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José F. Peláez: "A nuestro alrededor están pasando muchas cosas y nos las estamos perdiendo por mirar a Pedro Sánchez"

El columnista estrella de ABC publica Ya estoy escrito, la primera recopilación de sus artículos.

El columnista estrella de ABC publica Ya estoy escrito, la primera recopilación de sus artículos.
José Peláez posando para Libertad Digital. | C.Jordá
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Dice José F. Peláez que un día se hizo viejo y se puso a escribir. En realidad no sabe qué llegó antes, si la vejez o la palabra, pero el caso es que necesitó crecer para ponerse a jugar como los niños; y después el juego se le acabó yendo de las manos. Comenzó firmando en su blog bajo el pseudónimo de Magnífico Margarito y ahora firma en las principales páginas de la prensa nacional bajo el pseudónimo de su propio nombre. Poco importa quién sea en realidad, porque su personalidad va reflejándose en cada columna que publica. Algunas de ellas, créanme, son las mejores que se han podido leer en los últimos años en esta tierra repleta de tertulianos y seleccionadores. Pero si no me creen, siempre pueden comprobarlo ustedes mismos. No tienen más que sumergirse en la recopilación que acaba de sacar. Ya estoy escrito (Península) es el título de su carta de presentación. Puede que llegue un poco tarde, pero lo más probable es que no. Al fin y al cabo, a mí no paran de repetirme que todo lo bueno debe saber hacerse esperar.

Pregunta: Señor Peláez, ¿escribir es escribirse?

Respuesta: En una medida muy alta, sí. Aunque sólo si se publica. Lo importante no es escribir, sino publicar. Se trata de una cosa curiosa. Cuando la gente te lee, de modo implícito, generas un pacto con ella. Generas un personaje. La gente ve crecer ese personaje y tú también te vas creando como tal. Porque tú también te lees. Esto llega hasta el punto de que yo no recuerdo muy bien cómo era mi vida antes de escribir. Me acuerdo perfectamente de todo, eh, no tengo problemas de memoria ni gilipolleces psicológicas. Pero, de alguna forma, es como si hubiera renacido. No me acuerdo muy bien de cómo pensaba antes, qué cosas hacía. Salía de trabajar y qué. Pues no sé. Me iría a casa, supongo, me tomaría algo con mis amigos. No me acuerdo. No tengo ni idea. Porque yo empecé a escribir en el momento en que me divorcié, pero antes hubieron dos años de criar a una niña. Y antes… era muy joven, macho. No me acuerdo.

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José Peláez y Luis Herrero Goldáraz, durante la entrevista | C.Jordá

P: Para recordarse hay que relatarse, supongo.

R: Puede ser.

P: ¿Usted se puso a escribir de golpe?

R: Bueno, no sé si de golpe. Siempre se me había dado bien, pero nunca había escrito, propiamente hablando. No tengo obra, ninguna intentona adolescente. Nada. Luego, ya te digo, sucedió lo del divorcio y comencé. Fue un periodo largo de introspección, de mucho pensar. Y sobre todo de querer expresarme. Así que me hice un blog. Porque era la época de los blogs, ya sabes. Al final, la cosa consistía en hacer dedos. Las primeras quinientas columnas hay que quemarlas, de lo malas que son. Pero hay que hacerlas. Y ahora veo a muchos jóvenes que empiezan y que cometen los mismos errores que yo cometía.

P: ¿Cuáles son esos errores?

R: Fijarse sólo en lo estético. No me gustan las columnas que le dicen a la gente cómo tiene que vestir, o cómo tiene que expresarse. Cómo tiene que vivir. Las típicas que dicen cosas como, yo qué sé: "Si tu única aspiración es ir el domingo a El Corte Inglés ya sé qué tipo de persona eres". Y empiezan a degollar acto seguido a la pobre gente que va el domingo a El Corte Inglés. Esas columnas que unen lo estético con lo político no las soporto. Y se dan mucho en cierto tipo de derecha. Pero creo que es un pecado de juventud, de gente que se está construyendo. Es gente que está pensando cómo quiere ser, y por lo tanto tiene que decir cómo no es. En el fondo es gente que está ligando. Se está mostrando al mundo de la manera como quiere mostrarse. Y es algo que hay que hacer, por supuesto. Yo lo he hecho. Pero conviene superarlo rápido.

