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Juan Carlos Girauta: "Nunca ha sido tan increíble el espectáculo de la sumisión como lo es hoy"

En Sentimentales, ofendidos, mediocres y agresivos, el exdiputado analiza para la juventud las corrientes culturales hegemónicas que imperan hoy.

Una larga carta. Así se dirige Juan Carlos Girauta (Barcelona, 1961) al joven que fue y, de paso, a todos los jóvenes que hoy son. De ellos admira su energía, pero al mirarlos no puede dejar de verse a sí mismo, hace unas décadas, y siente la tentación universal de regresar para pegarse un par de gritos. Quiere advertirse, pero no puede, así que escoge advertirles a aquellos que son como fue él. Su experiencia puede ayudarles a esquivar errores innecesarios, a enfocar sus energías en caminos edificantes. No quiere que se extravíen por la senda equivocada. En Sentimentales, ofendidos, mediocres y agresivos (Sekotia), el exdiputado de Ciudadanos analiza el páramo cultural sobre el que se desenvuelve la juventud actual y se dirige a aquellos que quieran escucharle para brindarles la oportunidad de despertar su espíritu crítico. Tal vez así, desde la base, puedan formarse los cimientos de una respuesta sólida contra la hegemonía ideológica que, en última instancia, está vaciando de significado los valores que sustentan nuestras democracias liberales. Hablamos con él:

Pregunta: ¿Cómo ve a la juventud de hoy en día?

Respuesta: La juventud de hoy en día no es culpable de estar sometida a un sistema educativo diseñado para la mediocridad. No tiene culpa de que le hayan malogrado su talento en pos de una educación para el adoctrinamiento y para la igualación por abajo. No hay otro igualitarismo en la educación que ese. No existe la posibilidad de igualar por arriba. En la pedagogía contemporánea, y sobre todo en la pedagogía woke, cualquier cosa que huela a competencia es erradicada. Se considera malvada. Estamos en la época del fútbol sin contabilizar los goles. La época de no corregir con bolígrafo rojo para no traumatizar al estudiante. Y todavía peor que eso. La época de los docentes que manipulan sentimentalmente a los niños con causas ideológicas que no tienen edad de comprender. Lo que sí que pueden es sentir mucha pena o mucho miedo por las cosas que les cuentan. Y los profesores lo saben. Ya se ha localizado un trastorno nuevo, la ‘ecoansiedad’, detectado en los niños de forma muy particular. La única ventaja que le veo a la juventud es precisamente su condición de joven. Conserva todavía una naturaleza dúctil para poder corregirse. Pero eso sólo se puede conseguir a base de leer mucho. Mucho. Y de no dejarse manipular sentimentalmente tanto.

P: ¿Qué condiciona más al alumno, la educación "en valores" o la manipulación ideológica directa sobre el temario?

R: Yo es que niego que se esté llevando a cabo una educación "en valores". Se disfraza de educación en valores, pero es una educación centrada exclusivamente en el adoctrinamiento ideológico. Se reduce a fórmulas verbales, solamente. Consignas. Sentimientos. Hay que sentirse de cierta manera. Por esa vía se introduce todo lo demás. Y lo hacen con niños porque son quienes todavía no han desarrollado los anticuerpos adecuados que les protejan de los sinvergüenzas. Es la palabra más suave para definirlos. Sinvergüenzas que embaucan a la juventud a través de las "buenas intenciones". De buenas intenciones está empedrado el infierno.

P: ¿El adoctrinamiento es definitivo? ¿No mata siempre cada generación a la anterior? ¿No hemos cuestionado a nuestros padres siempre, llegados a cierta edad?

R: Pero fíjate que hoy se da una circunstancia que no se había dado nunca. Esta es la primera vez en que la juventud se cree rebelde mientras defiende punto por punto lo mismo que el poder. Político, financiero, económico y mediático. El batiburrillo de causas que tienen en la cabeza los jóvenes woke —es decir, los jóvenes que acaban de salir del colegio y que no han tenido la suerte de tener unos padres que les pongan libros adecuados en las manos, para ver las cosas de otra manera—, los términos con que defienden ese batiburrillo de causas, son exactamente los mismos utilizados por el Foro Económico Mundial, la ONU, la Comisión Europea, el Gobierno de turno, la publicidad de los bancos, de las eléctricas y de las empresas del Ibex. Nunca ha sido tan increíble el espectáculo de la sumisión como lo es hoy. ¿Dónde está la rebeldía? No es que no maten al padre en el sentido freudiano, es que son esclavos del poder. Sumisos repetidores de las consignas de los poderosos, mientras se creen que luchan contra lo establecido. Es una cosa sorprendente.

