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Javier de Navascués: "España desconoce muchas cosas de América; América, de España y de sí misma"

El catedrático de Literatura Hispanoamericana publica Aventureros del Nuevo Mundo, una recopilación de biografías para explicar la colonización.

El catedrático de Literatura Hispanoamericana publica Aventureros del Nuevo Mundo, una recopilación de biografías para explicar la colonización.
Javier de Navascués. | JN
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Me explica Javier de Navascués, Catedrático de Literatura Hispanoamericana y Director del Departamento de Filología de la Universidad de Navarra, que de chaval le gustaban mucho los libros de Indro Montanelli. Menciona dos: Historia de Roma e Historia de los griegos, y destaca de ellos la capacidad de su autor de plasmar la realidad social y cultural de épocas tan remotas a base de enlazar semblanzas biográficas de personajes que las habitaron. "Reconozco que me sirvió de inspiración para escribir mi libro", confiesa. Su libro es Aventureros del Nuevo Mundo. Héroes y villanos que forjaron la América hispánica (Sekotia), una recopilación de 30 breves biografías que contribuyeron a la colonización; y quizá uno de los títulos que mejor describe la complejidad, riqueza, diversidad y grandeza de uno de los hitos indiscutibles de la historia de la humanidad. Hablamos con él:

Pregunta: Señor De Navascués, ¿qué fue la Conquista de América?

Respuesta: Un hecho único en la historia. En el sentido más exacto del término. Algunos quieren disminuirlo de muchas formas. Hay quienes dicen que no fue un descubrimiento, por ejemplo, porque América ya había sido descubierta… Bueno, habría que verlo. En cualquier caso, con descubrimiento o sin él, de lo que no había registros hasta ese momento es de semejante choque cultural. El hecho de que una mitad de un planeta se haga consciente, de repente, de que existe otra mitad de la que no tenía constancia. Y que acto seguido proceda a una conquista y a una transformación tan acelerada y, sobre todo, tan amplia. No hay nada parecido en la historia. Es un hecho único, sí. No hay mejor palabra para definirlo. Entendiendo la palabra "único" como lo que es. Un hecho extraordinario, enorme, singular. Ya está. Sin meterle juicios morales. Hoy es muy fácil hacer eso porque no hay nada más sencillo que juzgar a quien no se puede defender. A los muertos se los juzga muy fácilmente. Pero yo no me refiero a que fue único por la bondad o maldad de quienes lo protagonizaron. Fue único porque cambió la historia.

P: Su libro se ha centrado exclusivamente en la Hispanidad…

R: Bueno...

P: ¿No? Fíjese que quería preguntarle qué es la Hispanidad.

R: (Risas). Pues es una buena pregunta. A mí es que el vocablo Hispanidad, para hablar de mi libro, me genera alguna duda si a lo que se refiere es a un factor étnico o, digamos, peninsular. En realidad el término empezó a utilizarse hace poco más de cien años y se define, más o menos, como la hermandad de los pueblos hispanos unificados por su cultura. Bien, eso es verdad. Y mi libro incide en ese punto. Reconoce un elemento hispánico que es una amalgama importantísima. Lo que pasa es que también introduce personajes indígenas, africanos, mestizos… Quiero decir: yo lo que creo es que lo hispánico puede dar forma, pero el Imperio se hizo no sólo por españoles, sino por muchas otras procedencias que estaban muy interesadas en que aquello saliera adelante. Hablo de las élites indígenas, por ejemplo. O de los muchísimos africanos que llegaron como esclavos pero terminaron integrándose como libertos en el sistema. Y no hablemos ya de los criollos y de los múltiples mestizos. Para que me entiendas mejor: el término españoles, por ejemplo, en los documentos del siglo XVII no se aplica a los indígenas. Nadie llama españoles a los indígenas. Españoles había dos tipos: los que llegaban de la península y los nacidos de españoles en tierra americana. Los que después han sido llamados como criollos. El término español no se utilizaba para todos los habitantes del Imperio.

P: ¿Los indios no eran súbditos de la Corona de Castilla?

