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Ana Iris Simón: "Los españoles no estamos tan enfrentados como quieren hacernos creer"

La periodista y escritora publica Feria, un retablo de escenas cotidianas que le sirven para describir una España que sigue existiendo, pese a todo.

Ana Iris Simón (Campo de Criptana, 1991) tardó veinte años en decir fuera de casa que sus abuelos eran feriantes. Ahora lo ha dejado por escrito. Según explica, llegó un momento en que al echar la vista atrás comenzó a reconocerse incapaz de entender el mundo despojándose de su pasado o el de su familia. Aunque la cosa no va sólo de la superación de la típica vergüenza adolescente. Las páginas de Feria (Círculo de Tiza) podrían versar sobre todo aquello que también es España, pese a que a veces en las ciudades se nos olvide. Desde el lenguaje a las costumbres, pasando por el paisaje, los ritos y todo aquello que sustenta a esas comunidades orgánicas de las que venimos; tal vez las más conscientes de que la vida es mucho más que ideologías. Desde ese punto concreto, emocional antes que teórico, Simón desgrana las últimas décadas del país, reviviendo su juventud y sus raíces, y encontrando nuevas formas de comprender el proceso que nos ha traído a donde estamos. Hablamos con ella.

P: ¿El mundo se ha convertido en una gran feria, como se lamentaban tus abuelos?

R: (Risas). En realidad esa idea de la feria fue la manera como yo leí un poco la historia reciente de España. También les ha ocurrido a amigos míos de otra forma. Uno en concreto, por ejemplo, su padre tenía una empresa relacionada con la construcción. Y yo supongo que su manera de leer las últimas décadas será más parecida a que al principio les iba todo de puta madre, tenían dos coches, una vida acomodada, y de repente la cosa se fue al carajo. Yo de lo que me he dado cuenta es de que he ido leyendo el proceso de globalización a través de la intrahistoria de mi familia, de lo más cotidiano, de la profesión de mis abuelos. Me acuerdo por ejemplo que, cuando era pequeña, no entendía a mi padre. Le veía como a un carca, pese a ser joven, porque no me compraba actimeles ni me llevaba a Burger King; o porque me decía que las canciones en inglés eran una invasión yanki (risas). No entendía nada. Pero de mayor vas viendo que en realidad de lo que trataba todo era del deseo de no perder la tradición, ni los rituales. En cierta forma, el declive de la profesión de mis abuelos viene también de eso, de la pérdida de los rituales. Y los rituales son muy importantes para ordenar la vida de las comunidades. Claro, luego te planteas que si las comunidades se disuelven, van dejando de tener sentido los rituales al mismo tiempo.

P: ¿Pero las comunidades se disuelven realmente? ¿No seguimos socializando y creando rituales nuevos, aunque las plataformas cambien?

R: Sí, claro. Por supuesto. Mira, yo cada vez que voy a mi pueblo noto que la gente ya no sale tanto a la plaza. Obviamente sigue existiendo la misma comunidad; y se sigue aglutinando en torno a la Semana Santa, o en torno a la fiesta, o cuando suben al Cristo. Pero, por ejemplo, ahora mucha gente aprovecha la feria para irse de vacaciones. Mis primos pequeños nunca están. Al final no es tanto que se disuelva la comunidad, como que hay otro tipo de ocio, más casero, más de Netflix y manta. Evidentemente creo que las cosas no se disuelven así, de esa manera tan drástica y radical. Pero sí que veo que, poco a poco, las comunidades orgánicas que permanecían en los municipios van teniendo menos importancia. A nosotros mismos nos importan menos. También supongo que eso viene a raíz de haber roto una serie de tabús, algo que a alguna gente le resultará positivo, no lo dudo. Sólo digo que en ese camino hemos ido perdiendo muchas cosas.

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P: En el libro hablas, por ejemplo, de que no sólo envidias la vida que llevaron tus padres, sino también que quisieran asumir los costes de llevarla. ¿Los jóvenes de hoy en día tenemos más miedo a la responsabilidad?