P: ¿En eso consiste la famosa hegemonía de la que hablaba Laclau, que usted desgrana en el libro?

R: Es la manifestación extrema de la hegemonía. Lo que demuestra hasta qué punto se ha impuesto. La hegemonía es precisamente que tus adversarios piensen como tú quieres. La hegemonía por la vía de Laclau sigue una estrategia muy inteligente y muy nueva. Es postmarxista porque ya no opera en el ámbito de las clases sociales. Pero todos sus referentes son marxistas. Lo que propugna de forma abierta y descarada es hacerse con todas las luchas diversas que se dan en una sociedad compleja y desarrollar un discurso que las articule. Así se puede dar este hecho completamente nuevo en la historia: el de una juventud que se considera rebelde reproduciendo exactamente el discurso del poder. No creo que nunca haya existido una hegemonía así. Es el resultado de la toma de las conciencias, implementado gracias a unas plataformas tecnológicas que tampoco habían existido antes. Normal. El fenómeno de tener tantas horas al día a los jóvenes metidos en plataformas que te colocan su ideología por las vías más inverosímiles es completamente actual. Tienen un poder de penetración que no había existido nunca.

P: ¿Qué quiere decir eso de la "radicalizacion de la democracia"? ¿Qué proponía exactamente Laclau?

R: Quiere decir exactamente eso. ¿Cómo se radicaliza la democracia? Radicalizando cada una de esas causas. Laclau dice que se pueden respetar las reglas de juego de la democracia liberal. Y a continuación dice que hay que radicalizar esa democracia. Pero no dice cuándo hay que parar la radicalización.

P: ¿Pero por qué? ¿Qué se persigue exactamente? Antes, al menos, un marxista quería imponer un sistema propio, contrario a la democracia liberal capitalista. ¿Ahora?

R: Ahora se busca el poder por el poder. Nada más y nada menos que eso. Laclau ya no se molesta en declarar los fines que habían declarado los marxistas. No le interesa eso. El suyo es un populismo consciente, en la medida en que lo que se propone en realidad es tergiversar los fundamentos de la democracia liberal hasta convertirlos en irreconocibles. La prueba está en que el concepto de igualdad que se maneja hoy ya no tiene nada que ver con el de las democracias de siempre, que es el de la igualdad de derechos. Como ese principio es fundacional, les resulta incómodo. Así que lo van cambiando por el de equidad, es decir, la igualdad que digan ellos. Ya no existe igualdad ante la ley, ya no existe el principio de la carga de la prueba. Tampoco existe la libertad de expresión. Hay una espiral de silencio colosal. En cada causa hay especialistas. Y quienes no comulgan con la visión woke son censurados. Sus carreras se abortan. No obtienen becas, ni promoción. Y eso en las ciencias duras, eh, no ya sólo en las ciencias blandas. Hace poco cancelaron a un profesor francés por revisar el pensamiento queer desde una visión biológica evolucionista y sostener que va en contra de Darwin. Estamos ante un nuevo oscurantismo. Los jóvenes woke no son los hijos de las luces, precisamente. Por eso no pueden tolerar las evidencias que les lleven la contraria.

P: ¿Cómo puede convertirse en hegemónico un discurso tan contradictorio? ¿No debe tener un mínimo de verdad detrás, para que tanta gente lo secunde?