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Peláez posando para LD | C.Jordá

P: Es curioso. Para mí el problema de escribirse es el contrario. No construirse a uno mismo, sino mostrarse tal cual se es. No deformarse.

R: Ese es el objetivo, por supuesto. Esa es la base. La honestidad está en el punto de partida y en el destino. Está en los dos lados. Pero, es curioso, en el medio la cagamos. Y no por cobardía. Mira, ayer (el pasado martes), por ejemplo, hice una crónica parlamentaria sobre lo que sucedió en el Senado y fui bastante duro. Bastante. Y yo sé que yo no tengo ese tono. Pero es que lo merecía. Al final, llegas al punto de parar y preguntarte cómo escribes realmente. Cómo eres tú. Pero es que escribes como te sale. Siempre eres tú. Y lo que no puede ser es que al final dulcifiques a Sánchez porque normalmente no eres tan agresivo. No puede ser. A veces no sirve de mucho pensar qué diría yo. Simplemente dilo. Lo que pasa es que, claro, escribir es estar buscando siempre tu estilo. Tus referencias. Porque todos tenemos un marco en el que nos sentimos seguros. Y eso no es cobardía, insisto, sino todo lo contrario. Responde a una necesidad de honestidad. Aunque todo esto son paridas de columnistas. Tú me entiendes, pero igual la gente que nos lea se pregunte qué mierda nos hemos fumado.

P: A mí me parece interesante. Se me ocurre otra pregunta, por ejemplo. ¿Influyen los lectores en la forma en que se escribe?

R. Inevitablemente. ¿A quién quieres epatar? Eso hay que preguntárselo. Yo a veces pienso en mi chica, a veces en mi madre, a veces en mi padre, a veces en el director del periódico. Y hay días que tengo diferentes personas en la cabeza. ¿Qué pensará este o aquel? Es algo que influye. Pero no porque quieras impresionar, necesariamente, sino porque todos adaptamos nuestros tonos en función de a quién nos dirigimos. Yo no hablo para mi hija igual que hablo para mi jefe.

P: Los estilos se imitan, sin embargo.

R: Por supuesto. Y en gran medida se imitan de manera involuntaria. A mí todos los estilos se me pegan, por ejemplo. Llega un momento en el que no puedo prácticamente ni leer. Porque todo me sugiere algo, todo me despierta la creatividad. Y me entran ganas de escribir.

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José Peláez es columnista en ABC | C.Jordá

P: Mejor eso que lo contrario, ¿no? Tener que acudir a los textos sediento de estilo, porque por alguna razón el puto folio sigue en blanco.

R: Eso nos pasa a todos, eh. Y lo hacemos todos. Lo de leer a otros para inspirarnos, digo. Yo he llegado al punto de leerme a mí mismo, incluso, para acordarme de cómo escribo. Porque hay días que no me acuerdo. (Risas). Hay días que la actualidad me pilla con el pie cambiado, se me indigesta lo último que ha dicho Sánchez, yo qué sé, y tengo que relajarme. Lo que te decía antes sobre la crónica parlamentaria de ayer. Lo jodido es saber que uno no es así. Yo no soy tan agresivo como me sale ser a veces delante del teclado. Y alguna vez es necesario soltar esa rabia, sí. Es honesto hacerlo. Pero no se puede hacer siempre. Aunque sea por educación. Uno es fundamentalmente el resultado de haberse domado. Si ser uno mismo consistiese meramente en responder a tus impulsos, no sé, todos mearíamos en la calle y quebrantaríamos la ley. Seríamos salvajes. Pero como somos civilizados, no lo hacemos. Por eso escribir es un esfuerzo. El estilo te frena, pero para bien. Como te decía, yo muchos días tengo que esforzarme por encontrar un punto de vista más sosegado, en el que sí soy yo. Así que muchas veces me leo para encontrarme de nuevo. Pienso: cómo habría escrito yo esto si de verdad fuese yo y no este monstruo que me ha poseído. Y entonces me busco y me encuentro. Y por fin me puedo poner a escribir.

P: ¿Escribir es educarse?

