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Fernando Martínez Laínez: "Todavía seguimos siendo herederos de la terrible vivencia de la Guerra de Independencia"

El periodista y escritor publica El soldado español, una visión histórica de España desde la perspectiva de sus combatientes.

Fernando Martínez Laínez es periodista y escritor, experto en historia y autor de varias obras divulgativas sobre la historia de España. En esa línea, precisamente, acaba de publicar El soldado español (Arzalia), una visión histórica de España a través de sus combatientes, y un libro que es un repaso a los principales acontecimientos de la historia de los habitantes de la península ibérica. También es un intento por desgranar los paralelismos que pueden existir entre un oficio, el de soldado, que ha reunido tradicionalmente las características más notables del pueblo por el que lucha. Hablamos con él:

Pregunta: ¿Se puede sacar una visión nítida de un pueblo entero centrándose en sus combatientes? ¿Qué reflejan exactamente del país por el que luchan?

R: Yo lo que creo es que el soldado es una especie de crisol de recuerdos y voluntades, transmitidas de generación en generación. Por tanto, también, sirve de arquetipo de nuestra memoria común. Fijarse en los combatientes españoles, para mí, ayuda a establecer de alguna forma nuestra propia continuidad como pueblo. Es una pieza esencial de ese concepto que podemos tener de España. Claro, ahí entran virtudes y defectos. Es evidente que, como en cualquier actividad humana, en la historia militar hay luces y sombras. Al menos eso es lo que he tratado de poner de relieve en el libro.

P: ¿La sociedad actual es del todo consciente de la importancia histórica de la guerra en el desarrollo cultural que nos ha traído hasta aquí?

R: No, es posible que no del todo. Pero sin embargo no deja de ser una obviedad que el mundo se ha forjado a través de la guerra. Y todo lo que somos actualmente está configurado en gran medida a través de los conflictos armados. Sin ella, la historia no se entiende. Una historia sin guerra sería una historia fantástica, irreal. Ya en los tiempos de Heráclito se dijo esa frase de que la guerra es la medida de todas las cosas: a unos les hace reyes y a otros les hace esclavos. Es una gran frase porque no sólo hay que entenderla en sentido figurado. También tiene un sentido literal. Además, tampoco podemos decir que la guerra haya desaparecido del todo, o que sólo tengamos recuerdos lejanos de ella. Si miramos al siglo XX, no podemos hablar de la configuración política actual sin entender antes las dos Guerras Mundiales. Es una tragedia, claro, pero es así. La historia la configuran las guerras.

P: El tema del libro obliga a indagar en un asunto interesante: ¿Qué es España? ¿Cuándo comienza? ¿Cuándo se puede empezar a hablar de un soldado español?

R: No existe una respuesta clara a esa pregunta. En definitiva, hablamos de una transformación, de un proceso que ha durado siglos, casi miles de años. Marcar un punto de inicio de España con precisión quirúrgica no es posible. Pero es algo que pasa igual con cualquier otro país. Una nación se va forjando a través de procesos oscuros, procesos seculares que van sedimentando y aglutinando una serie de voluntades compartidas. Claro, en todo esto influyen multitud de factores: geográficos, ideológicos, religiosos, bélicos… No sé. Es un tema de debate muy candente. Afinando un poco podríamos decir que aquí ya existía una conciencia de combatiente ibérico desde los tiempos de las guerras celtíberas contra Roma. Luego, la visión más moderna y clara aparecerá mucho más nítidamente a partir de los Reyes Católicos. Los Reyes Católicos configuraron el Estado nacional español tal y como lo concebimos ahora, casi. Y, en ese sentido, son los que definen también al soldado español, porque son los que construyen un ejército regido por el Estado, en este caso la Corona. Forjaron una infantería excelente, con tropas permanentes para combatir en el exterior. Sí… Si hay que buscar un origen cercano, yo diría que la respuesta más clara son los Reyes Católicos.