R: El discurso se convierte en hegemónico porque el acceso a las mentes se hace a través de las vías sentimentales, y no por las racionales. Ahí la contradicción ni siquiera se percibe, porque todo es autorreferencial. Lo que incitan quienes lo promulgan es a asumir el papel de que los buenos son ellos y los malos los demás. Colocan una dicotomía simplicísima que debe prolongarse hasta el infinito. Lo único que se conserva igual detrás de cada una de esas causas fragmentarias es el esquema del opresor y el oprimido. En ese sentido son más deudores de Foucault que de Marx. El postmarxismo es eso. Ya no sólo hay una lucha. Hay muchas luchas. Y lo que tienen en común es ese esquema. No te basta con que la mujer deba ser igual, necesitas que el hombre sea malvado. No te basta con que los transexuales deban ser aceptados, necesitas que los cisgénero sean puestos en cuestión. No precisas que haya un consenso sobre que existe un cambio climático y que emitir menos CO2 es bueno en sí, sin más, necesitas decir que el mundo se va a acabar y que quien no esté dispuesto a asumir terribles sacrificios que arruinarán a las generaciones actuales es un malvado. Ese es el común denominador. Es lo único que comparten. Y todo eso ha accedido a las mentes por la vía sentimental. El miedo es un sentimiento muy utilizado. Rosling relató cómo Al Gore le instó a manipular sus gráficas para pintar siempre el peor escenario climático imaginable. Y eso lo único que demuestra es que la izquierda actual no tiene que ver con la de hace treinta años. Es de una naturaleza distinta. Además es gratis. Sólo hace falta indignarse mucho para situarse en ella. No necesitas leer, ni arriesgar nada. Su batalla es la de la reafirmación personal, encontrando refugio en el grupo. La gente necesita eso. La consecuencia, claro, es que de esa forma también se diluye la responsabilidad. La igualdad ha muerto. Ya no juzgas a dos personas de la misma forma por los mismos hechos. Lo que juzgarás será cómo han sido influidas por sus identidades y, por tanto, en qué medida son víctimas. Ser víctima te exime del delito. Y además depende de tu propia percepción. Te exime de responsabilidades. A mí, por ejemplo, la única etiqueta que podría catalogarme como víctima es que soy catalán. Y un catalán puede delinquir, porque está oprimido. Si me persiguiesen por delinquir, estarían persiguiendo a todos los catalanes. Así funciona. Es una cosa profundamente reaccionaria. Como también lo es traficar con el miedo en el tema del clima, o borrar a la mujer con el feminismo de tercera ola, o borrar a los homosexuales en las escuelas porque ahora lo que les pasa es que han nacido en el sexo equivocado. Y así podríamos seguir. Eso es la izquierda hoy. Lo reaccionario hoy es la izquierda.

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P: ¿Qué ocurre cuando la realidad se impone?

R: Ese es un tema muy interesante. Ahora mismo hemos vivido un baño de realidad muy grande, que no ha afectado tanto a esta gente de la que estamos hablando como a las grandes organizaciones internacionales. Ese baño de realidad es la guerra de Ucrania. Nos ha despertado de un sueño demasiado largo. La guerra de Ucrania ha introducido el realismo. Ahora mucha gente tiene la posibilidad de leer sobre el asunto y darse cuenta de las cosas. No todos los que se han adscrito al movimiento woke tienen que compartir la opinión lanzada por sus popes. "La guerra es mala", dicen. "Por tanto…". ¿Qué? La teoría ya no es tan sencilla. Si me invaden, ¿qué hago? ¿No combatir? Si la guerra es mala en todo caso, ¿por qué se condena al que se defiende de la guerra? Ahora ha quedado más que claro que las guerras de agresión son una cosa y la defensa contra la agresión es otra. Eso no lo distingue el movimiento woke, pero el individuo que ve desde su casa cómo están bombardeando ciudades muy parecidas a la suya a lo mejor sí que llega a la conclusión de que la defensa es necesaria. Otro golpe de realidad, menos drástico que este, suele venirnos a todos a la salida de la universidad. A los únicos a los que no les llega es a los que consiguen saltar directamente de la universidad a puestos de trabajo donde se mantiene la burbuja woke. Si nada más salir de la universidad entras a trabajar en Google, por ejemplo, posiblemente continúes anclado en eso. Te creerás un ingeniero social y estarás convencido de que hacer ingeniería social es muy bueno. Échale un vistazo a La masa enfurecida, de Douglas Murray. Ahí cuenta muchas cosas muy interesantes sobre qué te aparece en internet cuando realizas ciertas búsquedas. Si tú sales de la universidad y te metes a trabajar directamente en el departamento de igualdad de un banco, seguramente puedas seguir también con tu mundo woke. Pero esto no le pasa a la mayoría. La mayoría lo que sufre es un choque absoluto con la realidad, donde resulta que todo lo que le habían dicho que era malo e inservible es lo normal. En el mundo real hay que competir constantemente. La memoria es fundamental y tenerla ejercitada es necesario. Ese tipo de cosas.

P: ¿Estamos cada vez menos preparados para la frustración?

