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Pedro de Tena

Manuel Machado, Oscar Wilde y la sortija de la desgracia

Según Wilde, el que poseía el anillo tenía asegurada la desgracia. Sólo perdiéndolo de forma involuntaria la maldición cesaría.

Según Wilde, el que poseía el anillo tenía asegurada la desgracia. Sólo perdiéndolo de forma involuntaria la maldición cesaría.
Oscar Wilde | it.wikipedia.org

Un 25 de mayo de 1895, el escritor y poeta irlandés, Oscar Wilde, era condenado por indecencia mayor debido a sus relaciones amorosas, esas del "amor que no se atreve a decir su nombre", con el hijo del marqués de Queensberry (I), Lord Alfredo Bruce Douglas, Bosie. Hará pronto 125 años de que, tras cumplir su condena de dos años de trabajos forzados, Wilde, se exilió en París donde murió en la indigencia y oculto bajo el nombre de Sebastian Melmoth el 30 de noviembre de 1900 a los 46 años.

Uno de los más hermosos y sentidos textos que se escribieron tras su muerte fue el publicado por Manuel Machado bajo el título La última balada de Oscar Wilde, que hacía referencia simbólica a la Balada de la Cárcel de Reading. Tal colección de versos comenzó a ser compuesta por el poeta inglés en dicha prisión de Berkshire, tras el ajusticiamiento de Charles T. Wooldridge, antiguo soldado de la Guardia Real de Caballería el 7 de julio de 1896. El texto de Machado, que apareció en la prensa madrileña a la muerte de Wilde, formó luego parte de su libro El amor y la muerte.

En su famoso poema, Wilde escribió:

Y sin embargo, sepan todos,
cada hombre mata lo que ama.
Los unos matan con su odio,
los otros con palabras blandas;
el que es cobarde, con un beso,
y el de valor, con una espada!.

El caso de Wooldridge fue muy famoso y terrible porque el soldado, ahorcado mientras el escritor y poeta cumplía condena en esa misma prisión, había asesinado a su esposa de 23 años, Laura Ellen "Nell" Glendell rebanándole el cuello con una navaja de afeitar que llevó a su último encuentro con ella, probablemente devorado por los celos y las sospechas de infidelidad. En qué pensó Wilde al identificarse tanto con quien mató lo que amaba, no queda claro. Habrá quien quiera creer que fue en su esposa Constance Lloyd y sus hijos y quien prefiera suponer que fue a su traidor, y sin embargo amado, Bosie, al que retrató crudamente en su De profundis.

Recomendó hace unas semanas con toda sabiduría Andrés Amorós el reciente libro de Daniel Pineda Novo titulado Manuel Machado, el gran desconocido. En ese libro se recuerda que Machado (II), con su hermano Antonio, conoció en París al gigante autor irlandés "ya en plena decadencia, envejecido y triste, con el pelo casi blanco, sin su corte de aduladores y casi olvidado de todos". No fue nunca vulgar, pero había dejado de ser teatral.

Dejó escrito Manuel sobre el naufragio vital de Oscar Wilde: "Después del proceso y de la terrible condena, Oscar, el poeta presidiario, se encontró pobre y solo. Sus dramas suprimidos por la censura, sus novelas desterradas de toda Inglaterra, su nombre impronunciable en la sociedad. Y la rehabilitación imposible. Albión lo perdona todo menos el escándalo. La gran desventura no tenía remedio. Y Oscar, que era muy inglés, lo sabía bien".

Cuenta el mayor de los hermanos Machado que conoció a Oscar Wilde un año antes de la última Exposición Universal de París de 1900 en el Bar Calisaya, una taberna internacional del bulevar de los Italianos, donde convivían los bebedores yanquis, los degustadores de cócteles y los sibaritas del ajenjo, entre los que destacaban el griego Jean Moréas, su amigo, "el inglés de Irlanda Oscar Wilde y yo, nacido en la Macarena. Porque en París no hay extranjeros, o si se quiere lo que no hay en París son parisienses".

Fue en aquel encuentro en el que Oscar Wilde le contó a Machado y a su amigo el caso de la sortija de la desgracia, elemento del tema literario del anillo. No era la primera vez que se refería a tales joyas. Por ejemplo, narró que Dorian Gray acostumbraba a cambiarse tanto de sortijas hasta el punto que, cuando hallaron su cadáver, el "de un hombre mayor, muy consumido, lleno de arrugas y con un rostro repugnante", sólo lo reconocieron "cuando examinaron las sortijas que llevaba en los dedos."

En otra ocasión, Wilde había recordado que Duncan envió una sortija a lady Macbeth la misma noche de su asesinato y que el anillo de Porcia casi convierte la tragedia del mercader judío de Venecia en una comedia marital. En El Pescador y su alma, frente al anillo de las riquezas se alzaba la sortija de plomo que no valía gran cosa excepto la dignidad de un alma noble.

En otras partes, el gran irlandés se refiere a anillos de oro, de fuego, de hierro y a uno de jaspe tallado que abría puertas. También cuenta la existencia de un anillo que certificaba la edad viril de su poseedor. Incluso la Cecilia del importante llamado Ernesto subraya la presencia de una sortija con carga sentimental que ella compró en nombre de su amado del mismo modo que se autoescribía sus cartas de amor.

En su famosa y provocativa Salomé, Oscar Wilde menciona el anillo de la muerte, joya que el Tetrarca Herodes enviaba al verdugo Naamán cuando quería asesinar a alguien y que el crimen quedara impune. Así ocurrió en el caso de su hermano, el primer marido de Herodías. Y así sucede en el caso de Juan el Bautista, Jokanaán, cuando una Salomé desesperada por besar su boca de profeta puro induce a Herodías el robo del anillo de la muerte de la mano del Tetrarca para consumar la tragedia. Finalmente, Salomé besa la boca ya amarga del Bautista decapitado antes de ser asesinada por Herodes.

