
Las últimas palabras que el sacristán de Mejorada del Campo, Tomás Martínez Negro, le dijo a su mujer, María Cruz Bermejo San José, fueron estas: "Ten, querida, mi anillo, porque me van a matar". Varios miembros del Comité Revolucionario del pueblo madrileño se plantaron en su casa en la madrugada del 5 de octubre de 1936, lo metieron en un coche y se lo llevaron hasta un olivar sito en el término municipal de San Fernando de Henares. Uno de sus integrantes, Eladio Pampliega González, el Coleta, le pegó un tiro en el pecho y otro, de gracia, en la cara.
En marzo de 2018, el periodista Antonio Pampliega (Madrid, 1982) recibió, vía correo electrónico, un documento perteneciente a un juicio sumarísimo de un tribunal franquista. Figuraban los nombres de quienes habían participado en el asesinato del sacristán: Justo Basanta Ropero, Anastasio Castell y Victoriano Basanta Ropero, fusilados; Santiago Cebolla Gallego, pendiente de sentencia; Eladio Pampliega, huido. Al ya retirado corresponsal de guerra y escritor le picó la avispa de la curiosidad, investigó la historia y, finalmente, la plasmó en un libro fabuloso, El quinto nombre (Península, 2023).
Antonio Pampliega, que ha informado del horror en países como Afganistán, Somalia, Ucrania, Irak o Siria, donde Al Qaeda le tuvo secuestrado durante diez meses, cuenta a LD que, para empezar, "en la guerra no hay nada de aventura ni de romanticismo": "La guerra es una puta mierda, es mal puro y duro". En su opinión, ningún conflicto bélico es tan inhumano como el civil, "porque es entre hermanos y subyace odio entre vecinos y familiares". El periodista ha hurgado en un tema tabú: el asesinato de Tomás Martínez Negro sigue escociendo en Mejorada del Campo. Algunos mejoreños prefirieron callar y hacerse el longuis. "Soy consciente –escribe el autor– de las reacciones que puede suscitar El quinto nombre en el pueblo, pero, entonces, ¿es mejor callar y guardar silencio? Si algo me ha enseñado mi profesión ha sido a buscar siempre la verdad, aunque sea incómoda".
El quinto nombre es una postal de una España cainita y sangrienta, la de los ajustes de cuentas nuestros de cada día y en la que triunfaban tipos como Valentín González, el Campesino, "uno de los grandes carniceros de la República". Sobresale la mirada del escritor, quien, como Neruda, puede confesar que ha vivido y, por ello, lejos de incurrir en la asepsia, rechaza el hooliganismo contemporáneo, el maniqueísmo y, en definitiva, la manipulación. Porque, como bien refleja la obra, en ambos bandos hubo héroes y malnacidos, fanáticos, crédulos y escépticos y, sobre todo, hombres y mujeres a los que la política se la traía al pairo y que, de la noche a la mañana, fueron engullidos por el agujero negro del último fratricidio masivo patrio. Así, por ejemplo, Pampliega relata que cuando el frente de la sierra de Madrid se fue enfriando,
soldados de uno y otro bando se citaban por las noches, a espaldas de sus mandos, para fumar juntos. "¡Rojillo, no tires y vamos a fumar!", gritaban los soldados nacionales a sus teóricos enemigos. Las fábricas de papel con el que se liaban los pitillos estaban en Alicante y, por lo tanto, habían caído del lado republicano, mientras que el tabaco procedía de Canarias, en manos de los nacionales.
Por otro lado, Pampliega rinde homenaje a su abuelo, Gregorio Pampliega Carrasco, entonces, un joven de izquierdas que marchó a combatir "porque todos los mozos se iban", que se enteró por la radio del fin del aquelarre y que estuvo en la cárcel de Carabanchel tras ser delatado, así como a su padre, escudero del periodista mientras éste realizaba la investigación. Tal y como escribe, el libro "ha sido un viaje hacia mis raíces, una reconciliación con mi padre y con mi abuelo –y puede que hasta conmigo mismo–. Ahora me siento más unido a ellos".
Rematamos volviendo a Martínez Negro. Al acabar la guerra, tal y como señala Pampliega en LD, "el alcalde de la época o quien fuera le puso una calle en Mejorada del Campo. En el 76, con la Transición, le quitaron su nombre a la calle, que pasó a llamarse, y se sigue llamando, calle Democracia. He hablado con el alcalde. Están construyendo pisos nuevos y me ha dicho que, en un par de años, a una de esas calles le van a poner su nombre". Estaremos atentos.
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