P: Pero otra cuestión que perfila el libro es el carácter heterogéneo de los ejércitos. Al final, cuando se habla del soldado español, ¿de qué se habla? ¿De los combatientes de la Corona o de los salidos de la península, exclusivamente?

R: Esa es una pregunta muy interesante. Lo que yo entendería por soldado español es todo aquel soldado al servicio de los intereses de eso que llamamos España. Y es verdad que en determinados momentos no se concentraron exclusivamente en la península. El caso Americano es claro, por ejemplo. Pero ahí volveríamos a lo que entendemos por soberanía hispana. Es algo que ha ido variando con el tiempo. En la actualidad, claro, no hay dudas. El soldado español es el que ha salido de la península. Lo que pasa es que antiguamente el concepto de España era muchísimo más amplio. Es una observación interesante, que merece multitud de matices. Para entendernos, el soldado español es todo aquel que combate bajo la soberanía española y que, además, desde el punto de vista geográfico y político, procede de España. Porque como bien sabes en aquellos tiempos los ejércitos también se nutrían de mercenarios y de soldados de otras nacionalidades.

P: Es una cuestión que se recoge en ciertos momentos del libro. Por ejemplo cuando recopila las opiniones de diversos diplomáticos hablando de las características culturales del soldado español: bajo, moreno, fuerte, diestro en las armas, desorganizado, de carácter sombrío, etcétera. Eso parece hacer referencia a un tipo de español muy concreto, ¿no?

R: Por supuesto. Pero yo creo que, como ya he dicho, dejando algunos matices fuera, podemos entender fácilmente que el soldado español era el que combatía bajo la Corona española y que procedía físicamente de España. Es cierto que los tercios no solamente eran españoles. Había tercios que combatían para España pero que provenían de otras nacionalidades. Pero los tercios españoles eran los tercios españoles. Eran los tercios que venían de España. Lo que entonces se entendía por soldados españoles eran soldados procedentes de la península.

P: Otra cuestión interesante tiene que ver con la configuración anterior de España. La parte del libro centrada en la Reconquista me ha hecho acordarme de aquel mítico debate entre Sánchez Albornoz y Américo Castro. ¿De dónde viene España, de los reinos cristianos o de la mezcolanza de las culturas cristiana, judía y musulmana?

R: Para mí la visión de Albornoz es más acertada. Es decir, el factor religioso era importantísimo. Y el factor de herencia histórica también. Los reinos cristianos se consideraban herederos del antiguo reino visigodo hispanorromano. Por tanto, está claro que, desde el punto de la civilización, la invasión árabe era entendida como una cultura ajena al concepto de España. También es cierto que hubo conexiones y mezclas. Es evidente. La Reconquista fue un proceso muy largo. Pero a mí me parece que lo que caracteriza a todo ese periodo y a la paulatina reformulación de lo que se entendía por España es eso: el factor religioso cristiano y el factor de herencia romana y visigoda. Además, las cosas se desarrollaron como se desarrollaron. Podría haber habido una especie de Estado multiétnico, multirreligioso y multinacional, pero en aquella época eso simplemente era inconcebible. Al final quedó lo que quedó. Y tampoco es algo que se pueda negar.

P: La historia de España también está plagada de acontecimientos bélicos protagonizados por civiles, antes que por soldados. El caso de la Guerra de Independencia contra la Francia napoleónica es el más claro. ¿Han influido algo ese tipo de episodios en la configuración de la "belicosidad" hispana?