R: Totalmente. Aunque en el fondo es una paradoja, porque a la vez que envidio la vida de mis padres, sé que ellos hicieron un gran esfuerzo de apertura. Nuestra generación ha recibido de la anterior un especie de salvoconducto; un, oye, no tienes por qué hacer lo mismo. Sal, vive. A mí me hace mucha gracia por ejemplo, no sé si a los chicos os pasará, pero las chicas sí que hemos escuchado aquello de que no nos echemos novio, que la vida es larga y tal. Luego, sin embargo, en mi generación quizás hay gente que añora un amor menos líquido. Al final lo que pienso es que de aquellos barros, y de rechazar lo negativo que podían tener, que por supuesto que existiría, vienen estos lodos. Si estamos aquí es como consecuencia de la generación de nuestros padres, y de los valores que nos han podido inculcar. Lo que pasa es que igual que ellos estuvieron marcados por unos imperativos sociales, o religiosos, como eso del matrimonio como transición a la vida compartida, por ejemplo, nosotros estamos marcados por otros. Seguimos teniendo una serie de cuestiones que nos abocan a planificar nuestra vida de una determinada manera. Lo que pasa es que tampoco deberíamos negarle la libertad al individuo. Hacia ahí quiero apuntar yo, precisamente. No sé. Ponte: hace años la vanguardia era no casarse; pero ahora a lo mejor es lo contrario. El otro día un chaval me escribía por Twitter si no creía que nuestros padres tenían un montón de dogmas. Y por supuesto que sí, como nosotros. Otro me decía que estaba siendo complaciente con el capitalismo. Pero es que señalar que en el liberalismo económico también existe una cara antropológica, que es lo que flota a nuestro alrededor y que nos influye a la hora de tomar determinadas decisiones, no es ser complaciente con nada. Es señalar una realidad, que pasa y ya está.

P: Una cosa es replantearse los propios condicionamientos y otra tener que rechazarlos todos por sistema, como si fuese posible no estar condicionados por algo, ¿no?

R: Fíjate que yo creo que uno de los mayores logros del poder, ahora mismo, tiene que ver con que no nos damos cuenta de la carga antropológica que también nos afecta. Es decir, sobre todo cierto sector más de izquierdas se da mucha cuenta y ha hecho un trabajo enorme por señalar los condicionantes materiales del sistema económico-social en el que vivimos, pero ha dejado bastante de lado la otra cara. Nadie te dice que igual casarse con casi cuarenta, poniendo en riesgo tu salud y la de tu hijo, no es un rasgo de independencia y empoderamiento, sino más bien el resultado de estar condicionada por toda la cosmovisión que hay montada alrededor de un modelo económico concreto. Yo veo mucho eso en el tema de la reproducción porque soy mujer, pero está en otras muchas cosas: en los productos que consumimos, en la música que consideramos revolucionaria ahora mismo, cuando es todo lo contrario… Directamente no vemos todos esos condicionamientos, por lo que ni siquiera podemos ser libres de romperlos. A mí me molestaba mucho por ejemplo que mi madre dijese que la crisis no era sólo económica sino también de valores. Y al final he acabado dándole la razón.

P: Hablando de eso, precisamente. En el libro relatas cómo ibas a misa a escondidas, entre otras cosas; y la decisión que tomaste a los nueve años de bautizarte, pese a haber recibido una educación atea. Me da la sensación de que a veces le damos demasiada importancia a los condicionantes, e infravaloramos la capacidad de cada individuo de replantearse el camino marcado y elegir uno nuevo libremente.

