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Daniel Utrilla: "De la URSS solo queda 'en pie' la momia de Lenin tendida en su sarcófago"

LD conversa con este periodista español que trabaja en Rusia sobre su último libro, Mi ovni de la perestroika.

La agencia de noticias de la URSS, TASS, la misma que difundió la foto de la bandera roja ondeando en el Reichstag, la que anunció orgullosa que Yuri Gagarin era el primer hombre que viajaba al espacio, informó –la cursiva es importante–, en octubre de 1989, del aterrizaje de una nave extraterrestre en la ciudad de Vorónezh, sita a 500 kilómetros al sureste de Moscú, y del avistamiento de unos alienígenas que medían "tres o cuatro metros de alto". Al país de los sóviets, en el que no ha tanto los ufólogos podían ser carne de psiquiátrico, "le había salido un tercer ojo" pocos meses después de que Mickey Mouse tomara la Plaza Roja.

El avistamiento del ovni de Vorónezh prendió una mecha reporteril y literaria en Daniel Utrilla (Madrid, 1976), excorresponsal en Rusia de La Razón y El Mundo, que trabaja desde 2011 en el canal RT en español y es autor de varios libros. El último, Mi ovni de la perestroika (Libros del KO, 2021), es una criatura vasta que hibrida investigación, historia, sucesos paranormales y memoria personal. Este ensayo –¿o es un reportaje de 640 páginas, o un dietario sui generis?– versa sobre los extraterrestres de tres ojos que, supuestamente, vio un grupo de niños rusos en un parque, pero también, entre otros temas, sobre San José de Valderas y los ummitas, sobre el "socialismo con rostro humano" de Gorbachov y la democracia de autor de Yeltsin, o sobre Umbral, Tolstói y autores prohibidos por el régimen comunista.

LD conversa con Utrilla a propósito de la publicación de Mi ovni de la perestroika. Payéjali!

P: Antes de nada, ¿cuál es su dinosaurio favorito? Se lo pregunta un tipo que también, siendo niño, fue un fanático de la paleontología.

R: Me fascinan los ornitópodos, los dinosaurios de pico de pato (hadrosaurios), con sus cabezas coronadas por crestas y protuberancias de geometría inverosímil. Sobre todas estas cabezas sobresale la del parasaurolophus, con su cráneo tubular apepinado, curvado hacia atrás, que al parecer usaba a guisa de corneta para comunicarse con sus congéneres. El estegosaurio me fascina también por sus enormes placas dorsales y su cola de pinchos, un aspecto temible que contrasta con su mansedumbre de vaca.

P: ¿Por qué cree que los dinosaurios siguen encandilando al ser humano?

R: En mi caso hay una atracción estética por estas morfologías exageradas, que parecen diseñadas por estudios de ciencia ficción, antes que por la mano de la naturaleza (creo que me ocurre algo parecido con los extraterrestres). A veces me meto furtivamente en el 'Detski Mir', la mayor juguetería de Moscú (me atrevería a decir que de la galaxia) y me compro un dinosaurio de plástico o de goma. Ese impulso infantil lo sigo teniendo. Cuando se estrenó Parque Jurásico, en 1993, yo tenía 16 años y salí del cine con palpitaciones. Creo que ahora los niños son menos impresionables. Han visto demasiados monstruos en el cine como para emocionarse ante los monstruos reales de nuestro pasado. Nabókov se sorprendía de que la gente prestara tan poca atención a las mariposas, que cazaba y clasificaba con pasión; y creo que podemos decir hoy algo parecido de los dinosaurios. Porque si uno se para a pensar que estos 'dragones' existieron de verdad, resulta sobrecogedor. Vivieron unos 180 millones de años sobre la faz de la Tierra y cuando se extinguieron la dejaron impoluta. El homo sapiens surgió hace no más de 300.000 años y mire cómo estamos dejando la casa.

P: Centrémonos en su libro. Mi ovni de la perestroika arranca con una compilación de frases de distintos autores relacionadas con el espacio, los ovnis y el misterio. Una de ellas es esta de Jodorowsky: "No sé lo que busco, pero sé que lo que busco me busca". ¿Tuvo esa sensación mientras escribía su libro?

