
Amando ha sido uno de los intelectuales más valiosos de una generación cuyo valor sólo ahora empezamos a aquilatar. Tenía ese espíritu de rebeldía del antifranquismo que muchos no entienden y otros no quieren entender, quizás porque para ello hay que entender el sentimiento nacional español, que ha sido uno de sus grandes motores intelectuales. No es exagerado decir que con él nace la sociología en nuestro país, en la línea de Juan Linz, pero no era el típico intelectual de gafas de carey, sino un activista del conocimiento, un apasionado del saber. Lo recuerdo contando, junto a Antonio Herrero, que tanto lo admiraba, cómo era el primer ordenador importado, y cómo, más que las encuestas, que también inauguró para saber lo que pensaban los españoles al final del franquismo, le interesaban las cosas cotidianas de España, las costumbres de nuestra nación, como buen lector de Galdós.
Y, por supuesto, le obsesionaba la condena intelectual de todo lo español, que vivió en Cataluña y denunció en el Manifiesto de los 2.300. Ahí nos relacionamos por primera vez, aunque yo lo conocía del Brusi, el Diario de Barcelona de Martín Ferrand, donde escribía con Manuel Jiménez de Parga y otros antifranquistas democráticos. Pocos lo eran entonces. Amando sí. Aunque pasó un año detenido por unas delirantes ofensas al Ejército que cuenta muy bien en sus Memorias, nunca fue de víctima, porque quería para España una democracia real, es decir, liberal, capaz de superar las heridas de la Guerra Civil y como Julián Marías y otros intelectuales de la Transición, se limitó a ayudar, no a reclamar y, menos aún, a presumir.
Era el primer o segundo firmante del Manifiesto por el que unas ratas de Terra Lliure, el criminal separatismo catalán que hoy elogian TV3 y el Barça Femenino, me secuestraron y dispararon. Y así fue como conocí a Amando, escayolado en mi casa, antes de coger la ambulancia y largarme de lo que ya no era La ciudad que fue. Un mes después, en pleno verano, me vino a ver al pueblo y subimos al monte del Tremedal, que reputó como lugar indiscutiblemente sobrenatural.
Después del atentado, había ido con Santiago Trancón, su verdadero promotor, a La Clave de Balbín, y defendieron brillantemente el Manifiesto y la causa de la libertad, que no otro, ha sido siempre el problema lingüístico: respetar o vulnerar la libertad de los padres para poder elegir la lengua española para sus hijos como vehículo de aprendizaje. Como yo, siguió haciéndolo en la COPE, frente a las presiones de Pujol y el episcopado catalán, protectores ambos, junto a La Vanguardia, de la pederastia en Montserrat, que es un símbolo muy suyo.
Recuerdo una reunión que tuvimos con Pujol y los jefes de la casa, que acabó como el rosario de la aurora. Aún había rosario en la COPE. A Pujol le sacaba de quicio Amando. Y es natural: siempre lo consideró un corrupto y un déspota, como el régimen que fundó, dura hasta hoy y, encima, nos coloniza. Fue uno de los presentadores de La Dictadura Silenciosa y me llevó por entonces a su casa a conocer Antonio Robles, para que viera que yo no era falangista o algo así. La izquierda catalana está así de enferma. Pero Amando siempre defendió la causa de España y la Libertad. Por eso colaboró en nuestro grupo desde el principio y durante muchos años. Pero lo recuerdo, sobre todo, en los maravillosos años de Antonio Herrero.
En El retorno de la Derecha cuento su última aventura intelectual, que fue DENAES, con Gustavo Bueno, raíz intelectual de lo que luego fue Vox. También coincidimos en muchos de esos encuentros y conferencias, cuyo fin último era la denuncia del separatismo y la defensa de la nación española, inseparable de la libertad y ajena a la actual deriva sacristanesca.
Hace pocos días, supe por un amigo común que lo había visto muy mal y me puse en contacto con su mujer y su hijo Iñaki, que me confirmaron su estado. Los médicos le daban unas semanas, acaso unos meses de vida. Y quedé en ir a verlo. Se ha adelantado, pero prefiero recordarlo así, vivo y con una sonrisa que era su tarjeta de visita. Siempre presentando un libro. Siempre indignado por las injusticias y los privilegios. Siempre preocupado por nuestra pobre España. Y siempre dispuesto a luchar. Su obra es ingente, sin comparación posible en el ámbito de las Humanidades de nuestro país. Su ejemplo de honradez intelectual y patriotismo cabal es ya imperecedero.
Amando siempre estará ahí: en sus libros, en su ejemplo, en mi recuerdo.