R: Sí, claro que sí. Eran súbditos, pero no necesariamente españoles. Es una cosa compleja porque ellos no se manejaban con la misma idea de ciudadanía con la que nos manejamos hoy. Es decir, existía la idea de España, y existía la idea de procedencia española, pero el Imperio era una monarquía universal —hispánica, también se la llama—, formada por múltiples procedencias. La autoridad era la autoridad del Emperador. Un Emperador español, porque vivía en España, pero que procedía también de Austria… Es complejo. Era otra cosa, difícil de comprender con parámetros actuales. Era una monarquía católica.

P: Tratemos de acotarla un poco más, para no perdernos. ¿Cómo era la mentalidad de la época?

R: Digamos que todavía no era una mentalidad completamente moderna. Ahora se habla de la temprana Modernidad, para hablar de ese momento. La idea de ciudadano era inconcebible, como he dicho. Si acaso tenían la de súbdito. Pero es que la idea de súbdito no era una idea igualitaria y moderna. Es decir: ¿un indio era súbdito? Por supuesto. Pero tenía un estatus distinto del negro. Y otro distinto del español. Todos eran vasallos de la Corona, pero cada uno tenía derechos y obligaciones distintas. Por ejemplo, los indios tenían un tributo especial. De hecho, alguna vez se molestaban porque se consideraban peor tratados que los esclavos recién liberados, que no tenían que pagarlo… A veces, los esclavos negros podían estar al mando de algunos trabajadores indígenas en las minas… En fin, era una realidad muy multiétnica, muy diversa y muy compleja. Desde luego, mucho más heterogénea e inclusiva que la del Imperio inglés, que es con la que solemos compararla. Pero bueno… Digamos que la realidad es siempre más complicada que como la simplificamos para hablar de ella.

P: ¿Por qué fue tan diferente el plan colonizador español del inglés?

R: En el capítulo de Antonio Ruiz de Montoya, un jesuita, trato ese tema. La cosa es que desde la península hubo un claro interés por realizar, digamos, un proyecto evangelizador. La labor de la Escuela de Salamanca fue muy importante. Las Leyes Nuevas están ahí, de hecho, y dan fe de ese esfuerzo. El proyecto español era el de construir una nueva cristiandad. Los franciscanos difundieron mucho la idea de que, como en Europa se habían perdido muchas almas por culpa de la deriva protestante, la providencia había dado a España América para recuperarlas. Era la oportunidad de crear, de verdad, un reino cristiano en el Nuevo Mundo. Lo que pasa es que luego habría que profundizar. Una cosa es la clara construcción teórica e intelectual con respecto a América que se llevó a cabo en la península y otra cosa es la realidad, sobre el terreno. En ese sentido, el sistema de colonización español no respondió tanto a un gran plan diseñado con anterioridad. No hubo un gran ideólogo ni un objetivo a siglos vista. Podríamos decir que se fue construyendo un proyecto a partir de las realidades que se fueron conociendo. Al principio, nada más llegar Colón al Caribe, la relación de los españoles con los nativos no es muy distinta de la que tenían los portugueses en África. Es decir, mercadeo de esclavos y aprovechamientos de las materias primas. Y eso dura dos decenios. Luego, claro, conforme van abriéndose rutas y consolidándose la presencia española, pero sobre todo desde que Cortés pone pie en tierra firme, la cosa pasa a mayores. Piénsalo. Eso ya no son unas islitas desperdigadas. Eso es un continente enorme. De pronto se descubre al Imperio azteca. Y luego todo lo que viene después… Van surgiendo diferentes conflictos, en los que intervienen, además, distintos agentes interesados. Está la Iglesia Católica por un lado, los conquistadores por otro, la Corona por otro… Simplificando bastante, entiéndeme. Las Leyes Nuevas, que vienen precedidas por otras antes, lo que quieren es dar lugar a una regulación que legitime la presencia del Imperio. Y eso se hace a través de la legitimación moral. Es decir, la evangelización de los nativos. Entre medias se sucedieron atropellos, por supuesto. Las leyes se acataban pero no se cumplían. La esclavitud no estaba permitida, pero bueno, según en qué momento y con quiénes…

P: Un apartado entero de su libro se centra, de hecho, en la resistencia mapuche.

