La contraportada del último libro de Óscar Uceda, presidente de la Associació d'Historiadors de Catalunya Antoni de Capmany (AHCAC), lo resume perfectamente: "La administración catalana es la única de Europa occidental que financia y respalda la historia conspirativa, apoyando sin complejos con subvenciones y programas en la televisión pública teorías pseudohistóricas victimistas y supremacistas. En un tono divulgativo, pero apoyado sólidamente en documentos históricos, el autor pone al descubierto el modus operandi de la historiografía nacionalista y muestra cómo la historia puede retocarse, maquillarse, ficcionarse, recrearse, retorcerse e incluso inventarse, hasta convertirla en una antología de fakes detrás de la cual puede rastrearse, pese a todo, cómo fue la verdadera historia de Cataluña". El libro se llama Cataluña, la historia que no fue (Espasa). Hablamos con él:
Pregunta: Señor Uceda, ¿a los políticos les parece verdaderamente importante la historia?
Respuesta: Es que no sólo es importante: es fundamental. Los nacionalistas catalanes, por ejemplo, quieren construir una nación. Y en el momento en el que quieres construir una nación, el relato de la historia, en todos los casos, sin excepción, es imprescindible. Los nacionalistas lo que han buscado siempre es controlar el relato para poderlo manipular a su antojo. Lo que quieren es dirigir los sentimientos colectivos. Por eso la historia está tan presente en la política catalana. Es su forma de justificar sus reivindicaciones presentes y su proyecto de futuro. Yo insisto mucho en el libro en que su objetivo no sólo es la independencia de Cataluña. Ese sería sólo el primer paso. Lo que quieren realmente es crear, según dejó dicho muy claramente Jordi Pujol en su Programa 2000, un nuevo Estado en Europa denominado Països Catalans. Luego, además, necesitan instaurar la idea de que lo que ha sucedido históricamente es una ocupación española de esos territorios para poder reclamar, una vez se hayan independizado, una serie de indemnizaciones al Estado español por estos trescientos años de supuesto expolio.
P: A mí me resulta llamativo que la historia, como justificación nacional, parece muy denostada en buena parte de España. Sin embargo, las mismas personas que la miran con escepticismo, que alertan constantemente del peligro de que alimente al nacionalismo español, atienden vivamente las reivindicaciones históricas de los separatismos periféricos.
R: Sí, esto sucede, sí. Lo que ocurre en España es que una buena parte de su masa social no es… como decirlo… No hay patriotismo. Y eso que mencionas ocurre en el ámbito académico también. Si en España dices que eres historiador españolista se te echa todo el mundo encima. Sin embargo, si eres historiador catalanista no pasa nada. No importa que ambos sean igual de nacionalistas y que sus formas de tergiversar la historia sean las mismas. Uno está bien visto y el otro no. Yo creo que esto se debe a que, en Cataluña, buena parte de la sociedad, desde sus políticos hasta la propia sociedad civil, está convencida de que se encuentra en un proceso de construcción nacional. Y eso significa que hay cosas que son "de país". Existe una transversalidad en ciertos asuntos. Hay temas que están por encima de las diferencias políticas. La historia, en su línea nacionalista, es aceptada tanto por la izquierda catalanista como por la derecha catalanista. La educación también. Es decir, ellos están en un proyecto. Hay una cosa que es la nación, aunque no la tengan, y eso está por encima de todo. En España no pasa esto. En España no hay patriotismo. El desapego por la historia es más pronunciado en la izquierda, tal vez, pero a la derecha también le da bastante igual. No existe esta idea de falsificar la historia, como ocurre en Cataluña, pero tampoco una forma más sana de enseñarla y aprenderla, sin mitologías redentoras, para poder al menos consolidar la nación y mantenerla unida. Es algo curioso porque el caso de España es mucho más potente que el de Cataluña, tanto si atendemos a la lengua como si atendemos a la historia. En España hay elementos para consolidar un relato nacional muy sólido sin necesidad de recurrir a mentiras. Lo que no hay es consenso político para no utilizar esa historia únicamente para arrojarse porquería. El problema que tenemos en España es que los políticos no se toman la historia en serio. No son conscientes de su verdadero poder a la hora de consolidar los Estados modernos.