R: Por supuesto. Hablas de un episodio terrible. Pero es verdad. En la Guerra de Independencia el pueblo luchó prácticamente con las manos vacías contra el mejor ejército de su época. Es un acontecimiento que nos marcó muchísimo como país. Fue una guerra casi inédita: seis años peleando en el interior contra un ejército poderosísimo y en condiciones de sufrimiento popular inenarrable. Los franceses no estaban aquí de turistas, claro. Estaban aquí ocupando el territorio, viviendo de él y destruyéndolo. Eso durante seis años. Fue una guerra total, que en Europa prácticamente no se había conocido. Y nos marcó como nación de una manera tremenda. Tanto, de hecho, que todavía seguimos siendo herederos de esa terrible vivencia. El siglo XIX español, para mí de los más nefastos, en todos los órdenes, de nuestra historia, acarreó prácticamente cinco guerras civiles, si contamos los cantonalismos cartageneros. Y parte de eso vino directamente de la invasión napoleónica, que dejó una herencia espantosa. La división perpetua de todos los españoles durante el siglo XIX y gran parte del XX viene de ahí. Pocos hechos nos han marcado tanto. Wellington dijo aquello de que España es el único país donde dos y dos no son cuatro. Y es verdad. Los franceses dejaron una carga de profundidad que nos ha dividido durante siglos. De ahí salieron los carlistas, los liberales, y toda la secuela de enfrentamientos fratricidas que arrastramos. Si a eso le añades la puntilla del 98, que también es una secuela de la invasión napoleónica, en cierto modo, porque las sucesivas independencias no se habrían producido de la misma manera si España hubiese gozado de una mayor unidad y fortaleza, pues ya puedes ver cómo se desarrolló el siglo XX después.

P: También son diversos los observadores extranjeros que han venido a decir algo así como que los españoles siempre se matan entre ellos hasta que viene alguien de fuera a intentar poner orden. Entonces se ponen de acuerdo para echarlo.

R: Y en muchos casos ha sido así, claro. Mira lo que pasó con Amadeo de Saboya. El pobre estaba completamente fuera de onda. Es algo que se ha dado, sí. Lo que pasa es que el instinto disgregador, que nos ha caracterizado como país en muchísimas ocasiones también, ha llegado a prevalecer a veces sobre el instinto de defensa contra el invasor externo. Aquí también entraron los Cien Mil Hijos de San Luis. El mismo pueblo que había estado combatiendo como un sólo hombre contra el ejército napoleónico, apenas diez o quince años después va y se encoge de hombros ante los mismos franceses que volvían a entrar en el país. Nuestras propias divisiones hicieron que ese cambio radical de carácter se produjese en poquísimo tiempo. Es así. Y es así porque sobre ese concepto de lealtad ciega a la independencia de la nación, que tantas veces se ha exaltado, lo que ha prevalecido en muchas ocasiones ha sido la insolidaridad y el cainismo. Al final es lo que decía aquel tratadista romano, Flavio Vegecio: "No hay nación, por pequeña que sea, que pueda ser destruida totalmente si ella no coopera a su ruina mediante sus propias disensiones". En España, por desgracia, en muchas ocasiones lo que prevalecen son las disensiones por encima del concepto de unidad y patriotismo.

P: Esto me recuerda a aquella frase de Fernando el Católico que rescata en el libro, aquello de que sólo quien consiguiera mantener unidos a los españoles podría hacer grandes cosas con ellos.

R: Sí, sin duda. Yo estoy totalmente convencido de que el esplendor de la España imperial vino de la capacidad que tuvieron los Reyes Católicos de unificarla primero. Fernando el Católico para mí ha sido el mejor rey que ha tenido España, con diferencia. Y lo decía con mucha claridad, es cierto. Él era un rey guerrero. Los tratados militares que asientan el poderío hispano en el siglo XVI vienen ya recogidos en las ordenanzas de los Reyes Católicos, y sobre todo de Fernando. Como digo, él ya lo decía con muchísima claridad. La frase exacta viene de que, en su opinión, la nación era bastante apta para las armas, pero estaba desordenada: "Sólo quien sepa mantenerla unida y en orden podrá hacer grandes cosas con ella", escribió. La historia ha demostrado que tenía razón, yo creo.

P: Y es algo que se podría trasladar al apartado político, ¿no? Se ha utilizado mucho esa frase del Cantar de Mío Cid: "Qué buen vasallo sería, si tuviese buen señor". ¿Es así? ¿Hemos acusado la falta de grandes líderes en nuestra historia?