R: En cierto modo, sí. Sofisticarse. Encontrar maneras de no ir del punto A al punto B por la línea más recta. No sé quién decía que la línea recta es el camino más corto entre dos puntos imbéciles. Pues claro. Decir lo primero que se te ocurre sobre cualquier tema lo hace cualquiera. A nosotros se nos exige algo más. ¿Quieres decir esto? Pues vamos a ver cómo lo dices. Esa es la cuestión.

P: Escribe en una columna que le importa tanto el estilo que si escribiese una novela no tendría argumento. ¿Eso es así? ¿Es posible el estilo sin ideas que lo sostengan?

R: En columna no, pero en novela sí. Mira Onetti, o Cortázar, o tantos otros, muchos de ellos sudamericanos. La novela, a partir de las vanguardias, se rompe. Esa estructura decimonónica se resquebraja. Hoy hay muchas formas nuevas de hacer novelas. A mí me da la sensación de que la gente que está excesivamente obsesionada con la trama o con el argumento es gente más cinéfila que literaria. Gente que piensa en imágenes. Para los que estamos más acostumbrados a leer que a ver películas, el argumento es bastante secundario.

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José Peláez, en un momento de la entrevista | CJordá

P: ¿Qué es una columna?

R: Fundamentalmente es un espacio. Tú ahí puedes hacer lo que quepa. Y caben muchísimas cosas. Puedes ser más lírico, más de pensamiento, tirar más a la noticia. Puedes hacer lo que te dé la gana. Pero es una cosa que se lee en tres minutos. Una columna es un comentario pegado a la actualidad, que no tiene por qué ser política. De hecho, casi nunca lo es. A mí me parece que a nuestro alrededor están pasando muchas cosas todo el rato. Y nos las estamos perdiendo, seguramente por mirar a Pedro Sánchez. Nos perdemos lo que pasa en las salas de conciertos, lo que pasa en las galerías de arte, lo que pasa en los locales de ensayo, en los restaurantes, en los parques, en los colegios. Hay chavales de quince años que se suicidan; ancianos sufriendo su soledad. La noche está muerta. Y nosotros no estamos siendo capaces de narrar todo eso porque estamos demasiado pendientes de Sánchez. Estamos tan encabronados que nos falta sosiego. Pero las columnas deben servir para eso, creo yo. Aunque no deban servir sólo para eso. Es algo que no puedes hacer siempre. Y no lo puedes hacer en todos lados. Lo puedes hacer en ABC, que es el Real Madrid del columnismo literario. Ahí han escrito todos los grandes. Ha escrito Azorín, ha escrito Camba, ha escrito Ruano, ha escrito Campmany. Si escribes ahí se espera que escribas bien, que tengas una cierta voluntad de estilo.

P: Es curioso que con el paso del tiempo las columnas que mejor retratan una época son las costumbristas y no las políticas.

R: Desde luego. En este libro hay muchas columnas escritas en pandemia, por ejemplo. He quitado prácticamente todas las políticas. Pero se nota cuáles están escritas en pandemia. Creo que es algo que mola. Me gustaría que dentro de cincuenta años, cuando alguien quiera ver cómo vivimos el encierro, sean útiles. Si te acuerdas, entonces casi todos estábamos con que si el Estado de alarma era ilegal, que si nos tenían encerrados a la fuerza, que si la vacuna, que si tal, que si cual. Política, tío. Pero no había mucha gente que quisiera hablar de sentimientos o de otras cosas. Yo intento hablar de otras cosas, y eso me produce un cierto orgullo. Una cierta tranquilidad. Saber que dentro de décadas se podrán mirar mis columnas igual que yo ahora miro la hemeroteca para saber cómo se vivió realmente la Guerra Civil. Qué pasaba por las calles, no sólo qué pasaba en el Congreso de los Diputados. Ese es el tema.

P: Y, sin embargo, todos terminamos hablando de política.

R: Es inevitable. Lo que no soporto es cierta manera de hacerlo. Hay un cierto tipo de columnista que es un propagandista. Lo que quiere es influir en la opinión pública, crear un estado de opinión, meterle mano de alguna forma a sus lectores para que piensen algo, o voten algo, incluso. Es algo que desprecio infinitamente.

