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Marino Pérez: "La sociedad que fomenta la felicidad es la misma que fomenta la envidia"

LD entrevista al miembro de la Academia de Psicología de España con motivo de la publicación de El individuo flotante (Deusto, 2023).

El psicólogo Marino Pérez Álvarez (Ese de Calleras, Asturias, 1952) sostiene que el uso excesivo de las redes sociales alimenta, que no genera –la cosa venía de antes–, "malestares que de otra manera no tendrían la presencia y la prestancia que tienen". En El individuo flotante (Deusto, 2023), el miembro de la Academia de Psicología de España y, hasta septiembre de 2022, catedrático de Psicología de la Universidad de Oviedo, plasma el daguerrotipo de una época, la de Instagram, Twitter, TikTok y derivados, en la que se ha sacralizado absolutamente el "yo", que genera consumidores antes que ciudadanos y en la que se ha desvirtuado el liberalismo clásico a diestra y siniestra. LD le entrevista usando como percha la publicación de su último, fabuloso y, por qué no decirlo, aterrador ensayo.

P: Señor Pérez, leyendo su libro me acordaba de una entrevista que concedió David Bowie en 1999 a la BBC. El periodista restaba importancia al fenómeno internet, y el cantante le contradecía señalando que "el potencial de cómo va a afectar a la sociedad, tanto para bien como para mal, es inimaginable". "Estamos en la cúspide de algo que será estimulante y terrorífico", añadía. No iba mal encaminado Bowie, ¿verdad?

R: No, no, ciertamente. Todo eso se ha confirmado. Internet y, en concreto, las redes sociales, son fascinantes y estimulantes y, a la vez, son terroríficas por las consecuencias que se están viendo en los usuarios más sumergidos, o más empedernidos. El pronóstico se ha confirmado. Suele ocurrir, en general, con las nuevas tecnologías que se van incorporando a la vida cotidiana: por un lado, sirven a la vida y mejoran muchas condiciones, facilitan las cosas; por otro, traen consecuencias imprevistas o indeseadas.

P: ¿Qué parentesco tiene el "yo expresivo actual" con Lutero?

R: Una característica del individualismo actual es la necesidad que tiene la gente de expresar sentimientos que considera que son autóctonos, autooriginarios, como si no fueran influidos por la sociedad. Eso viene, efectivamente, de Lutero, en base a sus propias experiencias místicas, de sentir a Dios dentro de sí mismo al margen de las sagradas escrituras o de los rituales religiosos y demás. Esas experiencias están en el origen, en el protoorigen del Romanticismo alemán, que luego cultivaría el interior de uno como una fuente originaria de sentimientos, de la autenticidad de dentro de uno, y que se prolonga en nuestra sociedad en muchos ámbitos, promovidos por la propaganda. La propaganda, que se empezó a desarrollar a principios del siglo XX, se basaba también en la expresividad de ser uno mismo. Curiosamente, los productos que te querían vender satisfacían lo que uno era en su interior, de forma natural. A través de la propaganda, hoy día, las redes sociales cultivan este yo expresivo de una forma muy paradójica: se supone que hay un yo expresivo natural que tiende a expresarse, a salir de dentro a fuera, pero luego resulta que se expresa de la manera que, en este caso, las redes sociales permiten, bajo sus fórmulas. Tú expresas con naturalidad lo que sea, pero valiéndote de fórmulas, de expresiones ya hechas, de emoticonos… Lo espontáneo está estandarizado. Esa es una gran paradoja que no perturba, por decirlo así, a quien cree que se está expresando de una forma natural. Es necesario señalarlo porque las tecnologías, las redes sociales en particular, resuelven muchos problemas que ellas mismas crean.

P: Usted explica que las redes sociales no crean la depresión, la ansiedad, la soledad o las autolesiones, pero sí que las incrementan.

R: Los problemas psicológicos que tienen, sobre todo, los adolescentes, ya venían de antes de que existieran las redes sociales. Estas se generalizan a partir de 2012, que es cuando se observan más problemas, pero los problemas ya venían de antes. Las redes exacerban esos problemas anteriores por estas paradojas: uno cree que se está expresando y, en realidad, está siguiendo fórmulas y estándares. Uno cree que tiene muchos amigos, que se conecta con mucha gente, pero, en realidad, está solo cuando se desconecta. Cuando revisa la cantidad de seguidores y de likes que tiene, lo somete a la competitividad, a competir consigo mismo, para tener más likes. Por otro lado, cuando cierra el móvil, la tableta o el ordenador, se queda consigo mismo a solas. Las redes sociales fomentan la soledad, y esta soledad exacerba los problemas de diverso tipo que uno ya tuviera. La adolescencia, ya de por sí, es una etapa muy conflictiva, genera muchas crisis: uno no está seguro de lo que es, de lo que quiere ser, etcétera. Y las redes, en general, no ayudan, incrementan estos malestares.

P: Los estudios muestran que el malestar asociado al uso excesivo de las redes está medido por la comparación y la envidia. Cuénteme más sobre el asunto, por favor.

