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Pedro de Tena

La ciencia-ficción de Eduardo Goligorsky: un vigía para la libertad

En 1975, fue galardonado en un concurso de cuentos policíacos en cuyo jurado estaban Jorge Luis Borges y Augusto Roa Bastos. Bajo varios pseudónimos publicó más de 20 novelas del género negro.

En 1975, fue galardonado en un concurso de cuentos policíacos en cuyo jurado estaban Jorge Luis Borges y Augusto Roa Bastos. Bajo varios pseudónimos publicó más de 20 novelas del género negro.
Libertad Digital

La decisión de Eduardo Goligorsky de echarse a morir nos desafía y nos interroga. Muchos lo hicieron antes y otros muchos lo harán después. Desde envolverse en la túnica del viejo clásico y dejar de alimentarse a la moderna eutanasia, ha habido muchas formas de consumarlo. Incluso la Iglesia dudó una vez si el martirio deseado no era una manera impropia de acelerar la llegada de la muerte. Pero el caso de Eduardo Goligorsky, por cercano, nos fuerza a dos impulsos: uno, entenderlo como acto de libertad y dos, recordarlo como el gran traductor, magnífico escritor, poco conocido, y militante de la libertad que siempre fue.

No nos conocimos aunque fuimos asiduos de las columnatas de Libertad Digital. Cuando leí su última pieza en la que relataba su "eutanasia a cámara lenta" (con cinco meses de retraso) comprendí que para él echarse a morir era sencillamente un derecho humano deducible de su libertad individual y por él luchó, como siempre, Contra corriente.

La controversia de la eutanasia – en castellano "echarse a morir" es, creo, una expresión que recoge su íntimo concepto -, tiene como trasfondo la libertad radical de cada ser humano para dejar de existir por propia voluntad. Cuando la muerte era horrible por dolorosa, pecaminosa o inquietante, casi nadie se la representaba como un horizonte de libertad. Cuando morir sin dolor ya no es una quimera gracias al desarrollo tecnológico y clínico, echarse a morir ha devenido como uno de los ingredientes posibles de la libertad.

Aunque la expresión echarse a morir tiene hoy un significado poco relacionado con la muerte voluntaria, no fue así antes. En el Diccionario de Autoridades de 1732 se dice que significa "abandonarlo todo y dexarlo, casi desesperado, por no hallar remedio en lo que se desea". Sigue siendo una expresión utilizada por muchos escritores desde García Márquez a Isabel Allende, desde Chaves Nogales a Félix de Azúa, desde poetas como José Luis Tejada a pensadores como Fernando Savater que, en La vida eterna, hace una intensa meditatio mortis con Don Quijote y Sancho de fondo.

No sería un propósito sensato dar pie en pleno duelo a un debate sobre la eutanasia sino que se trata del simple reconocimiento de que, para Eduardo Goligorsky, la decisión de echarse a morir ha sido concebida como un acto de la libertad poco a poco ensanchada en la Historia por la combinación de la ciencia, la técnica, la moral y el Derecho. Lo dispuso y ha conseguido hacerlo el pasado día 10 de febrero.

Tampoco puede esperarse de estas líneas una densa biografía de quien, siendo ruso- argentino-español o viceversa, residió en España desde 1976 huyendo de la dictadura. Sinceramente no la conozco tan bien como tampoco toda su obra literaria que aparece dispersa, cuando no olvidada u oculta tras seudónimos. Más bien quiero lanzar una tentación para que alguien sienta la necesidad de recopilarla, desde el ensayo político a la novela policíaca o los cuentos fantásticos.

Sólo puedo hacer una breve semblanza antes de aventurarme por algunos relatos de ciencia ficción por los que mostró una vocacional inclinación.

Goligorsky y la ciencia ficción

Nacido el 30 de marzo de 1931 en Buenos Aires, sus abuelos procedían del antiguo imperio ruso de los últimos zares. Tras una juventud equivocada en política, según confesión propia, devino liberal y se exilió a España durante la dictadura argentina de 1976. Se nacionalizó español, sobreviviendo como traductor de inglés y asesor literario. Antes había sido crítico de libros del Diario Clarín y colaborador de La Vanguardia. Desde 2010 escribió regularmente en Libertad Digital hasta su muerte.

