
Lo que sucedió en Zugarramurdi en el siglo XVII puede explicarse por una suerte de histeria colectiva. Cruce de acusaciones e incluso autoinculpaciones de brujería convirtieron a la aldea navarra en famosa en medio mundo. Se hablaba de hechicerías, aquelarres, mal de ojo, vuelos nocturnos e, incluso, tratos carnales con Lucifer. Desembocó en el famoso proceso inquisitorial y posterior auto de fe de Logroño de 1610.

En este clima violento y oscuro, surgió una figura que puso cordura y erradicó la caza de brujas en España cien años antes que el resto de Europa. Se trata del inquisidor Alonso de Salazar y Frías, apenas un desconocido en nuestros días y la figura que reivindica la historiadora Elvira Roca Barea en Las brujas y el inquisidor, novela que le valió el Premio Primavera en su vigesimoséptima edición. Roca Barea rastrea la brujería en el siglo XVII y contextualiza los conflictos políticos y religiosos del momento, circunstancias que explicarían el sambenito que arrastra la Inquisición española. Zugarramurdi, por ejemplo, era reclamada por Francia y España.
Elvira Roca Barea es licenciada en Filología Clásica y Filología Hispánica, y doctora en Literatura Medieval. Es autora de Imperiofobia y leyenda negra, uno de los ensayos de historia más exitosos de los últimos tiempos.
PREGUNTA: El libro es un homenaje al inquisidor Alonso de Salazar. ¿Podemos decir que salvó a cientos de personas de morir acusados de brujería?
R. No solo libró a muchas personas de que fueran acusadas y condenadas a muerte, sino también de que fueran linchadas por sus propios vecinos. Hubo gente que murió de una paliza porque sus vecinos pensaban que eran brujos.
P. Lo de Zugarramurdi y toda la comarca es muy llamativo. ¿Hablamos de personas que voluntariamente declaraban ser brujos o achacaban una mala cosecha a la magia negra?
R. O si un hijo les enfermaba decían que les habían echado mal de ojo. La persecución de la brujería no se entiende sin la creencia férrea y fanática de la inmensa mayoría de la población de que era real. Creían que les perjudicaba y denunciaban a los tribunales religiosos o a los civiles. Si no tenían una respuesta, se tomaban la justicia por su mano.
P. Alonso de Salazar realizó un trabajo de campo minucioso. ¿Era un buen investigador?
R. El primer trabajo de campo fue de Antonio Venegas, obispo de Pamplona, que se metió en los pueblos de la diócesis para tratar de descubrir qué estaba pasando. Después, Salazar hace un viaje de ocho meses administrando el edicto de Gracia de la Inquisición, que era un modo de pacificar. Se encontró con una situación que no era fácil en absoluto porque había habido mucha violencia. Había histeria colectiva, casos muy serios de linchamiento.
P. Nos ha llegado que la brujería era cosa de mujeres. ¿También niños?
R. La focalización en las mujeres es una cosa a posteriori. Los niños y la gente muy joven son fundamentales en los casos de brujería que se conocen. Responde a una pauta: son comunidades pequeñas y empieza con niños o jóvenes. Empiezan acusaciones mutuas, afloran las querellas vecinales, malos rollos entre parientes. Es lo que pasa en Zugarramurdi o en Salem, Massachussets.
P. ¿Ha leído testimonios de Zugarramurdi?
R. Sí. Algunas testificaciones son tremendas. Muchísima gente se confesó culpable de crímenes, infanticidios, de usar cadáveres para rituales…Gustav Henningsen lo llama epidemia onírica, estaban enloquecidos.
P. Poco pudo hacer Salazar en el auto de Fe celebrado en Logroño en 1610, uno de los más famosos.
R. Sabía que aquello iba a lograr lo contrario a lo que se pretendía y por eso no asistió. Sabía que iba a multiplicar el problema de la brujería. Miles de personas fueron a Logroño a ver aquello y escucharon las testificaciones, y claro, oír aquellas cosas tremendas sobre el poder extraordinario que se adquiría con la brujería era impresionante. Salazar había entendido que la gente oye cosas y empieza a imaginarlas. Es lo que ahora en psicología se llama crear falsos recuerdos.
P. ¿Qué hizo de extraordinario Alonso de Salazar?
R. Ante una situación en la que había una creencia generalizada sobre algo que él sabe que es imposible, que no puede ser verdad, no sé plegó ante esa opinión pública y no aceptó como cierto algo que su razón le decía que no podía ser. Actuó en consecuencia. Consiguió un cambio de leyes y que la Inquisición le apoyara e interviniera contra los tribunales civiles. Es lo que llamamos pleitos de jurisdicción. La brujería no podía ser juzgada por los tribunales civiles porque solo la Inquisición era competente y si, gracias a Alonso de Salazar la Inquisición no los consideraba delito, ya no había más juicio.
