
Cuando el compadre Úbeda me contó sus planes de entrevistar a Julio Merino, subdirector del antaño defenestrado diario Pueblo, para continuar con la redacción de Nido de Piratas, me encontraba exiliado en terras galegas, en la muy noble y muy leal ciudad de La Coruña. Merino vivía en Córdoba y Úbeda, alérgico al coche, andaba a la búsqueda y captura de la manera más económica de plantarse allí. Los precios para viajar a la ciudad califal estaban por las nubes y resultaba más tentador subirse a una burra y cruzar la Mancha cual Quijote y Sancho, así que optamos por que yo cruzara la península e hiciera un pit-stop en la villa y corte.
Nos alojamos en la pequeña habitación de una típica casa andaluza de la zona vieja. Salimos al encuentro de Julio Merino y lo encontramos en un piso del callejuelo cordobés, respirando con dificultad, merced a los estragos covidianos, y rodeado de libros. Pero fue entrar en harina, pronunciar la palabra mágica Pueblo, y con la pasión de un purasangre Julio se arrancó verborreico a hablarnos de ese mundo perdido.
Ese cuarto se convirtió en la sala del alma y el tiempo donde Son Goku entrenaba durante un año mientras en la Tierra sólo transcurrían veinticuatro horas. Echamos la tarde y parecía que habíamos cambiado de mes. Cuando dejamos su piso tras agradecerle infinitamente su tiempo y ganas, más propias de adolescente que de veterano, tuve una rara sensación que sólo nos atrapa cuando algo nos apasiona: lo recién vivido parece lejano y los detalles se tornan borrosos. Me acordé de esa primera cita adolescente con la mujer que hace enloquecer: uno queda agotado después de prestar toda su esencia y atención al otro, y cuando se despide ni siquiera puede recordar su rostro con precisión. Fue ahí cuando me convencí de que este sería un libro apasionante, teniendo en cuenta lo mejor de todo: no tenía ni la más mínima idea de lo que era Pueblo hasta aquel fin de semana.
Estas líneas son parte de una trama muy secundaria que no aparece en este libro y, desde luego, mucho menos emocionante que las escritas en sus páginas, pero así les ahorro el spoiler. Es mejor que las descubran ustedes mismos porque he venido a hablar del libro, pero no a contárselo. Y es que estas páginas consiguen eso que todo libro pretende, pero pocos logran: dejar poso. En este híbrido de crónica periodística y amago de folletín canalla de aventuras, Úbeda cuenta la historia de un diario y sus periodistas, pero, sobre todo, de una pandilla de currantes insaciables que daban todo por el oficio. Es ese componente humano, telón de fondo de la historia, el que dota de cuerpo a sus páginas. Para colmo, el autor salpica la narración con todo un compendio de jugosas y apasionantes historias –hay capítulos e incluso párrafos de los que se podría sacar una novela– del mundillo periodístico, digno de las mejores intrigas palaciegas y que al resto de los mortales nos resulta con frecuencia opaco.
Este libro puede servir tanto de manual para cualquier futuro periodista que se precie como para arrancar las sonrisas de los que ya llevamos unos años en esto del mercado laboral sin importar el gremio. Muchas de las historias que cuenta Úbeda rescatarán otras tantas de las retinas del lector: la picaresca de una clase trabajadora canalla y a la vez responsable con sus deberes; el compañerismo en el oficio demostrado a base de palo y zanahoria y no en el falso barniz de la corrección política –ese insulto cariñoso en el café de primera hora y la mano amiga en los momentos de mayor necesidad–; el ansia vital de exprimir cada acontecimiento y no balconear la vida, como tanto repite el Maradona católico, entre otras.
Dicen el autor y otros periodistas que hoy día las redacciones son asépticas y funcionariales, más parecidas a un quirófano que a otra cosa. Desde aquí sólo podemos darles la bienvenida. En mi oficina, la moqueta y el teletrabajo hacen de la profesión una cuestión extrema de optimización y eficiencia. Nuestro amigo Paco nos recuerda, mientras charlamos sobre el libro, que el hostelero acudía no hace tanto al bar de al lado a pedir lo que le faltara como bajaba el vecino del quinto a pedir sal. Hoy es práctica en desuso porque no sería raro que te lanzaran una mirada incrédula como si fueras el enemigo invadiendo su territorio. En plata: la dimensión humana del trabajo se muere. Por todo ello, esta crónica es también un libro de historia valiosísimo para no olvidar no sólo una manera de trabajar sino una forma de entender la vida.
Internet y las nuevas formas de comunicación han sido el iceberg del periodismo "de toda la vida", pero no es algo exclusivo del gremio. Todo está cambiando –para mejor o peor, juzguen ustedes–. Hace unas semanas, en un coloquio en la RAE, Pérez-Reverte insistía en que Europa, tal y como la conocemos, es ese Titanic yéndose al carajo. Quizá este Nido de Piratas, la historia de los primeros influencers de la comunicación, es parte ya hundida del barco. Pero como decía su colega José Carlos Llop, me jode darle la razón, y no lo haré. Si él, Del Pozo y García pensaron este libro, Úbeda lo ha escrito y nosotros lo leemos, es porque albergamos una mínima esperanza de reflotar el barco. Ellos, que peinan canas, serán esa orquesta que toca hasta el final mientras disfruta lúcida e impávida del hundimiento, sabiendo que van a espicharla antes de que el barco naufrague por completo. Los que venimos detrás tendremos que rescatar el buque de las oscuras aguas de la mediocridad, la corrección política y el victimismo de todo a cien. Confío en que no sea demasiado tarde. Este libro y su autor son buena muestra de ello.