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Pedro de Tena

Cuatro pecados y cuatro patrias en la muerte de Aquilino Duque

Andalucía ha cometido y consentido el pecado público de no reconocer a Aquilino Duque como uno de sus ciudadanos destacados.

Ha muerto Aquilino Duque Gimeno. Cuatro pecados se han cometido contra él, que los clasificaba en veniales, mortales y reservados. Se le olvidó un tipo de ellos, el pecado público. Todos han sido cometidos por sus cuatro patrias: la chica, dividida en dos, Zufre e Higuera de la Sierra en Huelva, que se quedaron con el venial. El mortal, el perpetrado por la intelectualidad española de la patria grande, a derecha e izquierda, por haber tratado de ignorar en vida a uno de los más agudos e inteligentes poetas, pensadores y narradores del siglo XX. El reservado, permitido por muchos amigos y conocidos que miraron para otro lado dejando hacer y dejando pasar la indiferencia y el desaire extendidos a su otra e inmensa patria grande, el mundo, a la que decidió pertenecer por voluntad propia.

Pero su patria mediana, la andaluza, ha cometido y consentido el pecado público de no reconocer a Aquilino Duque como uno de sus ciudadanos destacados. En una Junta de Andalucía, que reparte a pelú medallas, títulos o certificados de hijos predilectos, se ha visto morir a este coloso de la literatura sin que a nadie, ni a los de antes ni a los de ahora, se les haya ocurrido destinarle una distinción, a pesar de que en sus obras late siempre y a lo grande el pulso de su sangre andaluza y española. Me quemaba por dentro y tenía que denunciarlo. Hecho.

Pero, en realidad, quiero hablar de mi encuentro con Aquilino Duque en su fértil huerta Viñamarina, situada a la salida de Bormujos, en el meollo del Aljarafe sevillano. Fue hace unos años y pretendía escuchar de él algunas palabras que me animaran a escribir algo más que noticias o precipitados de periodismo de investigación. Menudo de apariencia y de elegancia diplomática y canosa, me dejó hablar. Tanto lo hizo que aún hoy siento el remordimiento más sincero por el error de no haberle escuchado debidamente. Ya le pedí perdón por ello y quedé en mandarle dos poemas. Uno era un soneto sobre España que no le gustó absolutamente nada. El otro un canto a la desconsideración, a la indiferencia por el mérito, al olvido de los que hacen posible la grandeza. Este sí le gustó, menos mal, y su aprecio me transmutó. Era el que sigue:

A Alda, la amada de Roldán

Baja, sol, baja, luna, que bajen los planetas,
bajen los meteoros de todo el universo,
que vengan los demonios, los ángeles, Dios mismo.
Sean testigos de un héroe que crece en el combate
con el alma insurgente y la mirada atenta
a la desconocida que repta en sus entrañas
y ordena a los gusanos el asalto final.
No se rinde, es hermoso. Fue adiestrado en los vientres
marmóreos donde un hijo se pare con la espada
en la mano y un cántico que ennoblece sus gestas.
No sabe confesarse. ¿Qué pecado podría
cometer quien no ha hecho sino lo que hace el viento,
lo que hacen las arenas de las dunas del Sur,
lo que hacen los latidos del corazón que ahora
fallece destensado como un viejo tambor?
"Yo no soy libre", grita a los cardos atónitos,
"nací predestinado en un erial de estrellas
tatuadas en mi sangre y en la sangre del cielo
y ahora espero la muerte sin doblar la rodilla".
Un montón de cadáveres le aplaude enardecido
y los grajos corean el himno de las cumbres.
¿Y ella? ¿Dónde ella? ¿Es la que se desploma
entre las mariposas de la infancia?¿Es aquella,
la que yace abatida sobre las negras hierbas
calientes de las vírgenes?¿La que muere espantada
por amar a ese hombre que la mata de olvido?
Bajen pronto los buitres, devoren los despojos
solitarios del ídolo y deshuellen el sitio.
No haya palabra suya que encuentren los cronistas.
Y vosotros, amigos, contaminad la historia,
cantad quién era ella, la que fue preterida,
la que no mereció ni versos ni canciones
en la escena final donde el amante expira
y transmitid las letras de su nombre bendito.

Ella era él y él era ella. Son Aquilino. Descanse en paz, que yo le diré a las patrias que le desdeñaron lo que él no quiso:

Que te la perdone Dios,
que tu faltita es muy grande
pa perdonártela yo.

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