R: No es que estemos cada vez menos preparados. Es que, a día de hoy, no hay ninguna preparación para la frustración. Se ha evitado sistemáticamente. La cosa ya se hizo evidente con la creación de los "espacios seguros" en la Universidad de Brown, en 2014. Salas pensadas para que los universitarios, cuando oigan algo que les ofenda, que es todo el tiempo, dispongan de libros para colorear, mascotas que acariciar, música relajante, psicólogos y pompas de jabón. Lo que se ha hecho con los universitarios es devolverles al parvulario. Los alumnos salen con un título, pero en realidad salen como párvulos. A nivel personal no han madurado lo más mínimo. Así que no tienen herramientas para interactuar con la gente adulta que existe fuera de su burbuja de seguridad. No soportan un comentario, no ya que les lleve la contraria, sino que sea diferente. Lo interpretan como un insulto. Isa Serra lo decía el otro día. "Criticar nuestro viaje a América es violencia". Ella interpreta una crítica como violencia. Y lo que esconde ese mensaje, su consecuencia lógica, es que la violencia contra la crítica es legítima defensa.

P: ¿Pero la hegemonía es tan absoluta? ¿No existe un hartazgo cada vez más pronunciado entre la población? ¿No se han aprovechado otros movimientos de signo contrario de ese hartazgo, precisamente?

R: A mí me parece que cada cual es muy libre de hacer su lucha como desee. Ojalá en España hubiera una derecha que hiciera la guerra cultural. Hay una parte de Vox que la hace. Y una parte del PP también. En ello está precisamente Ayuso. Lo que pasa es que esa no es mi lucha. Mi llamada a la guerra cultural no persigue que la hegemonía pase a la derecha. Persigue que se salven los fundamentos de la democracia liberal. Porque sin ellos no hay nada que hacer.

P: ¿No existe el riesgo de que el populismo de derechas se aproveche de la erosión democrática provocada por el populismo de izquierdas?

R: Lo que pasa es que eso es lícito, si estás haciendo política. En política, lo prioritario es defender el proyecto de tu partido. Yo ya no estoy ahí. Yo ya hice política. Y por eso creo que la guerra cultural efectiva se hace desde fuera de la política. Luego, la política la puede aprovechar. Lo que no hay que hacer es esperar que estas cosas las hagan ellos, los políticos. Eso es una dejación que gran parte de la gente hace y, a mi modo de ver, se equivoca. ¿Qué hace el PP ante esto? El tema no es qué hace el PP, el tema es qué haces tú. ¿Qué haces tú cuando en tu puesto de trabajo alguien quiere imponer su chorradita? ¿Qué haces tú en una discusión con tus amigos? ¿Qué haces tú a la hora de escoger tu medio de comunicación? ¿Qué haces tú en las redes sociales? ¿Qué haces tú si, encima, tienes un papel en el mundo de la cultura? En un sentido amplio, me refiero. La educación, la prensa, el mundo audiovisual. Todo eso está tomado absolutamente por la nueva izquierda postmarxista. Y es muy raro ver a alguien haciendo declaraciones en sentido contrario. El fenómeno que se produce es el de la espiral del silencio, que es lo mismo que se producía en Cataluña cuando sólo hablaban los nacionalistas. Yo tengo la convicción de que esa espiral puede romperse, pero hacen falta un número suficiente de acciones culturales. Poco a poco, aunque seamos menos y aunque tardemos tiempo, llegará un momento en el que la espiral del silencio se romperá por completo y la gente empezará a decir lo que piensa.

P: ¿No está pasando eso ya?