R: La comparación social es un fenómeno humano muy natural. Somos seres sociales y, continuamente, nos comparamos unos con otros. Gracias a eso, desarrollamos nuestra empatía, nuestras relaciones, nuestras expectativas, nuestros logros y demás. La comparación social no es ningún problema, sino una característica de los seres humanos. Pero las redes llevan esa comparación al extremo, a un tipo de comparación que, continuamente, se cuantifica en términos de likes, de seguidores, de visitas… Entonces, esa comparación no tiene límite: siempre hay otros que tienen más seguidores o más likes. Luego, tus propios seguidores o tus propios likes pueden resultar insatisfactorios si no van a más. Se genera una comparación que, lejos de ser estimulante o saludable, lleva a la conclusión de que los demás son más felices que uno mismo. Luego, más allá de esta comparación, los estudios muestran que está implicada la envidia. La envidia es un sentimiento muy humano, muy social, que se intenta mantener a recaudo, en privado. Difícilmente se confiesa o se asume. Pero la envidia, ciertamente, está implicada en la comparación. Y esa envidia es la que, seguramente, está trayendo esos efectos más negativos, como pueden ser la depresión, la angustia o el sentimiento de soledad. Es necesario poner de relieve cómo la envidia, que es un sentimiento molesto, negativo, está prácticamente desaparecida del lenguaje, de las emociones de las que se habla. Se habla, únicamente, de ser positivo y de la felicidad. Y este tipo de lenguaje sobre ser positivo, la felicidad y el optimismo, está encubriendo realidades que forman parte de esta sociedad. Y esta sociedad, la que fomenta la felicidad y el ser positivo, es la misma que fomenta la envidia. Si observamos los anuncios, vemos que son máquinas de promover la envidia sin nombrarla. Hacen que deseemos objetos que no necesitamos, pero que se convierten en deseables porque otros los desean. Y la envidia es un mecanismo que se fomenta a través del deseo de los otros. Luego, las redes sociales están plagadas de este proceso: una persona que tiene muchos seguidores está fomentando la envidia de quienes lo siguen, de quienes dependen de esos referentes para valorarse a sí mismos.

P: Se refiere al "señorito satisfecho" de Ortega, que, en realidad, es "un primitivo, un bárbaro, en medio de un mundo civilizado". ¿Vivimos en una sociedad infestada de "señoritos satisfechos"?

R: Sí, seguramente. El "señorito satisfecho" es el individuo que busca satisfacciones inmediatas y las muestra y las exhibe a otros. Es conformista y no se plantea nada crítico con respecto a la sociedad. Es un individuo-masa, y al individuo-masa lo vemos en las redes sociales. La muchedumbre solitaria es otra manera de nombrar al individuo-masa. Las redes confirman las opiniones que uno ya tiene, y esa persona acaba viviendo en burbujas. Luego, en el mundo encontramos tecnologías muy desarrolladas. Por ejemplo, el teléfono móvil es una tecnología asombrosa que está al alcance de la mano de cualquiera. Cualquiera puede usarlo sin necesitar saber cómo funciona esa tecnología. De tal manera, cada uno de nosotros somos bárbaros que hemos aterrizado, que nos han puesto en un mundo repleto de artilugios tecnológicos supersofisticados, y se da esta característica: podemos no sólo ignorar cómo funcionan las tecnologías, sino los efectos que pueden producir y, a la vez, ser usuarios entusiastas. Esto ya lo observó Ortega en su día. Y las redes parecen la confirmación a la enésima potencia de ese hombre-masa de principios del siglo XX.

P: Defiende que el capitalismo del siglo XIX y comienzos del XX, "basado en el ahorro", generaba individuos con un carácter "definido por la lealtad y el compromiso con objetivos a largo plazo"; sin embargo, el "capitalismo consumista de nuestro tiempo" fabrica "individuos flexibles, líquidos, disfrutadores del momento. Consumidores más que ciudadanos". ¿Esto se puede revertir?

R: Supongo, y quiero creer que se podría revertir, pero no creo que sea muy fácil hacerlo. Fue más fácil, creo, pasar de ese capitalismo del ahorro, donde las personas aprendían a esperar; ahorraban para, más adelante, disfrutar la satisfacción de los deseos. Luego, muy fácilmente, se pasó a la sociedad consumista en la que es más satisfactorio, valga la redundancia, satisfacerse por anticipado, lo más pronto que se pueda. Entonces, uno se rige más por la satisfacción inmediata que por el aplazamiento de esa satisfacción y los esfuerzos que serían requeridos. Claro, esto es más fácil de llevar a cabo, y revertir eso lo veo, ciertamente, difícil. Una manera de empezar a hacerlo sería empezando por la educación y la crianza de los niños. Los niños, hoy día, se crían en la satisfacción inmediata. No saben esperar. No tienen la perspectiva lejana. Antes, los niños teníamos una hucha en la que guardábamos el dinero que nos daban ciertas personas, o en ciertas conmemoraciones, y, más adelante, tú la abrías y comprabas algo. Ahora sucede lo contrario: el niño tiene un deseo y satisfacerlo se convierte en un derecho y en una obligación por parte de los padres, de las familias y de la sociedad de consumo.

