El fallecimiento de John Le Carré ha desencadenado que la mayoría de los comentarios se centren, inevitablemente, en las novelas de Smiley, los años sesenta, la guerra fría... Es lógico. Había creado un producto literario original y muy logrado, dentro de sus límites.
La prueba indirecta es la cantidad de versiones cinematográficas que suscitaron sus novelas. Entre otros, las llevaron a la pantalla Martin Ritt, Sidney Lumet, Roy Hill, John Boorman... Y pretendieron hacerlo directores de la categoría de Sidney Pollack y Stanley Kubrick, nada menos.
Pero no conviene quedarse ahí. Hasta casi los noventa años, Le Carré ha seguido publicando novelas que he leído con verdadero interés. Las últimas, El legado de los espías, publicada en España en el 2018, y Un hombre decente, en octubre de 2019. En la primera de las dos, el protagonista es Peter Guillam, un discípulo de Smiley, que reaparece como personaje secundario.
No es nada fácil emprender un nuevo rumbo literario después de un éxito tan extraordinario – dicen que Le Carré ha vendido treinta y cinco millones de ejemplares de sus novelas-. Las posteriores a su famoso personaje muestran, a la vez, su desorientación ideológica y su maestría narrativa.
En La canción de los misioneros nos sitúa en el antiguo Congo con un cierto maniqueísmo: África representa el bien; el capitalismo occidental, el mal. En El hombre más buscado, la mala conciencia con los islamistas le lleva a plantear una explicación - y, hasta cierto punto, justificación - del terrorismo. En Una verdad delicada, muestra su odio a los Bancos, a las sociedades que venden información y a los gobiernos que atacan la libertad. Etcétera.
Graham Greene
Todo esto - creo - tiene una raíz clara. El modelo al que Le Carré aspiraba era Graham Greene. Su gran tema es la ambigüedad moral de los personajes, detrás de una trama aparentemente de novela "comercial", para el gran público.
Nos presenta Le Carré un mundo gris, despiadado, trágico; una intriga muy compleja, que conduce al absurdo, a Kafka, con un gran dominio de la estructura narrativa, y un estilo magistral, con diálogos sorprendentes. Un solo ejemplo, en Un hombre decente:
-Nunca he oído hablar de esa mujer.
- Pues me sorprende porque una vez me dijiste que era la única mujer que habías querido.
En el mundo de Le Carré, ya no hay lugar para el heroismo: "Ya no sueña nadie". No se hace ilusiones: "¿Se ha vuelto loco el mundo?" Las tragedias se explican como "un acto de la maliciosa providencia". Cree en la existencia del Mal, con mayúscula: "Es el mal y punto. No tiene su origen en las circunstancias sociales. No se debe a las privaciones, ni a la adicción a las drogas ni a nada. El mal es un fuerza humana por completo independiente". Llega muy cerca del nihilismo: "Nada es seguro... No distingues la verdad. Ya nadie puede culpar a nadie de nada".
La complejidad de Smiley
Acaba definiendo la complejidad de Smiley: "Cargaba con el dolor de los demás. Ve las cosas desde el punto de vista del otro". La suya es "una piedad mal dirigida". Mantiene, eso sí, el ideal de "sacar a Europa de la oscuridad para llevarla hacia una nueva edad de la razón".
Él mismo citaba a Graham Greene: "Si quieres hablar del dolor humano, debes compartirlo". Igual que a su modelo, le interesaba sobre todo "el factor humano".
Se le puede aplicar a Le Carré la frase con que define a uno de sus personajes:
"Tenía una sonrisa triste, inteligente e introvertida".
No es fácil compartir todas sus ideas. Era un inglés complejo, que conservaba la capacidad de indignarse. Más allá de Smiley, Le Carré era un grande y sólido narrador. Sus obras de madurez lo demuestran.
A pesar de todo, no había abandonado por completo la esperanza de mantener una cierta moral. El título de su última novela, nos dice cómo le gustaría que lo recordáramos: como "un hombre decente".