R: Exacto. Y es un apartado que he introducido para señalar, un poco, que el Imperio nunca llegó a estar completamente consolidado en todo el territorio. Los indios chilenos nunca llegaron a ser del todo conquistados. Y claro, daban demasiado la lata. Se negaban a someterse a la Corona… A ellos sí que se los llegó a esclavizar. En fin. Más allá de todo esto, el corpus legislativo que desarrolló la Corona fue impresionante. De eso no hay duda.

P: ¿Qué opina del revisionismo histórico que derriba estatuas en medio mundo?

R: Mira, en el libro introduzco la historia, curiosísima, de los conquistadores de Nuevo México: Gaspar de Villagrá y Juan de Oñate. Son dos conquistadores mexicanos, además, en otra demostración de que la conquista la hizo todo el mundo —y los criollos eran los más interesados, hay que añadir—, que se encuentran con el problema de que, claro, ellos quieren conquistar, pero Felipe II ha establecido unas regulaciones para la conquista que casi tenía que ser pacífica y convenciendo a la gente por las buenas… Algo imposible, como te podrás imaginar. Es una historia muy interesante. Hoy hay mucha ignorancia al respecto. También aquí. Con el tema del revisionismo histórico y el derribo de estatuas de conquistadores siempre pienso en esta historia porque una cosa que no ha trascendido tanto es que en Nuevo México la gente se los echó encima. Allí están muy orgullosos de sus conquistadores. (Risas). Al final, el revisionismo es un movimiento muy global, pero luego choca con las realidades locales y pasa lo que pasa.

P: En el libro hace mucho hincapié en el choque cultural y, sobre todo, en la enseñanza del lenguaje alfabético que los misioneros llevaron a cabo.

R: Claro. Es que el alfabeto es algo tan cotidiano para nosotros. Lo tenemos tan asimilado como algo casi connatural a nuestra inteligencia, que no nos damos cuenta de la revolución que es. También lo fue para los indígenas. No somos conscientes de lo que supuso. Aquí, los defensores de la Leyenda Negra presentan la conquista y colonización de América como un genocidio masivo, con matanzas sistemáticas, algo que es un disparate A mí me interesa la labor culturizante y evangelizadora de los misioneros porque nos muestra, en realidad, el gran asombro que existió por parte de los dos mundos. Es una cosa impresionante. Algo que después se fue dando en los siglos posteriores, casi hasta llegar al XX. Lo que llamamos globalización. Ese encontrarse de repente con gente que tiene unas expectativas, un modo de relacionarse con el mundo completamente diferente. Algo en lo que los españoles son pioneros en Europa, porque son los primeros en darse de bruces con la realidad. Lo que yo señalo es que hay una gran labor de la Iglesia en ese sentido, porque son los primeros transmisores culturales. Evidentemente, los misioneros están completamente seguros de que la única verdad es la suya. No van con ansias de que les tiren del caballo, por así decir. Pero, a su vez, tienen que hacer un gran esfuerzo por ponerse en el lugar de otro, para transmitirla. En ese sentido, gracias a la labor cultural de los religiosos nos ha llegado la literatura antigua en nahuatl, por ejemplo. Todas las lenguas indígenas que se han preservado, de hecho, lo han hecho gracias a la escritura alfabética. Allí, en las civilizaciones más avanzadas, existía la escritura, pero no la alfabética. Y lo que pasa es que la escritura alfabética es un inventazo… Porque, con su simplicidad, consigue expresar todo el lenguaje de una manera mucho más eficaz que cualquier otro sistema. En fin. Sin la labor de los religiosos ahora no sabríamos nada de lo que pasaba por la mente de los indígenas, prácticamente. Conocer la historia de algunos de ellos, como yo narro en el libro, ilumina mucha de la riqueza y complejidad del enorme acontecimiento histórico que fue la colonización.