Pero si hubo un anillo famoso en su vida fue el que reveló en su encuentro con Manuel Machado. Wilde le contó la historia de su sortija de la desgracia, quién sabe si real o no. Relató el sevillano cómo comenzó su narración:

Oscar da vueltas en su dedo meñique a una sortija de oro con una gran piedra verde.

—Es la sortija de la desgracia—dijo respondiéndome.— Un radjah (III) de la India, a quien mis compatriotas desposeyeron y ahorcaron más tarde, fue su primer dueño. Yo la heredé de un hijo de este príncipe, asesinado en Londres, el cual me advirtió de la terrible virtud de esta alhaja. Y, haciendo girar la piedra en la montura, nos mostró que por un lado figuraba un gran escarabajo verde y por el otro el retrato del desventurado radjah, obra de un artífice primitivo.

Según el narrador, el que poseía el anillo tenía asegurada la desgracia. Sólo perdiéndolo de forma involuntaria, esto es, sin regalarlo ni tirándolo sino siendo abandonado por la propia alhaja, la maldición cesaría. Pero nunca llegaba el día tan deseado hasta que una mañana se vistió "tarareando un estribillo de Montmartre" y salió a la calle a ver cómo el sol "pintaba las altas fachadas de las iglesias y palacios" y todo le parecía bien.

"Decididamente, yo era feliz aquella mañana. De pronto, esta sensación de bienestar se acentuó grandemente. Acababa de pensar en mi sortija de la mala ventura, y sentí como que no la tenía en el dedo... ¿Habrá huido?... Seguro, sin embargo, de no habérmela quitado, no quería mirarme la mano por no hallarla siempre allí. Procuré despreocuparme, olvidar, y seguí contentísimo bajo el sol, a la orilla del Sena, gozando aquella liberación inesperada, temeroso de volver a sentir a cada instante el peso de la piedra fatal".

Todo iba bien pero a las tres de la mañana, después de cenas y copas, de charlas amenas y exhibiciones de talento, la tristeza volvió al poeta. Intentó cambiar de ruta, no volver al hotel entrando en cabarets donde la embriaguez y la brutalidad ya eran las reinas de la noche. "El presentimiento se acentuó de un mal inevitable. Llegué al hotel, tomé mi llave y subí. Lo primero que hirió mi vista al encender luz, sobre una consola, fue mi célebre sortija, que me esperaba inexorable", explicó.

El anillo de la desgracia con su imponente turquesa se había quedado en el hotel pero los honrados "muchachos" del establecimiento hicieron que "todo el castillo de naipes de mi felicidad se vino al suelo. Instintivamente la recogí y la coloqué en mí dedo. Desde entonces no ha vuelto abandonarme y vagamente conforme con mi mala fortuna, triste por costumbre, espero su pérdida definitiva... o la mía", recogió Machado de labios de Wilde.

Tras aquel encuentro, Machado y su amigo echaron de menos al escritor irlandés que no aparecía por parte alguna. Tras interesarse por su salud, descubrieron que estaba gravemente enfermo en un hotel de la calle de Seine. Nuestro Manuel, el de la Macarena, fue a visitarlo y Wilde le confesó sus esperanzas porque su famosa sortija de la desgracia había desaparecido, "de modo que ya voy a ser definitivamente feliz".

Dos días después, Oscar Wilde moría de meningitis y un joven inglés contestaba a la pregunta de Manuel Machado acerca de si ahora sería perdonado por Inglaterra con un escueto "No". En la versión de esta última balada de Oscar Wilde que recogió Azorín (IV), la verde esmeralda de la sortija "relucía fatídica" había regresado en su engaste de oro. Alguien de los muy pocos que fueron al entierro dijo: "Pequeño como una perla, grande como un destino".

En 2002, un tal Arthur Brand, conocido como el "detective del arte", recuperó un anillo que había sido comprado por el gran Oscar Wilde y robado ese mismo año en el Magdalen College de Oxford. Desafortunadamente, no era la "sortija de la desgracia" que sigue rodando por las vidas humanas.

Entre los versos de la Balada de la Cárcel de Reading se encuentran éstos:

Todo está bien; no ha hecho más
que franquear normales límites.
Lágrimas raras para él
llenarán la urna imposible.

Curiosamente, en apoyo de la afirmación de Wilde del origen hindú de su anillo fatal, digamos que, en la leyenda de Śakuntala que se recoge en el ' Mahābhārata ', también hay una sortija fatídica que se pierde impidiendo la felicidad de la heroína durante largo tiempo. Campoamor habló de otro anillo fatal (el que entregó a un amante Isabel de Inglaterra) y el propio Manuel Machado en sus Dolientes madrigales escribía: "Cuando me muera, déjame/en el dedo este anillo", en cuyo diamante veía el rostro de la amada.

Incluso el padre de los Machado recogió el cuento La mano negra en sus estudios sobre el folclore español, en el que aparece un anillo fatal. Qué cosas. Y las que habrá.


(I) Codificador de las reglas del boxeo.

(II) Manuel Machado es uno de los amigos españoles de Wilde que menciona el libro de José Esteban. Otros fueron el mismo Galdós, al que admiraba el irlandés, hasta Gómez de la Serna y Cansinos Assens pasando por Valle-Inclán o Benavente, Azorín y D´Ors. Baroja no lo fue.

(III) Así aparece en la "balada" machadiano publicada en el número 33 de la revista Nuestro tiempo de Madrid, septiembre, 1903

(IV) "Andanzas y lecturas. Un anillo fatal", La Vanguardia, 4 de marzo de 1913

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