R: Completamente. Este libro lo tenía alojado en mis entrañas, como una larva alien, desde que a los doce años, el 9 de octubre de 1989, Luis Mariñas dijo en el telediario que en la ciudad de Vorónezh unos niños habían visto descender una esfera luminosa que aterrizó en el parque donde estaban jugando y vieron salir de ella a dos o tres humanoides de tres metros y con tres ojos. En este sentido, si dejo que hable mi alma rusa, me atrevo a decir que estaba 'destinado' a escribir este libro. Siempre me obsesionó este encuentro en la tercera fase y, en determinado momento, hace tres o cuatro años, me puse el disfraz de investigador de lo paranormal y me lancé a buscar el ovni de Vorónezh. Me propuse encontrarlo, 'verlo', en los ojos de uno de aquellos niños, y eso fue lo que me espoleó en mi odisea. Emprendí la búsqueda de los protagonistas del caso sin saber muy bien a dónde llegaría, ni si podría reconstruirla después de 30 años. De hecho, en dos ocasiones el libro estuvo a punto de descarrilar, porque la realidad es terca y no te da lo que buscas. Sin embargo, algo dentro de mí me impedía tirar la toalla, y al final todas las piezas del Tetris acabaron encajando, quizá por eso que decía Jodorowsky. En cuestión de escritura, creo mucho en la idea de necesidad. Debe haber una necesidad interior para escribir, sea la que sea. En mi caso, esa necesidad anidaba en mí desde la infancia, que es donde se asientan nuestras verdades fundamentales.

P: ¿El ovni de San José de Valderas es la mecha que prende esta historia? Sin ese avistamiento, ¿hubiera investigado lo que ocurrió en Vorónezh?

R: Seguro que no. Porque el impulso que me lanzó a escribir este libro, como decía antes, hunde sus raíces, precisamente, en la infancia. Las famosas fotos del ovni ummita de 1967 sobrevolando los castillos de San José de Valderas (mi barrio de toda la vida), quedaron emparentadas en 1989 con el ovni de Vorónezh, porque algunos dibujos del platillo volante que hicieron aquellos niños soviéticos presentaban la misma hache tachada del símbolo de Ummo. Cuando a los dos años me asomé al balcón de casa y contemplé por primera vez el mundo exterior lo que vi fueron los castillos de San José de Valderas, una edificación de estilo sajón levantada en medio de la nada. Las fotos del famoso ovni de 1967 sobrevolando esos castillos son parte de los fundamentos mitológicos del barrio de Valderas y de la ufología española: yo las miraba ya de pequeño en un libro de historia de Alcorcón que había por casa, maravillado por aquel huevo blanquecino marcado con el signo de Ummo como una res, y cuando en 1989 el mismo signo apareció estampado en los dibujos infantiles del platillo de Vorónezh, se encendió la mecha de este libro. Aquel 'huevo' ahora rompió el cascarón. El signo de Ummo fue la señal que unía esos dos mundos, esos dos universos paralelos que son España y Rusia, en los que yo me muevo desde hace veinte años. Ese juego de espejos, esa conexión entre estos dos países distantes, que son los mío, me obsesiona y el libro esta cargado de referencias sobre esta cuestión. Mi libro es muy ruso, pero muy español. Yo creo mucho en las señales y esta señal me estaba llamando. En otras palabras: si hubiera nacido en Móstoles no habría escrito este libro. Un libro que, además de ser una crónica de viaje -un homenaje al periodismo narrativo sin red- y un diario íntimo, es también un regreso a la infancia, al año 1989, cuando cayó el Muro, nació la World Wide Web y ya nada volvió a ser igual. La noticia del ovni de Vorónezh saltó a los medios una semana antes de que cumpliera los 13 años, que es una edad de transición, y eso me interesaba mucho desde un punto de vista narrativo, porque la infancia es nuestro principal punto de amarre emocional. En este sentido, la perestroika, la imposible reforma democrática de Gorbachov que precipitó el desplome de la URSS, también es una época fronteriza, de tránsito, y me apetecía mucho explorar ese periodo de metamorfosis traumática y esperanzadora que se halla en el origen 'racional' de mi fascinación por Rusia. En cuanto al origen 'irracional' o 'emocional' de mi rusofilia, radica en el baloncestista Chechu Biriukov, como explico en mi anterior libro, A Moscú sin Kaláshnikov.

P: ¿Podría responder a la pregunta de qué pasó de verdad en Vorónezh?

