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Amando de Miguel

Algunos modelos del articulismo reciente

No es posible mencionar a todos los columnistas que fueron tertulianos de Antonio Herrero. Vaya un recuerdo a Jaime Campmany y José Luis Gutiérrez.

No es posible mencionar a todos los columnistas que fueron tertulianos de Antonio Herrero. Vaya un recuerdo a Jaime Campmany y José Luis Gutiérrez.
La tertulia del Café Pombo | Archivo

Puestos a seleccionar modelos del articulismo político o literario de la actual generación o de la anterior, tendría que fijarme en lo que mejor conozco. Me refiero a la pléyade de escritores que, a finales del siglo XX, figuraron como colaboradores de la tertulia de la COPE, que capitaneaba Antonio Herrero. El conjunto se representa en un cuadro, con pretensiones de ser una réplica de la tertulia de Ramón Gómez de la Serna en el café Pombo, de antes de la guerra civil. La pintura con los tertulianos de Antonio Herrero se reproduce en mi libro Memorias y desahogos. El original lo conserva Ramón Tamames, uno de los del grupo de la COPE.

Naturalmente, no es posible ni siquiera una mención somera de todos los columnistas que fueron los tertulianos de Antonio Herrero. Habrá que dejar espacio para alguna tesis doctoral sobre el asunto. De momento, vaya un recuerdo para un par de escritores de ese grupo, desgraciadamente desaparecidos. Me refiero a Jaime Campmany y a José Luis Gutiérrez. Con ambos colaboré, estrechamente, y guardo un recuerdo imborrable.

Precisamente, Campmany fue un experto en el género del panegírico con ocasión de la muerte de algún personaje célebre. Siguió el ejemplo de su maestro, César González Ruano, señor de las necrológicas. Ya, es difícil el elogio sistemático en este oficio de entregar originales a los periódicos o revistas. La razón es que al articulista se le pide que saque partido a su sentido crítico. Otra especialidad del murciano fue el de cronista de viajes o de la actividad parlamentaria, género, también, difícil y de egregios antecedentes. El amigo Jaime fue un valiente testimonio de ese lugar común sobre lo bien que escribían los falangistas o, si se quiere, los intelectuales de derechas. De todo el grupo mencionado, Campmany (de apellido impronunciable, a pesar de los antecedentes que lo llevaron) fue el más periodista profesional, siempre, con un toque estético, de aprecio por la cultura. Le tocó bregar en una época dominada por la censura y supo defenderse con inteligencia. Dominaba el castellano popular como nadie.

El otro santón de la cuadrilla de Antonio Herrero fue José Luis Gutiérrez. Con él escribí el primer libro crítico sobre Felipe González (La ambición del César), que nos proporcionó pingües regalías y algunos tropiezos. Antes, habíamos colaborado en la revista Gentleman y en Diario 16, dos medios que llevaban el sello del leonés. También, escribí algo en la revista Leer, que José Luis dirigió con tanta perspicacia.

José Luis Gutiérrez fue la viva representación del "hombre hecho a sí mismo" de la sociedad estadounidense. Es decir, no congeniaba mucho con el tipo de escritor, más señorito o más académico, que fructificaba en el ambiente madrileño. No puede sorprender que mi amigo fuera, reiteradamente, perseguido por unos o por otros, hasta que acabaron con él.

Se pueden citar numerosos textos de Gutiérrez ("el Guti"). No obstante, me quedo con su última expresión, los artículos brevísimos (no más de media docena de líneas), publicados en El Mundo con el nombre de pluma de Erasmus. Recuerdo que es un género que me enseñó a practicar Manuel Martín Ferrand, en el Diario de Barcelona. Es dificilísimo: el apogeo de la frase corta y del pensamiento sintético, a modo de grageas del espíritu crítico. Los Erasmus de José Luis Gutiérrez pasarán a los planes de estudio de la enseñanza del periodismo, si es que, todavía, existe tal cosa. Hay que combinar epigramas, axiomas, juegos de palabras, escolios, audaces comparaciones, paradojas; y todo ello, espolvoreando nombres propios y en el menor espacio posible. El secreto está en saber aludir, más que en describir. Baste esta ilustración de uno de los primeros Erasmus, dirigiéndose a la ETA: "¿Qué se puede pensar de quienes llegan a disfrazar de Ternera al jefe del matadero?".

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