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Peláez, visto a través de una puerta del Café Varela | C.Jordá

P: Luego hay columnistas políticos a su pesar, o esa es la sensación que da leerles. Pienso en un Soto Ivars, por ejemplo. Alguien que parece no poder reprimir el impulso de colocar a su tribu frente a sus contradicciones. Columnistas antipropagandistas, podríamos decir, pero columnistas políticos, al fin y al cabo.

R: Soto Ivars me interesa mucho. Incluso me siento un poco identificado con él, hasta cierto punto. En el sentido de que yo también quiero luchar contra ciertos desvaríos de mi tribu, que es la derecha. Yo soy abiertamente de derechas, no me escondo, pero mucha derecha no me considera uno de los suyos.

P: Me lo decía el propio Soto Ivars en una entrevista. ¿La derechita valiente, por llamarla así, comienza a parecerse demasiado a esa inquisición izquierdista que tanto le gusta denunciar?

R: Sí. Por supuesto que sí. Pero no sólo por Vox, eh, si te estabas refiriendo a ellos con ese eufemismo. Ciudadanos ya era así. Ciudadanos era un centrismo muy mal entendido. Porque el centro no existe. El centro es un lugar desde el que se vota, no al que se vota. El centro es un estado de opinión que permite que puedas variar tu voto hacia un lado o hacia el otro. O no votar, incluso. Pero no votas al centro. Ellos vieron el centro como la ausencia de conflicto. Se movían por la política proclamando que el conflicto es malo. Pero es que el conflicto no es malo: es inevitable. El conflicto existe en la sociedad. Un sistema liberal nos permite disentir sin matarnos. Y se trata de eso, no de no discutir. Pero ellos, al negar el conflicto, generaron otro nuevo populismo. Y otro absolutismo. Porque si lo que queremos es no disentir, el comunismo eso lo hace de puta madre. Ese problema ya lo había resuelto Stalin. No, joder. ¡No pasa nada por disentir! Ciudadanos fue la misma lacra intelectual para España que Podemos. Yo he estado diez años criticando a la nueva política y creo que el tiempo me ha terminado dando la razón.

P: ¿Hemos malinterpretado el liberalismo como un todo vale moral, como la ausencia de cualquier valor fuerte desde el que construir una postura política?

R: Yo creo que lo que se ha perdido es la esencia del Estado liberal como gran victoria de la humanidad. El Estado liberal supera a la derecha y a la izquierda. Pero los valores del Estado liberal están tambaleándose precisamente porque cierta izquierda y cierta derecha no creen más en él. Hay una derecha liberticida que hoy puede estar en Vox y que antes estaba en el PP. No cree en la libertad y nunca lo ha hecho. Es una cosa que conecta, en España, con el carlismo y con Fernando VII. Porque en España siempre ha habido una derecha liberal y otra que no lo es. Son dos cosas que no tienen nada que ver. Todo es bastante curioso porque, si nos paramos a pensarlo, la socialdemocracia también es un invento de la derecha. Es la transformación de la izquierda que la derecha ideó para seguir manteniendo el poder después de la Segunda Guerra Mundial. Si la gente se muere de hambre no puedes ganar dinero, sería el razonamiento. Si la gente se muere de hambre seguramente te mate. Y si nos cortan la cabeza no ganamos pasta. Si creemos en el capitalismo, en el libre mercado y en el progreso económico como generador de una cierta estabilidad social, toda la gente tiene que tener educación, sanidad y acceso a un trabajo remunerado. Tiene que haber redistribución. Esto yo creo que hay parte de la derecha que no lo ha entendido. Porque la socialdemocracia es el principal enemigo del comunismo, no de la derecha. Es el remedio contra la revolución. Si hay socialdemocracia, no puede haber revolución. Se desactiva. Los revolucionarios han perdido. Así que todos somos socialdemócratas, en realidad, porque la Constitución lo es. Yo no he oído ni a Ayuso ni a Ortega Smith decir no a las pensiones, no a la sanidad, no a la educación. Eso está sobreentendido.

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Un momento de la entrevista | C.Jordá

P: El debate está en cuánto Estado es suficiente, ¿no?