P. ¿Las condenas a muerte por brujería no eran dictadas únicamente por la Inquisición?
R. Es algo que muchas personas desconocen. El caso de Ceberio, en el que no hubo ejecuciones pero sí condenas, fue un pleito civil. La gente denunciaba ante la Inquisición o ante los tribunales civiles. A pesar de la fama, en España hubo pocos casos porque la conflictividad religiosa fue escasa.
P. ¿Cómo ha tratado la historia a Alonso de Salazar?
R. Directamente no lo ha tratado o lo ha hecho mal. Hasta que algunos investigadores extranjeros se fijaron en él, sobre todo el danés Henningsen que escribió El abogado de las brujas y la edición de sus informes relacionados con Zugarramurdi, era solo conocido por lo que escribió Leandro Fernández de Moratín y estaba en la estantería de los horribles y crueles inquisidores asesinos en serie. La posteridad no ha sido generosa con él.
P. ¿Con qué herramientas contaban los inquisidores para descubrir la verdad?
R. Eran unos investigadores magníficos. Sólo hay que fijarse en los cuestionarios que llegan a Logroño, de un gran rigor. Van a la verificación de cada una de las testificaciones y a la búsqueda de pruebas. La inquisición tenía sistemas de investigación muy eficaces.
P. ¿Los casos de brujería se dieron más en el norte que en el resto de España?
R. Yo creo que sí, pero por la cercanía con la frontera de Francia. De hecho, el caso de Zugarramurdi viene rebotado del otro lado de la frontera.
P. Si miramos a Francia surge el nombre del juez Pierre de Lancré, otro personaje clave de su novela. ¿Fue un juez cruel?
R. Como lo fueron otros jueces que perseguían la brujería creyendo en ella. Él pensaba que estaba haciendo un bien a la sociedad, era lo normal. Lo extraordinario era la aparición de una persona como Alonso de Salazar, que cree en la razón y lucha por demostrarlo.
P. Si España terminó con la caza de brujas un siglo antes que Alemania o Francia, ¿por qué nos persigue esa sombra?
R. Había una enorme mitología entorno a la Inquisición española en época ya de los Habsburgo. La Inquisición era una institución de la corona y, por lo tanto, todo el que iba en contra de los Habsburgo también atacaba a sus instituciones. La Inquisición no era controlada por el papado, esto es muy importante. Una parte de la mala fama que tenía se la dieron los hombres de la Iglesia, no estaba bien vista por el resto de los eclesiásticos porque la Inquisición era algo así como el asuntos internos de la Iglesia. Por ejemplo, era la que se encargaba de investigar si los curas usaban la información que obtenían en el confesionario.
P. ¿La literatura ha ayudado?
R. No. En el siglo XVIII aparece la figura literaria, el arquetipo del malvado inquisidor. Te la encuentras siglo tras siglo. Hasta en El nombre de la rosa. Es ese individuo tétrico, horroroso, a veces ciego, siempre flaco, de mejillas descarnadas y mirada aterradora. Luchar contra eso es muy difícil por más que no sea verdad.
P. ¿Por qué la mentira es más atractiva que la verdad?
R. Alonso de Salazar no es atractivo frente a estas mentiras, era un muermo, es la razón y el sentido común frente a Halloween. Logró que hubiera una vida mejor evitando linchamientos y condenas por disparates, pero no es tan atractivo como un montón de señoras con los pelos ondeando al viento de noche. Es una pena.
P. En España hay varios museos de la tortura que muestran instrumentos supuestamente usados por la Inquisición. ¿Ha visitado alguno?
R. Son mentira. Se basan en los grabados y dibujos de los siglo XVIII y XIX que se hicieron para ilustrar supuestamente la Inquisición. Es un delirio. Ilustraron lo sucedido en Zugarramurdi en Historia de la Inquisición, que es una historia falsa escrita por Llorente, un cura que se afrancesa, y que se tuvo por histórico por más de un siglo. Hablaba de doscientos mil muertos y tenía dibujos de cámaras de tortura horribles. Eso ha llegado vivo hasta ahora y hay museos que cuentan esto que es mentira.
P. ¿Novelas como la suya puede aportar cordura?
R. En líneas generales, la novela histórica es una desgracia. Hay gente que la afronta con rigor, hay que tener sentido de la responsabilidad. He hablado de esto muchas veces con Santiago Posteguillo. No se puede ir sin haberse informado debidamente. Por ejemplo, por culpa de la literatura y el cine, cuando se habla de quemar brujas la gente piensa en la Edad Media y es bastante posterior. Este fenómeno comienza a finales del XV y se desarrolla en la Edad Moderna.
P. ¿Ha disfrutado escribiendo Las brujas y el inquisidor?
R. Me lo he pasado muy bien y muy mal. La materia histórica hay que tratarla con cuidado. Tratar con personajes históricos me ha agobiado mucho. Cada vez que los hacía caminar o hablar me sentía cohibida.