R: Completamente. A mí me pasó una cosa muy curiosa: yo me revelé contra mi padre, que fue el que me educó, por un lado, en no ir a misa y no creer en Dios, y por el otro en ser muy crítica. Y eso le salió en contra. Porque es que es así. Es decir, yo no me hubiera revelado contra él si él no me hubiera enseñado a replantearme las cosas. En el fondo hablamos de lo mismo que antes. No sé. Ahora se habla mucho y se dice que bautizar a tu hijo es adoctrinamiento. Pero no. Bautizar a tu hijo es un regalo. Igual que si tú consideras que ser comunista, por ejemplo, es una forma de mejorar el mundo, pensarás también que educar a tu hijo en esos valores es un regalo que le haces. Me acuerdo que cuando era adolescente me enfadaba mucho con mi padre por llevar a mi hermano, que es diez años más pequeño que yo, a la sede del Partido. Pero luego me di cuenta de que esa es su ideología y la manera como él quiere hacerle bien al mundo. ¿Por qué no iba a poder transmitirle a su propio hijo lo que considera que es mejor? No sé. Creo que ahora está cundiendo un poco esta idea de no influir nada a los niños, pero la verdad es que, al final, lo que mi padre hizo conmigo fue un regalo, porque él consideraba que estaba bien, y yo le estoy muy agradecida. Bautizar a tus hijos es exactamente lo mismo: transmitirles algo que consideras bueno. Lo que estaría mejor todavía, pienso yo, es que además se les diera el regalo de ser críticos y de pensar por sí mismos.

P: En el libro reivindicas, de hecho, el valor de los lazos familiares, de las raíces y de la tradición. ¿Está amenazada esa manera de pensar hoy en día?

R: La verdad es que pienso que esa forma de desdeñar la tradición o la familia, que parece que se estaba llevando a cabo en la sociedad, es sólo una verdad a medias. Precisamente este año a quien más hemos echado de menos es a nuestros padres, a nuestros abuelos y a nuestros hermanos. No hemos echado de menos a los compañeros de curro, a los que veíamos siete horas al día y con los que después nos íbamos de cañas. No sé. La cuestión de la familia, o de la tradición, está más olvidada en lo discursivo que en lo real. Tampoco sé hasta qué punto el hecho de que todas esas cosas puedan parecer carcas tiene que ver precisamente con que se haya puesto en cuestión la necesidad de fundar una familia. Lo que sí que creo es que se han perdido un poco. Desde la izquierda se ha dejado muchas veces en manos de la derecha. Me acuerdo de un titular de El País cuando Vox propuso lo del cheque bebé, señalando que era una medida que también tenían en Hungría y Polonia, como si se tratase, vamos, de una cosa de fascistas. Claro, cuando lo propuso Zapatero era una cosa de puta madre, pero si Vox propone una ayuda de cien euros, que ya podrían ser más, también te digo, la cosa cambia. Era como: pero qué poca vergüenza. ¿Pero a quién estáis sirviendo? O sea, me parece bien que vuestra línea ideológica se posicione en contra de la ideología contraria que profesa un partido concreto, ¿pero os dais cuenta de lo que estáis diciendo? Como si porque algo sea conservador ya hubiera que derribarlo. Al final estas cuestiones, obviamente, son conservadoras. Se trata de conservar la especie, la estirpe y el linaje, pero es que quizás también deberíamos ser un poco más conservadores en ese sentido. Darnos cuenta de que lo estamos dejando de lado. El modelo económico está planteado para que la familia esté en un segundo plano total. Los niños están en la guardería y los ancianos en asilos. Esa también es la carga antropológica ligada al modelo en el que vivimos de la que te hablaba antes.

P: Por darle la vuelta al asunto: ¿hasta qué punto romantizamos demasiado nuestra infancia, o la vida que creemos que llevaron nuestros padres? ¿No hay en esa actitud, a veces, una cierta huida de lo que no nos gusta del presente?