R: Está empezando a pasar en las redes sociales y en algunos entornos. Pero el mundo de la cultura está tomado prácticamente en su totalidad por el pseudopensamiento woke. El mundo audiovisual y el del entretenimiento. Las plataformas. Los que producen las series. El mundo editorial. Y hasta los medios de comunicación. Más allá de las diversas líneas editoriales, que existen, la inmensa mayoría de las personas que trabajan en los medios y redactan las noticias tienen la conciencia tomada por la doctrina woke. La prensa de derechas, la que se autodefine como conservadora, o centrista, ha interiorizado, por ejemplo, el término ‘antifascistas’ para referirse a gentuza violenta que practica el terrorismo de baja intensidad. En vez de llamarles de una forma acorde a lo repugnante y nocivo que es lo que hacen, les ponen la etiqueta que los blanquea. Antifascistas. ¿Por qué? Es algo que está muy metido en las conciencias. Es verdad que la gente que está en la izquierda se dedica más a actividades que tienen que ver con la cultura. Pero eso también es el resultado de que, políticamente, la izquierda hace mucho tiempo que sabe que la batalla está ahí. Es algo que hay que reconocerles. Hay que reconocer que Gramsci lo vio claro. Fue el primero en decir que lo que había que hacer es incidir en el teatro, en las revistas… Y eso la derecha no lo ha visto. O lo han visto muy pocas personas dentro de la derecha. Yo creo que la batalla cultural es necesaria y vale la pena. La otra opción es pasar de todo. Todos estáis envenenados, pero yo a lo mío. Me quedo en mi casa leyendo y pienso lo que me parece. No creo que esa sea la opción más inteligente. Es una actitud derrotista y desganada, pero es que la batalla cultural puede ganarse. A pesar de la desproporción. Yo he vivido la experiencia de romper la espiral del silencio en Cataluña. Los primeros que la rompimos éramos muy, muy, muy poquitos. Era la primera vez que en los medios del régimen se oían expresiones que parecían prohibidas. Volvían loca a la gente que las oía. Y tuvieron que acostumbrarse porque se las decíamos. ¿Por qué no hacer lo mismo ahora a nivel nacional?

P: ¿Por qué las grandes élites económicas promulgan también la doctrina woke? ¿Tienen interés en extenderla o están abducidos por ella?

R: Yo creo que existen distintos modelos. Hay unos, los grandes jefes de las grandes tecnológicas, los emperadores del capitalismo, dueños de las empresas que han tenido el valor de capitalización más alto en la historia de la humanidad, que viven en un nivel distinto. Tienen complejo de dios. Creen estar haciendo el bien, pero sobre todo tienen un poder tan apabullante que pueden permitirse el lujo de jugar desde la distancia. Son como Orson Welles desde lo alto de la noria del Prater, en El tercer hombre, cuando ve a la gente como si fuesen hormigas. Ellos piensan que, dado que pueden hacerlo, por qué no lo van a hacer. Y lo hacen. Crean contravalores, generan conflictos, intentan hacer ingeniería social. Modelan el mundo. Estos son los altísimos perfiles, claro. Los dueños de las conciencias, de los buscadores y de las redes sociales. Bajando un poco encontraríamos a los de las plataformas televisivas. Estos no están tan endiosados, pero saben que también tienen mucho poder. Se deben, además, al establishment cultural, y para qué se van a buscar problemas. Versionan historias clásicas cambiándoles el sexo y la raza a los protagonistas, por ejemplo. O utilizan series y películas para ridiculizar machaconamente al tipo de derechas, al tiempo que convierten al woke en un héroe sacrificado y encomiable. Pero sólo lo hacen porque hacerlo no les cuesta más de lo que les aporta. Están en un nivel intermedio, por así decir. Por último están otros, en un nivel muchísimo más bajo. Gente que a nosotros nos parece muy poderosa, pero que al lado de los primeros no son nadie. Me refiero a los grandes ejecutivos de las grandes empresas del Ibex. ¿Estos por qué hacen lo que hacen? Pues porque tienen detrás a una serie de expertos en publicidad y marketing que les dicen constantemente cuáles son las tendencias. Tienen que estar con las tendencias, "surfearlas", e incluso llevarlas más lejos, si cabe, no vaya a ser que un día les pillen con el pie cambiado defendiendo unos valores que de repente son considerados horribles. Después la cosa es ir bajando. Cada uno en su nivel. Empresas que no están en el Ibex también dependen de esto. Por eso no te venden cerveza en sus anuncios, por ejemplo. Te venden poliamor. No se dan cuenta de que el mercado de verdad está dividido, porque la población también lo está, como demuestran las elecciones de cualquier país. Las tendencias de las que beben están viciadas por la espiral del silencio de la que hablábamos antes, así que terminan debiéndose sólo a una mitad.

P: Y, sin embargo, esa mitad que compra la mercancía está convencidísima de que la suya es la causa más justa.

