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William Ospina: "En el mundo entero estamos en una crisis profunda de la civilización"

LD entrevista al escritor colombiano con motivo de la publicación en España de Guayacanal (Penguin Random House, 2021).

Lamenta William Ospina (Padua, Tolima, 1954) en Guayacanal (Penguin Random House, 2021) que se haya perdido "la veneración por los muertos y el cuidado de su recuerdo". En su última novela, el autor colombiano recupera la historia de sus antepasados y de los colonos de la zona cafetera, una tierra difícil y salvaje, durante unos "tiempos de paz pero de lucha eterna": "La tierra se deslizaba bajo las casas y caía sobre los sembrados, y si las lluvias fecundaban los campos, a veces, bajo el aguacero, se derrumbaba el mundo". Matriarcas abnegadas, bandoleros, poetas ingleses, curas autoritarios o bandas de asesinos llamadas "pájaros" pueblan esta obra muy bien escrita, sencilla, íntima y llena de verdad y de memoria.

LD conversa con Ospina con motivo de la publicación en España de Guayacanal:

P: Señor Ospina, ¿qué está ocurriendo ahora en Colombia?

R: Varias cosas. Ha habido unas crisis acumuladas, unas crisis muy antiguas de desigualdad, de marginalidad y, sobre todo, una cantidad enorme de jóvenes pobres, que viven en las fronteras del peligro, sin trabajo, sin estudios, con muchas expectativas frente al mundo, pero sin ninguna oportunidad. A eso, se le ha sumado la pandemia, pero ya antes había explosiones de inconformidad popular. La pandemia acabó de agravar la situación económica y la situación emocional: todo el mundo quiere salir a la calle, volverse a encontrar, y los jóvenes necesitan resolver problemas muy urgentes. Entonces, aquí se convocó un paro contra una reforma tributaria y fue apenas el detonante de una inconformidad social larvada muy largamente, que estaba a punto de explotar, y el Gobierno lo ha resuelto de la peor manera. No ha sido capaz de entender ese antecedente histórico que había.

P: ¿En qué se parecen y en qué se diferencian la Colombia actual y, si me permite, las Colombias que aparecen en Guayacanal?

R: Las Colombias que aparecen en mi novela son el precedente de lo que está pasando hoy y, de alguna manera, contribuyen a explicarlo. Guayacanal cuenta cómo se formó el país campesino en el siglo XIX y cómo se formó la zona cafetera, de la cual vivió Colombia durante un siglo. Esa zona cafetera, que dio con qué vivir dignamente a muchísimas familias campesinas durante un siglo, fue, prácticamente, destruida por la violencia política de los años 50, que arrojó a millones de personas a las ciudades, donde no encontraron un proceso de industrialización que se pudo encontrar en otras partes. Cuando los campesinos franceses fueron arrojados a las ciudades, la industria estaba, digamos, esperándolos. Aquí no se dio eso. Se destruyó la economía agraria y no se construyó una economía moderna que la reemplazara. Eso creó mucha marginalidad, mucha pobreza, muchos fenómenos de delincuencia. Fue la causa de las guerrillas y del narcotráfico porque, a falta de una economía formal, arroja a la gente a las economías ilegales. Y hoy estamos viendo la consecuencia de todo eso.

P: ¿Quiénes serían "los Aranzazu" contemporáneos, esos "amos del mundo" que no se dejan ver ante "los simples mortales"?

R: En los tiempos de la colonia, existían esas propiedades inmensas de unas cuantas familias que llegaron a poseer, como la familia Aranzazu, 500.000 hectáreas en una región de la cordillera. Con la independencia, no se corrigió ese fenómeno de propiedad extrema de la tierra. Muchos latifundios muy extensos siguieron existiendo en Colombia, pero bueno, hasta finales del siglo XIX, en Colombia había cuatro millones de habitantes: uno podía entender todavía que ese modelo de propiedad sobreviviera. Pero hoy, un poco más de un siglo después, Colombia tiene 50 millones de habitantes, y la estructura de propiedad es todavía muy similar. Aquí, todavía hay unas extensiones de tierra inmensas y muchísima gente sin tierra y sin oportunidades. Tampoco es un problema de quién tiene la propiedad de la tierra: es un problema de que quien la tenga, la ponga a producir para que la sociedad pueda respirar y pueda vivir. Y hay un problema de desigualdad, un problema de injusticia y un problema, digamos, de unos propietarios de la tierra que no tienen una mentalidad moderna y una disposición para hacer industria o negociar con el mundo en términos actuales, sino que tienen la tierra improductiva: es como un sello de honor tener mucha tierra y cercada con alambre de púas. Y tener ganado en tierras que serían óptimas para la agricultura.