R: Ya me gustaría... Creo que es más sencillo responder a la pregunta de qué fue lo que no pasó en Vorónezh. Creo que el caso Vorónezh no fue un montaje del KGB o una maniobra oficial, como se ha dicho, para desviar la atención de la población en un momento en que la URSS se hallaba inmersa en un laberinto político y económico del que ya no saldría, con huelgas y un desabastecimiento que se tradujo en el uso de talones de racionamiento para el azúcar y otros bienes básicos. Creo que la hipótesis del montaje no se sostiene, en tanto en cuanto el avistamiento del ovni de Vorónezh tuvo más repercusión mediática fuera de las fronteras de la URSS que en la propia URSS, donde los platillos volantes siempre habían estado mal vistos. Dicho esto, mi sensación personal es que los niños vieron algo muy extraño que los descolocó por completo y que ese 'algo' no fue fabricado. Los últimos niños soviéticos puede que fueran más ingenuos que los occidentales (no habían visto E.T., ni Star Wars, ni tenían videojuegos), pero eran mucho más espabilados. A un niño no se le engaña así como así.

P: Que, ni más ni menos, la agencia TASS diera crédito a una historieta de extraterrestres era un síntoma de…

R: Desmelene informativo. Con Gorbachov llegó la glasnost, la transparencia informativa. Ese fue el primer efecto inmediato y tangible de su perestroika, que se tradujo en la publicación de libros prohibidos por su espíritu antirrevolucionario que llevaban en los cajones del Kremlin desde los años 20, como Chevengur de Andréi Platónov, o Días malditos, el vehemente diario de la revolución de Iván Bunin. Platónov y Bunin nacieron en Vorónezh y estos libros que los rusos solo pudieron leer en 1988 me han acompañado durante el viaje, durante mis cinco viajes a la zona. Los rusos siempre han sido muy aficionados a los temas sobrenaturales, les encantan las supersticiones y se sienten atraídos por la videncia y la astrología. Sin embargo, la ufología nunca estuvo bien vista por la autoridades soviéticas (el estudio de ovnis se designaba con el eufemismo de "estudio de anomalías atmosféricas"), aunque con algunas excepciones, como cuando en 1977 Moscú creó un programa secreto con militares y científicos (el equivalente ruso al Proyecto Libro Azul de EEUU) para estudiar los ovnis a raíz del aparatoso avistamiento del ovni-medusa de Petrozavosk, en Carelia, uno de los fenómenos ufológicos más estudiados en la URSS, que consistió en un desconcierto lumínico con ramificaciones en forma de tentáculos que emanaban de un núcleo brillante.

P: Escribe que "los ovnis son todo lo contrario a la revolución". ¿Por qué?

R: Lo digo en el sentido de que los ovnis nos visitan, se insinúan, se dejan ver, pero no trastocan nuestro mundo (al menos no lo han hecho de momento); mientras que una revolución pone todo patas arriba. Lo afirmo en el libro en relación a la tentadora idea de querer ver a Lenin como un marciano (su cráneo y su pequeña estatura encajan con el fenotipo más extendido), que hubiera llegado de fuera para imponernos un mundo ideal. Curiosamente, los ummitas describían en sus cartas su mundo perfecto como una sociedad donde prevalecía la armonía social y la cobertura paternalista de todas las necesidades.

P: Cuenta que una amiga suya, yendo con usted a visitar la momia de Lenin, se partió de risa. Escribe: "Su obra ya no existe en los rusos veinteañeros. Si acaso quedará en formato cómic o como meme". Definitivamente, ¿la revolución ha muerto?

R: De la URSS solo queda 'en pie' la momia de Lenin tendida en su sarcófago de cristal, pero ya ni siquiera infunde respeto, ni miedo, a las nuevas generaciones. Las espontáneas carcajadas de mi amiga, nacida después de la caída de la URSS, a los pies del mausoleo, me hicieron entender la distancia abismal que me separa de las nuevas generaciones. Me siento muy alejado del comunismo como ideología política (mi atracción por la URSS es esencialmente estética), pero ello no me impide fascinarme ante la figura de Lenin, de una relevancia fundamental para entender el siglo XX, la experiencia de la URSS y a los rusos de hoy en día. Las nuevas generaciones están en otras batallas. Lenin empieza a ser para ellos algo tan lejano como Tutankamón.

P: Por cierto, ¿cómo valora las protestas para la liberación de Navalni y la represión de estas?