R: Yo creo que sí. Ejército y pueblo han ido con frecuencia muy desajustados. Los soldados españoles han sido lanzados a guerrear sin una jerarquía dirigente que fuese capaz de articular al resto del país. Y eso se ha notado también en la escasez de grandes líderes políticos que hemos tenido, sobre todo en momentos decisivos. No sé, hay otros países que parecen haber tenido más suerte histórica, parece. Grandes caudillos o líderes, militares y políticos muy importantes, que supieron estar a la altura de las circunstancias en momentos determinantes. En España la escasez de ese tipo de personas es llamativa. No hemos tenido demasiados grandes estadistas. Si nos fijamos por ejemplo en la Guerra de Independencia, tuvo que venir Wellington a mandar los ejércitos españoles porque los generales no se ponían de acuerdo sobre quién tenía que ser el líder. Y todo eso después de que los españoles llevasen seis años combatiendo a Napoleón. Luego, cuando Napoleón es derrotado definitivamente y comienza a configurarse la nueva Europa, España no es capaz de mandar a Viena a ningún político destacable que participe en las deliberaciones. Lo mismo podemos decir de las guerras carlistas. Y no hablemos ya de la guerra del 36, que es otro capítulo siniestro. Sí. Ha habido una especie de maleficio histórico, casi, con el tema de los liderazgos. Esa es la sensación que da.

P: Bueno, el episodio del 36 podría ayudarnos a ver también qué parte de responsabilidad ha tenido el pueblo en la elección de sus líderes nefastos, ¿no? Se suele decir que el éxito de la Transición fue un éxito político, pero también un éxito de la sociedad, que supo imponer su deseo de reconciliación. La Segunda República parece lo contrario, como si quienes hubieran podido llegar a ser grandes estadistas hubieran sido borrados ante la exaltación de demagogos y pirómanos. ¿Qué responsabilidad tiene "el pueblo" en la escasez de grandes líderes?

R: Efectivamente. Estoy de acuerdo también con esa visión. Gran parte de la culpa de todo esto recae en un pueblo que no ha sabido reaccionar a tiempo muchas veces, o que se ha visto incapaz de poner al frente del liderazgo político a las personas indicadas en cada ocasión. También es verdad que eso que llamamos "el pueblo" es un concepto muy vago. Habría que cogerlo con pinzas. Pero sí. La culpa también está en quienes tragan con gobernantes infumables. No podemos hablar de un pueblo idealizado, como una especie de coro de ángeles, y echarles toda la culpa a los políticos. Los políticos están ahí puestos por el propio pueblo, en muchos casos. Las responsabilidades deben ir repartidas.

P: Por terminar, ¿el carácter del soldado español es tan nítido? ¿Existe algún tipo de hilo conductor que una al soldado español más reciente con el soldado español de hace siglos? ¿O estamos hablando de esencialismos absurdos que no tienen sentido?

R: Pues yo sí que creo que existen factores comunes. Una mínima constante sí que existe. El factor este de resistencia, de improvisación, de desorden… Soldados poco inclinados a la disciplina férrea… Es algo que, en el libro, me lleva a la reflexión de que hemos sido un pueblo más de guerreros que de soldados. Y quizás el mayor ejemplo de esto sea el del combate irregular por excelencia: la guerrilla. Una palabra absolutamente española que se ha hecho universal. Esa preferencia a combatir por libre y a mostrar muy poca inclinación por la disciplina ciega es una característica que yo sí que creo que ha marcado al soldado español. Y que le sigue marcando. Claro, ahora mismo la situación es muy distinta. Los soldados están altamente profesionalizados. Tenemos un ejército de profesionales totalmente adiestrados. La milicia es una actividad profesional como cualquier otra. Pero si nos centramos en los ejemplos históricos más amplios, en esos momentos en los que ha sido necesario movilizar a muchísima gente de manera forzosa, podemos juzgar mejor esta tendencia de la que te hablo.

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