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Sexo en la Edad Media: monjes que morían por el celibato y prácticas que devolvían la virginidad

La historiadora Katherine Harvey publica Los fuegos de la lujuria, un libro fascinante que derriba muchas creencias: "No éramos tan distintos".

La historiadora Katherine Harvey publica Los fuegos de la lujuria, un libro fascinante que derriba muchas creencias: "No éramos tan distintos".
Detalle de la portada 'Los fuegos de la lujuria', de Katherine Harvey. | Ático de los Libros
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La historiadora Katherine Harvey se ha propuesto romper con la creencia que asocia la Edad Media únicamente con vicios, oscuridad, tortura y falta de higiene personal. Popularmente se ha difundido que la vida medieval era tortuosa y el sexo no iba a ser distinto. Se suele decir que era violento, depravado o ambas cosas, y que todo humano estaba reprimido debido a la influencia de la iglesia, unas ideas reforzadas por la industria del entretenimiento. Le sumamos historias – que resultan estar más cercanas a la ficción- sobre cinturones de castidad o derecho de pernada y tenemos un coctel fantasioso que nos permite mirar por encima del hombro a aquellos que vivieron varios siglos antes que nosotros. Pero no estamos tan lejos. Harvey se ha sumergido en documentos médicos, religiosos y registros legales de la época – y algún que otro texto privado, aunque no eran comunes- para publicar Los fuegos de la lujuria (Ático Historia), un libro fascinante y curioso sobre la sexualidad medieval.

Harvey se cuela en la intimidad de las personas que poblaron la Europa occidental desde alrededor del 1100 hasta el año 1500. Avisa de que existen variaciones considerables entre regiones, pero concluye que hay actitudes compartidas de manera amplia, creencias enraizadas en el cristianismo y la medicina galénica. "Mucha gente tenía más contacto con un párroco que con un médico", dice la historiadora, que cuenta que muchos religiosos interpretaban el papel de educador sexual. Principalmente se aprendía con conversaciones en el entorno cercano y por la propia observación. "Se sospecha por algún texto que, cuando la pareja no sabía consumar el matrimonio en la noche de bodas, entraba la matrona o la madre y les contaba qué había que hacer. Aquellos que sabían leer tenían algo más de idea, pero no demasiada. Era una sociedad en la que la privacidad era un bien bastante escaso y los jóvenes seguramente desde bien pronto habrían visto a personas manteniendo relaciones sexuales. No era una cuestión de voyerismo, sino que era inevitable contemplar esas escenas".

Durante el proceso de documentación, Harvey, doctora en Historia por el King’s College de Londres, investigadora honoraria en el Birkbeck College de Londres y profesora en el Birkbeck College y la Open University, ha visitado pequeñas parroquias en las que se ha encontrado con piezas sorprendentes. "En pequeñas iglesias encontré esculturas medievales de mujeres mostrando sus genitales y hombres que ostentan grandes falos. Creo que todavía no se ha dado con la clave de lo que significan en este entorno religioso. Puede que tuvieran una función protectora o pedagógica para narrar historias que no nos han llegado, pero son muy llamativas".

Tanto el cuerpo masculino como el femenino se comprendía en parte y las teorías nos resultan hoy del todo estrambóticas. El sexo era una de las vías por las que se expulsaban los excedentes de la digestión del cuerpo. Algunas deformidades en los bebés eran resultado de la postura usada por los progenitores en el momento de la concepción. Se creía, de forma generalizada, que una persona podía morir por exceso o por defecto de sexo. Los escritos médicos aseguraban que el sexo era necesario para una vida sana, aunque eran imprecisos sobre cuánto era suficiente. "Estudiando el celibato en los obispos medievales, me encontré con casos de hombres que habían muerto por no tener relaciones. Decían que el cerebro se encogía hasta morir".

En la España medieval, había particularidades. "El Papa ordenaba el celibato, pero mientras que en otros lugares se cumplía de forma más estricta, en España se vivía de forma más abierta", dice. "El gran interés estaba en las relaciones interreligiosas. Las hubo y esto preocupaba. Convivían judíos, cristianos y musulmanes. Además, en el sur de Europa se vigilaba más de cerca la sexualidad femenina. Las mujeres se casaban al final de la adolescencia con hombres que rozaban la treintena, mientas que en el norte de Europa se casaban sobre los veinte con hombres de parecida edad".

Virginidad que viene y va

El hombre ideal era alto, fuerte, proporcionado y de piel pálida. El vello corporal se consideraba importante puesto que era indicador de hombría. Uno de los atributos más valorados de una mujer era la posesión de unos senos pequeños y firmes. La virginidad era un "estado mental" y se podía recuperar "con pociones hechas de clara de huevo, flores y varias hierbas". Según el astrólogo del siglo XIII Guido Bonatti, era posible saber si una mujer era virgen a través de la luna y los planetas. "Si te masturbabas, no eras virgen. Está el caso de un joven monje que decía que tenía poluciones y decía que se las provocaba un demonio. Las autoridades eclesiásticas decretaron que ya no era virgen. Por otro lado, hay una mística inglesa que tuvo 14 hijos y que, tras tener visiones de Cristo, se pensaba que podía ir al paraíso con el resto de vírgenes".

A Katherine Harvey le sorprende que "sigamos tan enfocados en la pérdida de la virginidad hoy en día, sobre todo en algunas culturas en las que son muy populares las reconstrucciones de himen". "Es el equivalente moderno a que un cirujano medieval te dijera que pusieras sanguijuelas en tu vagina para simular la rotura de himen, una práctica que se hacía y que no recomiendo a nadie", concluye.

Placer femenino

"Según las teorías medicas medievales, complacer a las mujeres era más importante de lo que podemos pensar. Se creía que tanto el hombre como la mujer, para concebir, tenían que emitir semillas y esto se hacía con el orgasmo. Había tratados en los que se explica como complacer a la mujer, por ejemplo, poniendo gelatina en su vagina. Se pensaba que la mujer era mucho más lujuriosa que el hombre y, si no se la complacía, buscaría fuera del matrimonio".

El divorcio estaba mal visto en la Edad Media pero la Iglesia lo concedía a las mujeres casadas con hombres impotentes. "No pasaba con mucha frecuencia, pero en York hay una colección de casos llevados a los tribunales eclesiásticos. Era un proceso lento porque había que demostrarlo y esto involucraba a médicos y, en algunos casos, a prostitutas. Si se determinaba que era impotente, la mujer podía volver a casarse; él, en cambio, no".

Coincidencias

Uno de los aspectos más curiosos de este libro es las coincidencias que podemos encontrar entre el sexo de hoy y el de entonces. "No estoy segura de haber encontrado algo que hagamos nosotros y que ellos no hicieran", dice. Harvey halló una guía española de posiciones sexuales "que no es mucho más distintas al Kamasutra", aunque asegura que nosotros somos mucho más abiertos: "Por ejemplo, el sexo anal era un pecado mortal. También pensaban que las prácticas indebidas no solo dañaban a la pareja sino a toda la comunidad y, por eso, había que perseguirlas".

En las conclusiones del libro, la autora incluye reflexiones acerca de los aspectos en los que no somos tan distintos, principalmente respecto a la violencia sexual, los embarazos no deseados, las enfermedades de trasmisión sexual o la importancia que se le da al hecho de ser virgen.

Katherine Harvey. Los fuegos de la lujuria. Ático Historia. Traducción de Claudia Casanova. PVP: 22,90 € Páginas: 352 pp. ISBN: 978-84-18217-78-4

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