R: Esta misma pregunta se la hice yo el otro día a un joven peluquero de mi barrio, Erik, de 27 años, mientras le metía tijera a mis canas, y me respondió lo siguiente: "¿Qué programa político tiene Navalni? Nadie lo sabe. Navalni solo quiere el poder. Su único programa es sacar a Putin del poder y ponerse él en su lugar. ¿Qué garantías hay de que las cosas irán mejor con él?". Este es un poco el sentir de muchos rusos que la prensa occidental suele pasar por alto, ocupada en amplificar y agigantar el poder de convocatoria y de influencia de los líderes opositores de turno avalados por Washington y Bruselas. La realidad es muy tozuda y, hoy por hoy, la mayoría de los rusos apoya a Putin. Y a Occidente parece que eso no le gusta. He trabajado once años como corresponsal en Rusia y durante ese tiempo tuve que cubrir absolutamente todas las manifestaciones de oposición, fueran grandes, pequeñas o minúsculas (entonces lideradas por Kaspárov o el exprimer ministro Kasiánov; figuras sin apenas respaldo en la población) y que acababan igual que estas, en una zapatiesta con la Policía y cientos de arrestos, porque no estaban autorizadas. La prensa extranjera da siempre mucho eco a estas manifestaciones, pero pasan por alto que la mayoría aplastante de rusos apoya a Putin, incluido, por cierto, el propio Mijaíl Gorbachov (algo que no suelen recoger los medios occidentales porque esa opinión no gusta viniendo de quien viene, del hombre que quiso democratizar la URSS). Los rusos que sobrevivieron a la caída de la Unión Soviética y a los calamitosos años 90 valoran la forma en que Putin gestionó el naufragio nacional que heredó de la era Yeltsin (desgobierno, libertinaje financiero, guerra y ruina económica). La mayoría de los jóvenes que nutren hoy las manifestaciones de oposición no habían nacido aún en los 90 y entiendo que eso determina su posición. Quienes de niño hicieron colas delante de tiendas vacías piensan de otra forma. La infancia, de nuevo. En un capítulo de El fin del homo sovieticus, Svetlana Alexévich recoge voces que va oyendo durante una manifestación anti-Putin de 2012 y en sus oídos se cuela la voz de un ciudadano que dice algo a los manifestantes que representa este sentir de muchos rusos: "Yo acabo de comenzar a llevar una vida normal por primera vez desde que nací. ¡Dejadme disfrutarla un poco más, por favor!".

Durante el reinado de Borís Yeltsin en la década de los 90, durante la furibunda transición al capitalismo amparada por Washington y el FMI, Rusia tocó fondo. Rusia se convirtió en un país casi tercermundista: había niños vagabundos por las calles, la ruina económica sacudió con fuerza al país, sobre todo los ancianos, los suicidios estaban a la orden del día y la sensación de quiebra lo inundó todo. Ahora los rusos han encadenado -por fin- dos décadas sin sobresaltos nacionales, revoluciones, hecatombes económicas o guerras y por eso Putin es popular. Y también por haber devuelto a Rusia al mapa de las grandes potencias. Curiosamente, en los 90, Occidente no dudó en apoyar a Yeltsin como adalid de la democracia liberal, incluso cuando en 1993 sus tanques canoñearon a lo Pinochet el Parlamento y pasaron por encima del poder legislativo y de la Constitución. La prensa occidental lo jaleó o, en el mejor de los casos, miró para otro lado. Solo a Francisco Umbral se le oyó patalear en la prensa patria. La hemeroteca en este sentido es sonrojante y pone a cada uno en su sitio. A Occidente no le gusta que Rusia haya recuperado su influencia en el tablero internacional y que gestione su propio destino. Creo que esta idea es fundamental para entender la ojeriza crónica de los medios de comunicación occidentales cuando se aproximan a Rusia. Lo acabamos de ver ahora con la vacuna rusa Sputnik V: en cuando salió, la campaña mediática de desprestigio fue sistemática y demoledora, y ahora que la revista médica The Lancet da el visto bueno, los medios asienten con la boca pequeña. Pero el palo a Rusia ya está dado.

P: Menciona a Anatoli Kashpirovski, un curandero que organizaba sesiones televisivas de hipnosis colectiva y que fue seguido masivamente. ¿Cuál sería su actual heredero?

