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Bunbury: "Confío en la capacidad del ser humano para el pensamiento crítico; sólo hay que dudar un poco"

LD conversa con el cantante y compositor zaragozano con motivo de la publicación de su primer libro, Exilio Topanga (La Bella Varsovia, 2021).

Publica Enrique Bunbury (Zaragoza, 1967) su primer libro, Exilio Topanga (La Bella Varsovia, 2021), un poemario detonado por una mudanza, con un hilo narrativo diáfano y concreto, que nada tiene que ver con esas colecciones de canciones descartadas y/o de versos huérfanos que no pocos compañeros suyos de gremio han reciclado, casi siempre, con acierto –al menos– comercial en no pocas editoriales patrias. El compositor rompe con su voz cantante y, bebiendo de, entre otros, las lecturas de Allen Ginsberg, Anne Sexton y William Carlos Williams, escribe una poesía limpia, libre y, literariamente, coherente. La odisea del autor se desarrolla en tres esferas: parte de lo íntimo –"Todo el mundo lo sabe: / ¡el infierno son las obras!"–, continúa por lo local –la ciudad de Los Ángeles, sus diversos ecosistemas y su fauna humana– y desemboca en lo sistémico, ese espacio colapsado por la "Declaración Universal / de los Lugares Comunes, / divulgados a los cuatro vientos / por el Ministerio de la Verdad / y la Propaganda de la Razón", donde "te obligan a disculparte / sin haberte todavía equivocado".

Así pues, LD conversa con Bunbury usando como percha la publicación de Exilio Topanga:

P: Enrique, ¿cómo acabó en Los Ángeles?

R: Vinimos a Los Ángeles hace once años. Uno llega a las ciudades por unos motivos y se queda por otros muy distintos. Las ideas preconcebidas de las ciudades rara vez se ajustan a la realidad. Y, conocer una ciudad en visitas turísticas, o en mi caso laborales, siempre es engañoso. Vivir una ciudad es, normalmente, muy distinto a la visita guiada y puntual.

P: El detonante biográfico de Exilio Topanga es una mudanza. ¿Cambiar de casa implica una metamorfosis?

R: Estamos en mutación constante, lo queramos o no. Nadie es el mismo ni piensa igual que cuando tenía ocho años. Sería absolutamente ridículo. Pero es que ni siquiera podemos decir que somos los mismos que la semana pasada. Creo que abrazar el cambio y considerarlo parte del viaje y el aprendizaje es hermoso en sí mismo y es el comienzo de una gran aventura.

P: Encuentro tres ecosistemas en el libro. El primero es el doméstico, el íntimo, el refugio cotidiano por donde pasea el gato y en el que se celebran cumpleaños; el segundo, la ciudad de Los Ángeles, con sus barrios, sus hormigas rojas y negras, sus luces y sus vagabundos, y el tercero, el que aparece en el Economist, el sistémico, amable, sí, pero peligroso o, cuando menos, totalitario. ¿Voy bien?

R: Me gusta tu lectura. Así lo creo. Coexisten en el libro la mirada íntima, la cívica y supongo que la global. De alguna forma, yo quería que a través de la cotidianidad y lo minúsculo se pudiera leer el momento de transición que, evidentemente, estamos viviendo todos.

P: ¿Las rutinas diarias encajan mejor en un poema que en una canción?

R: Hay grandes autores de canciones que describen y se recrean en la cotidianidad con gran acierto y talento. Personalmente, quise cambiar de registro y buscar una voz poética distinta para el papel. También es cierto que he compuesto muchísimas canciones en los 35 años que llevo grabando discos y que he escrito de maneras muy distintas intentando encontrar temáticas y tonos nuevos con el paso de los años. Pero entiendo que Exilio Topanga se distancia de manera clara de mi faceta musical.

P: En "No te conviertas en un extraño", escribe: "Pensar / en el pasado, mirar atrás, / me hace temblar como gelatina". ¿Cuánto piensa en el pasado una persona que, al menos, en su faceta musical, no hace otra cosa que huir de él, buscando nuevos trajes sonoros?

R: Nunca he sido un nostálgico. Pero es un sentimiento que algunos cultivan con ternura. Y no me refiero a lo profesional. Atendiendo a tu pregunta, es cierto que en el mundo de la música la nostalgia tiene mal nombre y que de un artista se espera la inquietud y la búsqueda. Pero, también lo es que el gran público es conservador y quiere volver al lugar donde fue feliz. Siento la responsabilidad de proponer como creador. Y, como intérprete, en las giras, buscar un equilibrio entre lo que más me apetece (que siempre es el material más reciente) y los hits. Algunos se quejan de que siempre toco algunas canciones; pero, ¡ya me gustaría tener otros hits! Yo que sé, por ejemplo: que "Life on Mars?" o "Ballad of a Thin Man" fueran mías. Pero bueno, no me voy a quejar, siempre baso mis conciertos, fundamentalmente, en el material más reciente.

P: ¿Qué tipo de musa es la ciudad de Los Ángeles?

R: Inagotable. En mi opinión, una metrópoli como Los Ángeles no se acaba nunca. Es una ciudad poliédrica. Depende del ángulo desde el que la observes ves una ciudad totalmente diferente.

P: No sé si lo habrá tenido como referencia, pero ha hecho lo que Baudelaire en Las flores del mal: poesía de los paseos por el wild side de la ciudad.