P: ¿No lo son? ¿A qué se debe la Memoria Histórica, entonces?
R: A todo lo contrario. La Memoria Histórica es la utilización de la historia para generar conflicto entre españoles, no unión. Es un uso torticero de la historia que pretende pintar al bando republicano como la bondad absoluta y al bando sublevado como el mal, cuando la realidad atroz de la Guerra Civil dejó cubos de miseria enormes por parte de ambos bandos. En Cataluña, para que veas el nivel de manipulación al que llegan los catalanistas, interpretan la Guerra Civil aprovechándose de la manipulación previa de la Memoria Histórica. Lo que pasa es que lo llevan un paso más allá. Dicen que ellos fueron la República y que todo fue una guerra de España, sublevada, contra Cataluña. Y punto pelota. La mentira es más sangrante si se tiene en cuenta que la familia de Puigdemont tuvo que huir porque la perseguían los republicanos; o que la familia de Aragonès se forró durante el franquismo y era afín al Movimiento. Todo esto sólo refleja la asignatura pendiente de la Transición. El consenso de la Transición fue muy positivo, pero no consensuó ni la historia ni la educación nacional. Y ese fue un gran error que arrastramos hasta ahora. Ahí está el principio de todo.
P: ¿Cuál es el origen del catalanismo?
R: Es curioso. El momento inaugural podríamos localizarlo en 1812, con la Constitución de Cádiz, pero porque el nacionalismo catalán nació, en realidad, como nacionalismo español. Estudiar el catalanismo es interesante porque sirve, de alguna manera, para analizar la historia del fracaso del nacionalismo español. La Constitución de Cádiz no solamente consideraba españoles a los españoles peninsulares, sino también a los americanos. Lo que pasa es que se redactó justo cuando iban a iniciarse todos los procesos de independencia iberoamericanos. Fue, por tanto, un proyecto que fracasó nada más nacer. Sin embargo, cuajó de una manera fortísima en Cataluña. Sobre todo a raíz de la invasión napoleónica. La reacción popular fue casi unánime, con una coyuntura muy complicada, en medio de una anexión del territorio catalán por parte de Francia y de su división en cuatro departamentos. Aún así, la resistencia fue feroz. El patriotismo español en Cataluña fue feroz. Tú lees en los archivos militares los informes de los voluntarios catalanes que se rebelaron contra los franceses y tenían claro no, lo siguiente, que eran españoles. Y estaban orgullosísimos de serlo, además. Hay que tener en cuenta que si hubiera existido un sentimiento independentista entonces, nunca lo habrían tenido tan fácil para marcharse. Pero en ese momento lo que había era todo lo contrario. Durante la primera parte del siglo XIX el sentimiento catalanista era completamente integrador. Podía tener toques regionalistas, pero siempre desde la asunción más absoluta de la identidad española. ¿Cuándo comenzó todo, entonces? Pues, en lo cultural, fue la Renaixença la que comenzó a obsesionarse con el hecho diferencial y a manipular la historia para afianzarlo. Ahí es cuando comenzaron a tomarse mitos como verdades históricas; y cuando comenzaron también a buscarse diferencias con el resto de españoles, sobre todo con los castellanos. Lo que no se hacía todavía era entrar en lo político. Lo político arrancaría definitivamente a partir de la guerra de Cuba. Ahí sí, una parte de la burguesía catalana comenzó a plantearse seriamente si no saldría más a cuenta separarse de España. Hacer lo mismo que los cubanos, vamos. Prat de la Riva fue el primero que empezó a poner en marcha este proyecto, haciendo mucho hincapié en la historia, por supuesto. Él era perfectamente consciente de su poder, había visto cómo se habían desarrollado otros procesos separatistas en Europa y decidió apostar por esa vía. Desde entonces hemos tenido idas y venidas. Hasta llegar a la que tenemos ahora, que yo considero hija del Programa 2000 de Jordi Pujol.
