculo y retardamiento de la salvación. Y de nada sirven quejumbres sobre desigualdades y encendidas apelaciones a la justicia universal. Precisamente la ocupación política, que embarga harto exclusivamente al hombre de hoy, es síntoma inequívoco de un estado de ánimo bien peligroso: el ánimo de quienes lo esperan todo de fuera, en vez de querer vigorosamente una clara trayectoria personal".

Y es ahí donde brilla de manera luminosa su espíritu liberal frente al totalitarismo. Lo colectivo, lo social, lo político, lo de todos y de nadie “no puede nunca ser fin en sí de nuestra actividad, sino sólo el medio y la base sobre la cual se alcen las vidas reales, que son las vidas individuales de cada uno. Cuando los hombres se cansen de vivir extravertidos y empiecen a reponer la publicidad al servicio de la vida privada, habrá empezado verdaderamente un período nuevo en nuestra historia".

Precisamente el totalitarismo trata de anular las vidas privadas entendiendo que hay una minoría que conoce que es la felicidad general y cómo deben ser felices todas las personas.

La mencionada Ayn Rand, filósofa liberal de origen ruso que vivió la revolución bolchevique lo describió con crudeza:

Habéis venido como un solemne ejército a traer a los hombres una vida nueva. Les habéis arrancado de las entrañas aquella otra vida de la que no sabías nada, aquella vida palpitante que no os interesaba, y les habéis dicho qué debían pensar y qué sentir. Les habéis arrebatado todas las horas, todos los minutos, todos los nervios, todos los pensamientos, todos los sentimientos hasta lo más profundo de su alma, y luego les habéis dictado lo que debían pensar y sentir. Nos habéis encerrado a todos en una jaula de hierro y luego habéis sellado las puertas.

Frente a ese destino, se alza la esperanza liberal. El estado y la ley tienen sentido si garantizan y hacen crecer desde una adecuada igualdad de oportunidades las vidas privadas de todas las personas en la máxima libertad posible.

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