R: Lo curioso es que si rascas un poco, en el fondo, ahí no hay nada. Si tú coges, yo qué sé, La casa de papel, descubres que detrás de su causita invisible, de sus máscaras de Dalí y de su himno de la resistencia italiana, no hay nada. No hay mensaje. A no ser que el mensaje sea hacer quebrar al Banco de España. Es una cáscara vacía. La casa de papel es la representación perfecta de lo que es el mundo woke. Sus creadores, que son muy listos, han entendido que la cosa se resume en la estética. Nada más. Proclamas vistosas que remueven muchas emociones pero que no significan nada. Están pensadas para emocionar a la gente. Y cuando emocionas a la gente, es más fácil que la gente piense que forma parte de algo, que "camina hacia adelante", como escribió Kundera. ¿Pero hacia adelante de qué, hacia dónde, y por qué y para qué? Es el vacío. Por eso hay tanto vacío en los líderes políticos de la izquierda contemporánea. Sánchez es un traje vacío. Los que tiene alrededor son cabezas vacías. No hay nada ahí.

P: ¿Cómo ve tan posible una victoria en la batalla cultural, si la educación y la cultura están tomadas?

R: Por supuesto, recuperándolas. Pero no para la derecha. La educación hay que recuperarla para los docentes de verdad. No para los adoctrinadores. Ahora, ¿eso lo va a hacer el PP por sí solo? No creo. ¿Lo hará el PP, o Vox, o quien sea, si nota la presión suficiente para hacerlo? Entonces sí. Los partidos, motu proprio, no harán nada. Los partidos, notando en su cogote el aliento de una sociedad harta, sí lo harán. Actuará la lógica del mercado electoral. Una lógica que ahora no tienen clara, porque todavía actúa la espiral del silencio. Ni siquiera están en los foros donde se debaten estas cosas. O están infrarrepresentados. Pero habrá un día en que lo notarán. ¿Qué día? Pues el día en que, por ejemplo, cada vez que un profesor salga con que llega el fin del mundo y que lo más urgente es bajar la temperatura del planeta porque si no nos extinguiremos pasado mañana, los niños digan que sus padres les han explicado que eso es mentira. Que en realidad lo que quieren es meterles miedo. Y cuando se lo diga media clase a cada profesor, llegará un día en que se lo tendrán que replantear. Cuando el mercado, en series de televisión que meten ideología, coja y diga que no las ve ya más, que está cansado de tanto mensajito, quienes mandan empezarán a notar el aliento en su cogote.

P: ¿Los hijos son de los padres o del Estado? Lo que acaba de decir de los alumnos contra los profesores me ha recordado una polémica reciente sucedida en Portugal…

R: Sí, sé cuál dices. Ha habido una auténtica persecución por parte del Estado contra una familia que no quería que sus hijos fueran adoctrinados en la escuela. Unos hijos que además son excelentes en cuanto a inteligencia, formación y resultados académicos. Están extraordinariamente educados. Y aún así los servicios sociales han estado a punto de retirarle la custodia a los padres. Han sido objeto de una persecución propia de una dictadura. Eso demuestra que la democracia liberal está en peligro. Portugal es una democracia liberal como la nuestra. Pero eso no impide que se pueda producir una persecución a una familia por sus ideas. Es alarmante.

P: ¿El sistema democrático liberal está sabiendo educar en sus valores al ciudadano, o la gente no sabe realmente en qué consiste?

R: No está sabiendo. Y además es una cosa que no debería recaer en las familias. En España lo llamativo, de todas formas, no es ya que un Gobierno presidido por un socio de Bildu permita el adoctrinamiento en las aulas. Eso era de esperar. Lo llamativo es que cuando gobernaba el PP no hiciera absolutamente nada para cambiar la situación. Nosotros, aquel Ciudadanos, le dimos la última legislatura a Rajoy. Y yo hice un montón de preguntas parlamentarias al respecto. Hicimos un montón de gestiones para que por lo menos detuvieran el adoctrinamiento en Cataluña, que era espeluznante. No quisieron. Y no quisieron porque la derecha no se quiere meter en problemas. Quieren caerle bien a El País. Pero si quieres caerle bien a El País y a la SER nunca podrás hacer lo que tienes que hacer. ¿Cuándo cambiará esto? Nunca desde dentro del partido. Sólo cambiará cuando noten la presión social. Y para eso la gente tiene que ponerse a hacer cosas que normalmente, en una democracia liberal, no hay que hacer. La gente normal no estamos pensando en huelgas constantemente, o en tomar las calles. Eso es una cosa de los deportistas de la revuelta. Pero teniendo en cuenta que la democracia liberal está en serio peligro, habrá que empezar a hacerlas.

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