P: El Programa 2000 está incluido en un anexo de su libro, de hecho.
R: Sí. Es que me parece muy importante dentro de la historia del catalanismo. Es la plasmación de un proyecto a largo plazo elaborado por un grupo que lo que quería era catalanizar Cataluña. Desespañolizarla.
P: Lo curioso es que parece que ese proyecto ha encontrado a uno de sus valedores más importantes en el propio Estado español, del que se quiere separar.
R: Parece no, es así. Y de forma consciente, además. Yo me atrevo a decir que la mayoría de los políticos españoles lo saben y les da igual. La diferencia entre el político español medio y el político catalanista medio es que este último está convencido de que está sumergido en un proyecto en construcción. Tiene un plan estratégico. Los políticos catalanistas no piensan en cuatro años, sino en "hacer país". Piensan cuarenta, cincuenta, cien años vista. Da igual. Su frase más repetida es: "Yo igual no lo veré, pero lo verán mis nietos". El político español, por el contrario, es absolutamente cortoplacista. Piensa en los cuatro años de legislatura. En superar los escollos más inmediatos para poder gobernar más o menos cómodamente. Y ya está. No hay un proyecto. Desde la Transición, no se ha podido construir un proyecto verdaderamente ilusionante de país en España. Han habido pequeñas cositas que funcionaron muy bien. Pienso en la entrada en la Unión Europea, por ejemplo. La gente estaba ilusionadísima con eso. Normalmente, a las sociedades les va bien cuando tienen un objetivo común a largo plazo y una idea compartida que las incita a tirar para delante. En España no se ha hecho. Aquí no ha habido un proyecto de consolidación del Estado. Los catalanistas, aprovechando esta carencia, se han dedicado a colar la falsa idea del federalismo, cuando lo que realmente quieren es la separación. Y han ido sacándole a los diferentes gobiernos todos los recursos posibles para ir construyendo en Cataluña las herramientas de Estado que España no tiene. España, por ejemplo, no tiene un Museo de Historia de España. Ni siquiera con Franco lo tuvo. Cataluña sí que tiene uno. Vende un puro relato inventado y tiene un museo que no guarda ningún objeto de valor. Pero todo es una herramienta de comunicación diseñada para que el visitante y el alumno, que tiene que ir por obligación, se vaya de allí con una imagen de una Cataluña milenaria, ocupada por la fuerza por España desde siempre. Al final, ellos mismos se lo creen. Yo estoy convencido de que Puigdemont, cuando habla de 1714, se cree lo que dice. Ha llegado un punto en el que se han creído sus propias mentiras.
P: ¿Cómo es posible que lleguemos a creernos relatos históricos que son puro victimismo, sin matices ni grises?
R: Porque sirven para justificarlo todo. Por eso es tan importante la ciencia histórica. La de verdad. A mí me pasó eso que dices. Yo esto lo cuento en el libro. A mí me captaron. De pequeño me encantaba la historia, mis padres me compraban libros de divulgadores, cómics, etcétera. Y para mí, lo que ponía en esos libros iba a misa. Era verdad. Tenía que ser verdad. Por ejemplo, esta historia de que todos los males de Cataluña, desde siempre, han sido culpa de Castilla, me parecía algo comprobado y objetivo. Era evidente que nuestra decadencia llegó con los Trastámara, por supuesto. Y hasta la lingüística lo corroboraba. Sólo había que analizar la lengua catalana para darse cuenta de que es una lengua hecha por un pueblo amante de la democracia; mientras que el castellano está hecho por un pueblo amante de las dictaduras. Todo era así de loco. Y aún así me lo creía. Porque es el relato. Cuando una historia te la repiten mil veces, desde todos los ámbitos, la asumes. Configura tu cosmovisión del mundo. Y una vez asumida, es mucho más difícil desmontarla.
