Un chaval de quince años murió tras caer por un acantilado en Ovingdean Cap, cerca de Brighton (Reino Unido), el 14 de julio de 2015. Se llamaba Arthur y, según los tabloides británicos, iba hasta las cejas de LSD. Su propio padre, el músico y escritor Nick Cave, desmintió el bulo en el documental, tan hermoso como terrible, One More Time with Feeling. El accidente, disculpen la obviedad, cambió por completo las vidas del líder de los Bad Seeds y de su esposa, la diseñadora de moda Susie Bick. Pasado el tiempo, la pareja consiguió dejar atrás la nube negra, redirigir el rumbo de su galeón y ver la luz nuevamente, aunque de otra manera. Porque tanto en los discos del primero como en los vestidos de la segunda palpita el espíritu de su difunto vástago. Tal y como le cuenta el genio australiano al periodista Seán O’Hagan, antes de salir al escenario, "realmente sentía que Arthur estaba conmigo. Nos sentábamos juntos en el backstage, hablábamos, y cuando salía al escenario sentía una presencia muy fuerte, de apoyo, y también una gran fuerza: su mano sobre la mía. (…) Sentía que a través de mi anhelo lo había traído a la vida. Era una sensación muy fuerte y poderosa".
Fe, esperanza y carnicería (Sexto Piso, México, 2023) registra un puñado de conversaciones mantenidas entre el compositor de "Jubilee Street", "Bright Horses" y "Balcony Man" y el periodista de The Observer durante y justo después de la pandemia de la covid-19. O’Hagan pregunta con precisión e inteligencia y el cantante responde desbordante, libre de cortafuegos. El duelo y su siempre incompleta superación son abordados con una delicadeza y una elegancia tremendas. No hay lugar para el morbo en un libro bellísimo, que desprende una humanidad voraz. El entrevistador, magnífico, consigue radiografiar al Cave padre, amante y resucitado, pero también al ciudadano con opiniones e inquietudes políticas, al creador efervescente de canciones, novelas, poemarios y, últimamente, de esculturas, amén de al showman que domestica la trascendencia en sus conciertos.
El bardo, quien no recuerda "una sola vez en mi vida adulta en la que no haya trabajado cada día, y en ocasiones a un ritmo frenético", huye del estancamiento productivo y de la repetición, prefiere "el mundo del misterio" artístico, sumergirse en el desconocimiento para cebar una inventiva en cuyo corazón reside una lucha "con la noción de lo divino": "He sacado más de veinte discos y, simplemente, no puedo seguir haciendo lo mismo una y otra vez". Se define "conservador" de fe y de temperamento y considera que "no hay en la literatura nada como los Evangelios", pero reivindica el valor de la duda y de la contradicción: "Que mis creencias sean desafiadas me ayuda a aclarármelas. Ese es el valor esencial de la conversación, que puede fungir como una especie de correctivo". Los rockeros le parecen "las personas con menor credibilidad sobre el planeta" a la hora de tener influencia política. Apuesta por mantener "las cosas que de manera evidente son buenas para el mundo": "No todas las nuevas ideas son buenas ideas, ni tampoco es bueno deshacernos de todo lo que desechamos al deificar lo nuevo". Además, a la cultura woke la compara con un "impulso de fundamentalismo religioso": "Es como si las ideas autocráticas de la virtud y el pecado hubieran entrado en juego y, como resultado, se dispusieran las correspondientes prohibiciones y castigos, impuestas por una severidad moral que es, en mi opinión, similar a los peores aspectos de la religión: los aspectos fundamentalistas, carentes de alegría, santurrones, que nada tienen que ver con la piedad. La cancelación es un aspecto particularmente desagradable de su armamento, y puede terminar siendo una especie de sadismo disfrazado de virtud". Sí, Fe, esperanza y carnicería es un libro fabuloso protagonizado por un hombre que se manifiesta bueno y sabio, por un artista inigualable consciente de sus virtudes y de sus limitaciones. Perdonen el entusiasmo: Nick Cave es mi cantante vivo favorito. Tras esta lectura, lo es aún más.