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Pedro de Tena

Federico García Lorca y sus extrañas hadas, enemigas de las flores

El poeta elaboró un esquema generoso para su conferencia sobre las hadas, encabezado por unas líneas de Juan Ramón Jiménez.

El poeta elaboró un esquema generoso para su conferencia sobre las hadas, encabezado por unas líneas de Juan Ramón Jiménez.
Lorca, en uno de los laboratorios de la Residencia de Estudiantes | Residencia de Estudiantes

La relación de Federico García Lorca con las hadas fue muy estrecha, si bien estos seres minúsculos y esquivos apenas han tenido presencia en su obra.  Eso creíamos al menos hasta la aparición del libro Federico García Lorca. De viva voz. Conferencias y alocuciones, de enero de este año.

En su contenido, los autores de la edición, Jesús Ortega y Víctor Fernández, aportan un guión, elaborado por el poeta de su puño y letra, para una conferencia sobre las hadas. Hasta ahora se creía que sólo conferenció sobre “el duende”, sobre ése que habita, como se sabe, en el flamenco y el cante jondo.  "El duende no está en la garganta; el duende sube por dentro desde la planta de los pies", dejó escrito.

Pero Lorca elaboró un esquema generoso para su conferencia sobre las hadas que es el que sigue, encabezado por unas líneas de Juan Ramón Jiménez:

Las hadas son pequeñas. Las que yo he visto, como las sirenas, acaban de irse.  Juan Ramón

Los hongos (Diccionario enciclopédico)
La cabaña, la niña perdida.
Los dulces y las hadas.
Dulces preferidos por las hadas.
Fonética de la palabra hada.
En el hada en las cocinas.
Los cinco dedos de la mano.

—La música de las hadas—

-Demostración de la existencia de las hadas y medios de acercarse a ellas -.

La moda en las hadas.
Pájaros, fuentes y ramas.
Las ranas y los peces.
El cuento de niños y sus hadas.
Las hadas en Inglaterra.
Las hadas en España.
Hadas de nieve y hadas y [sic] de sol.
El prestidigitador y las hadas.
Lecciones de cosas.
Condiciones de humedad para su existencia.
En las flores no hay jamás hadas.
El odio que las hadas tienen a las flores.

Notas de Lorca

Nada parece anómalo salvo su referencia a la hostilidad de las hadas hacia las flores. Tal vez su anotación fuese destinada a negar tal enemistad y tal inexistencia y no lo hubiera expresado totalmente por economía. Aún así el tema de ese odio, y/o de esa ausencia, necesita un comentario. Pero antes, hagamos un recorrido por la presencia de las hadas en la obra y en la figura de Federico García Lorca.

En su narración sobre los días compartidos por el propio poeta y Juan Ramón Jiménez en la Granada de 1924, Alfonso Alegre Heitzmann deja intuir la presencia, cuando menos de un hada, si se quiere, de una “hadilla”. En 1940, Zenobia de Camprubí  se refería al “hada del Generalife” en referencia a Isabel García Lorca, hermana de Federico, a quien dedicó su poema “Generalife”.

Lorca y Jiménez, en 1924

Esta relación de Federico con las hadas, además del componente familiar, fue visto con claridad por Luis Cernuda: “Un día, allá en la vega de Granada, nació un niño, a cuyo alumbramiento asistieron todas las hadas. Una le dio el don de la simpatía, otra le dio ángel, otra le dio poesía… Y al final quedó una hada menuda y apacible, que estaba oculta por las otras, evaporadas de orgullo. Se acercó esta última y otorgó al recién nacido el don de saber vivir”, de modo que aquel niño “puso en práctica los dones de las hadas”.

En la obra de García Lorca, las hadas no están demasiado presentes como hemos adelantado. En los poemas amparados bajo el título de Suites, dentro de En el jardín de las toronjas de la luna escribe:

Hada

Toma el anillo de bodas
de tus abuelos.
Cien manos bajo la tierra
lo echarán de menos.

Yo

Voy a sentir en mis manos
una inmensa flor de dedos,
y el símbolo del anillo
¡no lo quiero!

El 3 de agosto de 1918 las saca de nuevo a la luz en su Libro de Poemas:

¡Cigarra!
¡Dichosa tú!,
que sobre el lecho de tierra
mueres borracha de luz.
Tú sabes de las campiñas
el secreto de la vida,
y el cuento del hada vieja
que nacer hierba sentía
en ti quedóse guardado.

En su poema de 1919, La luna y la muerte, se refiere al hada de cuento, “mala y enredadora”. En su juvenil pieza teatral El maleficio de la mariposa, “espejo de las hadas”, da cuenta de un hada, la del campo y el mar, muerta por el amor: “Fui junto a los troncos del vicio encinar/ Y vi muerta el hada del campo y del mar”. En esta obrita, la mariposa no sabe siquiera si ha sido un hada alguna vez pero se sabe de hadas vestidas de nieve que quitan el alma.

En otra comedia, uno de los personajes es un hada, y alude con claridad a la obra de Shakespeare conviviendo en las tablas con Lady Macbeth. Aunque hay ocasiones en que afirma que las hadas no existen, según dicha Lady, Lorca confiesa que sí cree en ellas. Incluso las había visto, como Juan Ramón vio a las sirenas. En su texto sobre las nanas infantiles, el poeta afirma:

El año de 1917 tuve la suerte de ver a un hada en la habitación de un niño pequeño, primo mío. Fue una centésima de segundo, pero la vi. Es decir, la vi... como se ven las cosas puras, situadas al margen de la circulación de la sangre, con el rabillo del ojo, como el gran poeta Juan Ramón Jiménez vio a las sirenas, a su vuelta de América: las vio que se acababan de hundir. Esta hada estaba encaramada en la cortina, relumbrante como si estuviera vestida con un traje de ojo de perdiz, pero me es imposible recordar su tamaño ni su gesto. Nada más fácil para mí que inventármela, pero sería un engaño poético de primer orden, nunca una creación poética, y yo no quiero engañar a nadie.