P: El victimismo catalanista contrasta un poco con el catastrofismo español, esa manera de ver su historia como la de una nación atrasada, analfabeta, oscurantista y pobre, en comparación con Europa.
R: Claro. Pero precisamente por eso el separatismo catalán nació en el 98. Nació en un momento en el que España se partió por dentro. La pérdida de Cuba fue un golpe durísimo. Para el español medio, o el español más o menos formado, era una provincia más. Era como perder Murcia. Fue una puñalada. Así que lo que cundió a partir de entonces fue la desesperación. Se afianzó definitivamente la revisión de nuestra historia desde un prisma puramente pesimista.
P: Ahora, sin embargo, parece estar gestándose un nuevo revisionismo histórico un tanto conspiranoico. A mí me recuerda al victimismo catalanista que usted denuncia en el libro. Me refiero a la idea de que todos los males de España se deben al monstruo anglosajón.
R: Sí, es verdad. Es un disparate. Yo estoy en un grupo de hispanistas y hay varios que están metidos en ese relato. Es para echarse las manos a la cabeza. No tiene sentido. Muchas veces se lo digo: "Oye, ¿queréis dejar de echarle la culpa a los ingleses de todo y comenzar a fijaros en lo que hizo mal y lo que hizo bien España?". Porque es que, además, si comprásemos ese relato, tendríamos que llegar a la conclusión de que la culpa de la decadencia española fue de la propia España, en todo caso. Los ingleses hicieron lo que tenían que hacer, que es buscar su propio beneficio. Mal los españoles si no supieron defender sus intereses. Así que sí, desde luego, tienes razón. Es una cosa que me revienta. Sobre todo cuando veo que hay algunos que comienzan a forzar la historia para apuntalar su relato. La historia, la verdadera historia, debe servir para superar ese tipo de falsificaciones. Mi libro está pensado precisamente para eso. Para superar el relato victimista falso de los historiadores catalanistas. Creo que si se difundiera más, si hubiese más libros en esta línea en Cataluña, las cosas cambiarían. Es la labor que hacemos nosotros, Historiadors de Catalunya, en la medida de lo posible. Con nuestros pocos medios, lo que intentamos es atacar el relato nacionalista. Al menos, negamos la mayor. Les contestamos. Decimos que ellos quieren justificar su acción política presente en el pasado, pero el pasado no fue como ellos creen o como ellos venden. Con la historia de España, por su parte, intentaría copiar lo bueno que llevan haciendo los catalanistas, pero no lo malo. Es decir, me dejaría de complejos con la historia. Reconocería su inmenso poder a la hora de consolidar una nación, la española, que sí que existe y que tiene fundamentos históricos de sobra. Pero no tiraría de ese victimismo maniqueo y falso que lo único que hace es tergiversar el pasado y manipular los sentimientos de la gente.
P: ¿Es posible una historia que ponga de acuerdo a todos los españoles? ¿No llevamos demasiado tiempo divididos?
R: Puede ser. Pero hay excepciones. Mira la Transición. La historia de España, desde el siglo XIX, es una historia de división interna casi irreconciliable muy triste. No sólo en la península. También en América. Los movimientos independentistas no fueron movimientos independentistas al uso. Fueron una guerra civil entre españoles americanos. Por eso la Transición fue importantísima. Fue la demostración de que, después de casi dos siglos de darnos tortas, se podía alcanzar una concordia; de que podíamos otorgarnos un sistema que facilitase una alternancia sin tirarnos los trastos a la cabeza. Lo que pasa es que también tuvo varios errores. Por eso estamos como estamos ahora, en mitad de una crisis institucional mayúscula. Para mí, estamos en el principio del fin de la Constitución del 78. Ahora está por ver si de esto sale una reforma, que sería lo deseable, o si todo acaba mal. Es decir, si se va al traste el sistema y comienza un conflicto del que sólo puedan salir victoriosos o unos u otros. Veremos. La división ha sido y es la mayor debilidad de España. Y es esa debilidad la que ha permitido que nacionalismos como el catalán y el vasco hayan ido cogiendo forma. En muchos ámbitos, España ha demostrado tener una especie de pulsión autodestructiva. Me refiero incluso desde el punto de vista psicológico. Esta manera de no quererse a sí misma, de pintar su historia como la historia de un error continuo. No sé. Yo no estoy en esto que comentábamos antes de vender que España fue siempre la leche y que todos sus males son culpa de los ingleses; pero tampoco compro la Leyenda Negra.
