Leído Bienvenido, Mister Chaplin (Taurus, 2024), del catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad Complutense de Madrid y académico electo de la Real Academia de la Historia Juan Francisco Fuentes (Barcelona, 1955). En este fabuloso ensayo, documentado hasta las trancas y escrito con ritmo, claridad y, puntualmente, aderezado con píldoras de ironía, el profesor aborda cómo, entre la Guerra de Cuba y la Guerra Civil del 36, la cultura de "Yanquilandia" (Unamuno), bien como fuente de entretenimiento, bien como "escuela de modernidad", caló en el imaginario colectivo de los españoles, fueren estos de los hunos o de los hotros.
Parte Fuentes de la feroz campaña antiyanqui previa a la conclusión del Desastre del 98 y muestra cómo, tras la derrota, los españoles, conscientes de pertenecer a las dying nations de las que habló lord Salisbury, no odiaron durante mucho tiempo a EEUU "por aquella lección de humildad". Al contrario: abrazaron con furor sus películas, canciones, bailes, anuncios, cócteles y bares. Chaplin se convirtió en un ídolo de masas desde el estreno de sus primeras películas en 1915. Habitualmente, en los festivales cómico-taurinos, un tipo interpretaba a Charlot y, al poco, esos espectáculos parieron una palabra nueva: "Charlotada". Años después, destronado Alfonso XIII, se decía que se le aplicó la "patá Charló" como forma de ridiculizar "su marcha y figura, escarnecida por el pueblo con un puntapié como los que sufría Charlot cuando lo echaban de algún sitio".
El profesor Fuentes expone cómo, en una de las épocas más turbulentas y apasionantes de la Historia de España, la sociedad española despegaba "hacia una cultura de masas que abarcaba desde el cine, la radio y el deporte hasta la prensa, la moda y las nuevas formas de consumo": los jóvenes empiezan a beber Coca Cola, las ventas de periódicos y revistas se disparan, se forman grupos de jazz españoles, se celebran los primeros concursos de misses, Blasco Ibáñez triunfa en América –la versión cinematográfica de Los cuatro jinetes del Apocalipsis superó en taquilla a The Kid (El chico) de Chaplin–, Lorca dice que Nueva York "es el Senegal con máquinas", etcétera. También se construyen rascacielos y, cuando Iliá Ehrenburg recorre la Gran Vía, le recuerda a Nueva York. Por cierto, el mismo escritor y periodista soviético censurará cómo, en la II República, mientras el pueblo mira a Hollywood, los "intelectuales avanzados" prefieren el cine de Eisenstein, señalando que estos lumbreras saben de casi todo, porque "lo único que no conocen es su país".
Especialmente interesante es el tramo en el que el autor narra cómo los españoles, pendientes del último cotilleo de las estrellas de Hollywood, enganchados a la crónica negra que protagonizan Al Capone o John Dillinger, se encaminan, irremediablemente, al conflicto fratricida. Indica Fuentes que el futuro de la República se decidió en su primer bienio y ofrece numerosos testimonios de quienes piden su aniquilación. En este sentido, destacan los de un PSOE bolchevizado, con Antonio Ramos Oliveira afirmando que "es lícito dar muerte o encarcelar y perseguir, aun sin delito concreto que lo justifique, al enemigo político en razón de una constante amenaza para el Estado faraónico capitalista o para el Estado autocrático socialista", o Luis Araquistáin, al poco del asesinato de Calvo Sotelo, escribiéndole a su hija Sonia: "O viene nuestra dictadura o la otra. (…) No va a quedar ni un fascista en el país". Llegada la Guerra, las grandes estrellas americanas –a diferencia de "la América de los plutócratas"– tenderán su mano a la España republicana, y la izquierda obrera, paradójicamente, seguirá inspirándose en Hollywood, "cuando había más motivos que nunca para que la influencia soviética sustituyera a las fantasías hollywoodienses de la cultura de masas". En definitiva, hínquenle el colmillo a Bienvenido, Mister Chaplin, un libro estupendo, digerible para el profano, exento de pedanterías y con el que se aprende la pila.