Por la boca muere el pez. Siempre se ha dicho, pero esta expresión toma mayor cáliz desde que la Lingüística Forense se ha incorporado a la resolución de casos criminales. "Igual que un fragmento minúsculo de piel en una uña de la víctima puede delatar a un asesino, la construcción de una oración, la utilización de un vocablo o un determinado acento puede ser la perdición de un criminal, la prueba sobre la que cimentar una acusación", defiende Manuel Marlasca en el prólogo de Atrapados por la lengua (Larousse), de Sheila Queralt, perito judicial en Lingüística Forense.
Queralt recopila casos criminales de renombre y muchos otros litigios resueltos gracias al análisis del lenguaje, escrito u oral: desde cartas anónimas, interrogatorios, audios de WhatsApp o correos electrónicos a simples y aparentemente inocentes emoticonos. También pueden dar luz a un caso de plagio o inclinar la balanza en un litigio a partir de una frase ambigua del contrato.
Todos creemos tener un detective dentro y, por ejemplo, por teléfono, somos capaces de crearnos una imagen del interlocutor: edad, lugar de nacimiento o estado de ánimo. Pero los peritos en Lingüística Forense lo llevan al ámbito profesional. "Tenemos herramientas que nos permiten hacer una radiografía de la voz, un análisis acústico, de la que extraemos unos parámetros; y un análisis lingüístico con los que obtenemos otros datos. No creamos un perfil criminológico, sino sociolingüístico. Tampoco decimos si la persona es culpable o no, sino que aportamos pruebas que asesoran al juez para tomar una decisión. Podemos decir la edad, el sexo, el nivel de estudios, profesión y, dependiendo del texto, ideología", explica la autora a Libertad Digital. Con estas técnicas, se atrapó al asesino de Ángel Prieto en 2017 en Cantabria. "La voz de uno de ellos, que llamó a la Cruz Roja, reveló su origen, su nivel de estudios y su edad". También un experto en fonética fue el que supo encontrar la pista en las grabaciones de los secuestradores de Anabel Segura.
El trabajo de Sheila Queralt consiste en examinar las expresiones, forma de escribir y tono de chantajistas, estafadores, extorsionadores y matones, pero estas técnicas también han servido para exculpar a sospechosos. "Óscar Sánchez hubiera seguido en la cárcel, en una de las peores de Nápoles, si no fuera por los lingüistas forenses", dice Queralt. Estaba condenado a 14 años por un delito de narcotráfico que en realidad fue cometido por un delincuente que usurpó su identidad. "Fueron necesarias seis periciales lingüísticas para demostrar que la voz de unas grabaciones no era la suya, pero se consiguió".
'Unabomber'
Estados Unidos lleva usando esta metodología desde hace décadas y demostrando su efectividad. Uno de los primeros casos fue con el terrorista apodado Unabomber (hay una serie en Netflix sobre este caso). Theodore Kaczynski, matemático y filósofo, atemorizó a la sociedad con el envío de cartas bombas a universidades y aerolíneas, matando a tres personas e hiriendo a una veintena. En el año 1995 prometió "cesar el terrorismo" si los principales periódicos publicaban su manifiesto. Ese fue su fin. "Varios criminólogos trataron de hacer un perfil, pero no se acercaban, hasta que llegó un perito en lingüística que hizo un perfil mucho más cercano, delimitando –algo que no habían podido hacer los otros– la edad y el nivel académico. La manera que tenía de ordenar y referenciar el texto determinó que tenía estudios doctorales. Esto cerró el círculo de sospechosos. Además, se publicó su manifiesto, que contenía lo que llamamos marcas idiosincráticas, es decir, que son únicas. Tenía una forma muy particular de ordenar una expresión y un familiar dijo 'uy, sí así lo dice mi cuñado'. Y se le detuvo".