P: ¿No existe un miedo al propio concepto de nación? ¿No reniegan muchos españoles de su historia por miedo a caer en el nacionalismo español?
R: Podríamos decir que sí, pero, curiosamente, eso lo único que ha conseguido es consolidar nacionalismos igual de peligrosos, sólo que en escalas regionales. El concepto de nación no es malo de por sí. Lo que es muy pernicioso es el nacionalismo. Y eso es lo que los españoles no hemos aprendido. La fragmentación casi siempre es negativa. Sin embargo, cuando se buscan sinergias, los resultados suelen ser buenos. Por eso, yo creo que el futuro de España, si quiere salir de la situación en la que se encuentra ahora, no pasa por un discurso ultranacionalista español peninsular meramente combativo con los nacionalismos periféricos. Para mí, pasa por un proyecto alternativo más global. Un proyecto que, sin salir de Europa, y reconociendo la europeidad de España, se acerque también a iberoamérica. Imitando el modelo que se utilizó después de la Segunda Guerra Mundial para forjar la Unión Europea. Contraponer a los proyectos divisivos de los nacionalismos periféricos un proyecto integrador más poderoso e ilusionante, en definitiva. Y se puede hacer. Por supuesto que se puede hacer. Lo que pasa es que hace falta enterrar el discurso que sólo ve como negativo lo español, cuando lo español es en realidad lo que nos une. A mí me parece genial que haya lenguas regionales y que cada cual hable la lengua que prefiera. Pero poner pinganillos en el Parlamento es lo contrario a unir. Es separar. La lengua vehicular debe ser el español porque es la lengua que todos conocemos, que nos hermana y que permite que podamos comunicarnos y entendernos. Y decir esto no es nacionalista. ¡Cómo va a ser nacionalista algo que reivindica la unión de todos, no la desunión! Es un disparate. Lo que es nacionalista es ese discurso que defiende la fragmentación, la incomunicación y la división. A mi entender, el modelo de España debería mirar a hispanoamérica. Coger un poquito de autoestima. Tener un proyecto que recupere todo aquello que nos liga a un continente inmenso con el que tenemos muchísimas cosas en común.
P: ¿Hay cohesión social como para que ese proyecto del que habla no suene a quimera?
R: No hay cohesión social porque no se busca. Menos cohesión había en Cataluña. Tradicionalmente, de toda la vida, los catalanes siempre hemos estado a tortas entre nosotros. Guerras civiles, peleas entre oligarquías… de todo. Lo que pasa es que, últimamente, con el proyecto este de la independencia, han encontrado una herramienta para que al menos los que son nacionalistas no se peleen. Si en España tuviésemos políticos de más altura, si no tuviésemos esta falta de liderazgo, yo creo que podría surgir un proyecto verdaderamente ilusionante que aglutinase a los españoles. Jordi Pujol tenía infinidad de defectos, no seré yo el que venga a defenderlo ahora, pero al menos era un estadista. Sabía qué teclas tocar para ir sacando adelante un proyecto a largo plazo.
P: ¿Qué teclas tocó?