P: El ecosistema es difícil: el monte "se resistía al avance de las gentes", "si las lluvias fecundaban los campos, a veces, bajo el aguacero, se derrumbaba el mundo", cuando relata la muerte de su tía Ana, afirma que sus primos tuvieron la suerte de ver morir a sus padres "en su lecho de enfermos" porque Colombia era una fábrica de huérfanos… ¿Qué tenían en común las gentes que poblaron esos territorios?

R: Eran grandes pioneros y grandes aventureros.

P: La novela tiene algo como de western alpino…

R: Sí. Es un fenómeno muy curioso: esta tierra estaba poblada por 120 naciones indígenas antes de la llegada de la cultura europea. Estaban dispersas en un territorio muy diverso, con muchos climas distintos, muchas vegetaciones, muchas topografías distintas… Cuando una parte de esa población fue exterminada por las guerras de la conquista, esa tierra estuvo despoblada mucho tiempo. Digamos, desde el siglo XVI hasta el XIX. Y volvieron a crecer las selvas, o persistieron las selvas que los indígenas no habían talado jamás. Entonces, estos colonos vinieron por montañas muy abruptas abriendo camino y tratando de encontrar pequeñas zonas de cultivo para una agricultura de subsistencia. Se encontraban con dos fenómenos: la tierra, aunque parecía del primer día de la Creación, tenía dueño desde hace mucho tiempo, y el dueño no quería permitir que estos colonos se asentaran allí; pero también encontraban tumbas llenas de oro por todo ese territorio, que eran el testimonio de unas culturas sepultadas de las que no nos habían hablado. La colonia obró como la desaparición de un mundo, pero ese mundo iba a irrumpir por algún lado, y muchos de estos campesinos vivían de las tumbas que iban encontrando por el camino. Se da una ocupación de un mundo virgen, como del Génesis, pero ese mundo virgen tiene humanidades sepultadas, culturas enterradas. Y así se construyó ese mundo. Fíjate: un primo mío todavía es dueño de una parte de esta región que todavía es una finca. Y cuando va a sacar los títulos de propiedad, el primer propietario que hubo en la Historia es mi bisabuelo; antes, nadie lo había tenido. Son tierras tan antiguas como el mundo entero y, sin embargo, sólo tuvieron dueño hace siglo y medio.

P: A ello hay que sumar las guerras civiles. En la de los 50, a su padre estuvieron a punto de matarlo.

R: Uno diría que la nuestra es una historia de guerras. Y sin embargo, no es así: cada vez que una comunidad tuvo la oportunidad de tener una economía formal, mínima, hubo unos remansos de paz en la historia de Colombia. Este mundo campesino del que escribo aquí fue uno de esos remansos de paz. Durante 75-80 años, ellos vivieron en paz. Con todas las dificultades que tiene la pobreza, las dificultades mismas de esas montañas, de esas selvas, pero era una vida muy alegre, llena de valores, muy hospitalaria, muy cordial, llena de música y de relatos. Lo que pasa es que la violencia política, cada cierto tiempo, viene a perturbar ese orden. Entonces, esa violencia de los años 50 volvió a revivir episodios que se habían vivido en otro tiempo: en los tiempos de la independencia y en los tiempos de la conquista. Entonces, la memoria de esas violencias antiguas resurge cada vez que hay un gran drama histórico. La vocación de la gente es, fundamentalmente, pacífica, y diría que las grandes mayorías de Colombia son pacíficas, pero están tan dispersas y han estado, tradicionalmente, tan desunidas, que son fácilmente víctimas de minorías muy emprendedoras, muy activas y, a menudo, muy violentas.

P: Escribe: "Tenías que odiar a gentes que no te habían hecho nada, pero ese odio, tarde o temprano, hacía que te hicieran algo". ¿Tiene vigencia aún esa frase?