R: Sí. En cómo se gestiona, en cómo empleamos el dinero de nuestros impuestos. No sé. Que los ancianos puedan ir al cine por dos euros a lo mejor me parece innecesario. Que se paguen Netflix. Pero eso ya son matices. La cuestión es que el fondo concreto de la socialdemocracia ya está asumido. Punto. Y es de derechas. Es la esencia de la derecha, de hecho. Sin eso no hay capitalismo.

P: ¿Pero qué es exactamente la derecha? Porque no es lo mismo ser conservador que liberal, ni liberal que anarcocapitalista.

R: Y no es lo mismo ser conservador que antisistema, al estilo Vox. Un conservador, para mí, y esto va un poco en la línea de Russell Kirk, es optar por la postura equilibrada, sensata, prudente. Es el vamos a pensar las cosas. Pero tampoco es necesariamente una cosa moralista, religiosa y católica. Aunque ahí también hay malentendidos porque, de hecho, la nueva Alt-Right esta, que reivindica la tradición cristiana y lleva con orgullo sus creencia religiosas, no es católica. Es profundamente protestante. Calvinista, te diría. Lo ves en Trump, que es protestante. Y en Bolsonaro, que también lo es. Son puritanos que expulsan a los pecadores y a los impuros fuera de la comunidad. Un católico los mete dentro. Y no sólo eso, es que comienza la misa confesando ante todos los presentes que él también es un pecador. No es ya que no los expulse, es que se reconoce siéndolo. Así que a Vox me sale decirle siempre eso: si somos católicos, somos católicos. Lo que no se puede ser es protestante. Creo, de todas formas, que estos malentendidos vienen de rasgos culturales heredados de Estados Unidos, casi todos. Allí la derecha alternativa es protestante y su lógica también lo es. Y también en las sectas evangélicas brasileñas. Pero lo que pasa, en realidad, es que un conservador allí no es lo mismo que un coservador aquí. Porque lo que quieren conservar es diferente.

P: Cambiando de tema radicalmente, ¿qué le ha hecho el verano para que lo odie tanto?

R: Ya, tío, siempre estáis igual. Claro, tu familia es de Castellón, tenéis ahí el Mediterráneo… Las cosas se ven mejor así. Mira, empiezo a sospechar que mi fijación no es tanto contra el verano. Sospecho que si no fuera pobre me gustaría más. Si yo tuviera un mes entero en la playa, con un casoplón, una piscina, un barco donde tomar champagne y una mesa con la comida puesta; si mi hija tuviese un sitio lleno de amigos donde montar en bicicleta todo ese mes, como si estuviese en Nerja, en Verano azul; si no tuviera que escribir una columna al día… Puf, eso sería… Sospecho que así el verano me gustaría más. Pero es que soy de Valladolid, tío. Hace un calor que te cagas, el mar más cercano está a doscientos kilómetros y lo máximo que yo puedo estar en él es una semana. Cuando tú vas al mar una semana, o quince días, además, la cosa no es que sea la leche, que digamos. Caes en otra puta rutina. Te levantas, venga, la playa, la crema, la niña, las palas, la arena, pim, el helado, pam, a dormir. No me gusta, qué te puedo decir. Y además paso muchísimo calor. Tampoco me gustan las vacaciones en sí. El hecho de no trabajar. Lo que a mí me gusta es trabajar poco. Prefiero trabajar todos los días de mi vida dos horas que trabajar diez durante la mayoría para tener después cuatro días libres. Currar dos horas es perfecto. Piénsalo. Tener tiempo de asueto un miércoles cualquiera, mientras los demás trabajan. Leer la prensa, pasear, tomar un café, ir a una exposición, cocinar, echar la siesta. Eso sí que merece la pena. Pero en Madrid. O en Valladolid.

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José Peláez, en la calle Preciados de Madrid | C.Jordá

P: Madrid, Valladolid… Castilla es otro tema en sus columnas. ¿Qué idea tenemos en España de ella?