R: Mira, todo debía ir encaminado a la consecución de una serie de objetivos muy claros. Para empezar: hacer creer a los catalanes que no eran españoles. Él llegó a la presidencia de la Generalitat sin mayoría absoluta. Y cuando llegó se encontró con que los catalanes no eran como a él le gustaría que fuesen. Eran demasiado poco catalanes. ¿Cómo catalanizar entonces a la mayoría de catalanes que eran tan españoles? Pues tocando teclas. En la tecla historia la cosa era meternos en la cabeza, primero de todo, que somos diferentes. Después, una vez ya se había conseguido eso, la idea era decirnos que todos nuestros males habían sido provocados, precisamente, por los españoles. Pero no sólo en la actualidad, sino desde hacía siglos. Ahí es donde entra la historia. ¿Cómo lo hacen? Pues intervienen, por ejemplo, la Alta Inspección de Educación; hacen una criba de profesores imponiendo el catalán; provocan una huida de profesores que se oponen a la imposición lingüística; controlan los contenidos de los libros de texto; comienzan a afianzar ideas fuerza: Països Catalans, Corona Catalano-Aragonesa, 1714, la Diada, la pérdida de las constituciones —que tuviesen poquísimo de democrático daba igual, porque lo importante es cómo suenan—, etcétera, etcétera. Si sigues ese itinerario, poco a poco, vas consiguiendo consolidar la imagen de un pasado glorioso, democrático, de una ocupación militar española que, además, provocó decadencia, etcétera. Para que la cosa sea todavía más efectiva, lo que haces es repetir el mensaje por todos los medios disponibles: a través de programas de televisión, a través de grandes fastos como el Milenario o el Tricentenario… Si a eso le sumas detalles que pasan desapercibidos, como el hecho de que cuando la gente ve el Tiempo en TV3 lo que ve es el mapa de los Països Catalans, consigues que se acostumbre. Se trata de un microbombardeo que hace que poco a poco tú, ciudadano al uso, te vayas convenciendo sin darte cuenta del relato que quieren introducirte en la cabeza. Al final terminas, en mayor o menor grado, comprando algo de lo que te han querido colar. Su idea es que mayoritariamente haya calado el mensaje de que los catalanes no sólo no son españoles, sino que el día que consigan quitarse de encima la losa de España alcanzarán ese paraíso perdido que día tras día les han vendido por tierra, mar y aire… Básicamente, ese es el Programa 2000.
P: A grandes rasgos, ¿cuáles son las tergiversaciones fundamentales de la historia catalanista?
R: Es que hay de todo. Hay manipulaciones y ocultaciones. Por ejemplo, la ocultación por excelencia es la Guerra de Independencia. Porque, como por aquel entonces los catalanes eran tan españolazos, no interesa enseñarla. Otro ejemplo muy divertido es el de la letra del himno de Cataluña. En el Programa 2000 estaba escrito que se tenía que dotar a Cataluña de un himno. Se escogió Els Segadors, con su letra de 1899. Después de la Guerra de Cuba. Es decir, con una letra completamente castellanófoba, sanguinaria, durísima, que en su momento fue muy criticada pero que ahora se acepta y todo el mundo se lleva la mano al pecho mientras la canta. El toque irónico llega cuando descubres que en realidad Els Segadors es una canción reescrita a partir de otra cancioncilla erótica que se cantaba en los campos a principios de la Edad Moderna.
P: ¿Dónde sitúan ellos exactamente el inicio de la nación catalana?
R: Puf, es muy divertido esto. Podríamos llamarlo el inicio de la nación sin nombre. En 1988, Pujol se obsesionó con ir por todos los sitios promocionando grandes fastos, pocos años antes del quinto centenario del descubrimiento de América. Su idea era anticiparse a esa efeméride diciendo que en el año 988 tuvo lugar el nacimiento de la primera nación de Europa, que era la nación catalana. Nació, supuestamente, a partir del juramento del conde Borrell, con la ruptura del vasallaje con el rey franco. Lo gracioso es que la palabra Cataluña aparece por primera vez trescientos años más tarde. Entonces no existía ni siquiera la palabra. Y el tema del vasallaje, bueno, el conde, y alguno otro más, terminaron jurando vasallaje al Califato de Córdoba. O sea, esto de jurar vasallaje o dejarlo de jurar no significa para nada un nacimiento nacional. De hecho, se trata de un episodio completamente homologable a lo que estaba sucediendo en ese momento en toda Europa. Pero bueno… A ellos eso les da igual. Le dan la vuelta a todo y a correr. Agarran un detalle aislado sin ningún fundamento histórico y venden lo que les interesa. Lo fundamental siempre debe ser que la nación catalana existiese antes que la española. Punto. Y si la realidad no les da la razón, pues se la inventan.