R: Sí, porque una de las características de la política colombiana fue el célebre "divide y reinarás". Cuanto más dividida está la población, mejor pescan en ese río revuelto los votos necesarios para eternizar su poder. Colombia fue un país que padeció siempre esos discursos polarizadores. Durante mucho tiempo, fueron los liberales y los conservadores los que se repartían el Estado con arengas incendiarias y satanizando siempre al otro. Ahora, cuando esos viejos discursos clericales y ultraconservadores ya no tienen tanto calado en la sociedad, nuevos discursos los reemplazan con una estructura muy similar, y siempre medio país tiene que estar odiando al otro medio. Mi principal tema de reflexión en los últimos tiempos es que Colombia tiene que descubrir su capacidad de unirse alrededor de los propósitos básicos, y dejar de oír esos cantos de sirena de los políticos, que siempre nos hacen sentir que hay un demonio al lado al que hay que odiar para siempre. Ojalá que el despertar que se está produciendo en Colombia sea de ese tipo.

P: ¿Qué le llevó a escribir Guayacanal?

R: Son historias que se contaron en mi familia toda la vida. Yo no fui testigo del esplendor de ese mundo campesino y de esa naturaleza tan espléndida y de esas montañas tan floridas. Siempre les oí contar a mis padres, a mis abuelos y a mis tíos todas estas historias y muchas más que no recuerdo, que no alcancé a copiar a tiempo. Entonces, mientras ellos vivieron, era una costumbre, como en todo lugar del mundo, que las familias se reunieran para contar esas historias viejas: "Cómo fue que mataron a Fulano", "cómo fue la avalancha", etcétera. Pero ya empiezan a morir todos ellos: mis padres desaparecieron hace poco, mi tío Liborio también. Sentí que era la hora de contar estas historias antes de que yo las olvidara. Siempre supe que iba a escribir este libro. Nunca tuve la urgencia de escribirlo… hasta ahora. De hecho, interrumpí un proceso literario en el que estaba. Era más urgente contar esto y, tal vez, tratar de mantenerlos un poco vivos a medida que los iba perdiendo.

P: ¿Qué aprendió mientras elaboraba la novela?

R: Muchas cosas. Algunas que tienen que ver con la literatura, otras que tienen que ver con el país y otras que tienen que ver con la vida familiar. Aprendí que lo que yo pensaba que eran historias particulares de una familia eran las historias de una región inmensa. Hablo con los lectores y, continuamente, me dicen: "Es la historia de mis padres y de mis abuelos". Había unas bisabuelas como esas que eran las que fundaban la cultura. Los hombres son buenos para tumbar los árboles, abrir los campos de cultivo y construir las casas, pero quienes crean las costumbres, la higiene, la decoración, la gastronomía, los cuentos, la música… son esas mujeres tremendas, abnegadas, laboriosas.

P: De hecho, un personaje clave es su bisabuela Rafaela, "la mujer alrededor de la cual hace ochenta años giraba una provincia".

R: Siempre quise haberla conocido. Ella murió antes de que yo naciera. Escribir este libro también significa la aventura de ir a conocerla. Era un espíritu muy singular: no sólo se convierte en la protectora de una familia, y de una familia muy numerosa, sino que es la guardiana del bienestar de una región que, geográficamente, es impresionante. Cada vez que voy, me deslumbra la enormidad de sus paisajes, la hondura de sus cañones, la exuberancia de esa vegetación. Siempre me pregunto cómo harían en esas pequeñas casitas campesinas, viviendo aparentemente lejos del mundo, aunque con mucha solidaridad regional, en medio de esas tempestades, de todos esos climas que tienen sus dificultades particulares. Era muy difícil abrir caminos y comunicar el país. Todavía hay dificultades en ese sentido.

P: Para finalizar: en un momento de la novela, escribe: "Hemos perdido tanto la veneración por los muertos y el cuidado de su recuerdo". ¿A qué cree que se debe esto?

R: En el mundo entero estamos en una crisis profunda de la civilización. Hay un modelo cultural o un modelo histórico que tiende a borrar el tiempo como memoria, que tiende a instaurar el tiempo, como decía Heidegger, sólo como actualidad, como inmediatez, como simultaneidad. Y el tiempo como memoria personal, familiar o histórica es arrinconado por la omnipresencia de lo actual, lo inmediato, lo urgente. Las culturas van a tener que descubrir que por ese camino sólo llegaremos a la desesperación, a la neurosis y a la deshumanización total: sin memoria es muy difícil tener futuro, pero también es muy difícil tener una integridad de la identidad personal y de la identidad colectiva.

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