P: También hace hincapié en el mestizaje.

R: Sí. El mestizaje es una realidad que se va consolidando con el paso de los siglos en la América española. Y es una realidad inevitable. No del todo voluntaria. Los mestizos, en principio, según la normativa del XVI, no tenían acceso al sacerdocio, por ejemplo. No tenían los mismos derechos que los españoles. E incluso eran vistos con recelo por las propias castas indígenas. Estaban en una especie de tierra de nadie. Podemos decir que la realidad del mestizaje se dio por razones demográficas. Había pocas españolas, muchos españoles, y también, las cosas como son, las indígenas que se quedaban embarazadas podían pedir amparo a la Iglesia, para regularizarse. Pero el mestizaje se asociaba a la bastardía, en general. Lo que sucede es que con el paso de los siglos cada vez la gente se va mezclando más. Y llega un momento en el que la mayor parte de la gente tiene algún porcentaje de sangre de algún lado. Surgen palabras nuevas. Lo explico en el capítulo de Miguel Cabrera, que es el pintor de castas. Se crea todo un género pictórico que dibuja a un hombre y a una mujer con todas las etiquetas posibles entre ellos. Hay unos letreritos que dicen: español e india, mestiza; negro e india, zambo; etcétera. Toda esa tipología era más o menos conocida en la sociedad. Y la gente buscaba blanquearse, en la medida de lo posible. Si querías llegar lejos en la sociedad en el siglo XVIII, cuanto más blanquito, mejor. La diferencia con el Imperio inglés es que al menos esas diferencias no eran insalvables.

P: ¿Cómo resumiría la evolución de la colonización española a lo largo de los tres siglos que aborda su libro?

R: Por resumirlo mucho, diría que el siglo XVI es el siglo de las fundaciones, el XVII el de la consolidación y el XVIII el de las reformas. Cada uno tiene sus características. Y tienen mucho que ver, además, con la evolución de la monarquía en España. Claro, los siglos XVI y XVII son los siglos de los Austrias, mientras que el XVIII es el de los Borbones, que son mucho más centralistas, pragmáticos, etcétera. En cierta manera, podríamos decir que el siglo de los Borbones introduce una modernización del sistema virreinal. El anterior era más abierto a la hora del ascenso social de los mestizos y, sobre todo, de los criollos, por ejemplo. En el XVIII, la monarquía borbónica desconfía de los naturales de América y prefiere que sus funcionarios sean todos españoles de España. Por ahí se explica el descontento paulatino de los criollos que ayudaría después a la consolidación de los movimientos independentistas. Pero bueno. Digamos que la cosa comienza a parecerse cada vez más a un sistema colonial moderno. Es decir, quienes dicen que España no era una potencia colonial al uso tienen razón, pero con matices. Además de los funcionarios, llegó un momento en el que los altos mandos militares tampoco eran naturales americanos. También aumentó la esclavitud africana en ciertas zonas, como la del Río de la Plata. ¿Por qué? Pues porque quienes estaban allí querían mano de obra gratuita y no tenían permitido valerse de los indígenas. Se desarrolló un tráfico negrero. Las cosas son como son. Nos olvidamos de que Cuba fue lo que fue gracias al tráfico de esclavos. En fin. Se trata de las realidades menos agradables y menos cómodas de contar, pero que también se dieron y también definen lo que fue todo aquello. Al mismo tiempo, hay cosas que no me ha dado tiempo a tocar. Me da pena no haber podido introducir historias de algunos esclavos que llegaron a ocupar ciertos empleos de relevancia.

P: A mí me llama la atención que para poder contar las que ha contado ha recurrido a muchas fuentes literarias. ¿Es posible rastrear la historia del continente a través de su literatura?