P: Sigamos por los niños. Al final del libro, escribe: "Parece que se prepara el camino para que el niño no tenga tropiezos, en vez de preparar al niño para el camino, que siempre tendrá tropiezos, piedras, charcos, subidas y bajadas". Mal vamos en este sentido, ¿no?

R: Muy mal vamos, sí. Vamos, justamente, en la dirección contraria. La crianza de los niños por parte de los padres y, en general, de la sociedad, porque eso también ocurre en los centros de escolares, parece que prepara el camino, que lo llena de rosas, poniendo una alfombra o quitando piedras, para que el niño no tenga tropiezos, sea feliz y se rija por el principio del deseo. Eso es lo contrario no sólo ya de lo que ocurría, sino de lo que debiera ser. Hay que preparar al niño para el camino de la vida que, sin duda alguna, va a tener subidas, bajadas, charcos, piedras y encrucijadas que no tienen solución. Y mal vamos, sí. Se da la circunstancia de que los padres, hoy día, tienen miedo de los hijos. Antes eran los niños los que tenían miedo de los padres: de que les riñeran, de que no les gustaran ciertas cosas… Los padres se han convertido en sindicalistas de los hijos ante los profesores que, qué sé yo, les llaman la atención o les dicen algo que no les gusta a los niños. Entonces, los padres tienen miedo de los hijos por si los traumatizan cuando les dicen "no" a algo, o por si los rechazan si no les consienten todo. Y los profesores también tienen miedo de los estudiantes porque los estudiantes evalúan a los profesores. Y los profesores pueden perder popularidad, currículum o, incluso, el puesto si reciben malas opiniones o malas evaluaciones de los estudiantes. Algo está yendo mal, sí.

P: ¿Y qué tipo de adultos pueden acabar siendo unos niños criados bajo el estribillo del "soy especial" y que no han recibido, durante años, un "no" por respuesta?

R: De esa manera, se fomenta el narcisismo y la vulnerabilidad. Si todos los niños son educados en el "soy especial", se van a encontrar con otros niños en un contexto distinto, en el recreo, en la entrada de una discoteca o en el deporte, que son tan especiales como ellos. Y todos van con la autoestima muy inflada. Entonces, es muy fácil que se frustren, que no encuentren garantizada toda esa pleitesía o toda esa aprobación, o todo ese reconocimiento de que "soy especial". Es una mala manera de educar a los niños que se hizo con muy buena intención: la intención de fomentar, si quieres, la autoestima, el ser especial, la aprobación y demás. Pero las buenas intenciones no garantizan los buenos resultados.

R: Vamos acabando, Marino. Reivindica el liberalismo clásico, "una opción no superada a pesar de su desvirtuación tanto por la derecha como por la izquierda". ¿Cómo han desvirtuado, tanto la derecha como la izquierda, el liberalismo clásico?

R: La izquierda ha desvirtuado el liberalismo clásico cuando ha adoptado como ideario político el individualismo identitario, el defender o atenerse a las identidades, que siempre son subjetivas, sean de minorías o de colectivos. Esa izquierda identitaria se ha desvirtuado y se ha salido del liberalismo clásico, donde se ubicaba la izquierda que se basaba en los derechos universales, para todas las personas, no por identidades, colectivos o subjetividades. Por otro lado, la derecha también confiaba en los derechos universales, en el ser iguales independientemente del sexo, la raza, la religión y demás, pero el neoliberalismo ha desvirtuado el liberalismo clásico seleccionando o tomando como referentes los sentimientos y los deseos subjetivos, que son una manera de comercializar productos. La propaganda es la que ha promovido el sentimentalismo como un vehículo para vender productos que, supuestamente, satisfacen esos deseos que parecieran naturales, cuando son, en realidad, inducidos. En este sentido, se da la paradoja de que la izquierda identitaria y la derecha neoliberal coinciden en la satisfacción de los deseos. La izquierda identitaria ha convertido los deseos de colectivos, de minorías, en derechos. Y la satisfacción de esos derechos la capitaliza, en buena medida, la derecha neoliberal con la elaboración de productos que satisfacen esos deseos.

P: Y, para finalizar: ¿se manifiesta algún tipo de mecanismo evolutivo cuando un tipo la diña por hacerse un selfi en el lugar más inoportuno del mundo?

R: Sí, ciertamente (risas). Los selfis representan la apoteosis de este individualismo, de este narcisismo. En algunos casos, efectivamente, las personas corren riesgos de tener accidentes mortales buscando el selfi más sorprendente para otros. Son cientos ya las personas que han muerto haciéndose selfis especiales. En la India, sobre todo, pero también en España y en muchos sitios. Eso define la "selfitis", esa manía por hacerse selfis. En este caso, selfis con riesgo. Pero otro aspecto de los selfis es que uno llega a querer parecerse más a los selfis que a sí mismo, cuando los selfis son una forma preparada, filtrada, de hacerse fotos. Y hay alguno que ha llevado a un cirujano plástico sus propios selfis para que le cambie la cara para parecerse al selfi. Me parece el colmo.

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