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Antonio de Torquemada o las desventuras del humanista

Apenas conocemos datos seguros de su vida y de su personalidad. Casi todo ha de reconstruirse a partir de los indicios que deja entrever su obra.

Apenas conocemos datos seguros de su vida y de su personalidad. Casi todo ha de reconstruirse a partir de los indicios que deja entrever su obra.
Ilustración en una de las obras de Torquemada. | Biblioteca Nacional de España

La discreción y la entrega a su trabajo parecen presidir la vida de algunos humanistas, hasta tal punto que su biografía y su personalidad continúan siendo todavía hoy un enigma. Un ejemplo paradigmático es Antonio de Torquemada, una de las figuras más interesantes de la literatura española del siglo XVI. La bibliografía sobre el escritor se ha incrementado de forma significativa desde las últimas décadas del siglo pasado. Sin embargo, apenas conocemos datos seguros de su vida y de su personalidad, de manera que casi todo ha de reconstruirse a partir de los indicios que deja entrever su obra.

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Documento firmado por Torquemada

Debió de nacer hacia el segundo lustro de la primera década del siglo XVI, probablemente en Astorga. Tras estudiar en Salamanca (sin finalizar sus estudios universitarios) y tras viajar durante su juventud por Italia, entró como secretario en la casa del conde de Benavente, uno de los nobles más importantes y más próximos al emperador —era, de hecho, padrino y tutor del príncipe, el futuro Felipe II—, y dueño de una de las mejores bibliotecas privadas del reino.

Desde entonces, parece que sus desvelos se consagraron a la búsqueda del reconocimiento profesional y literario. Pero en ambos caminos la Fortuna —a la que él mismo dedicó abundantes reflexiones— le fue esquiva. Como secretario, aunque al principio había albergado fundadas esperanzas, nunca encontró la estima que creyó merecer por su valía y preparación. Algunos pasajes de su obra dejan entrever, además de su decepción, ciertas tensiones con el conde en el desempeño de su trabajo. Aun así permanecería a su servicio al menos entre 1541 y 1567.

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Su carrera literaria tampoco logró colmar sus expectativas. Su primer libro, los Coloquios satíricos (1553), que trata, en forma de diálogo, de diversas cuestiones —los peligros del juego (donde se da muestra de un profundo conocimiento, quizás de primera mano, del drama de la ludopatía), los excesos en el comer, las modas en el vestir…— solo alcanzó en vida del autor una edición. Y ello, a pesar de incluir un interesantísimo coloquio sobre la honra —con un planteamiento ideológico muy próximo al Lazarillo— y un coloquio final que constituye el primer precedente de la narrativa pastoril en España.

Su segunda obra, el Manual de escribientes, uno de los primeros tratados dirigidos a la formación de los secretarios, ni siquiera vio la luz, aun cuando presenta igualmente elementos de indudable mérito y trascendencia. Así, además de un variado repertorio de modelos de cartas burocráticas y personales, incluye un capítulo dedicado a las virtudes del perfecto secretario y "un tratado de ortografía castellana", con valiosos datos sobre la pronunciación, las grafías o los usos lingüísticos del momento. Pero aquí también deslizaba ciertas críticas más o menos veladas contra el conde y alguna que otra indiscreción de su trabajo al lado de este, lo que tal vez contribuyó a que el manuscrito no llegara a la imprenta.

En sus siguientes libros parece buscar un camino más directo hacia el éxito, ya fuera para lograr el reconocimiento que sus obras más "serias" no le habían otorgado o tal vez para alcanzar un inmediato lucro económico. De modo que se adaptó a los géneros de moda. Primero a la novela de caballerías. En este caso, su mala fortuna resulta casi novelesca: el manuscrito de su Don Olivante de Laura le fue hurtado por un vecino de Toledo que se lo entregó al librero catalán Claudio Bornat. El libro apareció en 1564 sin el nombre de su autor. A pesar de que Cervantes —quizás uno de los lectores más conspicuos de Torquemada— lo condena al fuego en su célebre escrutinio del Quijote, se trataba de una historia menos disparatada que la mayoría de las de su género y bastante mejor escrita.

Torquemada dedica los últimos años de su vida a la confección de un nuevo libro, una miscelánea —curiosidades y anécdotas insólitas sobre distintos asuntos— en la estela de la exitosa Silva de varia lección de Pedro Mexía, si bien ahora en forma de diálogo. Sin duda la parte más sugestiva es la tercera, dedicada a "fantasmas, visiones, trasgos, encantadores, hechiceros, bru­jas, saludadores, con algunos cuentos de cosas acaescidas y otras cosas curio­sas y apacibles". La obra, ahora sí, lograría un notable éxito, con nueve ediciones aparecidas entre 1570 y 1621, y varias traducciones al francés, al inglés, al italiano y al alemán. Sin embargo, su autor no pudo ya disfrutar del éxito que llevaba tanto tiempo persiguiendo, pues falleció poco antes de que el libro apareciera publicado. Fue la última ironía del destino.

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