
La sede madrileña del Instituto Cervantes ocupa un antiguo banco, construido en 1918, por lo que cuenta con una habitación bastante peculiar para una institución de este tipo: una cámara acorazada. Conocida como la Caja de las Letras, desde 2007 se usa de una forma simbólica. Se invita a que personalidades del mundo de la cultura de España e Hispanoamérica depositen secretamente su legado en esos cajetines y anuncien la fecha en la que se puede volver a abrir. Este ritual se inauguró con el escritor Francisco Ayala, premio Cervantes 1991.
El Instituto Cervantes ha decidido exponer un centenar de legados -de la totalidad de los que se custodian en la antigua cámara acorazada- en la exposición La mayor riqueza. Legados escogidos de la Caja de las Letras. La muestra, visitable hasta el próximo 16 de junio,
contiene objetos de Miguel Delibes, Sánchez Ferlosio, la uruguaya Ida Vitale, el nicaragüense Sergio Ramírez; Ana María Matute, el chileno Jorge Edwards, el mexicano José Emilio Pacheco o el último galardonado con el Premio Cervantes, Luis Mateo Díez.
Hay manuscritos, borradores, documentos administrativos, libros nuevos y viejos, plumas, gafas, máquinas de escribir, diplomas o expedientes académicos, recortes de prensa, pruebas de imprenta, cartas, fotografías y dibujos, carpetas, sombreros y vestidos.
Los objetos están relacionados con la literatura, el arte o la música, propiedad de artistas como la escultora Cristina Iglesias, el poeta Joan Margarit o los músicos Joaquín Sabina y Miguel Ríos.. Destacan, entre muchas otras piezas, la máquina de escribir del escritor Nicanor Parra; la caja de música y una flauta de la niñez del editor Mario Muchnik; el reloj del hispanista John Elliott, que compró en Suiza a los 16 años con el dinero obtenido por su primer libro; el anillo del padre del bailarín Víctor Ullate; unas zapatillas de baile de la bailarina cubana Alicia Alonso o la pulsera de latón que el padre de la escritora mexicana Elena Poniatowska llevaba mientras combatía en la Segunda Guerra Mundial.
Los que ya no están
Como aseguró Eduardo Mendoza, esta sala tiene el espíritu de una cápsula del tiempo: "La única cosa que puede pervivir después de la desaparición de las personas es su memoria. Hago entrega de este objeto, con la esperanza de que desde dentro de su caja alargue un poco la desaparición de mi recuerdo".

Precisamente, tienen especial trascendencia los legados in memoriam de personalidades ya fallecidas. Entre otros, se encuentran los del Nobel colombiano Gabriel García Márquez, una arqueta con tierra de su casa natal en Aracataca; el del dramaturgo Antonio Buero Vallejo, su pipa y uno de los bolígrafos con los que escribía las obras dramáticas; el del poeta Miguel Hernández, una primera edición de su poemario más temprano, Perito en lunas (1933) o el del músico y compositor argentino Atahualpa Yupanqui: tarjetas postales escritas a mano y enviadas durante sus viajes a su esposa.