R: Heredero no sabría decirle. Pero el antecesor está muy claro: Rasputin, el curandero de cabecera de los últimos Románov. En 1989, de nuevo en los estertores de un imperio, Rusia volvía a encomendar su suerte a los santones.

P: ¿Hasta qué punto Sálvame o La isla de las tentaciones se parecerían al show de Kashpirovski?

R: Quizá crea que soy un extraterrestre por lo que le voy a decir, pero llevo más de veinte años viviendo fuera de España y no he visto jamás esos programas. No veo televisión, tampoco la rusa. Solo las noticias y canales de YouTube que me interesan. De ovnis he visto muchos, claro, sobre todo durante la documentación de mi libro. Quizá en cuestión de hipnosis masiva por vía televisual, el lugar de Kashpirovski lo ocuparían hoy las series de Netflix (que tampoco veo). Surge una serie como Chernobyl y la ve medio planeta a la vez. Aquellos días, muchos amigos me escribían, porque sabían que yo había estado en "la Zona" y querían saber más de la catástrofe nuclear, ocurrida hace más de treinta años, como si acabaran de descubrirla. Y todos me animaban a ver la serie con un punto de fatalismo histérico y arrebatado: "¡no puedes no verla!", me decían. Si este tipo de series despiertan la curiosidad y las ganas de aprender de la gente, bienvenidas sean todas. Porque, al final, ese interés, esa curiosidad, acaba desembocando irremisiblemente en los libros.

P: Jung señalaba que el mito colectivo de los ovnis "suele aparecer en situaciones caracterizadas por la confusión y el desconcierto". Como fenómeno social, ¿han menguado? ¿Cuáles son los sustitutivos de los ovnis en el siglo XXI?

R: Cuando Jung publica en 1958 su famoso ensayo sobre los ovnis (Un mito modero. De cosas que se ven en el cielo), el mundo se encontraba sumido en la máxima tensión de la Guerra Fría, y conjeturó que el arquetipo de los platillos volantes estaba vinculado en el subconsciente con la amenaza nuclear proveniente de Moscú. Esta idea de los rusos como extraterrestres malévolos me parece muy interesante y sugestiva a nivel estético, porque, de hecho, durante toda la Guerra Fría, la URSS fue como un planeta desconocido y hermético dentro de la Tierra. Cuando EEUU envía la sonda Voyager con un disco lleno de imágenes destinada a posibles civilizaciones extraterrestres, ninguna de ellas eran representativas del bloque socialista. La URSS era la cara oculta del planeta. Por otra parte, si bien es cierto que los ovnis 'reales' parecen haber perdido altura, en comparación con los años 80, pues ya no se airean tantas fotos ni se habla tanto de avistamientos, Occidente sigue percibiendo a Rusia como amenaza (aunque desde Rusia la amenaza la representa la OTAN, esa galaxia en expansión permanente). Dicho esto, me parece que el ovni, el platillo volante, entendido como ente o artefacto de la cultura pop, no ha perdido vigencia: yo no hago más que ver ovnis y marcianos en postales, cuadernos, libros... Cada año salen nuevas películas del género... Otra cosa es que la sociedad actual sea menos ingenua y crea menos en la llegada de los extraterrestres. No sé si eso es bueno, pues cuando lleguen de verdad nos van a pillar a todos en pañales... Como el coronavirus.

P: Para finalizar, ¿usted cree en Dios?

R: ¡Empezamos con dinosaurios y acabamos con Dios! La pregunta es muy directa y sospecho que me está haciendo probar mi propia medicina (pues digo en el libro que esa pregunta suelo lanzársela a los entrevistados).

P: Sospecha bien.

R: La idea de Dios es muy escurridiza: si se piensa con la razón, desaparece. Así que le responderé de forma indirecta: durante mis largos paseos por Moscú me gusta entrar en cualquier iglesia de Moscú (cuanto más antigua y más pequeña mejor). Me atrae mucho la lóbrega atmósfera de recogimiento que suelo encontrar en ellas y me quedo en silencio, delante de algún icono o sentado en un rincón, meditando en medio del olor a incienso y las velas, tranquilo, recordando a seres queridos, expulsando el ruido de la mente, hasta lograr algo parecido a la calma espiritual. Es mi forma de rezar, si quiere verlo así. La otra es la escritura, que Kafka definía como "una forma de oración". La espiritualidad (como la escritura) es una vivencia íntima. No sé si he respondido a su pregunta. Me parece que sí.

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