En La balada de Caperucita, en cuyo bosque coinciden San Francisco, Santa Clara, la Virgen. Cupido, Santa Teresa, un bufón negro y algunos personajes más, había una “hadita gruñona” pero con escasa relevancia. 

Las veía también Don Perlimplín:

Ahora cierro los ojos y.… veo lo que quiero... por ejemplo... a mi madre cuando la visitaron las hadas de los contornos... ¡Oh!... ¿tú sabes cómo son las hadas?... pequeñitas... ¡es admirable! ¡pueden bailar sobre mi dedo meñique!. 

Aparecieron levemente en Lola la comedianta.

A pesar de que confesara que la música y los cuentos de hadas de su abuela eran sus aficiones infantiles, las hadas sólo tienen esta corta presencia en la obra de quien fue calificado como “niño mimado de las hadas”. Tal atributo se debe al diplomático conservador, músico y escritor chileno, Carlos Morla Linch, el mismo que dijo que Cernuda era “un gran niño torturado.”

Recuerda haber dialogado con su amigo Federico del siguiente modo:
 

—¿Tú? ¿Penas? ¿El niño mimado por las hadas?

—Si —responde—. Mimado por las hadas; quizá, pero aquí en la tierra. Vivo en la angustia del «más allá» incierto. Quisiera creer en la inmortalidad de nuestro espíritu consciente a través de las etapas sucesivas de la eternidad… Y no lo logro. La duda impera fatal e indomable.

Hadas y flores

Pero si esto es así, si las hadas apenas ocupan espacio relevante en la obra de Lorca, el afanarse en dictar una conferencia sobre las hadas es notable. Pero más extraña es la relación que establece entre las hadas y las flores si es que lo que anotó es lo quiso decir. Sabido es que los bosques y las florestas son los reinos donde habitan las hadas, como demuestran los cuentos de hadas conocidos.

Pueden encontrarse hadas muy extravagantes como Peri Banú, los grillos-hadas, las borgianas del Terrible Despertar, el hada Puffendorf o las de salón con ángel. Las hay malignas como Morgana, las benignas del lugar, las africanas de Rimbaud, las verdes como la absenta, las coscolinas descocadas, la Melusina, Urganda, las de la música, de Stravinsky a Berlioz, las de los juguetes, las primitivas, las más recientes como las de las patrias civilizadas, las que se mutan en corzas como la de Bécquer y muchas otras. Alfonso Reyes cita a bastantes.

Las hay madrinas, despechadas, mágicas, incluso en Carabanchel, , las corpóreas y las incorpóreas, las de los libros de caballerías, la hada Manto, las dobles – bruja y hada -,  las de Andersen, las de Anatole France, las de los hermanos Grimm, la de Peter Pan,  las acuáticas, la Turquesa y la Esmeralda, las maléficas, las de Poe que tienen una isla…En fin, muchas, pero que odien a las flores, no las encontramos por ninguna  parte.

Al contrario. Nuestro especialista nacional en hadas, Jesús Callejo, dice que el hada es un ser “de sexo femenino, de apariencia joven, dotada de grandes poderes, minúscula, generalmente desnuda, con alas y con una varita mágica en la mano.” Pero no odian las flores. María Luisa Gefaell en Las hadas (sobre todo las de Villaviciosa de Odón) describe unas hadas pequeñitas que bailan entre el romero y las amapolas como auténticas protectoras de las flores.

Es más, en el País de las Hadas hay flores, ríos, fuentes, bosques y  niños. Siempre se ha dicho que las hadas se alimentan del aroma y el néctar de unas flores a las que conocen minuciosamente. O sea, que no, que no hay manera de justificar por qué Federico García Lorca quiso desarrollar en su conferencia la ausencia de hadas en las flores y el odio que hacia ellas sentían estos seres diminutos.

Sólo se me ocurre, mientras la curiosidad de algún especialista aclara la cuestión, la influencia que Puck, el duende de Shakespeare en El sueño  de una noche de verano, pudo haber tenido en el horror a las flores que Lorca distingue en las hadas.

Recuérdese que aquel duendecillo obtiene el jugo de una flor blanca llamada pensamiento, licor mágico que, al verterse sobre los párpados, hace que alguien ame con desesperación la primera cosa que vea al despertar, “ya sea un león, un oso, un lobo o un buey, un mico travieso o un atareado mono”, dice Oberón, rey de las Hadas, que quiere que se vierta sobre los ojos de la reina de las hadas, Titania.

Titania, ya untada con la pócima, despierta y se enamora de un ser con apariencia de burro hasta que desaparece el hechizo. Desde luego, si el jugo de una flor puede conseguir tamaña tropelía no es de extrañar que las hadas odien a esa flor y, tal vez por extensión, a todas las flores por el peligro que encierran para la libertad del amor y el afecto. Pero es probable que Lorca tuviera otras cosas en la cabeza.

Bueno, también el poeta de Granada en su figuración sobre Caperucita, descubrió que la niña de su cuento tenía “mucho miedo de las flores” y así se lo contó a san Francisco que andaba por allí. Es más, quien animaba a Caperucita para que apreciase la belleza de las flores del bosque era precisamente el lobo, porque deseaba apartarla del camino. O sea, que tal vez Lorca estaba en un secreto que no pudo contarnos.  

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