R: Es complicado. Depende del género. Pero habría que matizar. En primer lugar, este es un libro de biografías y yo he manejado muchísimas fuentes historiográficas. Lo que sucede es que la literatura en América, desde el principio, es testimonial. Los primeros escritores de América son cronistas. Y, en ese sentido, la literatura y la historia están muy entrelazadas. Por otro lado, en América sucede una cosa: estaba prohibido publicar ficciones. Al principio, en el XVI, las autoridades pensaban que si se enviaban novelas y obras de teatro, los indígenas no iban a distinguir todo eso de la Biblia. Era una idea muy paternalista, claro, pero tampoco se llevó a cabo porque, como te podrás imaginar, hecha la ley, hecha la trampa. Los galeones se llenaban de libros que se leían durante el viaje y que después, ya en tierras americanas, se vendían. Porque los españoles también estaban allí y también querían leer. En cualquier caso, como estaba prohibida la ficción, lo que más se imprimió allí, aparte de obras religiosas, fueron crónicas.

P: ¿Se pueden rastrear las diferencias en el contenido de las crónicas en función de si las escribieron españoles o indígenas?

R: Claro, por supuesto. De hecho, uno de mis personajes es Felipe Guamán Poma de Ayala, un indio cronista curiosísimo. Casi genial, diría. Era un cacique medio alfabetizado, que dibujaba muy bien y que un día, después de ver mundo, dice él, cogió el petate y se fue a Lima para hablar con el rey de España. Claro, el pobre pensaba que el rey vivía allí. Por el camino fue viendo una serie de cosas, siempre todas horribles, de abusos de los españoles, que se encargó de documentar. Cuando llegó a Lima se dio cuenta de que nadie le hacía ni caso, y que el rey vivía mucho más lejos, así que cogió su manuscrito, que no es otra cosa que una crónica de la historia de América escrita desde los ojos de un indio, llena de dibujos, lo empaquetó, y se lo mandó al rey de España. Lo más gracioso es que llegó. Este librito maravilloso, Corónica y buen gobierno, se llama, llegó a España. Y alguien lo debió de leer, probablemente Olivares. Detrás de eso hay otra historia impresionante. No se sabía nada de su existencia hasta que de repente un investigador en el siglo XX lo descubrió en una biblioteca en Copenhague. Imagínate. La teoría más aceptada es que el embajador de Dinamarca se lo llevó un día que a Olivares, caído en desgracia, le tiraron toda la biblioteca a la calle. Pero bueno, eso ya es lo de menos. Lo importante es que existen crónicas indígenas, claro. Y los indígena, los ilustrados, sabían que la solución pasaba por quejarse al rey. Conocían que había cauces, y que la máxima autoridad, cuando querían justicia, era el rey.

P: ¿Por qué América se fue separando de España? ¿Quedan puntos de unión sólidos?

R: Es una pregunta interesante. Mira, el libro concluye con una relación maravillosa entre un padre que se siente español y un hijo nacido en América. Los Alvear. El hijo, al final, rompiendo la relación con el padre, rompe la relación con España. Pero, sin embargo, a la larga, lo que se desprende de su historia es la fatalidad que esconde. Porque ni siquiera renegando es capaz de desconectarse del todo. El pobre era un personaje bastante turbio, por decirlo de algún modo, e intentó ponerse en contacto con su familia en la península para que no creyesen todas las historias que se decían de él —historias que, por otra parte, probablemente eran fundadas—. El caso es que esa familia, dividida por el océano, está dividida, sí, pero sigue siendo una familia. No sé, a mí me parece ilustrativo. Yo creo que España, a lo largo de los siglos, ha desconocido muchas cosas de América; y América, a su vez, también tiene mucho desconocimiento de España y de sí misma. Las élites políticas actuales han aprovechado eso para sacar provecho, claro. Era una cosa que se había abandonado, que venía del siglo XIX, y que se ha recuperado más o menos recientemente por intereses políticos muy claros. Siempre aprovechando la ignorancia y la falta de conocimientos que hay, tanto en América como en la península. En fin, si algo quería señalar en mi libro es que, más allá de cualquier cosa, se trata de una realidad amplísima, múltiple, apasionante, original y muy fértil. Con sus luces y sus sombras. Pero interesantísima, sin duda.

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