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Jardines donde habita el dolor

Los árboles en flor, los jardines cuidados mostraban firmes su empeño de ofrecer un espacio donde aliviar tanto dolor escondido.

Los árboles en flor, los jardines cuidados mostraban firmes su empeño de ofrecer un espacio donde aliviar tanto dolor escondido.
Cuadro que refleja el hospital de La Salpêtrière en 1795. | Archivo

Como señalé en el artículo dedicado a E. Carrère, con muy pocos días de diferencia entre los dos, se publicó en España un segundo libro en el que se trata el malestar psíquico, El baile de las locas (Salamandra) de Victoria Mas (1987), ganadora del Premio Renaudot des Lycéens en 2019. Sin embargo los dos libros son muy diferentes en el modo de abordar los trastornos mentales. Si Carrère opta, como es frecuente en él, por la autoficción, el libro de Victoria Mas está contado por un narrador en tercera persona y aunque es una ficción se puede leer como un documento histórico de doble valor sobre la psiquiatría y sobre la valentía de esas mujeres que se rebelaron contra la condición femenina a finales del siglo XIX.

Un tercer aspecto envuelve todo el libro con algo semejante al "pensamiento mágico": El libro de los espíritus de Allan Kardec que defiende la tesis de que "los muertos velan por los vivos y los guían". Poco días después de la lectura de El baile de las locas, el azar empezó a mover los hilos y una serie de coincidencias, a modo de "señales", me llevaron de un jardín a otro, de ahí el titulo de este artículo.

Empecemos por los lugares donde transcurren los libros: en el siglo XVIII, Luis XVI hizo construir el hospital de El baile de las locas: La Salpêtrière. Un hospital que nació como una cárcel para quitar de la calle a los vagabundos y después a las mujeres pobres. Un siglo después la escritora lo define así: "La Sâlpetrière es un vertedero de mujeres que ponen en peligro el orden social". "Un asilo para aquellas cuya sensibilidad no responde a lo esperado". "Una cárcel para las culpables de tener una opinión". Aunque con la llegada de Charcot, unos veinte años antes de las fechas señaladas en el relato se asegura que las cosas han cambiado. En el corto espacio de tiempo en el que se desarrolla la novela, apenas 15 días (del 3 al 18 de marzo de 1885), las internas preparan el Baile de la Media Cuaresma que se celebra en el último capítulo. Al hospital, rodeado de un gran muro, se accede por un paseo central de árboles desnudos en esos primeros días de marzo. Más que un hospital parece una ciudad con sus edificios alargados de piedra rosa pálido, que acogen las diferentes unidades. En la planta baja las ventanas son verticales, en la segunda planta, la ventanas son cuadradas y en la última, lucernas. A lo lejos se distingue un parque atravesado por senderos donde se ve gente paseando, sobre todo mujeres. Al fondo la cúpula de una iglesia. Los jardines y los patios llenos de flores. ¿Es éste el escenario de tanto sufrimiento?

Unos días después de haber finalizado la primera lectura de El baile de las Locas, me propusieron un paseo por un espacio de mi ciudad, el entorno del Monasterio de Conxo, en obras por renovación. Una renovación que ha sido contestada por los vecinos ya que supuso la desaparición de un conjunto de árboles centenarios en la plaza, frente a la iglesia del Monasterio. La iglesia y la plaza las conocía, las veía cada día durante los 38 años que trabajé en el instituto de este barrio. La sorpresa vino después: en el parte trasera del Monasterio, restos de un claustro románico y una placa que recuerda que allí nació el primer hospital psiquiátrico de Conxo. Un parque de gran extensión se abre hacia el fondo. Un paseo de camelios. Prunos en flor tras los que se vislumbra un edificio alargado de estilo francés, con sus ventanales y su tono rosa pálido. Siento una impresión extraña, como si me hubiese trasladado en el tiempo y en el espacio y me encontrase ante La Sâlpetrière gallega.