P: Cuando hablan de nación, ¿a qué se refieren?
R: A ver, es que las naciones modernas, lo que hoy en día entendemos por nación, surgen a partir de la Revolución francesa. Para ellos, pues claro, por poder, podemos remontarnos a los romanos, si queremos. En cualquier caso, lo que buscan a toda costa es haber sido los primeros. Consideran que eso les da legitimidad. También son los primeros en tener un parlamento, supuestamente, aunque es mentira. El surgimiento de la ONU fue en Cataluña, al parecer, pero es mentira. Y así con innumerables chorradas, sacadas todas de acontecimientos nimios ocurridos, generalmente, en la Edad Media.
P: Mencionan el Compromiso de Caspe para fijar el momento en que Castilla comenzó a forzar la decadencia de Aragón, ¿no?
R: Eso es. Utilizan una mentira flagrante además. La historiografía catalana, incluidos algunos historiadores serios, dice que los votos de los representantes catalanes para elegir al nuevo rey fueron mayoritariamente en contra del Trastámara. Pero es que es mentira, sencillamente. Lo que hubo fue unanimidad. Absolutamente todos votaron a su favor. Y al año siguiente, el candidato de Urgel, teóricamente el candidato catalán, se declaró en rebeldía y fueron los propios nobles catalanes los que lo pusieron en vereda. Años después, con la unión de Castilla y Aragón, quien estaba realmente interesado con ella era Fernando el Católico, más que Isabel. Precisamente porque Aragón estaba en decadencia desde hacía tiempo y sus intereses en Italia se estaban viendo amenazados por los franceses. Los únicos que los podían frenar eran los ejércitos castellanos, que eran mucho más modernos que los aragoneses, así que la alianza era muy beneficiosa para ellos. A partir de ahí es cuando envían al Gran Capitán, castellano, a Italia; y se siembra el inicio de lo que después sería la hegemonía militar española de los siglos posteriores.
P: Por concluir, ¿se puede ser nacionalista y "progresista" al mismo tiempo?
R: Quienes utilizan esos términos suelen caer en la hipocresía. En cataluña, los nacionalistas son claramente racistas, por ejemplo. Ojo, que el racismo no es sólo que tú te digas tolerante con un musulmán o con un africano. Los nazis llevaron a las cámaras de gas a los judíos, pero con los tibetanos no tenían ningún problema. No sé si me explico. Los nacionalistas catalanes dicen que no son racistas; exceptuando con los españoles y con los hispanos, por supuesto. El expresidente Torra no sólo escribió el artículo ese famoso que tanto se le recuerda. Escribió muchísimos artículos rabiosamente hispanófobos. Y al propio Rufián, cuando se cabrearon entre ellos, el primer insulto que le dirigían los de Junts era "charnego". Porque, por mucho que diga Rufián, si eres un "charnego", jamás te puedes sacudir del todo ese estigma. Es algo que tienen muy presente los que no lo son. A sus ojos, siempre lo serás. Y lo primero que harán si quieren insultarte es echártelo en cara. Porque lo sienten. Si miras los cargos públicos de Junts, solamente están representados el 5% de los apellidos catalanes. El resto, de origen español, no están. Junts es el partido más xenófobo y más de extrema derecha de España. Me parece algo evidente, además. En su comportamiento, en su dialéctica, en su hispanofobia, van directamente a lo que van. Después dicen que no son racistas porque son muy tolerantes con la inmigración africana. Pero con la sudamericana no. A la sudamericana le meten multas en los comercios si, por no hablar catalán, sólo pueden comunicarse con la selecta clientela catalana en castellano. Eso es lo que hacen los nacionalistas.