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En recuerdo de Sean Connery, el hombre que reinó

Sean Connery, el hombre que dijo nunca jamás recopila una veintena de textos que profundizan en la vida y personalidad del actor escocés.

Sean Connery, el hombre que dijo nunca jamás recopila una veintena de textos que profundizan en la vida y personalidad del actor escocés.
Sean Connery y Michael Caine en 'El hombre que pudo reinar'. | Filmaffinity

Cuenta el anecdotario popular que el día de las audiciones para seleccionar al primer James Bond de la historia, ese que debía enfrentarse al Dr. No, Sean Connery acudió pobremente vestido y realizó una prueba mediocre. Ninguno de los presentes pareció apreciar nada especial en él, ni siquiera Terence Young, pese a haberle dirigido cinco años atrás en La frontera del terror, pero todo cambió cuando la mujer de Albert R. Broccoli, productor de la cinta, se fijó en sus andares mientras se dirigía hacia su coche. Aquel día Connery aprendió la primera de las dos lecciones más importantes que le regalaría 007: que ninguna puerta está cerrada del todo mientras se conserve el carisma. La segunda, por su parte, tendría que llegarle años después, cuando descubriese lo difícil que le iba a ser escapar de un personaje al que había construido con el mismo poder de seducción.

Ahora resulta fácil señalar la ironía de que fuese una mujer la única en reparar en el atractivo del hombretón escocés que terminaría sentando las bases a las que todavía aspiran quienes pretender interpretar a James Bond. Pero en defensa del resto de los presentes hay que decir que la negativa de Cary Grant a interpretar al personaje de Ian Fleming continuaba flotando en el ambiente. La verdad era que Connery no se parecía a él, pero tenía otras cosas. Era como uno de esos personajes de novela, un pillo salido de una familia humilde y con la suficiente confianza como para salir de cualquier situación a fuerza de picardía. Con el tiempo, el resto de la industria habría de admitir que, sin ser un galán exquisito, seguía teniendo una clase especial que llenaba la pantalla. Y eso era mejor que cualquier otra cosa.

Todo tenía que ver con su forma de ser. Esos rasgos del carácter que no se pueden imitar y que separan a quien los tiene de los que no. Se cuenta también, por ejemplo, que durante el rodaje de Brumas de inquietud, mientras luchaba por adaptarse a un papel de seductor que todavía no sabía reproducir ante las cámaras, desarmó y noqueó en medio del plató al amante celoso de Lana Turner, el mafioso John Stompanato, antiguo guardaespaldas del capo Mickey Cohen. Connery aún estaba lejos de ser una estrella de Hollywood, pero ya demostraba cualidades para el papel que le haría conseguir esa "independencia económica" que tanto celebraría cuando necesitase proyectos con los que escapar del encasillamiento. Después llegaría lo que todos conocen: la consolidación del nombre y su entrada en el selecto grupo de actores por los que la gente va al cine, independientemente de la película que anuncie el cartel.

La muerte de Connery el pasado 31 de octubre generó una consternación silenciosa. Había dejado de trabajar a comienzos de siglo porque se hartó de "tratar con gilipollas", pero su ausencia era menos palpable que su legado. Todavía hoy sigue resultando extraño imaginar que se ha ido. Uno se espera un regreso fugaz, al estilo de las estrellas eternas. Pero aunque eso no sea posible todavía quedan sus películas. Tanto es así que al día siguiente de su fallecimiento se puso en marcha un proyecto que acaba de llegar a las librerías. En Sean Connery. El hombre que dijo nunca jamás (Silex ediciones) se han reunido algunos de los principales críticos de cine del país en un homenaje que hace las veces de libro de historia. David Felipe Arranz, Fernando Alonso Barahona, Juan Carlos Laviana, Lucía M. Cabanelas o Javier Zurro son algunos de ellos. Juntos han confeccionado unas páginas que desgranan la vida del autor y su carrera cinematográfica, mostrando a un hombre que pudo reinar, y que lo hizo. O al menos para muchos cinéfilos.

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