R: No lo he tenido como referencia. Leí Las flores del mal hace muchos años y no he vuelto a releerlo. En el periodo que estuve escribiendo Exilio Topanga, el invierno pasado, entre enero y marzo de 2021, sí que leí algunos beatniks, especialmente Ginsberg y la poesía confesional de Anne Sexton, y volví a William Carlos Williams, cuya poesía de lo cotidiano me apasiona.

P: En "Fallo del sistema", escribe que "el algoritmo es el Sistema". ¿El sistema falla a propósito?

R: El peligro de permitir que los algoritmos nos guíen en la oferta cultural es que no es en absoluto ni aleatorio ni especialmente curado para nosotros. Los prescriptores, cuando los hay, tienen una línea editorial que nos lleva a la uniformidad y evita la cultura alternativa y el pensamiento divergente. Crecimos creyendo que los raros y los heterodoxos eran los tipos más cool del planeta. Sigo pensándolo, me gusta el arte interesante, el que se sale del estereotipo. Y el creador distinto, que no repite el discurso de valores dominante. Afortunadamente, sigue habiendo arte esquivo, pero hay que bucear a bastante profundidad, y en el camino te saldrán miles de anuncios y consejos que obviar. Así que todavía podemos cometer una excentricidad y pasear hasta una librería o una tienda de discos o, incluso, un videoclub.

P: Y en "El Economist, I": "Lo perderemos todo, / ya no tendremos nada / y –aseguran– / seremos muy felices y dichosos". Eso, casi literalmente, está sacado de la Agenda 2030…

R: Qué curiosa coincidencia, ¿verdad? Entiendo que pueda parecer una idea brillante la búsqueda de la igualdad entre los seres humanos. Pero creo que más deseable es la igualdad de oportunidades. Parece que es lo mismo, pero es sustancialmente diferente.

P: Esa guerra, si es que la hay, ¿está perdida? ¿Solo queda "aplaudir / sin rechistar / la nueva ruta"?

R: Depende de tu grado de conformismo.

P: ¿Lo inteligente es resignarse… y refugiarse? Acuérdese de lo que canta Cohen: "Everybody knows the war is over, / Everybody knows the good guys lost". Rebelarse contra "el algoritmo", en un sentido maximalista, ¿es una pérdida de tiempo? ¿El "no" sólo tiene sentido práctico cuando es doméstico y familiar?

R: Yo tengo fe en el ser humano. En su capacidad de resistencia. Y, por supuesto, creo que individualmente somos capaces de mucho más de lo que imaginamos. Los refugios están claros: el amor, el arte y el espíritu. El tiempo parece que pone las cosas en su sitio, pero pasa el tiempo y da la sensación de que el tiempo no hace nada y que está perdiendo un tiempo precioso. Así que, como cuenta la parábola de la barca hundida en medio del océano: "Reza, pero no dejes de nadar".

P: ¿Es la "Declaración Universal de los Lugares Comunes" un trasunto occidental de la sharía?

R: La realidad es que internet facilita mucho el pensamiento único. Pero todavía confío en la capacidad del ser humano para el pensamiento crítico. Sólo hay que dudar un poco de lo que diga cualquier gobernante, que es lo lógico, a mi parecer.

P: Hace unos días, Arturo Pérez-Reverte señalaba que tenemos una nueva religión, que "hemos cambiado el humanismo por el humanitarismo" y que, como todo credo, "tiene apóstoles e inquisidores". En "Acorde menor", escribe: "Hoy te obligan a disculparte / sin haberte todavía equivocado". ¿Cómo puede uno nadar sin que le arponeen en este mar de barracudas?

R: Dejé las redes sociales hace ya tiempo. Tengo redes oficiales para informar de lo que hago, para aquellos que las utilizan y estén interesados en mi trabajo: mis discos, el libro, giras, videos, entrevistas, etcétera. Pero yo no tengo las aplicaciones, ni en mi teléfono, ni en mi ordenador. O sea que puedo afirmar, con algo de vergüenza, que de lo que sucede en ellas lo ignoro todo. Y lo mismo prácticamente con respecto a los medios de comunicación corporativistas. Sé, porque creo que ya lo sabemos todos, que en las redes sociales muchos se ofenden con facilidad y los lapidadores y el bullying campan a sus anchas. Supongo que sufrieron abusos parecidos en el colegio o en sus trabajos y es un lugar donde tienen la libertad de hacer a los demás lo que les hicieron a ellos. No soy quién para juzgar, pero nada se me ha perdido ahí dentro. Creo que lo más sensato hoy en día es concentrarte en tus pasiones y olvidar tus decepciones. ¡Hay tantas cosas que me emocionan y me inspiran!

P: ¿El hereje tiene futuro?

R: No es cuestión de faltar ni ser irrespetuoso con la fe de los demás. Creo que formarse un credo es algo complejo y que lleva muchos años. Algunos, incluso pasaron por diferentes etapas, estudios, dudas, para alcanzar lo que cada uno considere la iluminación, en el ámbito que sea. Por mi parte, siempre pienso que, escuchándonos uno a uno y con verdadera atención, es fácil llegar a puntos de encuentro. Y creo que ese debe ser nuestro verdadero objetivo.

P: ¿Y "Los soñadores"?

R: Los soñadores son el motor de toda labor creativa. Antes de que algo exista debemos soñarlo. Así funcionan los grandes cocineros, los científicos, los artistas, incluso quienes de verdad desean un mundo mejor. Primero debemos imaginarlo.

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