R: No lo sé. Supongo que no es la misma la que tiene un tío de Alicante que la que tiene un guipuzcoano o la que tiene un tío de Triana. No lo sé. Yo me temo que estamos un poco maltratados, históricamente. Pero tampoco pasa nada. Hemos sido un imperio y eso nadie lo puede borrar. Quiero decir que a todos los imperios les pasa. Yo no sé qué opinan en la India de los británicos. Es así la vida, qué más da. Entiendo que nuestros antepasados fueron predominantes, que eran el centro del mundo, que su visión del hombre cambió el destino de la humanidad, que los derechos humanos nacieron aquí, que fueron nuestros antepasados también quienes los exportaron a América y que dominaron el mundo durante siglos a través de su cultura. Y todo 250 años antes que Locke. Es un tema muy complicado. No lo sé. Sobre esto ha escrito mucho Roca Barea. Yo no le compro todo el discurso, pero gran parte sí. En el sentido de que las élites españolas son las primeras que son antiespañolas. Pero da igual. No me quiero meter en demasiadas movidas históricas porque se pueden malinterpretar fácilmente. Digamos que más allá de cuándo nació España, lo que está claro es que en algún momento hubo una suma de reinos y que Castilla fue dominante. Aunque sólo sea porque conquistó América. Es así. Fue nuestro idioma el que se acabó imponiendo. Pues sí. Desde ese punto de vista, entiendo que luego haya gente de otras regiones que se lance a decir tonterías como que están sometidos a Castilla. Es mentira, claro, pero entiendo de dónde puede venir. Comprendo que pueda haber una animadversión hacia una idea imperial de Castilla muy vendida por el 98. Pero es que da igual. No importa. Somos el Real Madrid, el antimadridismo nos rodea, pues ya está. No me voy a poner a lloriquear como si fuera un catalán.

P: ¿Qué es Castilla a día de hoy?

R: Pues mira, sin lloriqueos también te digo la verdad. Y la verdad es que Castilla ahora es pobreza extrema. Los pueblos de Castilla están muertos. Las casas son de adobe, las carreteras no llegan. La España vacía está vacía de verdad. Así que cuando yo veo a un subnormal de Sant Gervasi, o de Getxo, diciendo que los castellanos les explotan, me entran ganas de llevarles a mi pueblo para que comprueben con sus propios ojos la gilipollez que acaban de soltar. Esto no se trata de nacionalismos, ni de pijadas así. Ser castellano es una forma de ser español como cualquier otra. Y ya está. Pero también creo que se puede reivindicar el ser castellano. Claro que sí. Como ser madrileño. Madrid es Castilla, aunque aquí os vaya mejor económicamente. Es lo mismo. No hay que tener tapujos por reivindicar lo nuestro, sin identitarismos idiotas.

P: ¿Le cuesta seleccionar los temas para las columnas?

R: La verdad es que no. Todo me sugiere cosas. Es una putada, en realidad. Cualquier cosa. Ves una película y ahí está la columna, escribiéndose en la parte de atrás de tu cabeza. Es una obsesión. Ten en cuenta que escribo seis o siete columnas a la semana.

P: ¿Y eso es sano?

R: No lo es, no. (Risas)

P: ¿Pero cómo aguanta el ritmo? A mí es una cosa que me parece imposible.

R: Pues como puedo. Bueno, tampoco tan mal. No vayamos a ponernos victimistas. No es una cosa imposible. Lo llevo como cualquiera que haya llegado a la élite de su profesión. Como supongo que lleva Nadal el competir cada semana, o como el Madrid tener que jugar cada tres días. ¿Cómo hace tu padre su programa todos los días? Eso es algo que yo tampoco entiendo. Lo admiro mucho. La radio me parece complicadísima. Piensa que hablar es más difícil que escribir. No te da tregua. Lo que dices se queda ahí, sin edición. Yo también me pregunto cómo hacen los conductores de programas de radio su trabajo a diario. Pero supongo que es algo que nos pasa a todos cuando observamos a alguien desempeñarse en el máximo nivel. No es sano. Sólo se puede trabajar bien desde un grado de obsesión alto. Tienes que estar siempre pensando en columnas. Vives en columna. Todo es columna. Vas al cine: columna; lees poesía: columna. Leas lo que leas, ya estás pensando en escribirlo. La columna está siempre ahí. Porque, en realidad, escribir es el final de un proceso que ha empezado mucho antes. Hasta dormido, tío. Anda que no habré escrito yo columnas dormido. Que te despiertas y dices: me cago en todo, se me ha ido, si la tenía hecha ya.

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