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La "envidia sana" de Orhan Pamuk: "Los españoles entrasteis en la UE y habéis resuelto vuestros problemas democráticos"

El Nobel de Literatura turco acudió al Festival Internacional de Literatura de Matadero para hablar de su último libro.

El Nobel de Literatura turco acudió al Festival Internacional de Literatura de Matadero para hablar de su último libro.
El escritor turco, Premio Nobel de Literatura, Orhan Pamuk. | Luis H. Goldáraz

El Nobel de Literatura Orhan Pamuk nació en Estambul en 1952, y eso le coloca en una situación llamativamente particular. Asia a un lado, al otro Europa, repiten a su paso quienes pretenden convertirle en una especie de personificación del puente entre culturas. Y él contesta amablemente y reconoce el peso que la mezcla ha tenido en su trabajo. Ciertamente, la suya es una característica difícil de obviar. Por eso, cuando acude a cualquier sitio, se ve obligado a soportar el mismo tipo de preguntas acerca del mismo tipo de cuestiones todo el tiempo. Él trata de ser gracioso y distendido, hasta el punto de no callar ni cuando la conversación le lleva a hablar del actual régimen turco, por más que su literatura poco tenga que ver con la política. "Yo nunca he tenido problemas por mis libros", repite constantemente. "Todos los problemas judiciales me han venido en entrevistas. Porque si me preguntan, la lengua se me va".

Reconoce no haber conocido en persona a Erdogan en su vida, y reivindica su vocación literaria por encima de su vocación política cada vez que puede. De poco le sirve. A Madrid ha llegado invitado por el Festival Internacional de Literatura de Matadero. Ha pasado unos días agradables, recorriendo museos, sobre todo, y mezclándose en la calle con la infinita cantidad de viandantes que no le reconocen. Después, una vez sentado en la nave 17 del recinto y ya sumergido en la conversación con la experta en orientalismo Patricia Almarcegui, recuerda la última vez que estuvo en Barcelona. También cuando participó en las protestas frente a la embajada española de su ciudad por alguna cuestión relacionada con Franco, en 1971. "Me da un poco de envidia sana venir aquí ahora", dice sonriente. "Al fin y al cabo, cuando estuve en Barcelona, en la cima de mi éxito y mi juventud, muchos me decían que el siguiente país en entrar en la UE sería Turquía. Lo hacían desde una cercanía simpática, resaltando todo lo que nuestros países tenían en común. Ambos son mediterráneos y venían de ser más o menos pobres. ‘Si nosotros hemos entrado, vosotros también lo haréis’, me repetían. Ahora paseo por aquí y pienso en que vosotros formáis parte de la UE y habéis resuelto vuestros problemas democráticos. También tenéis más libertad de expresión. Todo lo que yo querría para mi país".

Pamuk decidió hacerse escritor después de leer El Extranjero, de Camus. Dejó la carrera de arquitectura que tenía empezada y se licenció en periodismo. También leyó La Peste y muchos años después, cuando su prestigio llevaba décadas afianzado, se propuso escribir su propio libro de pandemias. "Realmente, cuando me senté a escribir pensé que sería uno más de los muchos escritores que han escrito sobre el tema sin haberlo vivido". Sin embargo, apareció el covid y el confinamiento, haciéndole experimentar lo que hasta entonces sólo había imaginado. La tarea de escribir Las Noches de la Peste fue complicada por diversas razones, pero la fundamental tuvo que ver su manía por introducir diversas perspectivas en todas sus novelas. "El problema de escribir obras históricas musulmanas es que las mujeres, por ejemplo, no salían a la calle. Es muy difícil que viesen y contasen lo que pasaba". Y eso, cuando la narradora principal es una mujer, convierte el relato en todo un reto. Lo solucionó por el contexto. Al fin y al cabo, ella escribe en cartas lo que habla con su marido, un importante médico que tiene acceso privilegiado a todos los estragos que va dejando la epidemia.

A él le interesa el contraste cultural. Estambul es una ciudad importante en su literatura, un lugar que vive inmerso en un ambiente de mezcla, de conexiones constantes entre orientales y occidentales. Por eso responde rápidamente cuando le preguntan por el ideario oriental que impera en este lado del mundo. "Claro que existe. Y además es inevitable que exista. Todos somos de donde nacemos y crecemos. Por eso miramos al extranjero con ojos de extrañeza, aunque en realidad tenga muchas más cosas en común de lo que percibimos. Flaubert vino a Estambul y lo primero que hizo fue ir al mercado de esclavos. Daba igual que la esclavitud durase en Francia hasta hace cuatro días. Siempre se mira todo lo ajeno desde un sesgo particular y es muy difícil evitar su caricaturización. Nosotros también lo hacemos con vosotros. Existe una imagen negativa del occidental. La colonización y desconolonización también dejó su influjo en la forma de percibir el mundo de mucha gente. La diferencia fundamental es que la visión occidental es la que tiende a imponerse en todas partes. Y eso es algo que tampoco se puede obviar". Con todo, él prefiere la armonía. "Para mí lo importante no es la dominación de una cultura sobre otra", repite. "Mi padre disfrutaba leyendo a Paul Valéry e inmediatamente después disfrutaba de la poesía otomana. Yo valoro eso, precisamente, porque creo que se puede disfrutar de las culturas de forma armoniosa, sin tener que sojuzgarlas desde el prisma particular constantemente".

Preguntado acerca de si la literatura puede cambiar el mundo, se remueve en la silla. "Yo no estoy en la literatura para cambiar el mundo", responde. "Mi vocación es más bien artística". "Además, no creo que la ficción sea tan poderosa. Si lo pienso bien, me da la sensación de que tiene más poder el prestigio concreto de un escritor que los libros escritos. Al escritor famoso se le escucha, se le lee con otros ojos, se le prestan otros oídos. Él sí puede cambiar algo, a lo mejor. Pero la literatura, la ficción, por sí sola, no creo que tenga tanto poder". "La realidad última es que al final uno escribe para expresarse, y poco más". Le repreguntan acerca del compromiso político en el arte, y él regresa sobre lo mismo. "Está bien tener unas ideas políticas. Yo mismo las tengo. Creo en la igualdad, pero no sé muy bien cómo imponerla. Simplemente, no pretendo cambiar nada. Tuve muchos amigos de izquierdas que fueron encarcelados en los 70 por protestar. Yo no. Tal vez yo no quería cambiar el mundo tanto como ellos. Me considero una persona precavida. Todas las utopías que he visto implantarse han fracasado siempre. Así que, egoístamente, prefiero escribir y seguir con mi vida. Por eso, todos los problemas en los que me he metido no han venido de mis libros, sino de mis entrevistas", termina repitiendo.

Pese a todo, no rehuye ningún tema, si la pregunta apunta al grano. "Yo nunca he sido encarcelado por mis libros. El último de ahora, Las noches de la peste, está siendo revisado, pero mis asesores legales me dicen que no habrá ningún problema con él. Pese a todo, eso no quiere decir que otros muchos colegas míos no hayan sido presos por lo que escriben. La mayoría de ellos entran en la cárcel, salen. En Turquía ahora mismo no hay libertad de expresión, y eso es grave. Y, sin embargo, el actual Gobierno ha sido elegido por la gente, que sigue votando a Erdogan. Uno se pregunta si es posible tener una democracia parlamentaria que no permita la libertad de expresión. Eso parece ser lo que tenemos nosotros". "Es algo complicado", concluye al fin.

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