Una tarde, Emmanuel Carrère, durante su estancia en el hospital se pasea, o mejor, "deambula", por "esa ciudad en la ciudad", que es el hospital de Sainte-Anne. Sus pasos le llevan a una zona donde se cruzan pasillos con nombres de artistas enfermos mentales, tratados en ese hospital: Utrillo, Van Gogh, Ravel. Ve una puerta abierta que da a un jardín desierto rodeado de edificios que parecen en desuso. "Un enclave vacío y silencioso, descuidado, cubierto de hojas muertas, con castaños de troncos negros, las ramas podadas". La versión psiquiátrica del Jardin féerique/ Jardin de las hadas, el último trozo de la suite de Ravel, Ma mère l'Oye/ Mi madre la Oca. El lugar ideal para llevar a cabo su proyecto de acabar con su vida. Solo le faltaba la cuerda. Lo preparó todo pero nunca más volvió a encontrar esa puerta. Es posible que nunca existiese...

Quince días más tarde del paseo por el parque del psiquiátrico de Conxo, mi amiga M.S. me invita a pasar el día en la Ciudad de la Cultura, el último gran proyecto, casi faraónico, del presidente Fraga Iribarne, diseñado por el arquitecto americano, Eisenman. Considerado como algo fallido desde el comienzo de las obras, por su alto coste, por pretencioso y fuera de lugar. Hoy, 20 años después, como un hijo del que no se espera nada y que acaba sorprendiendo a su familia, la Ciudad de la Cultura ha ido ganando aprecio, consideración y sobre todo está cumpliendo el objetivo para el que fue creada: un nuevo foco cultural con un amplio programa de actividades para todas las edades. Construida en el alto de una colina, el Monte Gaiás, desde donde se divisa Compostela, sus laderas, antes secas y peladas van poco a poco cubriéndose de vegetación, convirtiéndose en el Bosque de Galicia. Cultura y naturaleza unidas. Y ese fue nuestro programa. Por la mañana, un recital de poesía y una exposición. Descenso a pie por el bosque. Picnic frente al lago. Ya en el último tramo del paseo, "a las orillas del Sar", comentando nuestras recientes lecturas, reaparece La Sâlpetrière. Una sorpresa para mi amiga, bióloga y profesora, en el mismo instituto las dos. Me habla de "un libro" que heredó de su bisabuelo, Ernesto Caballero. Químico y científico curioso, se interesaba por la microscopía y la fotografía. Alcalde y director del Instituto, una calle de Pontevedra lleva su nombre. Tenía una buena biblioteca de la que formaba parte, La fotografía moderna de Alberto Londe, fotógrafo de la Sâlpetrière, 1889. Suyas son las fotografías de las mujeres de las sesiones del profesor Charcot.

Hoy La Pitié- Sâlpetrière es el hospital más importante de Paris y uno de los mejor valorados del mundo. Además de las enfermedades del sistema nervioso y patologías mentales trata todas las especialidades médicas existentes y dentro de la cirugía, la maxillo-faciale, siendo una de sus cirujanas, Chloé Bertolus la que reconstruyó el rostro de Philippe Lançon, uno de los supervivientes del atentado de Charlie Hebdo y autor de Le lambeau/El colgajo (Anagrama), el relato de su estancia en la Sâlpetrière, hoy un hospital inmenso, dédalo de callejuelas y servicios, donde sigue existiendo el viejo edificio del doctor Charcot.

Una suerte muy distinta de la del viejo psiquiátrico de Conxo. Cuando preparaba este artículo se publicó un informe sobre este psiquiátrico "para enfermos abandonados". No solo por el aspecto del edificio, inaugurado a principios del siglo XX, con las paredes desconchadas, la madera podrida de las ventanas, sino por la situación de los enfermos y los métodos de curación que se aplican, que no tiene en cuenta la reforma sanitaria de los años ochenta que decretaba el fin de los manicomios. Una inspección del Defensor del Pueblo en 2017 encontró a enfermos que llevaban ingresados 50 años. El Movimiento Gallego por la Salud Mental, una plataforma integrada por una veintena de sindicatos, pacientes y asociaciones de sanitarios y juristas demandan con sus denuncias y protestas al Servicio Gallego de Salud de la Xunta (Sergas) una mejora de las "condiciones estructurales" del hospital y medidas de "humanización", "unidades hospitalarias de rehabilitación con la idea de recuperarse y volver a la comunidad".

En esa tarde apacible de principios de marzo, el silencio era total. Solo vimos a un posible enfermo cruzar, a paso rápido, el parque. Los árboles en flor, los jardines cuidados mostraban firmes su empeño de ofrecer un espacio donde aliviar tanto dolor escondido.

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