Sigo a rajatabla el consejo de mi abuela: los caballeros nunca hablan de mujeres. Envidio sin embargo a quienes alcanzan las cumbres de su identidad literaria, o sea las mejores páginas de sus libros, dándole al palique sobre mujeres. Schopenhauer, Nietzsche y Weininger pertenecen a ese reducido y selecto club de filósofos malditos, terribles y fríos que profundizaron en ese complejo mundo. No pararon a la hora de ponerlas a caldo. Fueron poco amables por decirlo suavemente con el mundo de las féminas. El austriaco Weininger, buen conocedor del paño, poco antes de pegarse un tiro en el corazón, resumió en unas líneas los estatutos del club: "¿Cómo una mujer que carece de alma llega a percibir un alma en los demás? ¿Cómo puede juzgar de su moralidad siendo ella amoral? ¿Cómo es capaz de concebir la fuerza del carácter sin poseer un carácter personal? ¿Cómo es posible que sienta el influjo de la voluntad si no posee voluntad propia?". Éste fue el dificilísimo problema que ocupó las investigaciones de Weininger; interrumpidas por su suicidio, no han tenido muchos seguidores, quizá por fortuna, las líneas de investigación abiertas por el ensayista austriaco, a quien no se le puede negar genialidad literaria y talento filosófico.
En España, desde que se publicara el libro de Weininger en 1902, muchos autores se han ocupado del estudio de la mujer en una línea radicalmente contraria a la misoginia de los tres prendas citados. Valga recordar a título de ejemplo los extraordinarios trabajos de Gregorio Marañón y Carlos Castilla del Pino. Y, en el ámbito estrictamente literario, hoy es menester citar tres grandes libros de Alfredo Arias que se ocupan del Eterno femenino: Diosas, santas y malditas (2018), Mitos de la transgresión femenina (2020) y Las bellas y sus bestias (2021). No exagero si digo que estas tres obras, construidas al margen de la universidad, el Estado y el mercado, constituyen uno de los mayores hallazgos del ensayo en lengua española de nuestra época. Ciencia y creación, investigación y bella escritura, erudición y arte funcionan a la vez en esta trilogía sobre La Mujer Sublime o, como la llamara Goethe, "lo" eterno femenino.
Alfredo Arias es un autor independiente, libre y lleno de entusiasmo que ha recorrido el planeta Mujer sin complejos y sin prejuicios. Su limpia mirada lo aleja de la ideología y de lo pacato. Es delicioso leerlo. Escribe con sencillez y estilo. Sus libros están llenos de contenidos. Narra la vida de muchos otros libros y cuenta la literatura de ciento de películas. Muestra unos amplísimos conocimientos literarios sin pedantería alguna. No es un beato de la cultura. Su creatividad está a la altura de los clásicos de nuestra literatura del XVI y del XVII. Sus libros son una sorpresa permanente: podemos encontrarnos con unos sugerentes apuntes sobre Audrey Hepburn recogiendo el Óscar a la mejor actriz por su papel en Vacaciones en Roma y, pocas líneas más abajo, unos comentarios contextualizados sobre la Ondina de Giradoux, que tuvo la mala suerte de escribirse y estrenarse en 1939, poco receptivo a la belleza y la fantasía (quizá porque fue la fecha del comienzo de la Segunda Guerra Mundial).
Son libros, sí, plagados de notas a pie de página que, lejos de aburrirnos, necesitamos leerlas para seguir disfrutando del texto. Nunca cansan las notas de Alfredo Arias. He aquí una correspondiente a su Las bellas y las bestias:
He conocido a una hada cajera que, me dijo, había trabajado en un supermercado de Huesca (uno de esos gremios valientes que durante la pandemia del Covid-19 tuvo que dar el callo) o, al menos, muy sospechosa de serlo. A mi amiga Yolanda no le molestaba en absoluto que la llamase Yolhada (muy al contrario), y me enseñó tantas canciones de hadas y tantas sensibles prosas de Eduardo Galeano que no tuve más remedio que darle ese crédito. Además, me mostró una foto con una varita mágica sobre su mesilla de noche. Le prometí que la incluiría en este libro con todo el derecho.
Desafortunadamente, en junio de 2020, un día después de San Juan, su prima Cris logró comunicar conmigo para informarme de que había fallecido repentinamente, sin poder despedirse. Sólo puedo decir que la conocí poco tiempo, durante el transcurso de la confección de este volumen, y que aun así es una de las presencias más cómplices, intuitivas, cariñosas y brillantes que he conocido, tal fue el regalo que esta hada me otorgó. Esté donde esté deseo que puedan llegarle las palabras de este párrafo. Yolanda Pérez Rueda, mujer sublime.
Lean, pues, a Alfredo Arias. No les defraudará.