Puede considerarse, probablemente con razón, que es la novela negra el género más cultivado por Goligorsky a lo largo de su vida. De hecho, su contacto con este tipo de literatura le llegó a los 21 años de la mano de los cómics policiales que traducía y luego de la traducción de novelas policíacas en la editorial Malinca sus colecciones Nueva Pandora, Cobalto y Débora. Dado el éxito del género, se propuso ser autor sin dejar de ser traductor.

En 1975, fue galardonado en un concurso de cuentos policíacos en cuyo jurado estaban Jorge Luis Borges y Augusto Roa Bastos. Con el pseudónimo de James Alistair, el más importante, pero también con otros como Dave Target, Lee Arriman, Mark Pritchard y Ralph Fletcher, publicó más de 20 novelas del género negro. La más conocida Lloro a mis muertos pero también La morgue está de fiesta, Tarde o temprano la muerte y Te vengaré, mi amor. Fue su primera etapa iniciada en 1952.

También puede barajarse el ensayo como otro de los más importantes géneros que Eduardo Goligorsky cultivó. De hecho, su ensayo Contra la corriente (Granica Editor, 1972), obtuvo la Faja de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores. Significativo fue cómo lo subtituló: Guía de mitos, tabúes y disparates para escépticos, herejes e inconformistas. Él mismo ha explicado de qué manera se forjó como liberal en uno de sus artículos publicados en Libertad Digital. Entonces estaba en sus comienzos.

Ya afincado en Barcelona publicó su polémica Carta abierta de un expatriado a sus compatriotas (Sudamericana, 1983) donde explicaba su exilio y defendía sin complejos su liberalismo y arremetiendo contra los sicarios del autoritarismo y de la violencia revolucionaria que en Argentina nunca han sido pocos.

Mucho después, en 2002, escribió otro ensayo titulado Por amor a Cataluña. Con el nacionalismo en la picota, en el que arremetía contra la falta de libertad exigida por el nacionalismo. Y no está todo, quedan otras obras y sus artículos.

Pero quizá fue en la ciencia ficción donde encontró el prestigio literario a pesar de tener una corta producción. Entre sus publicaciones de ciencia ficción están Memorias del futuro (1966) y Adiós al mañana (1967), en colaboración con Alberto Vanasco; A la sombra de los bárbaros (recopilación de sus cuentos de ciencia ficción), vio la luz en 1977; Pesadillas (cuentos de terror) fue publicado por Bruguera en 1978.

Tanto le fascinó la ciencia ficción que incluso publicó una larga reflexión sobre el género. En 1969, publicó Ciencia ficción, realidad y psicoanálisis, un ensayo con Marie Langer (Paidos), ensayo en el que trataba de analizar la realidad social en la que se inscribía el género dejando la meditación psicoanalítica para su compañera.

¿Por qué digo que con la ciencia ficción consiguió reconocimiento literario? Pues sencillamente porque mereció formar parte de antologías en las que ocupaba un eminente lugar junto a Jorge Luis Borges o Adolfo Bioy Casares, y de otras menos renombradas. Él mismo dio a luz una que tituló Los Argentinos en la luna. Cuando por razones de espacio, no era incluido en alguna los editores tenían que justificar tal ausencia.

Por ejemplo, puede leerse en el preámbulo de Los universos vislumbrados. Antología de la ciencia-ficción argentina: "Con la convicción de que ésta no es la última antología de cf argentina que publicamos detallo a continuación los relatos que debieron estar pero…

Julio Cortázar: Instrucciones para John Howell
Eduardo Goligorsky: El vigía
Leopoldo Lugones: Yzur…."

Tampoco son mala compañía en la galería de los excluidos.

La concordancia de su tratamiento de la ciencia ficción y su actitud liberal en la vida puede comprobarse en su ensayo sobre el género y en la mayoría de sus relatos. En su ya mencionado ensayo, trata de la ciencia ficción y la igualdad, la ciencia ficción y la libertad y la ciencia ficción y la supervivencia de la especie.

En este ensayo, dice Goligorsky:

"…es imposible enten­der la intención de los autores de ciencia-ficción adulta si no es dentro del marco de una lucha denodada por la preservación de la libertad de pensamiento. Así, la res­puesta a los embates del "macarthysmo" contra algunos de los mejores valores de la rica tradición cultural nor­teamericana estuvo dada en obras como Fahrenheit 451 y muchas otras que citaremos en el curso de este tra­bajo, las cuales ya se cuentan entre los clásicos del género."

Por ello,

"las páginas de los mejores autores del género destilan un inmenso amor por el género humano. Las obras más nobles de la ciencia-ficción, aquellas a las que nos atrevemos a augurarles mayor perduración, en­cierran siempre un himno a los valores del humanismo."