R: Totalmente. El poder de la nostalgia. Precisamente hace unos días hablaba con unos amigos de la industria de la nostalgia. Fíjate el festival este de Yo fui a EGB, todo el tirón que tenía porque había un montón de boomers. A nuestra generación ya le ha tocado también. E incluso a los más pequeños. El otro día veía un tuit nostálgico de la serie H2O, una de sirenas que ponían cuando yo ya estaba en la universidad. Claro, estamos en una época en la que apenas hay certezas de futuro. Sólo las hay en el pasado. Y así es muy fácil caer en la idealización. La frase esta que le flipa a todo dios de que la verdadera patria es la infancia tiene mucho sentido, sobre todo si has sido feliz de niño. Es normal que esos sean los recuerdos donde más seguro te sientas. En el pasado siempre estás mucho más seguro que en el futuro. Pero también es muy fácil caer en lo contrario: pensar que el dos es mejor que el uno sólo por ir después. Uno de los problemas que yo le veo al hombre moderno es que se cree que todo lo nuevo es preferible. Pero no. Ni por defecto cualquier tiempo pasado fue mejor, ni por defecto el progreso, o cualquier cosa que signifique ir un paso más allá, es mejor.

P: ¿Es posible que en esa renuncia al apego a la tierra, a la familia y a las tradiciones haya influido también, de alguna forma, el miedo al nacionalismo o al chovinismo, que se nutren, en parte, de él?

R: Pues puede tener bastante que ver, claro. Al final yo creo que buena parte de la ideología que se construyó durante la segunda mitad del siglo XX, tras la Segunda Guerra Mundial, y de los miedos que tenemos ahora, vienen de ahí. Y es normal. Claro que lo es. Pero también podríamos tenerle miedo a lo contrario: al autoritarismo de la globalización. De la misma manera que el autoritarismo basado en la nación genera monstruos, lo contrario también los puede generar. La cosa es no ver todo de una manera maniquea, ni abrazar todo lo que sea una estricta reacción lógica a algo que hizo mucho daño. Y sí, claro, alguien me podrá decir que esto que yo reivindico del apego a la tierra y a las comunidades orgánicas lleva al nacionalismo. ¿Pero a qué lleva lo contrario? Todo tiene peligros si te pasas en la dosis. La cuestión es no pasarse.

P: Vayamos duro: ¿qué es España?

R: (Risas). Yo lo que digo en el libro es que España es un grupo de personas que se preguntan cada cierto tiempo qué es España. El otro día escuchaba que una de las razones de todos los problema de identidad que tenemos deriva de que España fue imperio antes que nación. Supongo que todo tendrá que ver. España para mí es mi padre, mi tierra y cómo habla mi abuela. No sé. Yo tengo la idea de que la patria debería ser una familia extensa y, por extensión, todo lo que hay alrededor. Puf. Pero no sé. Es un temita complicado. Da la sensación de que para la izquierda España es como una losa, a veces, y otras una construcción de laboratorio que ellos quieren hacer; pero es que la idea de España que transmite la derecha da la misma sensación. Aunque supongo que es algo que pasará en otros países también; que al final aquí hablamos mucho de los problemas que tenemos con la identidad y con la bandera pero en Gran Bretaña también hay críticas a su imperialismo y su pasado colonial igual que aquí. No sé. Para mí España es eso que he mencionado antes: el olor de la cocinilla, que es una habitación de la casa de mis abuelos. Supongo que yo tiendo a leer mucho las cosas a través de la familia y las costumbres. ¿Y es una pena que estemos a la gresca siempre y no tengamos muy claro qué es España o qué es ser español? Pues sí. Pero tampoco sé si es una cuestión exclusiva de los españoles. Todos los países se regodean muchas veces en lo peor que tienen. Los argentinos también hacen mucho humor con eso. Santiago Gerchunoff utiliza un término que es el provincianismo histórico: la tendencia de todas las naciones de considerarse rabiosamente únicas en sus problemáticas. Lo que pasa es que luego te fijas y son bastante parecidas las de todos.

P: ¿Hasta qué punto estamos más centrados en ver lo que nos enfrenta en lugar de lo que tenemos en común?

