Más de 200.000 niños fueron secuestrados en Polonia por los nazis en un intento de fabricar perfectos arios. Les arrebataron su memoria, les dieron una nueva identidad y los asignaron a nuevas familias, la mayoría miembros de las SS. Tras la guerra, volvieron a vivir el desarraigo al ser despojados de lo que ellos conocían como su hogar y fueron enviados a orfanatos. Doscientos de estos pequeños llegaron a Barcelona en 1946 gracias a la mediación de la Cruz Roja Internacional y el Consulado Polaco. Sobre esta base real, la escritora Gisela Pou (Castellar del Vallès, 1959) ha construido su última novela Los tres nombres de Ludka (Planeta), un episodio "muy interesante y no demasiado conocido" que le ha servido para hablar del desarraigo, "un mal que se repite cada vez que hay una guerra".
Este secuestro selectivo formaba parte del proyecto Lebensborn ("fuente de vida" en alemán), ideado por Heinrich Himmler. "Pretendía tener muchos niños arios para crear un gran imperio con el que dominaría el mundo. Con todas las mujeres solteras que parían ‘perfectos alemanes’ no eran suficiente. En Polonia, había niños rubios, altos, de ojos azules, con las facciones concretas. Fueron robados y llevados a Lebensborn hasta que crecían un poco y eran asignados a familias arias que no tenían hijos", explica Pou a Libertad Digital.
Antes, estos niños eran sometidos a una germanización, un férreo adoctrinamiento en campos de reeducación, despojándoles de su lengua, su cultura y sus raíces. "Era algo brutal. Les robaban el nombre y desconocían su origen. Al final de la guerra, se destruyeron todos los archivos y los niños quedaron huérfanos sin saber quiénes eran. Algunos deambularon perdidos en los bosques durante semanas", explica la autora.
Es precisamente lo que le ocurre a la protagonista de la novela Ludka, una niña polaca de 9 años secuestrada, adoptada por un capitán de las SS y su esposa y posteriormente trasladada a España: "Ludka ha vivido muchos infiernos y cuando llega a Barcelona encuentra la calma, es un paraíso después de tanto horror, pero ella solo quiere volver con su madre alemana. Llegaban germanizados, creían que eran alemanes. La verdad no es blanco o negro, hay grises. La madre adoptiva de Ludka era una buena mujer casada con un oficial nazi que le hizo vivir un infierno".
Llegaron en la primavera del 1946 al puerto de Barcelona desde Italia y los acoge Wanda Morbitzer Tozer, secretaria del Cónsul Honorario de Polonia y miembro de Cruz Roja internacional. "Ella fue la madre espiritual de todos. Tiene una historia personal súper interesante, no he metido ficción en su historia. Soy muy pudorosa con los personajes reales", defiende Gisela Pou. De hecho, Barcelona le rindió homenaje en 2008 con la presencia de muchos de aquellos niños robados por los nazis.
"Era una época de mucha escasez y hubo problemas de ropa y calzados. Hay que recordar que estamos en la posguerra española. No era fácil, pero se adaptaron. Fueron volviendo con sus familias aquellos que lograban encontrarlas. Diez años más tarde, en 1956, ya quedaban poquísimos y eran adultos. Viajaron a Búfalo, al norte de Nueva York, donde hay una colonia polaca muy importante", recuerda la escritora. "Aquellos niños vivieron circunstancias durísimas, igual que pasa en la actualidad en Siria o Ucrania, la historia se repite".
Gisela Pou. Los tres nombres de Ludka. Planeta. 496 páginas. 21.90 euros.