Esto es, la ciencia ficción se adentra en la ciencia y la tecnología y en sus proyecciones de futuros desarrollos pero con la intención realista de corregir caminos de perdición. Trata de advertir la realidad de un decaimiento de los valores humanos desfigurando los elementos que baraja. Así califica de realistas las fantasías 'antiutópicas' del siglo XX que van desde Un mundo feliz de Aldous Huxley hasta 1984 de Geor­ge Orwell.

"En síntesis, encararemos la ciencia-ficción en lo que tie­ne de género realista, o por lo menos vinculado con la realidad desde un ángulo distorsionante, sin pensar que ello implique contradicción alguna",

apuntala Goligorsky.

No es extraño que haya podido decirse de su filosofía de la ciencia ficción admite la intención moralista que se advierte en la tradición del género. De hecho, la sátira, la crítica, la exageración, las nuevas razas alienígenas u otros artefactos literarios no son otra cosa que intención moral de regeneración de la realidad humana del momento.

Junto a algunas críticas por su excesiva buena intención o por la fragilidad de sus razonamientos, también se ha confirmado que

"una de sus obsesiones centrales es el carácter negativo de la censura y de toda opresión cultural o racial…" así como "la existencia en un mundo en quiebra, dominado por la violencia."

El vigía

Uno de los más estimados relatos fantásticos de Eduardo Goligorsky lleva este título. En él, en un bosque inquietante al filo de una frontera, un vigía aguarda la llegada de los rebeldes que quieren abandonar el país. El centinela está convencido de ser moralmente superior a quienes tiene el deber de exterminar para preservar la civilización.

"Las nuevas generaciones están cada vez más corrompidas. Eso hace difícil encontrar informantes entre los jóvenes y son muy numerosos los transgresores que quedan impunes. Los encargados de custodiar la frontera conocemos mejor que nadie las proporciones aterradoras que asume la evasión de elementos antisociales."

La misión del anciano vigía de la ortodoxia

"exige contar con una fibra moral a toda prueba. Ellos recurren a las más pérfidas tentaciones para ejecutar sus infames designios, y no en vano su vil propensión hedonista los ha educado en todas las gamas del vicio. Son depravados y lascivos." Por ello, "para salvar su alma, nuestra sociedad ha debido recurrir a una selecta minoría de ciudadanos probos, intransigentes y piadosos a los que nos ha confiado todas las funciones responsables."

Lo dicho hace que la imaginación vuele hasta las águilas del III Reich, hasta las hoces y martillos de Stalin, hasta las boinas rojas de Nicolás Maduro, hasta los animales de la granja de George Orwell sobre todo desde 1984, hasta el mundo feliz de Aldous Huxley pasando por la fundación de Isaac Asimov o los androides electrizantes de Philip K. Dick.

"Hace ya mucho tiempo que están en vigencia dentro del país los más sólidos principios morales, y, sin embargo, debemos vivir en un estado de perpetua depuración, pues el mal aprovecha cualquier resquicio para colarse. La larga práctica nos ha demostrado que no se puede confiar en los jóvenes. Estos se hallan en un perpetuo estado de celo que pretende encubrir con velos cínicos y poéticos su genuina naturaleza procaz."

Por eso, en el país, que no era la China comunista ni la Argentina peronista, se había prohibido el matrimonio hasta los 23 años y admitido la segregación de sexos. "Los delitos grandes que puedan culminar en cohabitación y embarazo se sancionan con la pena de muerte." A pesar de ello, la rebelión animaba a escapar del país por las fronteras naturales, como ese bosque que ocultaba un lago, para salvar a los niños nacidos al margen de la ley.

Cuando llegaban hasta allí, las balas del vigía abatían a los fugitivos que naturalmente no podían ser inocentes. ¿O sí? Goligorsky se inclina ante su libertad, describe el mecanismo mental íntimo del opresor y nos prepara para un final sorprendente que no desvelaré por si alguien quiere leerlo.

Valga este relato como ejemplo de una colección muy cualificada de cuentos fantásticos que convirtieron a Eduardo Goligorsky en un "vigía de la libertad", tanto en Argentina como en la España donde los nacionalistas catalanes y vascos se han empeñado en el exterminio cultural de la "raza española". Hemos tenido entre nosotros uno de los grandes y apenas se ha reparado en ello. Empecemos a enderezar este entuerto.

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