Casos muy mediáticos
Sheila Queral está muy interesada en los infanticidios y, tras analizar algunos de los más mediáticos, ha encontrado bastantes coincidencias, desde el punto de vista de la ciencia que ejerce. "Pude extraer conclusiones después de analizar el lenguaje que usó José Bretón o Ana Julia Quezada en sus juicios. Comparten un perfil, tienen similitudes a la hora de tratar de engañar al tribunal o al jurado, usan el lenguaje para manipular", asegura.
En el caso de Marta del Castillo, que nunca se halló el cuerpo, cree que la lingüística forense podría haber sido muy útil para determinar cuál de las múltiples versiones que dieron los sospechosos podría ser la correcta. "La lingüística forense podría aportar informaciones sobre qué versión sería la más plausible y qué ideas son verosímiles y, si se pudiese hacer una nueva interrogación, asesorar a los cuerpos policiales cómo y qué se debería preguntar", insiste.
En estos casos tan mediáticos, que ocupan horas de la parrilla televisiva de nuestro país, aparecen muchos falsos expertos: "Son personas que no tienen formación pero se atreven a lanzar profecías sin hacer un análisis riguroso. En el caso de Diana Quer, aparecieron criminólogos analizando la carta que escribió su asesino. No tenían estudios en lingüística, se metían en campos que no son el suyo y lanzaban conclusiones en televisión que no se podían lanzar porque no había material suficiente. Nos gustaría ayudar en todos los casos, pero a veces no se puede".
Con la formación adecuada, explica Queral, pueden precisar el grado de veracidad de un texto o de una declaración judicial. Nos pone de ejemplos el caso Cifuentes, que ha comenzado esta semana. "Las dos testigos presentaban declaraciones contrarias y se pueden ver distintos comportamientos lingüísticos. Una de ellas tenía un comportamiento más próximo a la veracidad: daba informaciones ordenadas, respetaba la jerarquía dentro de la sala, no solía interrumpir y contestaba cuando se le preguntaba; mientras que la otra tenía comportamientos que se alejan de las comunicaciones veraces –y no uso la palabra mentira– pues no respetaba los turnos, respondía tergiversando o dando largas y repetía ciertas informaciones que le interesaban –algo que hacen mucho los políticos–".
Dime cómo insultas y te diré quién eres
Igual que hay personas que dicen "te quiero" con mayor ligereza que otras, un "ojalá te mueras" puede ser más literal para unas que para otras. Las amenazas son otro de los campos de actuación principal de estos investigadores del lenguaje: "Si no tenemos el contexto, no podemos saber la intencionalidad de una amenaza. Podríamos sacar distintas interpretaciones, pero no decir cuál es la correcta". Curiosamente, ya son varias las sentencias que han sido emitidas con emoticonos como prueba principal. En 2015, un joven neoyorquino fue procesado por un delito de amenazas tras colgar un mensaje en Facebook con los emojis de un policía y tres pistolas.
Un insulto, explica la autora, dice muchísimo de nosotros: "Desde la edad a la ideología. Tuve un caso de atribución de autoría y el tipo de insultos era muy curioso, revelaron el grado de religiosidad de esa persona. Determinamos que era una persona del Opus".
Redes sociales y ciberdelincuencia
La pandemia ha sido un pico de trabajo para Sheila Queralt porque hubo muchos ciberdelitos. "Había muchos famosos acosados por haters y surgieron muchas fake news, por ejemplo. Podemos determinar si hay lenguaje de odio o quién hay detrás de una cuenta, si esa cuenta la lleva un grupo organizado… En caso de los haters, que se crean muchas cuentas porque se las van cerrando, el alias nos da mucha información porque suele haber un patrón detrás. Hubo además muchos malwares y ciberataques a hospitales y laboratorios. Detrás de esos ataques hay un código, que también analizamos y también nos da pistas. No todo el mundo codifica del mismo modo. Es un lenguaje más".
Sheila Queralt. Atrapados por la lengua. 50 casos resueltos por la Lingüística Forense. Editorial Larousse, 2021. ISBN: 978-84-18100-17-8 Número de páginas: 256 Precio: 16,90 euros