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Madrid, el maquis y la posguerra: historia del más trágico de los despropósitos

En Madrid 1945, Andrés Trapiello completa la investigación sobre las acciones del maquis que ya publicó en La noche de los Cuatro Caminos.

En Madrid 1945, Andrés Trapiello completa la investigación sobre las acciones del maquis que ya publicó en La noche de los Cuatro Caminos.
Detalle de la portada de 'Madrid 1945', de Andrés Trapiello. | Destino
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Es difícil relatar cualquier vida porque ninguna biografía es fiel a sí misma ni mientras se está fraguando. Siempre hay recovecos inconclusos, lagunas de memoria, desconocimientos e inseguridades. De modo que uno no conseguiría ser exacto ni en el acto honesto de tratar de relatar al mismo tiempo lo que al tiempo de relatarlo le va a uno sucediendo. Lejos de desesperar, esta circunstancia aviva el interés del escritor y le anima a soltar frases tan etéreas como que la vida es literatura. Algo que también podría querer significar que la literatura es vida, sólo que no lo significa, quizá porque ambas realidades no son verdaderamente intercambiables.

Pero no nos desviemos. Andrés Trapiello es escritor. Esto quiere decir que se acerca a la vida, a todas las vidas, desde un ángulo que podría catalogarse como literario. Encuentra en todas ellas alguna casualidad inaudita, algún azar oneroso desde el que seguir tirando, por mera curiosidad cervantina, para conseguir plasmar aquella realidad desde la que todos los personajes puedan ser dignos de la compasión lectora. Andrés Trapiello no es historiador en el sentido estricto del término, pero lo que hace con la Historia tampoco es novelería. Hace literatura, signifique eso lo que signifique. Y en muchas ocasiones consigue trasladar una impresión de precisión más viva que cualquier trabajo académico.

Madrid 1945 (Debate), por ejemplo, no nació siendo una novela ni cuando nació siendo simplemente La noche de los Cuatro Caminos, hace más de veinte años. Y está bien que no lo sea, aunque su historia se prestase a ello, porque de esa forma el escritor consigue subrayar sus huecos sin que la ficción se le desborde.

Volvamos un poco atrás. Madrid 1945 es un libro que viene a completar otro anterior, como se ha dicho; y que venía, este sí, a resolver el misterio de una investigación que llevó a Andrés Trapiello a desenterrar del olvido los cadáveres de siete hombres que vivieron marcados por la desgracia hace más de setenta años. No hay mejor manera de definir al maquis. Sobre todo si, como explica bien Trapiello, entendemos lo que sacrificaron cada uno de sus integrantes y conocemos, como conocemos, la absoluta inutilidad de todo cuanto emprendieron. Trapiello llegó a ellos, a los siete ejecutados de su libro y a casi todos los demás que también aparecen en él, por una casualidad muy quijotesca. Se topó sin proponérselo con la Información especial nº 48. O, por explicarlo más concretamente, con un documento clasificado de la antigua Dirección General de Seguridad franquista, fechado a mediados de 1945. A partir de ahí pudo adentrarse en la vida de esas escasas decenas de hombres y mujeres que constituyeron la guerrilla urbana, por un lado, y el servicio de propaganda, por otro, con los que la Unión Nacional Española pretendió descabalgar a Franco de España. Sin conseguirlo, lógicamente.

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El atentado en la subdelegación de Falange de Cuatro Caminos propició la manifestación más multitudinaria desde acabada la guerra. Un año después, se celebró una misa de campaña en en el chalé de la calle Ávila del atentado.

La noche de los Cuatro Caminos se llama así porque allí, en aquel barrio madrileño, estaba la subdelegación de Falange que fue asaltada por cinco hombres con "nocturnidad y alevosía", si aprovechamos el habla común que tan bien se amolda jurídicamente a este caso. De ellos sólo dos apretaron el gatillo, pero todos terminaron encausados por haber tomado parte en el asesinato del falangista Martín Mora y del conserje David Lara. En total fueron once los procesados por el delito y siete los sentenciados a muerte, en una respuesta contundente del Estado y de la sociedad que casi con total seguridad ninguno de ellos esperó, y que ahora sólo nos sirve para hacernos una idea de los desniveles de los que está hecha la vida. Ni su autopercepción como libertadores de España era correcta, ni los ostentosos cargos con los que operaban respondían a la verdadera relevancia de sus acciones, ni las víctimas que eligieron para empezar su lucha armada merecieron aquel final injusto que sólo aportó miseria, tanto a quienes recibieron el balazo primero como a los que lo recibieron después, frente al pelotón de fusilamiento.

Como en todo, hay varias formas de describir este libro. Uno podría decir que trata de un atentado perpetrado por comunistas contra el régimen franquista. Es decir, que está centrado en el afelio —o en el perihelio, en cuestión de ideologías, uno nunca sabe— de la relación que separó a los dos extremos que definieron a vencedores y a vencidos. Y que sus protagonistas son esos siete guerrilleros que terminaron dando su vida por una causa que nunca había tenido verdaderas posibilidades de materializarse. En cierto modo es así. Sin embargo, basta echar una rápida ojeada al índice onomástico del final para darse cuenta de que al autor le interesan todos los actores que pulularon por su alrededor, si no más, desde luego igual de intensamente. Este es un libro sobre un atentado en el mismo grado en que es un libro sobre una época. Y es un libro sobre una lucha igual que también lo es sobre las circunstancias aciagas que padeció toda una sociedad, la española, que vivía queriendo sobrellevar las secuelas de su reciente intento de suicidio colectivo. Cada cual intentaba superar la guerra a su manera, ciertamente. Y si algunos quisieron continuarla, para ganarla, poco después de haberla perdido, casi todos prefirieron ir dejándose llevar por la inercia desganada de aquella inmensa mayoría que simplemente intentaba vivir como si aquello nunca hubiera sucedido.

Por las páginas de este libro impresionante deambulan personajes humanos tan dignos de condena como de conmiseración, teniendo en cuenta que mataron algunos y que murieron casi todos. Y que lo hicieron siempre arrastrados por las circunstancias, en nombre de una causa imposible, auspiciada por una ideología igual de asfixiante, arbitraria y criminal que el régimen que pretendían combatir. Todo podría catalogarse como un extraordinario despropósito, si esa palabra no se quedase tan corta a la hora de describir tanta desgracia. La apertura de los archivos del Pce permitió a Trapiello conocer de primera mano lo que ya conocía de otros libros. En concreto, los hipócritas procedimientos de un Partido Comunista que ajustició injustamente a muchos de los integrantes que se jugaron el pellejo por sus consignas, y que fueron depurados debido a guerras internas y a acusaciones cruzadas imposibles de verificar. Pero sobre todo le otorgó la posibilidad de contemplar las últimas piezas del puzle, y de lanzar al aire una hipótesis igual de válida, si no más, que cualquiera lanzada anteriormente: la más que probable intervención de los servicios de inteligencia estadounidenses en todo el embrollo, y la azarosa salvación de unos pocos personajes que se diferenciaron del resto por el don de la oportunidad. Todo muy de novela, sí, pero sin novelería.

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