R: Pero es que todo esto tiene mucho más que ver con lo mediático y lo político que con otra cosa. Por ejemplo, hay un vídeo de Pantomima Full para partirse el culo que es el del embajador de su país. Yo soy mucho así. Y mi amiga Cynthia también. Típicos comentarios de coña, en plan: pues dirán lo que quieran pero otros países no tienen tapas. Cosas así (risas). El noventa por ciento de los españoles nos sentimos españoles de una manera muy cotidiana, estoy segura, y estamos orgullosos de buena parte de lo que significa nuestro país y nuestra historia. Pero si no somos capaces de reconocerlo es sólo porque desde el poder, tanto mediático como político, es algo que se usa como arma arrojadiza. Para unos la antiespaña es la dictadura socialcomunista y para otros el fascismo. Ninguna de las dos cosas existe, pero se crean fantasmas, supongo. Y con la historia reciente que tenemos son muy útiles, claro. Sin embargo yo creo que en realidad el pueblo español sabe que no hay tantos problemas con eso como nos quieren hacer ver. No sé. Yo he crecido y vivo en un ambiente muy de izquierdas y no hay tanto reparo, de verdad. También es verdad que soy de la meseta, que es con lo que se suele identificar casi siempre al conjunto de España: las Castillas y tal. Supongo que habrá muchas más realidades. Pero no sé. Creo que estamos mucho menos peleados de lo que nos quieren hacer ver. Y si cada vez lo estamos más es precisamente porque el odio se azuza desde el poder, de forma muy medida y con objetivos partidistas muy concretos.

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P: Me gustó mucho una imagen de tu libro, que de alguna forma podría ilustrar esta idea de España, o de cualquier pueblo enraizado en su tradición. Me refiero a la escena en la que te reconocías a ti misma que era imposible que tu abuela no hubiese llegado a conocer a tu hermano porque, de alguna forma, él ya estuvo dentro de ella, porque tu madre lo estuvo también.

R: Claro. La idea de la patria extensiva. En ese sentido hablo yo. Al final somos producto tanto de los que hicieron la revolución liberal como de los que conquistaron América. Y ya está, chico. Igual que de los romanos, que se pasaron a cuchillo a cientos de iberos. O de Viriato. De un montón de cosas. No debería ser todo tan problemático. Claro, también duele y jode asumir las cosas con su complejidad. Pero duele de la misma forma que en el plano familiar, si tu padre es de una determinada manera o de otra. En las propias familias se plantean a pequeña escala los problemas nacionales. No te gusta todo de España como tampoco te gusta todo de tu madre. Ahora, no por ello vas a dejar de ser su hijo, ni ella va a dejar de ser tu madre. Te precede. Es condición de posibilidad. Lo que eres en el presente viene dado por un montón de condiciones de posibilidad históricas que configuran lo que es ser español. No sé.

P: Vayamos a otro tema que tocas en el libro y que podría levantar cierta polémica, tal vez: lo masculino y lo femenino.

R: (Risas). Sí, sí. Es un tema delicado, como el de España, pero igualmente también creo que no hay que darle… O sea, yo he hablado de una cosa muy concreta: de la concepción de la masculinidad que se tiene en algunos sectores y desde cierto feminismo, que yo creo que no es el de la calle. No es el de mis amigas, desde luego. Eso de caricaturizar al extremo la masculinidad. Esto que decía Soy una pringada, la youtuber, de los heterobásicos. Anda que no hay heterobásicas también. No sé. De lo que hablo en ese capítulo es de la patologización que se hace de la masculinidad y de la fetichización de la mujer que hace cierto feminismo. Algo que igual sí que ha permeado más en la sociedad: eso, por ejemplo, de que exponer tu cuerpo es dotarte de poder. Mira, es que siempre ha sido así. Me refiero: parte del poder de la mujer está en el deseo sexual que suscita. El otro día leía otro tuit que contraponía: "Mujeres que cuelgan fotos en bikini; mujeres quejándose por acumular likes de hombres". Bueno, es que si te expones siempre es para que alguien te vea. Siempre. Pero yo, más que criticar, lo que señalo es el absurdo de muchas cosas. Creer que si me pongo un escote es para mí misma. Pues no. Yo ahora mismo estoy en mi casa con un jersey de cuello vuelto y un pantalón de chándal, y creo que la mayoría es igual. Si me peino y me pongo un escote es porque quiero que me vean peinada y que vean que llevo escote. Es lógico. De todas maneras creo que esto es igual que el debate sobre España: parece que hay una opinión hegemónica que hace ver que existen ciertos consensos, cuando no. Si hablas con mis amigas del instituto verás que su sentir no tiene nada que ver, por ejemplo. El sentir de las mujeres que están fuera de Twitter y que no escriben artículos en periódicos es bastante diferente.

