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Zoé Valdés

El coño de Irene

En esta época de ahora, Aragon no hubiera sido aceptado por el Partido Comunista ni de 'coña'.

En esta época de ahora, Aragon no hubiera sido aceptado por el Partido Comunista ni de 'coña'.
"Mujer desnuda recostada", de Auguste Rodin. | Grand Palais

Planeta nos dice en su reseña que fue el 16 de La Sonrisa Vertical, lo publicaron en 1979, lo titularon simplemente Irene, bajo el seudónimo de Albert de Routisie. El autor del prefacio comentaba –continúa con su explicación la editorial– de manera irónica que en pleno Mayo del 68 el autor, siendo conocidísimo, se negaba a salir del escondrijo del anonimato, más por retraimiento que por otra cosa. Se trataba, nada más y nada menos, del poeta surrealista Louis Aragon, miembro del Partido Comunista francés desde 1927, amante y esposo de la gran autora Elsa Triolet.

De Triolet yo había leído Rosas a crédito, una de mis novelas de formación, pero de su amante marido no había leído nada. Recuerdo, varios años más tarde de haber descubierto a Elsa Triolet, que en la librería Visor de Madrid compré con mi exangüe economía dos libros, Carta a Fidel Castro, de mi querido amigo Fernando Arrabal, y El coño de Irene, creo que ya aparecía con ese título y el nombre verdadero del autor en la edición de entonces. Fue en 1984, el original de la novela se había publicado en 1928, de forma clandestina en Francia.

Albert Camus, otro de mis novelistas fetiches, manifestó que veía en esa historia uno de los libros más hermosos relacionados con el erotismo.

El frágil librero de la librería Visor me conmovió; todavía los libreros poseían una gran cultura, iban dispuestos, y buscaban los libros subidos a escaleras de madera recostadas en estantes muy altos. No como ahora, que tienen que consultar en la computadora para ver si el libro existe físicamente en la librería, y si no lo hay te lo encargan por internet (lo que puedo hacer desde mi casa) cobrando un porciento extra, como si tuvieras que pagar para ir a la librería igual que pagas para entrar en una discoteca y cuando pides al camarero un colibrí te anuncia que eso es un bar y no una tienda de pájaros.

Desde el texto, Aragon se introdujo en los burdeles o maisons closes de la provincia francesa, observó y se detuvo en Irene, una obsesiva mujer que sólo pensaba en satisfacer su sexualidad, una especie de devoradora de hombres a los que "imponía la ley de su deseo". El libro me fascinó. Pensaba que, siendo ya contestataria contra el castrismo, podía ser al mismo tiempo de izquierdas, y no me molestó la militancia del autor, como no me molesta hoy en día tampoco. La militancia francesa de algunos escritores también era entonces otra cosa, como pasada por agua... Recuerdo que el dueño de la librería, Chus Visor, nos invitó a su casa, más por mi marido que por mí, pues yo no era nadie en aquel momento, ni me interesaba serlo. Chus había estado en Cuba y se sentía fascinado por aquella isla, creo que hoy lo sigue estando.

El caso es que El coño de Irene cambió mi vida, no en el sentido de que se la cambió a tantos hombres imaginados por el autor, sino estrictamente en el sentido literario. Encontré en sus páginas una libertad que a mi juicio no podía provenir de un escritor comunista, acostumbrada como estaba a aquellos textos somnolientos de Manuel Cofiño (el menos comunista de los novelistas cubanos, pero uno de los más lamebotas) y de los viejos comunistas cubanos de la mediocre generación de imitadores de Alejo Carpentier. Me volví adicta y coleccionista de volúmenes de La Sonrisa Vertical.

Por primera vez leía con fruición, me imponía una libertad desconocida hasta entonces; el proceso operó en mí a un nivel tan insospechado que cuando escribí mi primera novela, Sangre azul, novela lírica y erótica, envié el manuscrito al concurso de La Sonrisa Vertical. Quedé finalista. Aquel año la ganadora fue Almudena Grandes con Las edades de Lulú.

Nunca he publicado en La Sonrisa Vertical, me hubiera gustado; el creador de la editorial y presidente del jurado del premio era Luis García Berlanga… Años más tarde, en el festival de cine de Sevilla, advertí que una de mis nalgas estaba siendo apretada en una de sus manos mientras nos tomaban una foto, ya él se hallaba postrado en una silla de ruedas. Me sentí verdaderamente orgullosa de que Berlanga me apretara una nalga. Era la abierta mentalidad de la época. Una época por desdicha ya extinta, muerta.

En esta época de ahora, Aragon no hubiera sido aceptado por el Partido Comunista ni de coña, o habría sido expulsado por culpa del coño de su protagonista, vamos, ni aunque hubiera probado su participación y resistencia en las dos guerras mundiales, y sobre todo su inmenso talento. El coño de Irene se hubiera tal vez titulado Las menstruaciones dolorosas de Irene, o La soledad de la menstruante de fondo, parafraseando La soledad del corredor de fondo (1959), novela del británico Alain Sillitoe… E iría tal vez de cómo una cajera de supermercado medio analfabeta, devoradora… no, perdón, trepadora, valiéndose de comunistas, cretinos e improvisados, devoradores de almas, llegó a ser ministra, y quiso imponer, e impuso, no la ley de su deseo, sino la ley de sus ovarios, como antaño, en la era de las cavernas, los hombres imponían la ley por sus cojones.

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