P: ¿Pero hasta qué punto ese discurso, que ha podido parecer hegemónico a veces, ha generado también una reacción de hombres que dicen estar hartos de que se les acuse de todo por cualquier cosa?

R: (Risas). Pero es que yo creo que igual os lo deberíais apropiar. Igual que en el trap, por ejemplo, se dice que La Zowie es una revolucionaria por apropiarse del "puta". A lo mejor vosotros deberíais apropiaros del concepto de masculinidad tóxica (risas). Yo qué sé. Yo lo que pienso es que es peligroso patologizar muchas cosas. A lo largo de la historia hemos patologizado un montón, y han salido un poquito jodidas casi siempre. Está mal. Pero es que es eso. Yo también soy a veces eso que llaman "hombre tóxico". Soy gritona, no me gusta negociar, soy vehemente y… Chico, es que no sé. Contra lo que yo protesto en ese capítulo es contra la visión maniquea, reduccionista y, al final, absurda y contraproducente de cualquier cosa. En este caso concreto de la masculinidad, pero no sólo.

P: Una cosa: ¿el hecho de poder generar polémica te ha refrenado algo a la hora de escribir?

R: Pues tenía miedo con algunas cosas, la verdad. Sobre todo porque siempre es muy fácil hacer una captura de un fragmento y sacarlo de contexto. Conversaciones reales que yo tengo con mi padre y que publico aquí, por ejemplo. Si te lees el libro las entiendes, claro. Y entiendes el personaje, de dónde viene, etcétera. Pero como ahora se descontextualiza todo, en Twitter y en las redes, tenía mucho miedo de que alguien pudiese hacer yo qué sé. Luego es verdad que Eva, mi editora en Círculo de Tiza, me ha tranquilizado mucho en ese sentido. Pero aún así tenía dudas.

P: A veces le damos demasiada importancia a las redes, también te digo. Luego, fuera de ellas, la gente habla y discute las cosas con muchísima más naturalidad.

R: Totalmente. Es que al final vivimos en burbujitas, o en cavernas de eco, y creemos que la vida es Twitter. Fíjate, yo ahora porque sigo a más gente, pero hubo un momento en el que llegaba a pensar que por qué no arrasaba Podemos en las elecciones, si todas las personas de mi timeline estaban super de acuerdo y había un consenso social enorme sobre ciertos temas. Lo que pasa es que poco a poco nos empezamos a crear nuestras realidades paralelas y no somos conscientes de que la realidad exterior es mucho más compleja y diversa de lo que nos muestran los algoritmos. Después la gente se sorprendió de que Vox subiese tan de golpe en Andalucía, claro; pero a los sorprendidos daban ganas de preguntarles cuánto hacía que no bajaban al bar, o cuánto hacía que no hablaban con alguien que no fuese de su burbuja de Twitter. Yo me pregunto cómo habrá afectado la pandemia a eso, ahora que hemos estado todavía más aislados en nuestras casas, con las redes casi como el único hilo con el exterior.

P: Me estoy acordando del famoso artículo de Alberto Olmos sobre los bares fachas.

R: Total. Pero es que además cuando hablamos de esto nos creemos que sólo pasa entre las generaciones más jóvenes, y tampoco te creas. Mira Facebook. A mi madre también le ocurre ahí. Al final si tú sólo sigues a seguidores de Julio Anguita, a Spanish Revolution y al Ministerio de Igualdad, pues claro, te va a llegar únicamente una versión de la realidad. Terminan pasando cosas muy paradójicas. Hace nada, sin ir más lejos, uno del equipo de Trump puso algo así como que el tiempo desvelará la verdad, y justo debajo le habían colocado la advertencia de que esa afirmación era dudosa o podía llevar a engaño. Era un metameme en toda regla (risas). No sé. Al final tenemos la falsa ilusión de que estamos muy informados, cuando en realidad estamos más desinformados que nunca. Es demencial. Buena parte de la polarización social viene también de ahí.

P: A mí lo que más me llama la atención es que nos formamos opiniones tremendamente equivocadas de la gente por las cosas que escriben o que dicen de pasada. Como si por posicionarse ideológicamente en cuatro tuits o cuatro párrafos ya fuesen absolutamente incompatibles contigo para siempre. O al revés.

R: A mí también, y molesta un huevo. Eso me recuerda a una entrevista de hace años de Jordi Évole a un troll, profesional casi, que funcionaba en Facebook y que amenazó a Paula Vázquez y todo. Évole le preguntaba si hacía lo mismo en la vida real, y él se sorprendía y contestaba que por supuesto que no. Veía completamente lógica la separación entre el ámbito real y el ámbito virtual. O como lo que le pasó a Olatz, la chica esta que tiene cáncer y documenta el proceso de la enfermedad con imágenes, que en una foto la empezaron a llamar anoréxica y a acusar de promover valores perniciosos para la juventud, cuando en realidad lo que pasaba es que llevaba no sé cuántas sesiones de quimio. Al final es tan fácil… Es como lo del niño de El diario de Patricia que fumaba, ¿te acuerdas? Al que le preguntaban que por qué lo hacía y respondía que para hacerse el chulo (risas). Es todo el rato así. A ver quién la tiene más grande. Y como la arquitectura de Twitter hace que todos tus seguidores vean tus respuestas, la cosa se retroalimenta más fácilmente.

P: Volvamos al libro: ¿hay una reivindicación de las fábulas? Me refiero, ¿hasta qué punto defiendes los relatos y la ficción como mejor forma de transmitir una verdad?

R: Lo hago completamente. Es decir, lo que yo creo es que cualquier tema puede ser mucho más comprensible si lo vives a través de los ojos del otro. Los relatos son eso. Me parece mucho más fácil comprender al otro a través de sus fábulas que a través de axiomas lógicos que dejan fuera un montón de matices. Me acuerdo por ejemplo de que Pablo Und Destruktion, el chico que prologa el libro, publicó hace tiempo otro que se llama La Bestia Colmena. Es una novela, y recuerdo que leyéndola me decía: joder, qué cobarde que no ha planteado todo esto en un ensayo. Luego sin embargo te das cuenta de que no es así. A mí, sin ir más lejos, me parece mucho más amable señalar ciertas cosas desde lo vivencial. Es mucho más comprensible, incluso. Joder, una de las cosas que más me ha sorprendido y que más me está gustando es que mi libro le está gustando a gente de ideologías súper diferentes. ¿Pero por qué? Pues porque al final es mucho más fácil encontrar ciertos consensos si en lugar de ir de lo teórico a lo práctico vas al revés. Dices: esto ocurre. Esta es la historia de mi tío. Yo no me he inventado nada. Feria no es autoficción. Es todo completamente verídico. Pero la gente, sin importar la ideología, se siente identificada con mi tío, o con mi abuelo, o con mi familia. Así es más fácil ver lo que tenemos en común. Igual por ahí podemos encontrarnos un poco más. No sólo contando nuestras historias de manera sincera sino también leyéndolas de forma sincera. Poder decir: joder, pues a mí también me pasa esto, o yo también lo veo así, aunque provenga de un lugar completamente distinto.

P: Fijarnos más en la ambigüedad de la realidad, ¿no? Darnos cuenta de que a veces estamos señalando hacia lo mismo aunque lo hagamos desde puntos de vista contrapuestos.

R: Exactamente. Con la ficción puedes dar lugar a más matices, y representar realidades mucho más abiertas. Totalmente.

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